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La historia detrás de la extraña relación entre Matisse y Miró: ¿inspiración o burda imitación?

Por Pilar Gómez Rodríguez

(Izquierda) ‘Autorretrato’, Joan Miró. 1919, (Derecha) ‘Autorretrato’, Henri Matisse. 1900

Quizá es demasiado pronto para hablar de la muestra que este verano reunirá en Niza y luego en Barcelona, a Joan Miró y a Henri Matisse, pero no para saber que ambos artistas tienen una gran historia detrás que abarca lo personal y sobre todo lo pictórico. La desvelamos con la ayuda del comisario e historiador del arte Rémi Labrusse.

Matisse: “Así que soy un viejo loco que quiere volver a pintar para morir por fin satisfecho, lo cual es imposible” (a André Rouveyre, 3 de junio de 1947). Miró: “Quería destruir todo un arte obsoleto, el viejo concepto de pintura, hasta sus raíces, para que renaciera otra pintura más pura, más auténtica” (a Lluís Permanyer, 23 de abril de 1978). A juicio del historiador del arte Rémi Labrusse, estas citas evidencian el potente vínculo que existió entre Henri Matisse y Joan Miró. “Volver a empezar y destruir son gestos que van de la mano para ambos”, afirma para El Grito.

Esa relación fue intensa a pesar, incluso, de que los contactos personales entre ambos fueron contados. ¿Es esto posible? Por supuesto, más aún cuando está el arte de por medio. ¿O no consuelan y calman esas obras (cuadros, libros) a las que volvemos para encontrar respuestas a nuestras inquietudes? Más allá del tiempo y del espacio también hay relaciones personales. Pero este no fue el caso de estos dos pintores sin una relación “demasiado estrecha”, entre ellos, refiere Labrusse: “Se llevaban 23 años; Matisse vivió principalmente en la Costa Azul, Miró principalmente en Cataluña... Pero desde principios de los años treinta, gracias a Pierre Matisse, se veían con regularidad en París y se mandaban postales. Los primeros intercambios directos datan de 1934, y hay pruebas de que se vieron varias veces, con o sin Pierre, a partir de 1936. Miró envió una última postal a Matisse en 1952”.

‘Autorretrato’, Joan Miró. 1919
 ‘Autorretrato’, Henri Matisse. 1900

Todos estos contactos personales, pero sobre todo sus fascinantes vínculos pictóricos —y más allá— han servido de base a la exploración que ha dado forma a la exposición así titulada. MiróMatisse: más allá de las imágenes se podrá ver desde finales de junio a últimos de septiembre en el Musée Matisse de Niza y, desde el 17 de octubre al 23 de febrero de 2025, en la Fundació Joan Miró de Barcelona. Su comisario, el historiador del arte Rémi Labrusse, la explica de esta forma: “La exposición evoca estas relaciones y se centra en amistades comunes, figuras mediadoras… Pierre Matisse no fue el único que intervino, aunque su papel fue esencial. Miró también era amigo de su mujer, Teeny, y de la hija de Henri Matisse, Marguerite Duthuit. La exposición también muestra cómo poetas, críticos, pintores y editores forjaron vínculos entre Miró y Matisse. Ya en 1910, en Cataluña, Joaquim Sunyer y Joan Sacs pudieron contar a Miró sus encuentros con Matisse en París. Más tarde, en las décadas de 1930 y 1940, escritores como Georges Duthuit (marido de Marguerite), André Breton y Louis Aragon, y directores de revistas como Christian Zervos y Tériade trabajaron al mismo tiempo con ambos artistas”.

En definitiva, prosigue Labrusse,“estas relaciones formaron una red que permitió a Matisse y Miró conocer bien la obra del otro. La exposición se centra sobre todo en las confluencias entre sus obras, basadas en prácticas comunes (libros ilustrados y ornamentación arquitectónica, por ejemplo) e ideas compartidas. Entre estas, la más fundamental que tenían en común era su visión crítica de las imágenes: Matisse las llamaba ‘lo decorativo’ y Miró ‘el asesinato de la pintura’. Intentamos demostrar que estas dos ideas son como las dos caras de una misma moneda. Por eso el subtítulo de la exposición es Más allá de las imágenes”.

‘La chevelure’, Henri Matisse. 1952
‘Le Serrasin à L’étoile Bleue’, Joan Miró. 1973

El hijo menor de Henri Matisse, Pierre, llegó a Estados Unidos como un exiliado del amor, después de que el padre corso de una exnovia le amenazara pistola en mano. El episodio lo cuenta Josep Massot en su extensa biografía Joan Miró. El niño que hablaba con los árboles, editada en Galaxia Gutenberg. En ella da cuenta de las décadas de relación profesional y personal entre Pierre Matisse y Miró: él fue su introductor en Estados Unidos y, desde su galería en el Fuller Building, tuvo un papel muy relevante a la hora de desplazar el foco mundial del arte desde París —en una Europa que estaba a otras cosas, es decir, a la guerra—, hasta Nueva York.

El constante intercambio entre Pierre Matisse y Joan Miró guardaba algunas sorpresas. Una de ellas se sitúa en el origen de MiróMatisse: más allá de las imágenes. El comisario, Rémi Labrusse, lo cuenta así: “El punto de partida fue el descubrimiento de que Henri Matisse participaba directamente en el reparto de la producción de Miró entre la galería de su hijo en Nueva York y la de Pierre Loeb en París. Elegía las obras, y cuando no las elegía él mismo, las miraba con atención. A partir de ahí, repasamos la correspondencia entre Pierre Matisse y su padre, por un lado, y entre Pierre Matisse y Miró, por otro. Lo que se desprende es que Matisse (padre) admiraba la obra de Miró y se inspiró en ella para salir de la crisis que atravesaba en la pintura desde finales de los años veinte. En 1935, hizo dos cosas en particular: en primer lugar, pidió a Pierre que mostrara a Miró sus propias obras para ver qué pensaba de ellas; en segundo lugar, que le enviara las obras de Miró para poder analizarlas. Al menos una de ellas permaneció con Matisse durante diez años, entre 1935 y 1945”.

‘L'Été, from Verve No. 3’, Joan Miró. 1938
‘Woman in Blue’, Henri Matisse. 1937

Massot recoge también este hecho cuando describe un contexto prebélico en el que los artistas debían posicionarse. “La trágica realidad del momento afectó a pintores como Henri Matisse acusado de estancamiento por sus propios hijos”, escribe el periodista en la mencionada biografía. A través de Pierre, sobre todo, acudió a Miró y este sirvió de palanca para sortear el bache creativo. “Matisse extrajo lecciones de la obra de Miró, sobre todo en lo que respecta al uso del color —comenta Labrusse—. Pero, en mi opinión, esta lección va mucho más allá: afecta a la concepción misma de la pintura moderna, basada en una relación dialéctica entre lo imaginario y la materialidad. Dicho esto, es importante señalar que esta admiración mutua nunca condujo a la imitación, ni por parte de Miró ni por parte de Matisse. Se comprendieron y se apreciaron mutuamente, pero nunca se copiaron”.

Forzar la pintura

Ambos pintores también tuvieron intereses comunes que llevaron a la práctica. Dan prueba de ello los libros ilustrados, que ambos concibieron como verdaderas construcciones arquitectónicas, gracias a los encargos del crítico y editor Tériade (Jazz de Matisse, en 1947, o los libros de Miró basados en la figura de Ubu, entre 1966 y 1975). También compartían la misma voluntad de diseñar composiciones de gran formato, destinadas a animar el espacio circundante: la capilla de Vence, de Matisse, a finales de los años cuarenta; o el comedor del hotel Terrace Plaza de Cincinnati, de Miró, en la misma época. El interés por la arquitectura y las relaciones espaciales les era querido a ambos. Y en realidad, tal y como dice el título, Miró y Matisse compartían la ambición de forzar la pintura, sacarla de alguna manera de sus casillas, para pulsar sus límites más allá de las imágenes. La conexión principal de sus indagaciones es, a decir de Rémi Labrusse, “el vínculo profundo, aunque a primera vista paradójico, entre la estética decorativa y el asesinato de la pintura. Ambos son amantes de la pintura, de su materialidad, de su capacidad para irradiar una sensación de presencia vital. Pero ambos están también fascinados por los poderes de la imaginación, que transforma esta sensación de presencia en imágenes desvinculadas del mundo real. En sus obras exploran la dialéctica entre las imágenes y la vida. Hay algo a la vez instintivo e intelectual en su enfoque, que siempre incluye una forma de cuestionamiento autocrítico. En sus mejores obras, ponen en perspectiva crítica nuestro deseo de imágenes, al tiempo que exaltan su calidad sensual”.

‘Jazz (Duthuit Books 22)’, Henri Matisse. 1947
© Sotherby’s
‘L’Enfance d’Ubu’, Henri Matisse. 1975
© MutualArt
‘Capilla del Rosario, Vence, Francia. Henri Matisse
Hotel Terrace Plaza, Cincinnati. Joan Miró

Hablando de sensualidad y vitalidad, uno de los descubrimientos del comisario fue “la independencia de Miró respecto al surrealismo y la importancia que concedía a una forma de vitalismo que le acercaba a las ideas de Matisse. Por ejemplo, dijo de su serie de 1931 Peintures sur papier Ingres: ‘Estaba haciendo exactamente lo que decía Matisse, y de un modo más profundo que los surrealistas: dejarme guiar por la mano’”.

Así es como sin apenas intercambio directo, uno y otro se conocían bien, se observaban y se admiraban desde la distancia. Los caminos mentales entre uno y otro tenían un tráfico la mar de fluido: “La exposición nos dio la oportunidad de explorar el lado conflictivo y violento de la obra de Matisse. Me sorprendió la sensibilidad de Miró ante esta violencia, por ejemplo cuando, a principios de los años cuarenta, se fijó el objetivo de realizar lienzos con un esperit fauve. Es cierto que precisó que él mismo quería ser aún ‘más brutal’, pero eso no dejaba de significar que había percibido el potencial de violencia deconstructiva de los lienzos fauvistas de Matisse (que también citaba en el mismo cuaderno). Y, en efecto, descubrimos algunas series fascinantes de dibujos de Matisse en las que practica una verdadera desfiguración, sobre todo en lo que se refiere al desnudo femenino”.

Es posible defender, pues, que desde distintas épocas, generaciones y corrientes Miró y Matisse se conocieron, se influyeron y se admiraron. Que mantuvieron una relación profunda, duradera y constructiva entre ambos, entre sus concepciones del arte y entre sus obras. Se tenían en la cabeza y así, cuando a Matisse le preguntaron en los años cuarenta del pasado siglo quién era para él, aparte de Picasso, un pintor de verdad, pensó en Miró y así se lo dijo al poeta Louis Aragon. La secuencia completa la recordaba Rémi Labrusse, recuperando las palabras del propio Aragon: "Estábamos hablando de pintores contemporáneos y le pregunté quién le parecía, aparte de Picasso, un pintor de verdad. Dijo el nombre de Bonnard... y luego, sin detenerse: 'Miró... Sí, Miró... porque puede representar cualquier cosa en su lienzo... Pero si, en un punto determinado, ha colocado una mancha roja, puedes estar seguro de que estaba ahí, no en otro sitio, que debía estar... Quítala, el cuadro se cae'".

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