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Isabel Quintanilla, la primera mujer española que tendrá una exposición monográfica en el Thyssen

Por Pilar Gómez Rodríguez

‘Virgen con el niño’, Sandro Botticelli

La obra de Isabel Quintanilla demuestra la complejidad, variedad y profundidad del realismo. Un movimiento que no se contenta con retratar los objetos o interiores tal como son, sino que llevan la huella y el misterio invisible de quienes los usaron o habitaron. Su realismo íntimo se podrá ver en el Thyssen a partir del 27 de febrero

Que los objetos no son sencillamente eso, objetos, se entiende a la primera cuando una llega a la casa donde habitó alguien que ya no está. Puede que ese alguien ya no esté, pero los objetos, tozudos, lo niegan: ese alguien que habitó en ellos y usó esas zapatillas, esa vajilla o esa máquina de coser, de alguna manera, lo sigue haciendo, su vida resuena aún en ellos. Quien entró por primera vez en casa de sus padres muertos, lo sabe.

Isabel Quintanilla puede pasar por ser una pintora canónica del realismo, pero esto sería decir poca cosa. Se le puede poner un adjetivo para profundizar en el corazón de su pintura. El realismo íntimo de Isabel Quintanilla ya es decir algo, es decir mucho, de hecho, y es el título de la exposición que desde el 27 de febrero y hasta junio se podrá ver en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. “Ayuda —lo explica la comisaria de la exposición Leticia de Cos— a acotarlo. Y es que Quintanilla se va a centrar e inspirar a partir de su realidad, tanto si se trata de bodegones, espacios, paisajes o retratos. Sus objetos personales, sus lugares de vivienda y trabajo, sus familiares y amigos son los protagonistas permanentes de su obra. Y siempre pintando, dibujando del natural, sin recurrir a la fotografía, aspecto que para ella es clave a la hora de diferenciarla del hiperrealismo”.

Esa es una buena estrategia: ir por lo que algo no es, suele dar buenos frutos a la hora de saber qué es verdaderamente. Para seguir indagando en cómo es el realismo íntimo de Isabel Quintanilla resultan de gran valor las palabras de Charo Crego, autora del libro Dentro. La intimidad en el arte, publicado por Ábada editores. “Se pueden poner los interiores de Isabel Quintanilla en relación con los interiores del danés Vilhelm Hammershoi, pero son muy diferentes. Tanto los interiores vacíos como aquellos que muestran personas del danés son fríos, ordenados, depurados hasta tal grado que parecen petrificados. Nada puede perturbar ese orden. Todo es perfecto, solo algún mechón que se escapa del moño de Ida, la mujer de Hammershoi, o un trozo de mantequilla fresca o una sopera abombada parecen poner una nota de humanidad en esos interiores. En ellos no nos encontramos en casa”.

La lamparilla, la vieja máquina de coser, los baños y la mugre, el teléfono, la fruta y las flores, muchas ventanas, algunas puertas, los vasos de agua, los vasos de agua, los vasos de agua… La selección de obras de la muestra del Thyssen abarca las seis décadas en las que Quintanilla estuvo en activo, desde mediados de los cincuenta hasta su muerte, en 2017, y se ordena a través de seis secciones temáticas y cronológicas en las que se suceden bodegones, interiores, paisajes y jardines. Sobre los interiores escribe Charo Crego para El Grito: “Son espacios vividos, cotidianos, rincones que podrían estar en cualquier casa española de los años en que se pintaron. Cuando representa la cocina o el cuarto de baño nos los presenta como lugares de uso con todos los utensilios y objetos propios de esas estancias. También Quintanilla pintó puertas y ventanas como Hammershoi, pero si las de este son perfectas, impolutas, absolutamente sometidas a una estricta geometría, las de Quintanilla son puertas usadas, desconchadas, sucias, que muestran la usura del tiempo. No son cálidos y acogedores como los de Vermeer o Pieter de Hooch, ni tampoco fríos y perfectos como los de Hammershoi, son espacios sencillos, familiares, modestos, que muestran las huellas de sus habitantes”.

Los realistas de Madrid

Nacida el 22 de julio de 1938 en Madrid, Quintanilla apenas tendrá tiempo de conocer a su padre, que durante la Guerra Civil lucha en el ejército republicano y muere en 1941 en un campo de concentración de Burgos. Su madre, viuda, tendrá que sacar adelante a sus dos hijas trabajando de modista. Con once años, Isabel empieza a asistir a clases de dibujo y a los quince supera el examen de ingreso en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando. Es una experiencia decisiva. Allí conoce a Antonio López (1936), a los hermanos Julio (1930-2018) y Francisco López Hernández (1932-2017), a María Moreno (1933-2020)… Todos ellos iban a formar un grupo de artistas que optaron por el realismo y a los que acabaron uniendo lazos profesionales y personales. Serían conocidos como los Realistas de Madrid y, como novedad, entre ellos las mujeres no eran minoría: Esperanza Parada (1928-2011), Amalia Avia (1930-2011) también formaron parte de la corriente.

“La obra de Isabel Quintanilla dialoga de tú a tú con la de Antonio López —comenta Leticia de Cos—, siendo esto reflejo de lo que ocurría en su día a día de trabajo. Y es que Isabel y Antonio (junto a Francisco López) conversaban de continuo sobre pintura, compartían dudas, ideas, presupuestos estéticos y jornadas de trabajo en los mismos lugares y ante los mismos motivos. Su obra era un eslabón para la continuidad del realismo dentro de la tradición española. Nos gustaría que esta retrospectiva suponga el reconocimiento que Quintanilla se merece como figura principal de la pintura contemporánea española”.

Volviendo a las notas biográficas, Quintanilla obtiene el título de profesora de Dibujo y Pintura en 1959. Empieza a dar clases y expone por primera vez en una muestra colectiva organizada por la Fundación Rodríguez-Acosta de Granada. Un año más tarde se casa con Francisco López y se trasladan a Roma durante cuatro años, ya que el escultor había obtenido el Gran Premio de Arte de la Academia de Bellas Artes. De nuevo es una época decisiva, en la que conocen a artistas, músicos y creadores y viajan por Europa.

Nocturno, 1988-1989 © Isabel Quintanilla, VEGAP, Madrid, 2023

Tras su regreso a España, la pintora retoma la docencia pero no deja de pintar. En 1970 conoce a Ernest Wuthenow, coleccionista y socio fundador de la Galería Juana Mordó de Madrid, encargado, además, de la promoción de sus artistas en el extranjero. Es una persona importante en su vida, pero sobre todo en su carrera. Junto a los galeristas Hans Brockstedt y Herbert Meyer-Ellinger, consigue que la obra de Quintanilla se exponga por toda Alemania durante las décadas de 1970 y 1980, en muestras colectivas (incluida la Documenta 6 de Kassel de 1977), e individuales en distintas ciudades alemanas. Es en este país en el que vende gran parte de su producción. La comisaria lo explica así: “El éxito de la pintura de Quintanilla en Alemania se debe, a mi parecer, a una estrategia inteligente y bien planteada por parte de los galeristas Wuthenow y Meyer-Ellinger a la hora de presentar su obra. Fue una colaboración prorrogada en el tiempo y en el espacio basada en la confianza mutua. Esa circunstancia coincidió con el agotamiento de las neovanguardias en la década de los setenta, lo que implicó que, tanto los creadores como el propio mercado, buscasen alternativas en los realismos. Ella estuvo siempre muy orgullosa de ese éxito”.

Y Leticia de Cos recupera las propias palabras de la artista: “Comprendo que un alemán pueda entender mejor nuestro arte que un francés, porque la pintura española tiene una fuerza, una expresión, una carga muy especial, una reciedumbre muy similar a lo que ocurre con el arte alemán. […] La pintura alemana tiene un desgarro que es más parecido al de la pintura española”.

Más conocida fuera de España

¿Quizá Quintanilla se sentía decepcionada ante el hecho de ser más conocida fuera de España que en su propio país? Eso de no ser profeta en su tierra parecía cumplirse una vez más, pero esto es lo que opina Leticia de Cos: “No se sentía decepcionada de la crítica y las ventas realizadas en España, aunque veladamente sí podía lamentar no tener obra en instituciones públicas... Quintanilla disfrutó mucho del éxito y de la repercusión que su obra, junto con la de sus compañeros, tuvo con motivo de la exposición que el museo dedicó a los Realistas de Madrid en 2016”. Fue un acontecimiento. La ocasión en la que muchos visitantes supieron que existía una pintora excepcional y que quizá merecería una mayor atención. Que en el realismo no todo era Antonio López y que ese movimiento, al contrario de lo que, en ocasiones, se había querido ver y hacer ver no estaba reñido con la modernidad: al revés, el realismo está, como indicaba Guillermo Solana en la presentación de dicha muestra, en el puro corazón de la pintura moderna, y se inicia con Courbet y Manet, con Monet y Pisarro.

“La artista repetía de forma recurrente su aspiración de hacer algo nuevo con el lenguaje de siempre”, explica la comisaria. “Esa era su fórmula para resultar moderna. Para Quintanilla el control de la técnica, la forma de pintar respetando los procesos pictóricos clásicos era fundamental. Lo novedoso era el objeto de esos ejercicios: un andamio, una bolsa de basura, los cubiertos, el vaso de Duralex, las medicinas, el retrete... En fin, cualquier elemento de su realidad más inmediata y de la de muchas personas que, al contemplar, por ejemplo, el teléfono modelo Heraldo viajarán de inmediato a una época concreta. En el texto del catálogo se señala que en estas decisiones hay un eco de lo que el pop art está proponiendo y es que a través de su pintura vamos a descubrir el Spanish Way of Life”.

La chabola, 1967 © Isabel Quintanilla, VEGAP, Madrid, 2023. Foto: © Jonás Bel
Homenaje a mi madre, 1971 © Isabel Quintanilla, VEGAP, Madrid, 2023. Foto: ©bpk / Bayerische Staatsgemäldesammlungen
Verano, 1992 © Isabel Quintanilla, VEGAP, Madrid, 2023
Lavabo del colegio de Santa María, 1968 © Isabel Quintanilla, VEGAP, Madrid, 2023

Aparte de la elección de los objetos y la técnica depuradísima, la luz es uno de sus elementos más característicos. El cambio de luz le sirve para convertir el mismo motivo en otra pintura. Un ejemplo. En Atardecer en el estudio (1975) y Nocturno (1988-1989), Quintanilla retrata un ventanal y una mesa con quince años de diferencia. Aunque varían algunos elementos, lo que más los separa es la luz: natural en una obra, artificial en la otra. La mesa perteneció a su suegro, que era orfebre, y a ella vuelve en 1995 para darle todo el protagonismo en otra pintura nocturna, La noche. “El uso de la luz artificial en los interiores de Isabel Quintanilla crea una intimidad muy especial”, afirma Charo Crego. Y prosigue: “En muchos de sus cuadros parece que a alguien se le ha olvidado apagar la luz al abandonar el lugar. La mayoría de las veces son interiores vacíos, sin ninguna figura humana, pero asombrosamente iluminados. La luz eléctrica actúa como un foco, por una parte, ilumina, pero por otra, ensombrece. Es verdad que es un recurso muy teatral. Y que con él se orienta la mirada del espectador. Pero también tiene algo misterioso. Nos sitúa dentro del dentro, en el foco de luz y abrigados por las sombras que nos rodean. Me recuerdan a ciertas obras nocturnas de Hopper. Pienso en obras como La habitación de costura, El teléfono o La Noche. En estas obras Isabel Quintanilla da una respuesta muy singular al tema de la intimidad”, el gran tema de esta autora que murió en 2017 y que protagonizará una de las exposiciones del año.

Como explica la comisaria “ha sido apasionante el ir localizando obras que queríamos haber ya tenido en la expo de 2016, pero que por falta de tiempo resultó imposible. Ha sido una labor meticulosa el ir tirando de cada uno de los pocos hilos que teníamos... Siguiendo esas pistas hemos descubierto una veintena de obras inéditas en nuestro país. Muchas de esas piezas seguían encontrándose en las mismas colecciones privadas alemanas que se las compraron a Isabel en los años 70-80 y que guardan con cariño y máximo respeto”. Todo el que se merece la obra de Isabel Quintanilla.

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