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Centenario Chillida: el escultor zen que contemplaba el vacío

Por Ignacio Mateos

Chillida

Este 10 de enero se cumple el primer centenario del nacimiento de uno de los escultores más relevantes del siglo XX, Eduardo Chillida. Máximo exponente de la cultura vasca y, al mismo tiempo, tan universal como el espacio. Una estética eterna y contemporánea es la que está logrando que sus obras se comercialicen rápido y bien. Estas son las claves de su revalorización y las exposiciones que tendrán lugar a lo largo del año.

Se cumplen 100 años del nacimiento de Chillida y para celebrarlo, la Fundación Eduardo Chillida - Pilar Belzunce cuenta con una propuesta repleta de exposiciones, publicaciones y proyectos a lo largo de este 2024. Un artista que, en palabras de su familia, “supo aunar el desafío estético con el intento de reflejar lo más profundo del ser humano y los valores colectivos”.

Pero no ha sido la única. El epicentro del programa de aniversario lo constituye el íntimo entorno museístico que es el caserío Zabalaga, en Hernani: Chillida Leku. Destaca especialmente Lugar de encuentros IV, monumental escultura en levitación, tema bello y recurrente. Para quienes no puedan acercarse a Hernani, la número III, está colgada del puente de Juan Bravo en el Museo de Escultura al Aire Libre en Madrid del que ya hablamos en El Grito. También en este espacio acaba de inaugurarse la exposición Universo Maeght, con piezas de primer nivel procedentes de su homónima Fundación en Saint-Paul-de-Vence. Calder, Braque, Giacometti, Palazuelo, González, Arp, Hepworth, Tàpies, Miró o Chagall, es como si ninguno de sus compañeros de viaje hubiera querido perderse esta fiesta. La próxima cita será junto a una selección de piezas de la Fundación Telefónica.

Chillida Leku fue concebido de manera casi utópica por el propio artista para exponer, promover y conservar sus creaciones. Allí, el espacio y la naturaleza tienen una importante función. Es uno de esos pocos lugares donde las piezas fluyen de manera orgánica. Ni sobra ni falta nada. Es también una especie de bella caja fuerte que guarda piezas inéditas, nunca antes vistas en el mercado. ¿Quién sabe? Tal vez, en el futuro, podrían ir saliendo. Tras la aparición de Hauser & Wirth, el legado del artista español se ha unido al de otros destacados escultores de la posguerra como Hans Arp, David Smith o Henry Moore, por mencionar algunos. Desde entonces, su mercado se ha visto aún más reforzado con, por ejemplo, exposiciones en el Upper East Side neoyorquino o la muestra de una imponente escultura en Art Basel Miami Beach 2017.

Chillida Leku. Foto: Telmo Sánchez Ugalde
Chillida Leku de Hernani. Foto: EFE/Javier Etxezarreta

Más allá de la estética

Algunas de las claves que explican el fenómeno Chillida nos las aporta el marchante Iwan Wirth, de Hauser & Wirth: “Chillida siempre se ha quedado marcado en mi mente como el genio de la escultura del siglo XX. Su arte verdaderamente resiste el paso del tiempo. En su núcleo esencial hay una asombrosa universalidad de miras, que hace que su obra sea tan relevante hoy como lo fue en el momento de crearla. A día de hoy sigue habiendo una gran demanda de sus esculturas, tanto en colecciones privadas como públicas. También en sus obras sobre papel, aunque en mi opinión siguen estando infravaloradas dada su posición en la historia del arte del último siglo”. Y es que, desde 2000 hasta hoy, los precios de Chillida se han revalorizado en torno al 250%. Porcentaje que, todo apunta, seguirá incrementándose en las próximas décadas. Según la analista especializada Artprice, con un volumen de ventas en subasta cercano a los 3 millones anuales, estamos hablando de uno de los artistas españoles más cotizados del mundo.

“Sus obras mejor consideradas y más cotizadas son aquellas realizadas en las décadas de los cincuenta, los sesenta y los setenta”, añade el galerista Guillermo de Osma, gran conocedor de su mercado, en el que lleva trabajando más de dos décadas. “Existen muy pocos hierros buenos, apenas trescientos. Hablamos de los Peines de los setenta, de las Manos… de aquellas obras que mejor destacan su preocupación por el movimiento y el espacio interior. Los trofeos más buscados son sus monumentales esculturas, muchas de las cuales se encuentran en museos o en espacios públicos, similares a las exhibidas en Gijón, Gernika o el Kunstmuseum de Basilea”.

Desde la muerte del artista en 2002, su familia no había sacado obra nueva a la venta. Ello incrementó la cotización de sus fondos privados conservados en Zabalaga. Sin embargo, en 2011, junto a Sotheby’s, se organizó una venta privada que incluía doce obras de tamaño monumental pertenecientes a su última etapa. Una de ellas, Estela VIII, gran pieza de acero concebida para espacios abiertos, fue adquirida por 7 millones de dólares, afianzando el valor del artista a nivel global. Dos años más tarde, Christie’s subastó Buscando la luz IV, parte de la colección privada Homenaje a Chillida, que ya había sido exhibida en el Guggenheim de Bilbao en 2006, por más de 4 millones de libras. No era una pieza cualquiera. Con sus ocho metros, fue emplazada en la escalinata del Paseo de Uribitarte, en la confluencia de la puerta Isozaki.

Fotografía de unos niños junto al Peine del Viento, San Sebastián 1977
            Imgen via watershed / Chillida Leku
‘Gure Aitaren Etxea (La casa de nuestro padre)’. Gernika

En las últimas décadas, las cifras de su mercado secundario también han aumentado notablemente, algo más que en subasta pura. Y por supuesto sigue acaparando portadas aún a día de hoy. De la mano de la bilbaína Carreras Múgica, una escultura sin título realizada en 1998 fue, con un precio establecido de 3,7 millones de euros, la pieza más cara de la pasada edición de ARCO.

Para los bolsillos más modestos pero con ganas de invertir, existe una gran diversidad, tanto en su obra plástica como gráfica. De esta forma, es posible encontrar posters litográficos de sus exposiciones con Maeght, con un valor de varios cientos de euros. La obra gráfica numerada la encontramos por algo más, mientras que sus dibujos originales, poco abundantes, se comercian ya por decenas de miles de euros.

En el terreno de la escultura, sus Lurras cúbicas de terracota cocida, embellecidas con grafías, presentan un formato accesible. Oscilan entre los 80.000 y los 200.000 euros, en función, por supuesto, de su tamaño y complejidad técnica. Un escalón por encima parecen estar sus esculturas de materiales más nobles, como el mármol o el alabastro, de producción muy limitada. Estas crean recintos sagrados, símbolo de nuestra existencia. Si, a finales de los 90, las más pequeñas, podían cerrarse por alrededor de 100.000 euros, a partir de 2020 podrían estar vendiéndose ya por más del doble. Por ejemplo, una Casa de luz, sobrepasó recientemente los 285.000 euros en Christie’s. En el terreno del metal, las piezas mayores se han movido en subasta en el entorno de los 400.000 y 1.500.000 euros. Las más colosales son, muy de vez en cuando, comerciadas por coleccionistas internacionales de muy alto nivel. Se trata de otra liga. Una en la que se superan los precios estimados y, muchas veces, todos los récords.

‘Elkar I’, Eduardo Chillida. 1969
            © Archivo Taller del Prado
‘CASA DE LUZ III’, Eduardo Chillida. 1977

Si por algo destaca la obra de Chillida es por un lenguaje arquitectónico y lumínico casi divino, sereno. Su interés por las relaciones espaciales y con el entorno, logra que sus obras parezcan haber sido, primero forjadas y, después, desgajadas directamente de la naturaleza. Sus geometrías, dinámicas, armoniosas y trascendentes, actúan como generadores de huellas en el vacío. Al respecto decía el propio autor que “el límite es el verdadero protagonista del espacio; como el presente, otro límite, es el verdadero protagonista del tiempo”.

Como tantos otros artistas coetáneos interesados en el silencio o el vacío, su influencia y admiración por el pensamiento zen no pasa desapercibida. A través de una contemplación consciente, Chillida conecta con la emoción de la presencia espacial. La aparente sencillez de su obra oculta inquietudes espirituales elevadas y de una gran virtud moral. Sus materiales, tradicionales, son orgullosamente del país y, a su vez, de toda la humanidad. Sirviéndose de ancestrales técnicas y herramientas, de campo o de caza, aprendió cómo insuflar nueva vida a las herraduras y restos de chatarra que encontraba a su paso. Pero no nos dejemos engañar. Si palpamos sus pátinas, aunque sea con los ojos, rápidamente podremos apreciar que nos encontramos ante un artista impecable, muy exigente con el material.

En su abstracta poética existió siempre un verdadero deseo de trascender lo escultórico, de diálogo con otras disciplinas. Chillida asimilaba sus ritmos con elementos en repetición a la música de su admirado Bach. La obra de ambos es, desde luego, pura musicalidad en un espacio indefinido. También sus inquietudes filosóficas le llevaron a colaborar con Martin Heidegger en un proyecto titulado El arte y el espacio. Sus ideas de que el arte también habita, renovando los lugares, están muy por delante de su tiempo. Asimismo, su compromiso político le llevó a colaborar con asociaciones de derechos humanos y otras instituciones públicas. Como diríamos ahora: un artista 360.

De su rivalidad con Oteiza a las geometrías minimalistas

Tras abandonar sus estudios de arquitectura, comenzó de manera autodidacta a esculpir en hierro. A principios de los años cincuenta, Chillida se apartaba ya con personalidad de la línea imperante en ese momento: la desarrollada por Brancusi, a quien homenajearía, o por Henry Moore. Era un nuevo camino, tal vez más cercano a la expresividad del material y a los contrastes primitivistas de David Smith. Sus primeros Yunques son severos, macizos y poderosos.

Es imposible hablar de él sin mencionar a su paisano y archienemigo Jorge Oteiza, que trabajaba en los mismos límites espaciales. Mientras que Oteiza se preocupó más por el valor matemático, intelectual y conceptual de la obra; Chillida puso especial detalle en su valor poético y en la calidad del trabajo artesanal y fragüístico. A pesar de la labor de mecenazgo a ambos por parte de la familia Huarte, Oteiza sigue pasando más inadvertido en el mercado internacional. El trabajo de ambos dialoga no solo en su amada San Sebastián, sino también, a un nivel de conciencia más elevado, en el Santuario de Arantzazu, su primera comisión importante. Arte para evocar, abrir los ojos y contemplar. Era 1954.

Realizar monumentales esculturas públicas de manera tan precoz supuso un excelente punto de arranque. Ese mismo año, por un lado, la Galería Clan de Madrid organizó su primera exposición individual y, por otro, ganó el diploma de honor de la Trienal de Milán. En aquel pabellón español resplandecieron, junto a las caprichosas joyas de Dalí, los hierros alambicados del donostiarra.

‘Caja vacía’, Jorge Oteiza. 1958
‘Ilarik’, Eduardo Chillida. 1951

Y es que, en contra de lo que algunos piensan, Chillida destacó internacionalmente ya muy al principio de su carrera. La concesión del Gran Premio de Escultura en la Bienal de Venecia en 1958, del premio Kandinsky en 1961 o del Carnegie de Escultura en la Pittsburgh International en 1964, son solo algunos ejemplos. También tuvo la oportunidad de visibilizar precozmente su trabajo en los grandes museos y eventos internacionales: desde la exposición Sculpture and Drawings from Seven Sculptors, organizada por el Guggenheim, a su participación en la Documenta de Kassel, pasando por la retrospectiva que le organizó el Museo de Bellas Artes de Houston. La buena mano de los principales galeristas del momento, con el francés Aimé Maeght a la cabeza, fue clave a la hora de establecer pronto un mercado sano y sostenible.

A lo largo de los 60, la luz mediterránea de Grecia, la Toscana o la Provenza comenzaría a penetrar en sus pequeñas grandes arquitecturas. La elección del alabastro, material de fascinantes propiedades traslúcidas, marcó la potencialidad estética de algunas de sus obras, como es posible apreciar en su serie Elogio de la luz. Su producción evolucionaría progresivamente a unas geometrías más pesadas y minimalistas, que desafiaban a la gravedad con personalidad. Hablamos, por supuesto, de los Límites y los Peines. El más célebre, el del Viento, instalado en 1976 en las faldas de Igueldo, fue uno de los hitos de su carrera. Los tres elementos escultóricos, que parecen trabajados por los ritmos de la brisa y por las olas de la playa de Ondarreta, son ya un icono de su ciudad natal. También sus Homenajes y Elogios irían, poco a poco, poblando diversos espacios a lo largo del planeta. En 1978, Chillida ganó el Andrew Mellon Prize junto a Willem de Kooning, una muestra más del reconocimiento internacional a su trabajo.

En los ochenta, llegaría una de sus grandes aportaciones al terreno creativo: sus Gravitaciones. Suspendidas en el espacio, estas composiciones formadas por láminas de fieltro, cartón o papel, se encuentran a medio camino entre el dibujo y el concepto escultórico. Tras recoger los más prestigiosos premios internacionales, incluyendo el Europäischer der Künste, su nombramiento como Miembro Honorario de la Royal Academy of Arts, el Grand Prix des Arts et Lettres o el Premio Imperial japonés, tuvieron lugar sus exposiciones antológicas. Tal vez su retrospectiva más ambiciosa fue la que le dedicó el Museo Reina Sofía en 1988. No solo sus éxitos eran colosales, también sus esculturas que, a partir de esta década, comenzarán a pesar toneladas.

En el año 2000, la instalación de su obra Berlín en el patio de honor de la sede del Parlamento Alemán, se convirtió en símbolo de concordia en un país en pleno proceso de reunificación. No es, ni mucho menos la única obra en espacios públicos destacada: Alrededor del vacío IV, en el hall del Kunstmuseum de Basilea; Alrededor del vacío V en el World Bank en Washington D.C.; o Rumor de Límites IX, en el centro de la ciudad Dusseldorf; son extraordinarios ejemplos de la sintonía de sus piezas con el espacio urbano.

El Año Chillida: nuevos horizontes

Además de las exposiciones ya citadas, el MACBA, La Pedrera o, incluso, el Museo Nacional de Escultura de Valladolid preparan más homenajes, cada cual ahondando, con su propia óptica, en diversas facetas del artista. Por su parte, en verano, Hauser & Wirth Menorca presentará una exposición individual para recordar la fuerte conexión que Chillida tenía con el paraíso balear, que también supo disfrutar.

Pero no olvidemos que la vocación de esta celebración es, al igual que el horizonte de Chillida, absolutamente global. La Kunsthalle Krems acaba de acoger la primera gran retrospectiva del artista en tierras austriacas. También están previstas exposiciones en el Würth de Künzelsau, el Centro de Extensión de la Pontificia Universidad Católica de Chile o el San Diego Museum of Art, en la que convergen los préstamos de diversos museos estadounidenses.

‘Elogio de la luz XIV’, Eduardo Chillida. 1969
            © Christie’s
‘Gravitaciones’, Eduardo Chillida
            © CarrerasMugica

Además de haberse publicado por fin, el cuarto y último volumen del catálogo razonado de la obra escultórica de Chillida, los amantes de las publicaciones tendrán más oportunidades para ahondar en su obra pública a través del cómic El Mapa de Chillida. Por su parte, La Fábrica se encargará de divulgar, entre otros, una edición de sus Escritos, con una biografía ilustrada.

Chillida es un maestro de maestros, alguien que siempre tuvo un alto concepto de su obra y de su misión como artista. Es también, junto a Tàpies o Palazuelo, con el que compartió taller, una de las referencias para las nuevas generaciones de artistas. Sin duda, merece la pena acercarse a celebrar la dimensión artística y espiritual de un genio del que museos y aficionados al arte seguirán hablando dentro de otros cien años. Chillida ya es patrimonio de toda la humanidad. Como el propio escultor insinuó, tal vez baste con “atravesar el espacio silenciosamente”.

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