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Armando, el pintor asturiano autodidacta que ha logrado que sus ovnis cuelguen en el reina sofía

Por Mario Canal

© Armando Suárez (1928-2002)

Situado más allá de la etiqueta de artista outsider, el azar ha querido que las pinturas de platillos volantes y paisajes celestes que hizo un señor de Asturias llamado Armando, hayan llegado, años después de su fallecimiento, a ser apreciadas entre críticos, directores de museos y coleccionistas; además de ser adquirido por el Ministerio de Cultura en la última edición de ARCO.

Una obsesión imposible de controlar lleva a Roy Neary –interpretado por el actor Richard Dreyfus– hasta casi la locura. Se trata de una pulsión que supera cualquier razonamiento y le empuja a esculpir una extraña formación rocosa en el puré de patatas, que absorbe toda su atención. No es el único. Hay muchos más hombres y mujeres a lo largo de EEUU que se sienten atraídos hacia la recreación primero y la búsqueda, después, de ese extraño lugar en el que se producirá un encuentro sobrenatural que cambiará sus vidas.

El magnífico film de Spielberg Encuentros en la tercera fase (1977), contenía algunas escenas de creación plástica de notable interés por parte de esos personajes enloquecidos que intentaban replicar la Montaña del Diablo. Como los dibujos de Jillian Guiller –la actriz Melinda Dillon–, que acabaron ocupando todas las paredes de su salón. Al mismo tiempo, en España, un hombre pinta objetos voladores no identificados, así como paisajes solares y celestes, sin parar. En este caso no es una ficción audiovisual. Se trata de un tipo de mediana edad, asturiano, llamado Armando Suárez (1928-2002), que firma en los cuadros solo con su nombre de pila.

Ahora una de sus magnéticas obras ha sido adquirida por el Ministerio de Cultura, por decisión del director del Museo Reina Sofía, Manuel Segade, a la galería madrileña The Goma durante la última edición de ARCO.

‘Sin título’, 1970. Obra adquirida por el Museo Reina Sofía
Armando Suárez (1928-2002)
‘Sin título’, 1980. Obra adquirida por el Museo Reina Sofía

Un fulgor visual

Las obras de Armando, que pintaba sobre madera y fueron expuestas en Madrid en abril del año pasado en el espacio que dirige Borja Dïaz Mengotti, son de un estilo naíf y sintético donde el cielo puede ser azul y también verde. Pero en el que apenas hay elementos, más allá de esos objetos voladores no identificados o algún astro celeste. Al natural, esas imágenes poseen la intensidad del arte que ha sido realizado a partir de una verdad interior, obsesiva, que electriza la mirada. La energía de los colores que utiliza tiene algo de grito, de llamada de atención que no pasa desapercibido. Es lo que le sucedió al artista y comisario Carlos Fernández Pello –conocido por ser el autor del retrato de C. Tangana que ilustró su último disco, El madrileño–, y que quedó fascinado al ver uno de ellos.

“Carlos descubrió un cuadro colgado en casa de un familiar de Armando”, explica Borja Díaz. “Me lo enseñó y posteriormente fuimos a ver el resto de obra que la familia custodiaba, más de 200 piezas. Quedamos impresionados. Había que hacer una labor de estudio y de selección. Tuvimos claro que debíamos empezar por la obra que nunca enseñó en vida, que es la que más interesante nos parece”.

“Armando tenía dos cuerpos de obra de los que era consciente” continúa Díaz Mengotti, “uno que comercializaba –su hermano tenía una galería de arte– y otro cuerpo de trabajo oculto, que no debía exponer por motivos médicos, familiares y políticos. En su soledad, en un mundo que le iba dejando de lado, construía uno nuevo. Uno repleto de obras muy singulares, con una vida y pensamiento fuera de lo común. Sus representaciones abordan desde motivos tradicionales como el paisaje rural, marinas y el bodegón, hasta una pintura más reduccionista donde priman las figuras geométricas: astros, comida, platillos volantes, o pruebas balísticas de la Guerra Fría, y formas que hacen alusión a la medicación a la que era sometido”.

‘Clara González Freyre de Andrade, autora del libro

La tortura psiquiátrica

Ingeniero eléctrico, Armando fue diagnosticado a edad temprana lo que entonces se llamaba “manía persecutoria”. A los 28 años tiene su primer brote de esquizofrenia paranoide. En alguna de las muchas notas que dejaría escritas y que narran la inclinación cada vez más aguda hacia una realidad alternativa, el propio pintor achacaría ese brote a una operación inguinal que sufrió. Y que “comenzó un proceso de tortura”, según su galerista, que incluyó electrochoques y comas insulínicos al tiempo que pinta para huir, o para rencontrarse, consigo mismo.

Desde finales de los años 50 hasta los 90 este “corpus de obras toma como referencia la presencia del hombre en el mundo: la solidaridad entre los humanos, la protección del medio ambiente y los animales así como la relación con otros seres de la galaxia”, según las notas que acompañaban la exposición en The Goma. Al mismo tiempo, como recogían muchos de los papeles manuscritos exhibidos en su momento junto a recortes relacionadas con visitas extraterrestres, abducciones y avistamientos –que se convirtieron casi en un género periodístico en los años setenta, tratados siempre de forma sensacionalista y con cierto aire new age– la pintura de Armando va concretándose en la descripción de fenómenos celestes, abandonando la pintura costumbrista del paisaje.

“Los verdaderos civilizadores (seres inteligentes y responsables) emplean su inteligencia, su cultura y su técnica, en ayudar a los menos inteligentes a que vivan mejor y más felices, a cambio únicamente de que se respeten mutuamente y vivan en paz y con justicia” escribe Armando en uno de sus cuadernos en torno a 1967. En otra confusa nota en la que mezcla religión y delirios extraterrestres, y que pretende hacer llegar al presidente francés Charles De Gaulle, al inglés Harold McMillian, así como al gobierno alemán y español, y “por orden de nuestro señor Jesucristo”, intenta avisar sobre el peligro que corre el universo: “Estamos trastocando el equilibrio cósmico. Protestan todos los habitantes del sistema solar. Estamos trastocando nuestra naturaleza y la de ellos, los habitantes del sol”. E insiste en que, de seguir con los ensayos nucleares de los años sesenta, “el sol se transformaría aumentando peligrosamente su radioactividad”.

Más allá del outsider art

Sus problemas mentales y el desinterés por encajar su trabajo pictórico en el ámbito institucional del arte lo pueden vincular a lo que conocemos como outsider art. Hay varios creadores dentro de este paradigma que son reconocidos por tratar el tema de los avistamientos y la ufología, incluso que aseguran haber sido abducidos. Pero Armando se adelantó a todos ellos. Tanto al estadounidense Ken Grimes, como al rumano Ionel Talpazan.

La sofisticación de su vocabulario estético lo posicionan en un espacio propio que es difícil de categorizar, como bien apuntaba el título de su exposición en The Goma: No identificado. “Hay etapas en su pintura en línea con el surrealismo de Dalí o de Miró y con ciertos modernismos, como el de Milton Avery. En otros periodos su obra coincide o precede a artistas como Etel Adnan o Yayoi Kusama, figuras y prácticas que nunca conoció. Es curioso, tenemos amplia correspondencia y documentación de Armando, pero no hemos encontrado escritos en los que el artista hable de su práctica pictórica”, argumenta Borja Díaz para justificar al valor artístico de Armando.

© Armando Suárez (1928-2002)

“Si tenemos en cuenta que el arte outsider comprende el realizado por artistas autodidactas que trabajan fuera de los cánones establecidos, a veces sujetos a historiales psiquiátricos”, continúa el galerista de Armando, “entonces podemos considerarlo un artista outsider. Pero las etiquetas son solo eso. Y no significa que pueda trascender esa categoría, sin que suponga un nivel jerárquico diferente”.

En realidad, da igual si es o no es. Si está dentro o fuera de una determinada etiqueta cultural, útil para la catalogación y registro, pero que entorpece la mirada. Los cuadros de Armando impactan por la sencillez con la que opacan el sufrimiento de su autor. Un estilo minimalista deslumbrante y libre que puede indicar su carácter escapista más que la delimitación impulsiva de un tormento. Son una curiosidad historiográfica cuyo hallazgo y puesta en valor hace pensar en la cantidad de creadores que siguen formando parte de un plano alternativa del arte. Una constelación lejana, un universo paralelo del que Armando ha salido para reclamar con justicia su propio lugar en el reducido orbe del arte contemporáneo.