Protagonistas

Los artistas emergentes más destacados (II): el arte cotidiano de An Wei

Por Sofía Guardiola

An Wei

Todavía no son muy conocidos pero ya cuentan con una obra de gran calidad que, cada vez más, está despertando el interés de galerías y coleccionistas. Desde El Grito mostramos los artistas emergentes más interesantes que están empezando a despuntar en el mercado del arte, y continuamos con las delicadas pinturas de An Wei.

En el estudio de An Wei predomina el color blanco, lo que hace que, según entres, haya dos elementos que llamen inmediatamente la atención. El primero son sus obras, que atraen a pesar de que sus tonos pastel huyen de la estridencia. El segundo, sus flores. Las hay en la cocina, situadas en una mesilla de noche junto a una obra pintada en un soporte inusual –un paquete de tabaco de liar–, e incluso en la basura, a medio pudrir, pero aún lo suficientemente enteras como para convertir el contenedor grande y oscuro en algo casi poético. Eso es lo que hace con sus lienzos: mostrar lo cotidiano, lo íntimo y lo autobiográfico como tema principal, dándole una carga metafórica que a menudo encuentra la belleza donde la mayoría vemos solo lo ordinario, lo corriente.

An Wei me explica que empezó a pintar de niño, a los nueve años, cuando un vecino suyo le presentó a un amigo pintor que vio potencial en él y se encargó de enseñarle. Con él aprendió de los clásicos, especialmente del Barroco español, y quizá fuese de esa mirada al pasado y la tradición de la que obtuvo la inspiración para algunos de sus lienzos. Me enseña dos, por ejemplo, en los que narra la famosa historia de Zeuxis y Parrasio, los dos pintores griegos del siglo V a.C que, según Plinio el viejo, se enfrentaron en un memorable concurso para ver cuál de los dos era mejor artista. Zeuxis pintó unas uvas tan realistas que los pájaros, confundiendo las uvas representadas con frutas de verdad, acudieron a picotear el cuadro. El autor, con gesto triunfal, pidió a su rival que retirase la cortina que cubría su obra para mostrarla, seguro de que sería inferior. Sin embargo, la cortina que Zeuxis había creído real era el motivo pintando por Parrasio, lo cual le convirtió en vencedor del enfrentamiento: mientras que su contrincante había conseguido engañar a las aves, él había conseguido confundir a otro pintor.

En la obra de An Wei, el cuadro de Zeuxis se convierte en unas cuantas naranjas mohosas situadas sobre una mesa –¿algo más real que una fruta que se pudre y se marchita?–, mientras que el de Parrasio se transforma, bajo su estética, en una cortina que seguramente muchos de nosotros podamos encontrar en las casas de nuestras abuelas.

Otros de los cuadros que me muestra pertenecen a su serie Templo, una instalación que se exhibió en 2020 en la XXXI edición de Circuitos de las Artes Plásticas de Madrid. En ellos habla de los espacios que ha considerado hogar a lo largo de su vida, mezclando elementos tradicionales de la cultura china, a la que pertenece su familia –como un jarrón de porcelana procedente de este país– con otros que se encuentran habitualmente en las casas españolas, sobre todo si son viejas, como los radiadores de hierro con motivos decorativos en su superficie o los colchones de funda azul con flores blancas. Tal y como él comenta, le resulta más sencillo inspirarse en motivos así, propios y cercanos, puesto que son los que más le interpelan. Posiblemente, sean también los que hacen que los demás conecten con su obra de forma íntima y profunda, reconociéndose en lo que ven.

An Wei monta sus proyectos teniendo en cuenta el espacio que van a ocupar, y en el caso de la instalación que tiene lista para formar parte de la próxima Generación 2024 de La Casa Encendida, vuelve a jugar con el concepto de hogar. Para ello construye una estructura de madera similar a una casa, y coloca en distintos puntos una serie de lienzos que muestran detalles de una vivienda cualquiera, haciendo especial hincapié en los distintos materiales y las texturas: un rodapié de madera sobre el que deambula un insecto, una superficie de apariencia marmolada o un suelo de baldosas cerámicas.

Tnot Area. Judas Arrieta. Fort apache 150x150cm
A Ciegas. Adriana Berges

La obra de An Wei se puede adquirir actualmente a un precio asequible, con un rango que oscila entre los 400 euros, por ejemplo, en uno de sus lienzos de pequeño formato hasta las cifras en torno a los 4.000 o 5.000 euros de las pinturas de mayor tamaño. Pero no siempre fue así. Creo que, cuando hablas con un artista emergente, hay una pregunta obligatoria: ¿puedes vivir de tu trabajo artístico? Cuando le pregunto responde que ahora sí, pero que el camino no ha sido fácil: me habla de todos los años que ha tenido que trabajar, por ejemplo, en hostelería, y también de su estudio anterior, en el que estuvo ocho años. Se trataba de un espacio pequeño entre locales de ensayo, casi un almacén, en el que por supuesto estaba descartado crear obras de grandes formatos. Además, cuando logró por fin el espacio de trabajo con el que cuenta en la actualidad, tuvo que esperar hasta tener los medios suficientes para reformarlo. Para explicar este proceso, Wei me enseña un lienzo de pequeño formato que afirma que es su favorito y que no quiere vender nunca. En él hay pintado un marco de madera –una ilusión, de nuevo, similar a la cortina de Parrasio– que enmarca uno de los hoyos de un campo de golf, cuyos alrededores están repletos de pelotas de golf que no han entrado. “Este cuadro habla de mí: lo intento tantas veces que claro, por necesidad algunas acierto”, comenta entre risas.

Creo que este es también mi cuadro favorito de An Wei porque muestra de forma clara lo que ha sido su trayectoria artística: un camino marcado por el esfuerzo que se encuentra en un punto de ascenso. Hasta ahora, esa senda le ha llevado a La Casa Encendida, al centro CA2M de Móstoles –donde hay una instalación suya expuesta de forma permanente– y a Urvanity el próximo mes de marzo, entre otras exposiciones, becas y reconocimientos, que parecen prometer un recorrido igual de exitoso durante los próximos años.