Arquitectura & Diseño

Los años del cristal o la desalentadora historia sobre nuestra arquitectura que ya predijo Sáenz de Oiza

Por Alberto G. Luna

Torres Colón

El vidrio se puso de moda en los años 20, sin embargo, en la última década ha irrumpido con más fuerza que nunca. Las últimas en subirse a esta ola han sido las Torres Colón que, tras su enésima reforma, han sustituido su fachada cobriza por otra de cristal idéntica a las tantas otras que ya pueblan las ciudades modernas. ¿Se han quedado los arquitectos sin ideas?

En un ensayo titulado La arquitectura de cristal, el escritor alemán Paul Scheerbart planteó la idea, allá por 1914, de crear edificios transparentes capaces de transformar la vida y las formas de pensamiento de la vieja Europa, y de paso aligerar sus recargados interiores. “Si queremos elevar nuestra cultura a un nivel superior, estamos obligados a transformar nuestra arquitectura”, decía. Lo que pasaba por dejar los espacios en los que vivimos “desprovistos de lo cerrado” y apostar por el cristal. Por aquel entonces Bruno Taut había inaugurado su Pabellón de Cristal en la Exposición de la Deutscher Werkbund de Colonia. Antes, Joseph Paxton había hecho lo propio con el famoso Palacio de Cristal en Hyde Park (Londres). Después vendrían otros muchos como Walter Gropius, Le Corbusier o Mies Van der Rohe. El mundo entendió que los edificios monumentales o de gran tamaño —hasta entonces robustos y cerrados—, podían abrirse al exterior; fundirse, en definitiva, con el paisaje. Y el vidrio se convirtió en la innovación tecnológica que lo llevaría a cabo.

Pues bien, han pasado más de 100 años y, como si hubiésemos retrocedido al pasado, este material ha vuelto a cubrir prácticamente todos los edificios nuevos de la última década hasta el punto de homogeneizar los paisajes de las ciudades. Cientos de anodinas urbes viviendo en un perpetuo anacronismo, abrazadas a un viejo símbolo de modernidad, unas iguales a las otras y compuestas de una serie de estructuras repetidas hasta la saciedad. Desde el nuevo distrito financiero de la City de Londres hasta el de La Defensa de París, pasando por Hong Kong o São Paulo. Hoy, ocho de los 10 rascacielos más altos del mundo están revestidos de cristal, que no de piedra, hormigón, ladrillo visto o madera. Una pandemia que también ha llegado a España, a cuya interminable lista de edificios de cristal se han sumado recientemente las Torres Colón, donde se ha sustituido la icónica fachada cobriza por otra idéntica a las tantas que ya pueblan la capital.

Pero, aunque no se lo crean, no es la primera vez que todo esto ocurre.

City de Londres, distrito financiero
La Defensa, París

Sáenz de Oiza, el visionario que ya lo denunció en los años 50

En los años 50 Sáenz de Oiza publicó un artículo titulado El vidrio y sus aplicaciones en los edificios, en el que ya denunció la abusiva utilización de este elemento arquitectónico: “En el vidrio de hoy, como en la piedra de ayer, aparece tantas veces el alarde más extravagante. Se escamotea una columna para presumir de estereotomía o se muestra un interior para alardear de vidrio. A veces tanto se muestra que apenas sí nos quedamos con la arquitectura. La dificultad está en la apreciación de qué es una buena intención y qué una equivocada aplicación”.

El arquitecto español era un firme defensor de la obra de Mies Van der Rohe así como de su original empleo del cristal —ahí tienen la Casa Farnsworth en la que el alemán compensó la utilización del vidrio ocultando algunas zonas de la vivienda en una pastilla exenta del perímetro de la fachada—. Creía en aquella estética de la arquitectura fruto de una nueva tecnología en la que el muro pesado y ciego “quedaba denostado a los museos arqueológicos”. Donde señalaba su dedo acusador sin embargo, era hacia “el plagio de la novedad por la novedad” y aquellas estructuras como la de la Capilla Wayfarers de Lloyd Wright —hijo de Frank Lloyd Wright—, recargadas hasta el paroxismo. Mofándose incluso de ellas al final de su ensayo: “A finales del siglo, en el apogeo de la fundición, alguien quería un ataúd de hierro fundido cuando luego, y siempre, los ataúdes eran de madera. Esta anécdota del ataúd fundido es la del mueble de tubo o la cama de plástico. La anécdota tonta del bolso o edificio transparentes”.

De sobra sabía Oiza que, en muchas de esas situaciones, algo tan sencillo como una ventana podía cumplir las funciones estéticas del cristal y conectar de esta forma con el paisaje, en lugar de caer en la delirante exhibición. “Con sus grandes balconadas, ni Reinosa, Vitoria o A Coruña tienen nada que envidiar a estas obras modernas”, argumentaba.

El propio Le Corbusier también criticó aquel injustificado uso. Tras terminar Villa Savoye, el arquitecto y pintor francés llegó a manifestar que “la presencia inevitable del poderoso paisaje hacia todos los lados tiene un efecto agotador. En condiciones como esta, uno no ve más”. Pensaba que para darle significado uno debía restringirlo y darle proporción: “La vista debe bloquearse con muros perforados solo en algunos puntos estratégicos, y solo allí permitir una visión sin obstrucciones”.

De hecho, en su manifiesto Cinco puntos de una nueva arquitectura dejó clara su intención de liberar la fachada de los edificios de su función estructural, pero para resolver el problema de la luz tenía otro plan.

Villa Savoye de Le Corbusier

Villa Savoye consiste en una casa con forma de caja, suspendida en el aire en medio de una pradera y perforada sin interrupciones a su alrededor cuya principal vocación era simplemente mirar. Considerada como el paradigma de la nueva manera de construir edificios de viviendas del siglo XX, aquella ventana horizontal representa su mayor intento de enmarcar el paisaje, de su búsqueda del encuadre perfecto al estilo de grandes maestros como Sisley o Monet.

Puede gustarles o no —de hecho, su maestro Auguste Perret le criticó en un artículo publicado en el Paris Journal por considerar la ventana exclusivamente como un elemento ornamental y dejar zonas ciegas—, pero lo cierto es que al menos propuso una nueva forma de conectar las casas con su entorno, como también hicieran Oscar Niemeyer —Casa das Canoas—, Lina Bo Bardi —Casa de Vidrio—, o el propio Mies Van der Rohe —Casa Farnsworth—, entre otros. Algo que, desgraciadamente, no podemos decir a día de hoy.

Casa de vidrio, São Paulo, Lina Bo Bardi
Casa de vidrio, São Paulo, Lina Bo Bardi
Casa das Canoas de Oscar Niemeyer
Casa das Canoas de Oscar Niemeyer
Casa Farnsworth de Ludwig Mies van der Rohe. Foto: Wikipedia/Victor Grigas
Casa Farnsworth de Ludwig Mies van der Rohe. Foto: Wikipedia/Victor Grigas

El edificio único de Lamela que Luis Vidal transformó en otro más de cristal

Carlos Sambricio, catedrático de la ETSAM, tiene una opinión bastante clara de lo que está pasando actualmente con los arquitectos y el vidrio. “La arquitectura actual está perdida. Lo que se está haciendo ahora son esculturas”, exclama tras soltar una sonora carcajada que sale expelida desde el otro lado del teléfono. “Este tipo de edificios tendrían más sentido en países del norte con menos sol y más fríos porque no es lo mismo una ventana en Estocolmo o Berlín, que en Madrid o Tel Aviv. Si en estas últimas planteas grandes cristales la gente se asa”. Y, por las inexplicables cosas que tiene esta vida, nos cita a Sáenz de Oiza: “Si te fijas en El Ruedo de Oiza por ejemplo, que era un sabio, las ventanas que dan a la M 30, que es donde además se pone el tórrido sol de verano, son más pequeñas”.

Una de las dos últimas grandes apariciones del cristal en España la tenemos en la recién estrenada Torre Puig de Barcelona. 20.000 metros cuadrados y 20 plantas rodeados de una superficie acristalada que, por si fuera poco, tiene una hermana gemela. La otra se halla en la capital y merece una mención aparte.

En los años 60 Antonio Lamela ideó las Torres Colón mediante una estructura suspendida. Partiendo de una columna vertebral de hormigón y unos cables de acero, construyó los pisos como módulos prefabricados en el suelo y después los izó para colgarlos desde arriba y no tener que soportar sus propios pesos. De esta forma, pudo crear en la base un espacio urbano para ser compartido. Sería interesante añadir que, por aquel entonces, solo había 14 edificios en el mundo construidos con esta técnica y ninguno de ellos con una estructura atirantada de hormigón pretensado.

Torres Colón de Estudio Lamela. Cortesía de Estudio Lamela

Esto, que suena a ciencia ficción y que técnicamente fue un prodigio, lo explicó Lamela con una claridad exquisita y una taza de café en la mano: “Imaginémonos que la taza tuviera un soporte vertical como base, como una copa. Las cargas suben por las péndolas pretensadas que rodean la fachada y que se comprimen contra la cabeza de la torre. Luego bajan por el núcleo central. El edificio no cuelga hacia abajo, sino que se comprime hacia arriba, contra la cabeza. Funciona al revés de la construcción tradicional, lo que permite, en las tres plantas basamentales comerciales y en el garaje, liberar espacio libre, sin pilares”.

En su libro Antonio Lamela y Torres Colón, la arquitecta Concha Esteban llegó a afirmar que “por su atrevido concepto y singularidad estructural puede considerarse una edificación única en el mundo, además de un hito en la historia de la arquitectura y la ingeniería del siglo XX”. Hoy sin embargo, las nuevas plantas están ocultas tras un insípido cristal. Tampoco parecen resistirse a la gravedad ni estar suspendidas como originalmente las proyectó Lamela. Algo que debemos al arquitecto Luis Vidal.

Torres Colón
Torres Colón
Torre Puig. Foto: Wikipedia/Zarateman
Torre Puig. Foto: Wikipedia/Zarateman
Torre de Cristal
Torre de Cristal
Torre Iberdrola
Torre Iberdrola
Torre Sevilla
Torre Sevilla

Sigfrido Herráez, decano del Colegio de Arquitectos de Madrid, es de la opinión de que este tipo de edificios “están propiciando que Madrid se parezca cada vez más a cualquier otra ciudad moderna del mundo. Que pierda su personalidad. Las Torres de Colón antes eran unos edificios icónicos y ahora son idénticas a las demás estructuras de cristal”. Acto seguido le hablamos de nuestro pretencioso titular —Los años del cristal—, del que estamos absurdamente orgullosos, e inmediatamente nos baja los humos: “En realidad nunca desapareció. Siempre estuvo ahí. Aunque puede ser que ahora en mayor medida. Lo paradójico es que este material ofrece una mayor iluminación y vistas, pero lo están fabricando opaco para no asarnos en los meses más cálidos".

Cuando Mies Van der Rohe visitó el emplazamiento donde se situaría la Casa Farnsworth, comentó: “Aquí, donde todo es hermoso y la intimidad no es un problema, sería una pena levantar un muro opaco entre el exterior y el interior. Así que permitiremos que el exterior entre dentro. Por otro lado, si estuviésemos construyendo en la ciudad, la haría opaca hacia fuera y dejaría entrar la luz por un patio jardín situado en medio”. Lo que Mies quiso señalar fue la importancia de la localización a la hora de construir una estructura y su repercusión en la distribución de la misma. ¿Tiene sentido tanto cristal para contemplar un simple puente, una calle atascada o las salidas de humo y puertas traseras de las cocinas de una gran urbe? “¿Hasta dónde tiene que llegar lo artificial y manido en la arquitectura de una ciudad? ¿Hasta dónde lo intrínseco a su propia historia y naturaleza?”, se preguntó en su día Sáinz de Oiza. Las nuevas grandes realizaciones de la arquitectura, los nuevos edificios en definitiva, no son más que esquemas de organización de organismos supuestamente inteligentes —es decir, nosotros—. Y es por esto que deberían convivir de forma natural con sus respectivos entornos. La arquitecta francesa Anne Lacaton dijo en una ocasión que “la modernidad no es algo malo, pero tenemos que hacer algo diferente, tenemos que estar todo el tiempo en nuestra propia modernidad e inventar una nueva modernidad. Esto significa reinventarse según las necesidades y deseos de la sociedad contemporánea”. Algo que pasa por no copiar la arquitectura de cristal de hace 100 años.

Scheerbart no paró de escribir hasta su prematura muerte, a los 52 años. Su producción, de hecho, es ingente. Miles y miles de páginas repletas de extravagantes ensayos, reflexiones filosóficas, artículos, poemas e incluso dibujos. Muchos de sus seguidores afirman incluso —muy scheerbartianamente—, que Scheerbart en realidad no ha muerto. Cierto o no, de lo que no cabe duda es que La arquitectura de cristal tuvo una enorme influencia en movimientos como el surrealismo, la Bauhaus, el expresionismo e incluso el futurismo. Además de Taut, otros arquitectos lo tuvieron muy presente como Walter Gropius o Hans Scharoun. Pero, siendo honestos y llevando a cabo una exhaustiva revisión de su trabajo, ¿podría ser que, en ocasiones, nuestro querido escritor alemán de corte fantástico fuera simplemente pasado de rosca? “Solo podemos cambiar nuestra cultura con la arquitectura de cristal y no solo a través de un par de ventanas, sino de tantas paredes de vidrio como sea posible, de cristales de colores” —decía—. “Sería como si la Tierra se vistiera con diademas de brillantes y esmaltes. Tanta belleza resulta inimaginable”. Si hubiese tenido la oportunidad de comprobar que finalmente se consumó su disparatado sueño, el resto de mortales habríamos podido atisbar una mueca en el semblante de su rechoncha cara indudablemente parecida a una ligera sonrisa.