Actualidad

Los fieles retratos de casas de Diego de Mora

Por Sol G. Moreno

Diego de Mora en su casa-estudio. Fotografía: Imagen M.A.S/ARS Magazine.

Diego de Mora es como un intruso en casa ajena pero con pase VIP. Un pintor de vistas de interiores por encargo que retrata cada espacio con precisión milimétrica. Por eso los mecenas le han abierto las puertas del palacio Contarini Polignac, el castillo de Ussé en el Loira y otros exclusivos espacios con historias fascinantes, para que capte la vida íntima de sus hogares. Descubrimos qué se esconde tras la memoria de algunos de ellos.

SHay artistas que sacan el caballete a la calle –como los impresionistas– y otros que prefieren encerrarse en casa para fijarse en los pequeños detalles. Ese es el caso de Diego de Mora, cuyas pinturas sobre papel muestran el encanto que poseen los interiores habitados.

Su arte retoma un género surgido en Europa en el siglo XIX que consistía en mostrar los espacios íntimos y cotidianos de la gente pudiente, en una época en la que no había ni tele, ni Hola ni redes sociales. El artista gaditano ha tomado el testigo de aquella moda al crear un revival del género, pintando espacios domésticos de casas históricas o personajes ilustres de la forma más fidedigna posible.

“No son interiores que yo imagino ni proyectos de decoración, aunque puedan parecerlo. Son casas reales tal y como existen o como yo las he visto, incluidos sus accidentes e imperfecciones”, explica a El Grito De Mora, que a menudo añade humedades en el techo, arrugas en la alfombra u objetos por el suelo para dejar constancia de que ha visitado realmente cada espacio que pinta.

Sus obras son, por tanto, retazos de una realidad efímera que desaparece en el momento en que una lámpara cambia de sitio, un sillón se sustituye por otro o la decoración se renueva por completo. Pero que hablan de los gustos de sus dueños y de los objetos que un día les acompañaron, de la memoria del lugar.

Diego de Mora. Cuarto de baño de la duquesa de Alba en el Palacio de Liria.
Diego de Mora. Biblioteca del Château d’Ussé.

Lo peculiar de estas composiciones es que no representan interiores cualesquiera, sino casas con pedrigí como la del coleccionista Juan Abelló –en su caso aparece rodeado de cuadros junto a su perro– o el decorador Duarte Pinto Coelho, que tuvo que romper parte del techo para dejar sitio al órgano que presidía su salón.

La lista de interiores que Diego ha visitado y retratado por todo el mundo es larga, pero ninguno le ha sorprendido tanto como aquel que visitó en la costa del Finisterre bretón. Seguramente por su estilo recargado y por lo que encontró en sus paredes. “Tenía miles de pieles de anguila puestas en batería y doradas con pan de oro. Era un interior muy ecléctico con mobiliario Art Déco junto a un cuadro de Delaunay, una fotografía de Marlene Dietrich y un biombo japonés. Además, sobre la cómoda había unos prismáticos de un submarino alemán procedente de la Segunda Guerra Mundial”. La reliquia nazi resulta sorprendente, desde luego, pero cobra sentido cuando explica que a escasos metros de la casa se encuentra una de las mayores bases de submarinos alemanes de la Segunda Guerra Mundial.

Diego de Mora. Salón de Duarte Pinto Coelho, Madrid.

Basta escuchar las palabras del artista para adivinar que ha visto todo tipo de cosas, casas y dueños a lo largo de tres décadas de profesión. Todo un logro, si tenemos en cuenta que no tiene ni página web, ni galería –tampoco acude a ferias–, y que los encargos le vienen gracias al boca a boca.

Esa libertad de acción le ha mantenido alejado del público hasta ahora, cuando ha enseñado una decena de sus pinturas en la muestra organizada por Martínez Avezuela y la galería Caylus. Es la primera vez que ocurre, por eso el recorrido por las salas resulta revelador; no solo porque descubre varios interiores que satisfacen nuestra curiosidad voyeur, sino también por las anécdotas que conserva de cada uno de los lugares retratados y de sus moradores.

El día que Winnaretta sacó el piano al Gran Canal

Una de ellas nos traslada hasta el palacio Contarini Polignac, cuyo exterior renacentista puede verse en el típico paseo turístico en góndola por Venecia. Los interiores, en cambio, están vetados al público. No para De Mora, que tuvo el placer de visitarlo por dentro durante una semana y pintar cuatro de sus dependencias regias mientras escuchaba de primera mano una de las célebres historias protagonizadas por la primera dueña moderna del edificio.

“Winnaretta Singer era una de las 24 descendientes del multimillonario Isaac Merritt Singer, el de las máquinas de coser. Compró el palacio en 1900 y, como buena mecenas, alojó en Venecia a los grandes músicos del momento. Era una persona increíble con unos gustos un tanto excéntricos. Un día se empeñó en que Gabriel Fauré tocara el piano en medio del Gran Canal, así que trasladaron el instrumento hasta una góndola. Cuentan que en aquel concierto privado también estaba Marcel Proust”. Aquella proeza está presente de alguna manera en la esquina superior derecha del salón que ha pintado, tras la balaustrada de madera donde descansa el histórico piano.

De Italia a Francia en unos solos segundos, porque otros de los interiores inaccesibles que ha inmortalizado De Mora es la biblioteca de Ussé, ubicada en uno de los castillos favoritos de los franceses. Según la tradición, sirvió de inspiración a Perrault para escribir La bella durmiente. También Walt Disney cayó rendido ante sus majestuosas torres y lo utilizó para imaginar muchos de los palacios de sus películas infantiles.

Diego de Mora. Casa de campo en Antequera.
Diego de Mora. Sala del Château d'Anet.
Diego de Mora. Gabinete chino de la Casita del Príncipe, El Escorial.

¿Y que se esconde tras sus muros? Puede que miles de turistas hayan visitado la parte convertida en museo, pero solo el artista ha podido acceder a las dependencias privadas. Entre ellas, una biblioteca abarrotada de libros centenarios que conviven con objetos típicos de una oficina actual, porque es el uso que le da su propietario. “Aquí están todos los elementos de vida doméstica de la persona que me encargó la obra: el sillón completamente desfondado pero cómodo para dormir la siesta, la impresora Toshiba e incluso la alfombra arrugada”.

También sorprende la cantidad de libros pintados uno a uno. Y es que, más allá de la frivolidad de contemplar la biblioteca privada de un apasionado de los volúmenes, lo que salta a la vista es el nivel de detalle con el que De Mora ha representado cada objeto, cada color, cada rayo de luz. Una escena que abruma, porque tiene la capacidad de hacernos sentir que realmente nos encontramos dentro del cuadro. ¿Cómo lo hace? “Hago una construcción perspectiva, de modo que consigo el mismo efecto que habría en una casa de muñecas. Es una imagen que no podrías conseguir con una fotografía, porque aquí lo que estás viendo son tres paredes”.

El proceso de trabajo suele ser siempre el mismo. Primero elabora en el espacio original los bocetos previos; uno pequeño donde decide la composición y la luz principal, y otros secundarios coloreados en los que recoge los diferentes matices. Tras estudiar in situ el interior, llega el trabajo arduo en el taller: pintar cada uno de los detalles hasta captar la esencia del lugar, retratarlo y dotarlo de la identidad que realmente tiene. Un proceso que se puede demorar hasta 200 horas.

Así es como ha inmortalizado el aspecto que tuvo el salón del palacio Duarte Pinto Coelho hace 25 años, cuando el decorador aún vivía. Todos los muebles presentes entonces se vendieron y el espacio ahora no tiene nada que ver. Ya no hay órgano ni agujero en el techo, pero su actual propietaria ha querido colgar la pintura de Mora en ese mismo salón como un eco del pasado.