Arquitectura & Diseño

La silenciosa conquista de las casas cerradas o por qué dejaste de ver terrazas en Madrid

Por Ángel L. Martínez

Torre Ámbar, Torre Gestesa y Torre Panorama (Isla de Chamartín, Madrid)

Fueron símbolo de nobleza cuando sus propietarios los engalanaban con pendones y tapices para atender autos de fe y corridas de toros. También la plebe los decoraba con farolillos de papel cuando los chotis alegraban la vida en la corrala. Tan castizos que hasta Tirso de Molina les dedicó una obra de teatro. Los balcones de Madrid nos han servido para dejar entrar el viento fresco, para airear enaguas, plantas y enredaderas, e incluso para almacenar bombonas de butano y bicicletas. Cada vez más ausentes en el decorado de la ciudad, ahora su futuro depende de la especulación inmobiliaria y de las fallas normativas.

Aunque las estancias abiertas siempre han existido en la arquitectura mediterránea de las cubiertas, bien para uso en el labores agrícolas como el secado de alimentos, o para tomar el sol; el balcón vertical se introdujo en edificios nobles gracias a ilustrados como Juan de Villanueva. Entonces, las estructuras sustentadas por muros de carga obligaban a hacer pocas aberturas en las fachadas y que estas fuesen verticales para que el dintel soportase el menor peso posible. Solo su sustitución por pilares y el abaratamiento del vidrio en el siglo XIX permitió extenderlos a los barrios de Argüelles y Salamanca, o al Eixample barcelonés. Una época que coincide con el movimiento higienista en arquitectura orientado a acabar con la insalubridad de las viviendas derivada del desarrollo industrial.

Más adelante y ante la necesidad de espacios horizontales abiertos, proliferaron las terrazas como versión volada y habitable de los balcones en las fachadas del Madrid de inicios del siglo XX, como las del Paseo del Generalísimo –hoy Castellana–. De aquella época son los diseños del pionero Luis Gutiérrez Soto, arquitecto racionalista que contribuyó a generalizarlas, sobre todo en el distrito de Chamberí: desde sus primeras terrazas en la Calle de Almagro, 26 (esquina Zurbarán) hasta las grandes en ladrillo visto de las viviendas de la Sociedad Vallehermoso, en Donoso Cortés, inspirado en las impresionantes balconadas de la vecina Casa de las Flores.

“Este modelo de construcción fue favorecido porque la normativa contabilizaba solo el 50% de la superficie de la terraza y del balcón como edificable”, apunta a El Grito José María Ezquiaga, presidente de la Asociación Española de Técnicos Urbanistas (AETU). Según el experto en regulación urbanística madrileña, encargado de revisar muchos expedientes históricos de la ciudad para su tesis doctoral Historia de las ordenanzas de la edificación de Madrid, esa es la clave: “Tuvimos terrazas porque las ordenanzas las favorecieron. Después desaparecieron sin el apoyo normativo”.

Tuvimos terrazas porque las ordenanzas las favorecieron. Después desaparecieron sin el apoyo normativo

No le falta razón. La abundancia de terrazas en la década de los años 60 y 70 en la capital de España coincide con esa política en el ayuntamiento de Madrid. Durante la década de los 80, sin embargo, las ordenanzas municipales eliminaron esa prima. Esto, unido a un exterior más ruidoso por el aumento de vehículos, la incorporación de la mujer al mercado laboral y de los niños a las actividades extraescolares, produjo su paulatina desaparición.

Foto detalle de una fachada en el barrio de Salamanca
Fachada del edificio de Hermosilla, 67 © @davidnavalphoto
Palacio de Longoria en el barrio de Justicia
Balcones del barrio de Lavapies

Balcones y terrazas dejaron de ser lugares de esparcimiento y se convirtieron en espacios de almacenaje. Los propietarios optaron por cerrarlos de forma ilegal para ganar metros interiores; y los promotores interpretaron la situación para ofrecer más superficie útil, trasteros y garajes. Así, mientras las casas pasaban de ser un activo de bienestar a un activo económico, los balcones y las terrazas perdieron su valor. Prueba de ello es el mosaico de fachadas desiguales que conforma el Paseo de la Castellana con cientos de terrazas abiertas y cerradas.

De las fachadas de los Austrias a los PAUs de Madrid. ¿Dónde están los balcones?

En 1997 se aprobó el Plan General de Ordenación Urbana de 1997 (PG97), vigente hasta hace un mes. Según Ezquiaga este “contiene una normativa peculiar que además de contabilizar solo el 50% de la superficie del balcón como edificable, mantenía la prima si se cerraba en el proyecto originario con materiales livianos”. En la práctica, la norma permitía a los promotores cerrar esos espacios para vender más superficie por un precio mayor y un coste menor. Unido a necesidades de espacio y económicas, esto fomentó que no se hicieran balcones en casas modestas; y en esta trampa también cayó la vivienda pública. El fenómeno da lugar a las urbanizaciones sin balcones o con ellos cerrados en forma de miradores de los Programas de Actuación Urbanística (PAUs) que todos conocemos de Vallecas, Sanchinarro o Las Tablas.

Pero no fueron los únicos. También han surgido un sinfín de viviendas nuevas sin balcones en la almendra de la capital. Las últimas y quizás más llamativas, las que forman parte de la conocida como Isla Chamartín como Torre Pryconsa, Torre Ámbar o Torre Panorama (ni una sola terraza en estas moles basadas en la edificación en altura). Rubio Carvajal, el arquitecto de una de ellas, llegó a afirmar que Madrid tenía que “volver a la vivienda de altura porque permite la condensación urbana. Por necesidades del guión, las viviendas debían ser pequeñas”. Mucho antes, las centenarias callejas del distrito Centro también fueron invadidas por fachadas sin balcones. Es el caso del número 4 de la Calle del Amparo, cerca de Tirso de Molina, de principios de los 2000; o el 7 de la Paloma, junto a la Calle Toledo, de la misma década. Otro más reciente es el 103 de la Calle del Amparo, anexo a la Casa Encendida. Bajando hacia la Estación Almudena Grandes, también hay precedentes de los noventa, como el del número 32 de Ronda de Atocha. Frente a la estación de tren, esquina Méndez Álvaro y Delicias, también se ha rehabilitado un hotel sin balcones, como tampoco tienen las viviendas de los números 112 y 80 del Paseo de las Delicias. Aunque la arteria del distrito de Arganzuela que mejor muestra este modelo es Embajadores. Allí descansan innumerables inmuebles sin terrazas desde la altura del 146, con acceso desde Jaime el Conquistador; o los edificios con miradores de los números 88, 150, 167 y 177. Este elemento se popularizó en los bloques levantados en la zona de los metales del barrio de Legazpi.

Edificio Vallecas 51
Edificio Mirador de Sanchinarro
Vivienda en Montecarmelo, detalle
            © Inge Piedra
Edificio en Raimundo Fernández de Villaverde, 50
Vivienda en Príncipe de Vergara, 120, detalle
            © Inge Piedra

En Retiro también proliferan viviendas de obra reciente cerradas a cal y canto fruto de la avidez de las promotoras. A unos pasos del parque, el 17 de la Calle Acuña, esquina O'Donnell, es un ejemplo del año 2008. Como lo son los números 57 y 70 de Narváez, y el 30 de Doctor Castelo; todos de inicios de los noventa. Al igual que los 15 y 11 de la Calle Máiquez; este último, esquina con Ibiza, junto al 48 de esta vía que también se edificó en la segunda mitad de los 90. Más tarde se levantaron obras sin balcones que salpican Dr Esquerdo, en los números 157 o 65, así como el bloque de diez plantas a la altura del número 80, esquina con Avda Nazaret. Otro distrito castizo de la capital es Salamanca, donde también se observan fachadas sin balcones posteriores al 2000 subiendo las arterias que salen de Alcalá. Es el caso de los números 85 y 91 de Velázquez; el 57 y el 67 de Castelló; así como el 76 o el 100 de Príncipe de Vergara, que además completa una manzana sin balcones junto al número 93 de Francisco Silvela, levantado en 2017.

Príncipe de Vergara arriba, ya en el distrito de Chamartín, se observan más ejemplos, como en el número 113, edificado en 2003; o a la altura de Ramón y Cajal, en el 2 de la calle Víctor de la Serna, en la Plaza de la Virgen de Guadalupana, de 1994. Más paradigmática aún es la rehabilitación realizada en 2014 del ala sur del bloque de viviendas del 120 de Príncipe de Vergara, cuya fachada sin balcones contrasta con las terrazas del resto de la finca de los 70. Así, los oasis de edificios sin balcones continúan hasta el final del Paseo de la Habana, en los números 163, 173, 175 y 196. Por su parte, el distrito de Chamberí cuenta con ejemplos en el 6, 36-b y 66 de Bravo Murillo; así como en el 41 de Viriato, esquina Santa Engracia. Aunque el más representativo es la mole que se levantó recientemente sobre los casi 15.000 metros cuadrados de la antigua sede del Taller Artillería: 450 viviendas sin balcones a la altura del número 50 de Raimundo Fernández Villaverde, que ocupa toda la manzana incluyendo Modesto Lafuente, Maudes y Alonso Cano, junto a Nuevos Ministerios.

El más representativo es la mole que se levantó sobre la antigua sede del Taller Artillería: 450 viviendas sin balcones en Raimundo Fernández Villaverde

Pero el distrito de la almendra de Madrid que más está transformando su fisonomía recientemente es Tetuán. A la veintena de promociones de obra nueva por edificar, se unen las que han salpicado esta zona en los últimos años. Desde Plaza Castilla a la Glorieta de Cuatro Caminos, las fachadas de su gran arteria, Bravo Murillo, mezclan balconcillos antiguos con bloques de terrazas, algunas cerradas aleatoriamente por sus vecinos, y obras recientes cerradas a cal y canto. Es el caso de la mole del 365 de esta calle, de finales de los 80; o los números 346 y 292, ya de este siglo; así como el 286 de Bravo Murillo, levantado en 2013 en la esquina con Marques De Viana, calle que también tiene varios inmuebles sin balcones edificados en las últimas décadas.

Las lujosas promociones que sí incluyen terrazas (a precio de oro)

En el extrarradio de la ciudad, salvo algunas excepciones como Tetuán por ejemplo donde se está desarrollando obra nueva a un precio un poco más razonable incluso con espacios abiertos incluidos en las casas, la mayoría de desarrollos urbanísticos no prometen terrazas ni balcones. Sí lo hacen sin embargo en las viviendas más caras. Así pues, las mismas promotoras privadas españolas que venden vivienda sin balcones en barrios como Carabanchel, prometen “lujosas” viviendas de obra nueva con “amplias terrazas con vistas” y “excelentes acabados y diseños de los más reputados arquitectos” (a precio de oro, eso sí) en las muy cercanas Los Berrocales, Puerta de Hierro, Las Rozas, Torrejón de Ardoz e incluso Torrelodones.

“Las promotoras buscan productos diferenciados y de calidad para un público con más poder adquisitivo”, nos resume Eduardo Prieto, profesor en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid (ETSAM) al explicar la exclusividad actual de lo que antes fue arquitectura tradicional. “Incorporar a la vivienda elementos verdes, como terrazas, empieza a ser exigido por los clientes y se atiende esa demanda, pero con una oferta dirigida a pisos de calidad, casi de lujo”. El arquitecto pone como ejemplo las nuevas residencias de Pozuelo y Aravaca, en comparación con los balcones que decoraron Madrid desde el siglo XVIII.

Según los datos facilitados a El Grito por Viviendea, plataforma online que ajusta la oferta a la demanda de vivienda de obra nueva, el 85% de sus usuarios de Madrid sueña hoy con zonas exteriores en su domicilio. Es más, un tercio sacrificaría metros cuadrados para contar con un balcón o terraza, e incluso estaría dispuesto a pagar más por ello. De hecho, según este portal, un hogar con terraza puede incrementar su precio hasta un 36%.

“La ordenanza municipal es la que determina si el promotor tiene o no una prima de edificabilidad y lo que en última instancia condiciona la forma de construir”, insiste Ezquiaga. “La normativa es la base”. Algo en lo que coincide Sigfrido Herráez, decano del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid (COAM) que tomó posesión de su cargo en 2020 pidiendo la colaboración de autoridades locales y regionales para que terrazas, balcones o azoteas dejasen de computar y así fomentar su construcción. Pero la reciente modificación del PG97, aprobada el pasado noviembre, apenas extiende la superficie mínima de los balcones, mientras que mantiene la prima del 50% y excluye del cómputo a las “terrazas descubiertas y aquellas que, aun resultando cubiertas, la cubrición se sitúe, al menos, dos plantas por encima de su suelo”. Según nos comenta Herráez, esto es un error: “Son medidas insuficientes. Ahora no computan los balcones que no están cubiertos, pero sí computan los que tienen otros balcones en alguna de las dos plantas superiores. Esto obliga a contrapear los balcones y crear fachadas 'de aquella manera'. Es un quiero y no puedo”.

Edificio Aldea vertical, en Méndez Álvaro
            © llps arquitectos
Edificio TWPEAKS, en Vallecas
            © MARMOLBRAVO

Quien sí ha querido y podido es el gobierno vasco. Su decreto de habitabilidad, aprobado el 2020, elimina terrazas y balcones del cómputo en términos de edificabilidad con el objetivo de fomentar su construcción en obras nuevas. A esto se añaden medidas municipales, como el proyecto piloto que Bilbao aprobó en 2022 para permitir la diseñar terrazas y balcones sobre fachadas ya construidas. “La administración tiene que ser consecuente y fomentar su recuperación a través de la normativa. Los balcones son un bien para la salud que se pueden usar durante 6-8 meses al año gracias al clima de un lugar como Madrid”, resume Herráez. Un bien para la salud que hoy en día en obra nueva cuesta un ojo de la cara.

Para el profesor de la ETSAM, Eduardo Prieto, la pandemia demostró la importancia de la relación entre las viviendas y el exterior para mejorar la calidad de vida: “Los balcones y terrazas también tienen un efecto colchón que mejora la eficiencia térmica sin necesidad de grandes medios tecnológicos”. El experto, autor de Historia medioambiental de la arquitectura (2019, Cátedra) subraya el valor de estos espacios tradicionales y de estrategias olvidadas, como la orientación de edificios o la ventilación natural, en lugar de la gestión energética mediante el llamado 'passive house' que concibe la vivienda como una burbuja controlada por la domótica. Un sistema derivado y dependiente de la industria que, además, consume demasiada energía que se agota y encarece continuamente. “Ese es el gran problema: la carestía, también del suelo”, continúa Prieto: “Hasta qué punto es posible mejorar la habitabilidad de nuestras casas si no se fomenta desde la normativa, teniendo en cuenta los intereses económicos”. Será muy difícil o se pagará muy caro, en términos de salud física, mental y financiera.

En este contexto, la mayor promotora de vivienda pública se ha hecho eco de esta demanda. La mayoría de los últimos proyectos residenciales en Madrid entregados por la Empresa Municipal de la Vivienda y Suelo (EMVS) tienen balcones. Es el caso de la Aldea vertical en la ciudad de Méndez Álvaro, anunciada en 2020 como un sistema de terrazas exteriores que “permite, como a los vecinos de una aldea, sentarse en la puerta de su casa para ampliar la interacción social entre ellos”. O más recientemente, la entregada en Vallecas con el cinematográfico nombre de Twin Peaks, y cuyo reclamo estético es casi sintomático: “dos fachadas, una que da escala a la calle, cálida y cercana [...], 'la fachada de los arquitectos'; y otra, 'la fachada de los vecinos', [...], dónde la vida aflora en las terrazas libre de ataduras compositivas”. Cabría preguntarse ¿por qué arquitectos y promotoras miran a un lado, y los vecinos a otro? Y, sobre todo, ¿cuándo y cómo recuperará Madrid su arquitectura tradicional vendida hoy como un lujo?