Protagonistas

Los artistas emergentes más destacados (I): los animales fantásticos de Julio Linares

Por Alberto G. Luna

Julio Linares en su estudio de Toledo. Foto: Fernando Puente

Todavía no son muy conocidos pero ya cuentan con una obra de gran calidad que, cada vez más, está despertando el interés de galerías y coleccionistas. Desde El Grito mostramos los artistas emergentes más interesantes que están empezando a despuntar en el mercado del arte, y arrancamos con Julio Linares, quien todavía se puede adquirir por precios razonables.

Hay algo extraordinariamente bello e inquietante en la obra de Julio Linares. Quizás sea por sus animales solitarios, intensos colores o composición plana que nos recuerda a las xilografías japonesas. O quizás por todo o nada de esto —que es lo que menos importa—, sus cuadros rezumen un poder sobrecogedor, incluso primitivo. Aquel que Picasso pensaba nos podía conectar con el mundo oculto y que a él particularmente le dominó con la fuerza de una obsesión.

En ellos nos podemos encontrar lo que parecen ser caballos, serpientes, gatos, galgos, tigres o patos en acrílicos sobre tela de medio y gran formato. Y digo lo que parecen ser porque lo que hace Linares en realidad no son fieles retratos de animales salvajes, sino la idea de los mismos mediante trazos exageradamente simples y un uso libre y expresivo de los tonos cromáticos. Imágenes hieráticas y atemporales que perviven al paso del tiempo.

Es curioso pero cuando uno le pregunta en quién o qué se ha inspirado, te responde que en las culturas antiguas y habla de una ola que nos conecta a todos —en la que yo particularmente también creo con una fe ciega—. ¿Qué representaban, sino, las primeras civilizaciones, los grabados egipcios o las imágenes etruscas? “Animales. Seres nobles, alegres y bondadosos más próximos a la naturaleza que nosotros. Capaces de transmitir una belleza especial”, reconoce. Algo que podemos apreciar en sus caballos y unicornios, como los de Gericault, que en ocasiones parece que vuelan.

Árboles y plantas, aves, un león y una leona, monos, un elefante, una serpiente… Todos ellos se encuentran también en la obra naíf de Rousseau. Así como Franz Marc, que pintaba gatos, zorros o perros durmiendo, lavándose u observando algo —el ser humano le parecía un ser despreciable indigno de ser retratado en una obra de arte—. Ambos utilizaban colores primarios y pinceladas sencillas que eran capaces de transmitir poderosas emociones.

“Siempre busco que transmitan paz, que estén en armonía con la naturaleza y con ellos mismos. Y en entornos salvajes, las ciudades no me interesan” añade. Transmite tanta calma y sosiego que incluso en su cuadro Ya no se pelean, un hombre y un león aparecen abrazándose.

Utiliza acrílico sobre lienzo, a veces pintura directamente de tubo, mezcla, también de pared, alguna que otra de alcohol, sprays e incluso purpurina. Tiene un guepardo con un fondo dorado con ojos de lentejuelas que a mi particularmente, que me paso el día buscando similitudes, me recuerda a Klimt. Pero no lo tiene como referencia. Sí a Velázquez, Fra Angelico y Vermeer.

Se da la circunstancia de que Julio Linares es hijo de anticuarios y se ha criado rodeado de objetos mágicos y mucho pan de oro. Quizás por eso hace años expusiera una serie de cuadros a la que llamó Pabellón Dorado. No por Klimt, sino por sus ancestros. Para hacer las paces entre su pasado antiguo, más clásico; y el nuevo mundo en el que se estaba adentrando. Algo que también se puede apreciar en su gama de colores. En sus inicios utilizaba la paleta española. Ahora, fluorescentes y colores chillones más intensos. Además es daltónico. Confunde colores. Pero no parece que esto le nfluya mucho porque en realidad, aunque le da una extrema importancia, no es ningún teórico, se deja llevar por sus propias sensaciones. Pinta como le dicta el subconsciente. Algo que pasa por preguntarse desde dónde haces lo que haces. “¿Desde el corazón? Entonces vas por el buen camino. Yo antes pintaba buscando una mayor complejidad de formas. Ahora estoy más interesado en no seguir un patrón porque no quiero alcanzar una pintura que cumpla con ciertos cánones. Solo cuando logras quitarte de encima esas barreras impuestas es cuando pintas lo que realmente quieres”.

Sus paisajes son también imaginarios. Unos escenarios cargados de simbología que cuentan experiencias pasadas y tienen cierto aire primitivista. Lo que tampoco es tan raro porque esta corriente recorre la Historia del Arte como el Támesis atraviesa Londres.

La obra de Julio Linares hasta hace nada se podía encontrar por 1.000 euros. Ahora, tras adquirirlo en exclusiva Ponce + Robles, ha subido de precio. Pero aún así todavía se puede adquirir por unas cantidades razonables, desde los 1.000 a los 10.000 euros. Sin embargo, esto es algo que no parezca preocuparle mucho. Tiene la creencia de que si estás haciendo las cosas bien y eres una buena persona, pasan cosas y pasan cosas bonitas donde menos te lo esperas. Y una vez más, no puedo estar más de acuerdo.