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Desnudos, dimisiones y mucho látex: por qué Lynda Benglis sigue siendo una desconocida en España

Por El Grito

Lynda Benglis

La artista estadounidense fue una de las grandes renovadoras de la escultura del siglo XX, así como una figura provocadora y controvertida que se codeó con grandes figuras como Frank Stella o Richard Serra. Sin embargo, no es nada conocida en nuestro país y, hasta ahora, no había podido contemplarse en España una sola de sus obras. ¿A qué se debe esta prolongada ausencia?

En el año 1974 la revista Artforum, considerada por entonces como una de las publicaciones más relevantes del mundo del arte, sacó un número que incluso ahora, 50 años después de su publicación, sigue dando que hablar. Más concretamente, las páginas que incluían anuncios.

El primero de ellos anunciaba una obra acústica del artista Robert Morris, uno de los exponentes más importantes del minimalismo escultórico, que también trabajó otras disciplinas como el arte sonoro o el vídeo. En su pieza publicitaria, Morris aparecía vestido con un atuendo que mezclaba el cliché del tipo duro con una estética inevitablemente sadomasoquista: sin camisa, con los puños engrasados como si acabase de estar reparando su motocicleta, con un casco metálico en la cabeza y las muñecas encadenadas a una correa con púas.

La segunda pieza publicitaria mostraba a la artista Lynda Benglis desnuda, con gafas de sol, el cuerpo aceitado, el pelo corto y un consolador de enormes dimensiones sostenido por una de sus manos de forma bastante estratégica, como si emergiera de su propio pubis. Como podréis imaginar, solo uno de ellos fue motivo de polémicas, de dimisiones en la revista y de comentarios públicos denigrantes.

Una de las cinco personas que dimitió de Artforum tras este anuncio fue la afamada crítica Rosalind E. Krauss, que afirmó que, al publicar esa pieza, se estaba dando a entender que toda la plantilla estaba dispuesta a humillarse, a prostituirse, como ella consideraba que Benglis lo había hecho. ¿Quizá tuviese algo que ver que Krauss fuese la pareja de Robert Morris –el motociclista sadomasoquista que no despertó la indignación de nadie– , y Benglis quien le había fotografiado?

Anuncio de Lynda Benglis en Artforum © Phillips

Por supuesto, nunca lo sabremos. Lo que sí se conoce, ya que la propia Benglis ha hablado de ello, es que entre Morris y ella, además de una amistad y una prolífica colaboración artística, existía una especie de competición, una lucha de escalada paulatina por ver quién provocaba más. Cuando un periodista de ARTnews le preguntó, en 2016, si Morris había logrado provocarla con su fotografía, ella contestó “digamos que acertó el golpe, pero que no ganó”.

Sin embargo el anuncio de Lynda Benglis, en el que utilizó la polémica foto para anunciar su exposición en la galería de Paula Cooper, ya traía cola. Benglis había solicitado que esa fotografía ilustrase el artículo que Robert Pincus-Witten había escrito sobre su obra en ese número de Atrforum, pero el director de la publicación, John Coplans, se había negado.

Ante ello, Benglis no tuvo más remedio que pagar ella misma, de su bolsillo, un costosísimo anuncio a doble página en el que poder mostrar su controvertida imagen. El editor, Charles Cowes, explicó que para él tomar la decisión de imprimir el anuncio fue complicado: por un lado se encontraban las presiones de miembros de la revista –incluso del impresor, que en un primer momento se negó a sacar la fotografía–, y por otro su sentido de la libertad y sus ideas en contra de la censura. Finalmente lo segundo ganó a lo primero, y el anuncio de la discordia salió en aquel número.

La heredera de Pollock que se puede ver ahora en Madrid

Cuando se le habla a Benglis de toda esta historia se muestra hastiada. Cuenta que, en aquel momento, su madre le aseguró que la gente no se olvidaría de aquello, y no se equivocaba. Despertó una gran notoriedad en los medios de comunicación, pero ella considera que es un tema trillado. Sin embargo, quizá no lo sea tanto. En parte, incluso, cabe pensar que es uno de los motivos que explique que sean pocas las personas que han oído hablar de la artista en nuestro país incluso hoy en día, cuando el tema parece superado.

La ausencia de Lynda Benglis puede no parecer tan llamativa en un principio: ¿cuántos artistas no se conocen fuera de las fronteras de sus lugares de origen? Sin embargo, extraña más cuando repasamos un poco su carrera: se trata de una de las grandes renovadoras de la escultura contemporánea, que introdujo en ella el uso de materiales como el poliuretano o el látex, insignia de la contemporaneidad, pues sus bajos costes hicieron que pasaran a desplazar a otros materiales como la madera o los metales, colándose así en nuestro imaginario y en nuestros hogares. La revista Life la denominó “heredera de Pollock”. Fue quien le recomendó al artista Dan Flavin, que había estado colocando en sus obras luces fluorescentes dentro de cajas, que se liberara de estas, consiguiendo así que su trabajo se extendiera y popularizara exponencialmente de la forma en la que ahora lo conocemos.

Es, por tanto, una de las grandes figuras del arte de la segunda mitad del siglo pasado. Y aun así, en España es una completa desconocida. Tanto es así que este año se muestra su obra en nuestro país por primera vez. Se trata de una instalación de cuatro de sus fuentes monumentales, situadas en los jardines de Banca March, que pueden visitarse hasta el próximo 4 de junio. Además, es también la primera vez que estas fuentes se encuentran reunidas en Europa, aunque algunas ya habían estado presentes en el continente, como es el caso de Bounty, amber waves and fruited plane, que fue utilizada en un desfile de Loewe.

Bounty, Amber Waves, Fruited Plane. Foto: Juan de Sande
Pink Lady (For Asha), 2013. Foto: Juan de Sande
Crescendo, 1983-1984/2014-2015. Foto: Juan de Sande
Knight Mer. Foto: Juan de Sande

Cabe pensar que este hito no se volverá a repetir: al acabar la muestra, las fuentes regresan a Estados Unidos; y la logística que ha implicado el traslado de las piezas hace que no parezca posible que vuelvan a encontrarse las cuatro, al menos a este lado del Atlántico.

En parte, seguramente Lynda Benglis sea una figura desconocida por esa actitud que resultaba provocadora, incluso, para quienes afirmaban estar de acuerdo con las ideas que ella defendía. Por supuesto, su anuncio a doble página hablaba de liberación, de provocación, del derecho a transgredir. Cuando se escribe de él en alguna revista especializada, se suele decir que el consolador no es lo más impúdico de la fotografía, sino la expresión del rostro de Benglis, y es cierto. No obstante, ese lenguaje obsceno, que resulta evidente que tomaba los elementos clásicos del porno para satirizarlos, incomodó no solo a hombres como el director de Artforum, sino también a mujeres, incluso a mujeres del mundo del arte y de corte feminista, que cayeron en la obviedad de pensar que Benglis estaba prostituyendo su imagen, utilizando un lenguaje que hacía un flaco favor al feminismo, como ya hemos comentado en el caso de Krauss.

A pesar de que la prensa la ensalzó como una de las grandes exponentes de la segunda ola feminista después de todo ello, la propia Benglis –que luchó porque las mujeres tuvieran el lugar que se merecían dentro del panorama artístico, y que incluso estuvo vinculada con la educación feminista en las artes– rechazó este movimiento, porque afirmaba que no le gustaba su actitud, demasiado enfadada y frustrada para ella. Su relación, por tanto, era complicada y ambigua no solo con quienes se oponían abiertamente a sus planteamientos, sino también con quienes, a priori, parecían compartirlos, convirtiéndola así en una figura llena de aristas.

Una obra inclasificable

Pero, además, existe otro motivo por el cual muchas de las personas que leen este artículo se están topando con el nombre de Lynda Benglis por primera vez: su obra y su trayectoria son inclasificables. Durante toda la historia del arte, pero especialmente desde que las vanguardias trajeron la proliferación de los ‘ismos’, parece necesario englobar a un artista dentro de una etiqueta, de un movimiento. Es cierto que, en muchas ocasiones, esto aporta un contexto interesante que ayuda a comprender mejor la obra de ciertos autores, pero también es verdad que no todos encajan dentro de estos compartimentos, y Lynda Benglis es una de ellos.

Su obra se mueve continuamente entre el cuadro y la escultura. En ocasiones participa del minimalismo, pero yendo un paso más allá, lo cual ha hecho que se la defina como posminimalista, sin que esto llegue tampoco a explicar gran parte de su obra. La pintura es uno de los materiales que más utiliza, pero sin embargo odia el lienzo, porque afirma que “tiene demasiada historia”, y que no quiere cargar con ese bagaje sobre sus hombros, lo que la llevó a experimentar, por ejemplo, vertiendo distintos materiales sobre el suelo de su estudio y convirtiéndolo en soporte. Utilizó materiales que hasta el momento no se habían relacionado con el arte, como el caucho. Incluso su estética es muy variada: desde grandes manchas enérgicas y cargadas de dinamismo, que recuerdan a Pollock pero que se extienden libremente por el suelo a obras como Pink Lady, una de las fuentes de los jardines de Banca March, una figura elegante y reposada en la que la artista se inspiró en las formas de las madrigueras y agujeros que los cangrejos construyen en la arena mojada.

Lynda Benglis

De hecho, llegó a resultar complicado hacerla partícipe en exposiciones, como demostró la muestra del Whitney de 1969 en la que se la englobaba como “artista del proceso”, al igual que a otros artistas como Richard Serra. Cuando se la invitó a participar en la exposición, se hizo pensando en que presentara una pieza austera, pero ella quiso mostrar una gran obra, Contraband. Se trataba de una obra descarada, enorme, inundada de colores. En palabras de Benglis, los otros artistas de la muestra no la querían al lado, puesto que podía eclipsar sus obras. La comisaría trató de solventarlo moviendo la pieza cerca del inicio de la muestra. No obstante, debido a sus dimensiones, si se colocaba en aquel emplazamiento debía estar la mitad en una rampa, y la otra mitad fuera de ella. Benglis se negó, retirándose de la muestra. No obstante, el catálogo ya se había impreso y ella aparecía en su interior, por lo que la falta de su obra planeó sobre la muestra como un espectro. Fue, una vez más, una ocasión más en la que su ausencia demostró su naturaleza indómita, su dificultad para adaptarse a los convencionalismos. Esto siempre la convirtió en una especie de outsider, a pesar de encontrarse en el epicentro de un panorama efervescente y de ser una incansable impulsora de renovaciones artísticas.

Ahora, a sus 82 años, afirma que ella simplemente se limitaba a trabajar, sin tener en cuenta cómo podría clasificarse después su obra, desafiando lo establecido simplemente porque era lo que su personalidad explosiva e inconformista le pedía. En la ya mencionada entrevista con ARTNews, afirmó: “Siempre pensé que tienes que empoderarte con lo que sea, cualesquiera que sean los medios que tengas”, lo cual sin duda define a la perfección no solo su polémico anuncio, sino su extraña posición en el panorama artístico y también su brillante carrera.

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