Protagonistas

La artista que murió deseando amar o una teoría pesimista sobre el arte y la guerra

Por Alberto G. Luna

Pippa Bacca (Giuseppina Pasqualino di Marineo), 2008.
          Foto: Silvia Moro, Ilustración: Fernando Puente

La editorial Sexto Piso rescata en un libro la figura de Giuseppina Pasqualino di Marineo, quien muriera trágicamente hace años durante una ‘performance’ que denunciaba los horrores de la guerra. Pero lo cierto es que la artista podría haber realizado hoy ese mismo viaje con destino a Tierra Santa, porque el conflicto palestino-israelí, así como tantos otros, por desgracia en nada ha cambiado.

Un día de marzo cualquiera, hace 16 años, la artista Pippa Bacca hizo su equipaje, se enfundó un traje de novia de tiempos remotos y se propuso viajar haciendo autostop desde Milán hasta Jerusalén por distintos países que habían sufrido las terribles consecuencias de la guerra. Lo hizo porque estaba harta de ellas. Y para denunciarlo, quiso arrastrar aquella prenda tan simbólica junto con un ajuar para que se impregnaran de aquella peregrinación ancestral y el mundo no se olvidara nunca.

Llevaba consigo una cámara de vídeo, una palangana de cobre, una botella de aceite, un cargador, una tarjeta de memoria, una pastilla de jabón, una toalla, una manopla para la ducha, un cortaúñas, dos camisetas, un libro de horas, una goma de borrar, unas tijeras, una colcha, un ovillo de hilo rojo… Llevaba 35 kilos repletos de sueños y una idea muy clara: demostrarnos que se puede confiar en el ser humano. Llevar un mensaje de amor. Ensalzar la paz. En definitiva, reparar algo desmesurado.

Entre su itinerario se encontraban ciudades como Gorizia, Liubliana, Sarajevo, Estambul, Sofía, Bania Luka o Jerusalén. Pero no lo terminó. Otro día cualquiera de ese mismo mes de marzo la encontraron muerta y desnuda en unos matorrales, tras haber sido violada y estrangulada en algún lugar entre Izmit y Gebze (Turquía).

A falta de comprenderlos, debemos tomar en serio los actos más descabellados

Es posible que, como también me ocurriera a mí, a usted querido lector le surja la pregunta de por qué lo hizo o en qué demonios estaba pensando. En El vestido blanco —libro que rescata su figura y que publica Sexto Piso—, Nathalie Léger afirma que “aunque los artistas sean torpes, sus ideas sean confusas o sus actuaciones no siempre lleguen a buen término, las performances dicen obstinadamente algo que es verdad”. Y lo hacen con el propósito de cambiar una realidad.

Muchos otros también lo han intentado. Chris Burden fue herido de bala en un brazo tras tratar de mostrar al público qué se sentía al ver disparar a una persona frente a ellos y no en un entorno apartado, frente a un televisor. Regina José Galindo sumergió sus pies descalzos en una palangana llena de sangre y caminó hasta el Palacio Nacional de Guatemala, en protesta por la candidatura presidencial del ex militar y golpista Efraín Ríos Montt. Ahí está también el fotomontaje de Peter Kennard y Cat Phillipps de Tony Blair haciéndose un selfie con petróleo ardiendo como telón de fondo, El Guernica de Picasso, Gaseados de John Singer, los tristes retratos sociales de Tamara de Lempicka, La apoteosis de la guerra de Vasily Vereshchagin, la niña abrazando una bomba de Banksy, los carteles de protesta de Shepard Fairey, los de Sharik en Ucrania o la fotografía sociodocumental de Sebastião Salgado. Sin embargo, por desgracia ese cambio no siempre ha llegado.

Lo cierto es que Pippa Bacca, que en realidad se llamaba Giuseppina Pasqualino di Marineo, podría haber realizado hoy ese mismo viaje con destino a Tierra Santa por la sencilla razón de que el conflicto palestino-israelí en nada ha cambiado. Al igual que tantas otras muchas guerras. En otras ocasiones, las batallas han podido haberse trasladado de región, pero las personas que mueren o abandonan sus hogares protagonizan la misma historia: hambrunas, geopolítica, persecuciones a causa de la identidad sexual, las religiones o la simple ideología. Miles de injusticias que han conseguido perpetuarse a lo largo de los años.

‘Photo Op’, Kennard Phillipps. 2005
Cortesía de kennardphillipps
‘Bomb Love’, Banksy. 2003
‘The Walled Off Hoter’, Banksy. Junto al muro que separa Israel de la ciudad de Belén
© Dan Balilty / The New York Times
‘Make art not war’, Shepard Fairey. 2017
Arte urbano, Sharik, Ucrania
‘Gaseados’, John Singer Sargent. 1918-1919

Una tragedia que también denunció —en este caso por escrito—, León Felipe.

“¿Quién lee diez siglos en la Historia y no la cierra al ver las mismas cosas siempre con distinta fecha? Los mismos hombres, las mismas guerras, los mismos tiranos, las mismas cadenas, los mismos esclavos, las mismas protestas, los mismos farsantes, las mismas sectas y los mismos, los mismos poetas”.

La Historia del Arte ha puesto de manifiesto en numerosas ocasiones que las pinturas pueden inspirar a la sociedad, pero no transformar la realidad de ahí fuera. Para eso hacen falta organizaciones capaces de ejercer presión sobre el establishment y lograr que ese cambio se produzca. Los artistas y movimientos de protesta tienen algo en común: cuentan historias sin pedir disculpas. Solo les hace falta caminar juntos. El ex presidente de Stop the War, Tony Benn, llegó a declarar en una ocasión que “si podemos encontrar el dinero para matar gente, podemos encontrar el dinero para ayudar a la gente”. Una cita que se puede encontrar en el muro que separa Israel de Palestina, justo enfrente del hotel Walled Off de Banksy, descrito por él mismo como “el hotel con las peores vistas del mundo”.

Decía Léger en su libro que “a falta de comprenderlos, debemos tomar en serio los actos más descabellados”. En la vida real —si es que estas palabras significan algo—, Giuseppina era sobrina de Piero Manzoni, quien vendiera su respiración de artista a 250 liras el litro y dijera aquello de “debemos sacrificarlo todo ante la posibilidad de un descubrimiento”.

Tras anunciar su muerte, un joven presentador de televisión italiano sentenció que la artista había cometido “el error de confundir el arte y la vida”. Al menos ella hizo algo útil con la suya. Aunque solo fuera generar conciencia; recordarnos los horrores de la guerra. ¿Es el arte decisivo? Por supuesto que no. ¿Puede elevar la conciencia social? Indudablemente sí. Anton Chéjov dijo en una ocasión que "el papel del artista es hacer preguntas". Ahora nos debería corresponder al resto de ciudadanos responderlas.