Exposiciones

Francesca Woodman, el legado de la niña prodigio que saltó por la ventana y hoy es artista de culto

Por Sol G. Moreno

Francesca Woodman. Sin título. 1979. © Woodman Family Foundation / DACS, Londres.

La trágica historia de la fotógrafa americana parece haber opacado su carrera, llena de imágenes surrealistas, atrevidas y experimentales. Descubrió esa pasión a los 13 años, gracias a la cámara que le regaló su padre, y ya no la soltó hasta los 22, cuando se precipitó al vacío desde su piso neoyorquino. Ocho años de intensa y libre creación artística que ahora se recuerdan en tres exposiciones: un par de ellas en la galería Gagosian (Nueva York y Londres) y otra en la National Portrait Gallery.

Cuando Francesca Woodman tuvo entre sus manos su primera cámara Yashica, siendo aún adolescente, supo que había encontrado su manera de expresarse artísticamente. Lo cual fue un alivio. Su madre era ceramista, su padre pintor, incluso su hermano sería videoartista. La familia entera compartía una visión estética de la vida y en aquella casa de Denver de mediados de los años setenta el arte era poco más o menos que una religión.

“Recuerdo oír a mi madre decir que no podría vivir con alguien que no diera al arte la misma importancia que ella, y que odiaría a esa persona, así, sin más motivo”, contaba la propia Francesca. Ella misma había pasado la niñez dibujando y aprendiendo de los grandes maestros que veía en los museos, pero nada de eso le había llenado tanto como la perspectiva de utilizar aquella cámara analógica que le acababa de regalar su padre.

Cualquiera a su edad habría salido a la calle a descubrir el mundo a golpe de disparo fotográfico, de esos que luego quedan en el cajón del olvido. Pero ella tenía tan interiorizada su necesidad de concebir algo artístico, que pensó mucho lo que haría. Su primera ocurrencia fue autorretratarse, pero de una forma tan curiosa y con un estilo tan particular, que aún hoy sigue sorprendiendo su precocidad a la hora de idear aquella escena. Aparece de lejos, en blanco y negro, con el cabello suelto cubriéndole el rostro y presionando con un palo el obturador. El resultado fue Autorretrato a los 13 y es una de las imágenes más icónicas de la autora, que este mes de abril habría cumplido 66 años.

Francesca Woodman. Autorretrato a los 13 años. 1972. © Woodman Family Foundation / DACS, Londres.

Aquel temprano despertar a la fotografía disparó una creatividad y una imaginación desbordantes. Fue así como Francesca comenzó a trabajar de manera compulsiva en una habitación convertida de manera improvisada en estudio, donde la mejor modelo era ella misma. Se fotografió colgada del quicio de una puerta, caminando a gatas, reflejada en un cristal, mimetizada con un papel de pared, disfrazada, bailando, escondida, desapareciendo… “Nadie me mira como me miro yo”, decía la joven artista para justificarse, “muestro lo que no se ve: la fuerza interior del cuerpo”.

Hizo de la cámara su mejor aliado para representar performances, porque muchas de sus instantáneas parecen momentos inmortalizados de actuaciones en las que recurre a guantes, espejos, máscaras o sombras. Todo ello le permitió crear un universo plagado de escenas fantasmagóricas, enigmáticas, sugerentes o simplemente curiosas, como aquella vez en la que decidió posar desnuda junto a una palangana de anguilas, simplemente porque había visto los peces en un mercado de Roma (ciudad cuya estética decadente y espacios ruinosos siempre le fascinaron).

Todos sus trabajos –teñidos de surrealismo y tintes góticos– los hizo entre la adolescencia y la juventud, por eso destilan honestidad, frescura. No tuvo tiempo de perder esas cualidades ni de evolucionar en su estilo, pues ni siquiera había llegado a la edad adulta cuando se tiró por la ventana, dejando en suspenso una carrera más que prometedora y un legado por descubrir. A pesar de su corta trayectoria –apenas superó los ocho años–, dejó un archivo de 10.000 negativos y unas 800 fotografías, de las cuales no se ha expuesto ni el 15% de ellas (la familia ha ido presentando sus obras a cuentagotas).

Francesca Woodman. Estas personas viven en esa puerta. 1976-1977. © Woodman Family Foundation / DACS, Londres.
Francesca Woodman. Sin título. Hacia 1977-1978.© Woodman Family Foundation / Artists Society (ARS), Nueva York. Imagen cortesía de Gagosian y The Woodman Family Foundation.
Francesca Woodman. Sin título. Hacia 1977-1978. © Woodman Family Foundation / Artists Society (ARS), Nueva York. Imagen cortesía de Gagosian y The Woodman Family Foundation.

Tres exposiciones que recuerdan a la artista

Ahora varias instituciones han decidido recuperar ese trabajo mediante tres exposiciones que recuerdan la producción de la artista, considerada en la actualidad como una fotógrafa de culto. La primera se celebra en la sede londinense de Gagosian y presenta hasta el 4 de mayo lo que podríamos denominar obras tardías, si es que en una carrera tan condensada se pueden distinguir etapas. Son trabajos fechados entre 1977 y 1980 donde abundan las impresiones y transparencias que plasmó sobre cuadernos antiguos que encontraba en mercadillos o librerías.

Francesca Woodman. Sin título de la serie “Ángeles”. 1977. © Woodman Family Foundation / DACS, Londres.

“Las fotografías son lugares donde el espectador puede soñar”

La segunda muestra –Retratos para soñar– tiene lugar en la National Portrait Gallery también de Londres, donde comparte protagonismo con Julia Margaret Cameron, otro gran referente de la fotografía (aunque de un siglo anterior). El título parte de una frase de Woodman: “Las fotografías son lugares donde el espectador puede soñar” y hasta el 16 de junio traza un recorrido centrado en el modo en que ambas mujeres exploraron el retrato más allá de su capacidad física, usando su imaginación para sugerir otras nociones como la belleza, el simbolismo o la transformación.

Finalmente, la tercera es una retrospectiva que trata de mostrar en Gagosian Nueva York los hitos fotográficos de la autora norteamericana (hasta finales de abril).

Pero, ¿quién fue Francesca Woodman y por qué merece tantas atenciones? Fue una niña prodigio y puede que eso pesase demasiado en ella. Le gustaban las novelas de época victoriana, Virginia Woolf y Gertrude Stein. Alumna aventajada de la Escuela de Diseño de Rhode Island, becada en Roma y elogiada por sus profesores, la joven Woodman debió de imaginar que se comería el mundo cuando llegó a Nueva York en 1979, recién licenciada. Pero no fue así. Se encontró con una ciudad hostil y competitiva. Cuando llevaba su portfolio a las galerías no hacía más que recibir negativas. Por eso tuvo que trabajar de mecanógrafa, modelo para pintores, asistente de fotógrafo y secretaria. Insistió con la fotografía en estudios de moda y llamó a la puerta de varios galeristas, pero ninguno la tomó en serio. Aunque no todo fueron decepciones. Al menos logró participar en algunas exposiciones colectivas, además de tres individuales celebradas en Addison Gallery of American Art (1976), la Librería Maldoror de Roma (1978) y la galería Woods-Gerry (1979). Sin embargo, las decepciones pudieron con ella aquel fatídico 19 de enero de 1980 cuando, tras haber perdido la bici, cortado con su novio y recibido el enésimo rechazo para una beca, saltó por la ventana. No era la primera vez que lo hacía. Tenía 22 años.

Francesca Woodman. Lunares #5. 1976. Impresión en gelatina de plata. © Woodman Family Foundation / DACS, Londres.
Francesca Woodman. Casa #3. 1976. © Woodman Family Foundation / DACS, Londres.

Desde entonces se han escrito tantas cosas sobre ella, que resulta difícil saber si fue ese acto suicida o su propia obra lo que la han encumbrado, aunque hoy nadie niega que es todo un referente de la fotografía contemporánea. Algunos han querido ver en ella a la heredera de Man Ray, mientras que otros la consideran una feminista que reivindica la conciencia del cuerpo femenino.

A menudo se ha querido interpretar sus trabajos como una premonición de su trágico final, pero su madre –Betty Woodman– lo rechaza de plano. “Es una falacia que su muerte implicara todo lo que ella era. La gente tiende a tener esa lectura de sus fotografías porque psicoanaliza su obra. La ve de un modo muy personal. Pero ese no es el modo en el que yo me acerco a sus imágenes. Para mí son divertidas, porque Francesca era ingeniosa y divertida. Se lo pasaba bien”. Prueba de ello es que en muchas ocasiones escribía cartas en el reverso de esas imágenes y las enviaba a sus seres queridos. No eran, por tanto, escenas melancólicas de alguien atormentado, sino juegos visuales que luego compartía con su familia.

El trabajo de Woodman es una exploración constante de sí misma, un viaje hacia el interior sin final feliz que nos deja en suspenso. “¿Estoy en la fotografía? ¿Entrando o saliendo de ella? Podría ser un fantasma, un animal o un cuerpo muerto, no solamente esta niña sentada en la esquina”, escribió la artista. Puede que a pesar de todos los autorretratos que se hizo nunca llegase a mirarse en el espejo, sino solo a través del prisma de la fotografía y de la estética de la imagen.