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‘Retrato ecuestre de Carmen Martínez-Bordiú’: el cuadro de Dalí que Franco no pagó (ni entendió)

Por Pilar Gómez Rodríguez

© Salvador Dalí, Fundació Gala-Salvador Dalí, Figueres, 2017

En este 2024 se cumplen 120 años del nacimiento de Salvador Dalí y lo recordamos a través de uno de sus cuadros. El Retrato ecuestre de Carmen Martínez-Bordiú tiene detrás una historia tan surreal y divina como su propio autor.

Le compraron una paleta, unos pinceles, unos colores… Se le compró de todo y me hizo mucha gracia porque (Salvador Dalí) se fue detrás de todos, cogió el pincel… y de repente salió como un cohete y le hizo en un ojo: ‘¡Chas! ¡Ya está!’” Con estas palabras recordaba José Manso Gómez, reentelador y engatillador en el Museo del Prado durante cuarenta años, cómo fue el último retoque que Dalí dio al retrato de Carmen Martínez-Bordiú en la abarrotada sala Velázquez de la pinacoteca donde, junto a toda la aristocracia, no faltaba la protagonista del cuadro, la nieta de Franco. Era mayo de 1973 y esa última pincelada convirtió el acto, la conferencia que iba a dar el pintor, titulada Velázquez y yo, en una performance muy daliniana y también muy del gusto de quienes se habían concentrado allí a ver al genio. En resumen perfecto de José Manso, Dalí “fue e hizo una de las suyas”.

Y si el último toque del cuadro fue en el contexto de un acto social (y cultural), los primeros bosquejos lo habían sido todavía más. Revista ¡Hola! del 19 de agosto de 1972: “María del Carmen Martínez-Bordiú de Borbón posa para Dalí”, dice el título. Y el subtítulo: “La obra será el regalo de boda que don Alfonso reciba de su esposa (amplio reportaje a todo color en el interior)”. En la portada, una mujer visiblemente embarazada posa sonriente junto a un caballo blanco frente a Dalí que, de pie sobre sus clásicas alpargatas catalanas, traza los primeros dibujos del futuro cuadro. “Unos cuantos rayajos”, para la retratadísima, cuyas impresiones fueron recogidas por el periodista Antonio D. Olano en su libro Dalí. Las extrañas amistades del genio: “Me dijo que quería que me montase en un caballo que estaba en casa. Para mí, embarazada de ocho meses, era un problema subirme a aquel caballo. Entonces me trajeron un penco, monté en él y Dalí hizo unos cuantos rayajos. Después me dijo que no me necesitaba, que el cuadro lo pintaba él solo. Y ya no lo volví a verlo hasta que lo tenía casi terminado”.

Portada Hola!

Dibujando la Transición

La historia había comenzado antes, en 1971 cuando la pareja, formada por Carmen Martínez Bordiú, nieta del dictador Francisco Franco, y Alfonso de Borbón y Dampierre, hijo del infante Jaime (que había renunciado, aunque luego se arrepintió, a sus derechos sucesorios en favor de su hermano Juan de Borbón) se convirtieron en “novios del año”. Ella siempre afirmó que dio el paso libremente, por amor y que no fue una boda de conveniencia, pero lo cierto es que el enlace venía estupendamente para hilvanar la sucesión: el paso de la dictadura a la monarquía se estaba urdiendo desde hacía años.

Sea como fuere, el caso es que, en la petición de mano, el novio le regaló a la nieta de Franco joyas que habían pertenecido a su abuela, la reina Victoria Eugenia. El movimiento era algo más que metafórico. Dalí llamaba a Carmen Martínez-Bordiú, la “princesa”. En esa misma ceremonia Alfonso de Borbón manifestó su deseo de poseer un retrato de su prometida pintado por Dalí. Ese sería el mejor regalo que podía ofrecerle, pero había un problema: el pintor estaba muy a lo suyo y no aceptaba encargos a menos que le pagaran un dineral. 100.000 dólares era el precio, marcado por los marchantes. ¿Cómo resolverlo? Echando mano de los amigos intermediarios.

La Calle Pueblo

Fueron tres hombres quienes movieron ficha en el asunto. Mariano Calviño, consejero y hombre de confianza de Franco, valedor de la candidatura de Alfonso de Borbón a la corona española; Miguel Mateu, leal colaborador del dictador y su amigo personal, dueño del castillo de Peralada, que también tiene su papel en la historia; y Ramón Guardiola, alcalde de Figueres. Cuenta Antonio Olano en el mencionado libro que fue este último el encargado de dar la noticia por teléfono a Dalí y que este se mostró impresionado: tenía un marrón encima porque ¿qué precio ponerle al final al encarguísimo? ¿Y qué plazo darle? Como los marrones nunca vienen solos se daba la circunstancia de que, además, estaba preparando el retrato del futuro rey de España, Juan Carlos I. Tuvo que hablar con él para explicarle la situación y que no se sintiera molesto. Al parecer, el futuro monarca se mostró comprensivo.

Allanada esta parte del camino, Dalí aceptó el encargo y como remuneración pidió un moderado pago en especie: alguno de los cuadros que El Prado guardaba en los almacenes. Era el momento en el que quería dar brillo al proyecto de su teatro-museo, que se encontraba en construcción en esos momentos, y tenía pensado colocarlos allí.

Una modelo “guapísima”

Lo único que faltaba era ponerse a trabajar y ver cómo iba el asunto de los plazos. Si en algún momento se pensó que el cuadro estaría para la bodísima, la respuesta iba a ser no, pues, como se ha mencionados anteriormente, cuando Dalí tomó los primeros apuntes, los famosos “rayajos”, corría el verano de 1972, la boda se había celebrado el 8 de marzo de ese mismo año y la novia se presentó embarazada ante Dalí. Los embajadores de España en Estocolmo –pues eso era el matrimonio que formaban Alfonso de Borbón y Carmen Martínez Bordiú– aprovecharon su viaje para visitar la Costa Brava y que Dalí conociera a su modelo y pudiera, por fin, iniciar así la tarea encomendada.

Fueron cuatro días llenos de sorpresas y anécdotas, como pasaba casi siempre que uno andaba cerca de Dalí, quien afirmaba encontrarse encantado. En entrevista para Pueblo, el pintor comentaba sus impresiones sobre el encuentro y el significado del cuadro. Merece la pena detenerse en el intercambio que mantuvo con el corresponsal de ese diario en Barcelona, José Delgado Carrero:

— ¿Qué piensa Dalí al retratar a la nieta de Franco y esposa del nieto de Alfonso XIII?
— Primeramente, el gran honor que se me ha hecho pidiéndome el retrato, y segundo, quiero que sea una obra de museo en la gran tradición de la historia de España.
— ¿Ella es buena modelo?
— ¿Cuándo se terminará el cuadro?
— El cuadro, que será de un metro por dos, predominando el azul celeste como color en ella, y uno indefinido sobre el caballo que monta, lo terminaré en octubre y, a mediados de noviembre iré a El Pardo a entregarlo y me impondrán la medalla del Mérito
— Artístico que me concedieron.
— ¿Lo podemos ver ahora?
— Imposible. He dado mi palabra de honor que hasta que no lo vean ellos no lo verá nadie.

La siguiente escena, como anticipaba Dalí, se desarrolla en El Pardo, en presencia de Franco, pero, antes de seguir, una mención de honor y amor al viejo periodismo donde, en una misma entrevista, el redactor era capaz de preguntar (a Dalí en este caso) qué son las izquierdas; qué, la democracia; cuál es su orientación política; cómo ve la universidad y el futuro de España; cómo es él en el amor y si hay algo que le guste más que el dinero. La respuesta divina: “Mi mujer, y después, en seguida [sic], el dinero”.

‘ La Madona de Portlligat’ © Salvador Dalí, Fundació Gala-Salvador Dalí, Figueres, 2018

Pero no hubo dinero de por medio en esta transacción. Como mucho, el cuadro fue remunerado, según algunas fuentes, en especies, por un tapiz original diseñado por Goya de la Real Fábrica de Tapices de Aranjuez y perteneciente a Patrimonio Nacional. El paradero de esta pieza se desconoce. Esta información la recoge José Ángel Montañés en su ensayo El niño secreto de los Dalí que dedica a la figura de Joan Figueras, quien posó como modelo para el Niño Jesús de La Madona de Portlligat. Este hecho motivó que Figueras compartiera mucho tiempo con el pintor y con Gala hasta el punto de que ambos llegaran a cogerle gran cariño, a pesar de la niñofobia que Dalí sentía y exhibía. Ni siquiera se moderó cuando, en su encuentro veraniego con la embarazadísima Carmen Martínez Bordiú, esta le preguntó si le gustaban los niños y él contestó que no: “No me gustan nada, me dan miedo porque el niño es un ser muy cruel”.

Los dictadores no ríen

La protagonista de la escena no estaba presente cuando, el 7 de noviembre de 1972 Dalí fue al palacio del Pardo, como había anunciado, a entregar su obra. Lo recibió Franco directamente en su despacho acompañado por su esposa Carmen Polo y sus hijos, los Marqueses de Villaverde. Fueron ellos los primeros en ver a aquella mujer de aspecto aniñado y ataviada con un vestido o túnica blanca, que se fundía con el entorno, montando un caballo transparente. En el interior del animal, un paisaje donde se distinguía el Monasterio del Escorial y la escena principal de La rendición de Breda, de Velázquez. Como el arte no estaba entre las fortalezas del dictador fueron necesarias algunas explicaciones de boca del propio autor. “En las nubes constantemente cambiantes de la diplomacia, se recorta el caballo de la historia, que deja ver el horizonte luminoso y el cielo inmutable de la España serena del Caudillo”.

Como el arte no estaba entre las fortalezas del dictador fueron necesarias algunas explicaciones de boca del propio autor.

Las explicaciones hicieron reír a Franco tal y como recoge Olano en su libro sobre las amistades de Dalí: “He comprobado que a Franco le gusta hablar conmigo y que conmigo se ríe. Y, efectivamente, es difícil encontrar fotografías en las que el Caudillo esté riéndose. Una de esas pocas se tomó cuando nos encontramos en Barcelona. Y otra, recientemente, al presentarle el cuadro de su nieta. Rio cuando le dije que la princesa Carmen de Borbón estaba vestida con nubes y que esas nubes eran las del cielo diplomático, que es muy complicado y lleno de contradicciones”.

Si la nietísima y Dalí habían acaparado portadas de la prensa del corazón cuando se inició la factura del retrato en el verano del 72, en su entrega fueron los diarios nacionales los que llevaban al artista y al abuelísimo. Dalí, el mismo al que André Breton bautizó como Avida dollars recolocando las letras de su nombre y en recuerdo de su mítica ansia de dinero (en entredicho por algunas fuentes, como su amigo el arquitecto Oscar Tusquets), había regalado un cuadro. Le iba a costar gestiones y esfuerzos obtener algún tipo de contrapartida.

A los cincuenta años del acto de entrega, en noviembre de 2022, La Vanguardia publicó un reportaje de Josep Playà donde afirmaba que el cuadro había quedado sin cobrar. Tras la recepción en El Prado, Dalí había puesto en marcha las gestiones, en concreto, la petición de tres obras para el espacio central de su museo, estableciendo sus preferencias. Pero el compromiso se convirtió en burocracia y tedio para quienes debían completarlo. Uno de los hombres que había triangulado para que la operación saliera bien había muerto, el director del Museo del Prado, Xavier de Salas, no parecía muy interesado en resolver una situación que le venía dada… Cuando a finales de septiembre de 1974 se abrió el Museo-teatro Dalí lo hizo sin los cuadros del Prado.

Muy poco después apareció alguien determinado a acabar con aquello. Joaquín Pérez Villanueva, director General de Bellas Artes que, según la información de La Vanguardia, escribió a Dalí concretando las obras que el Prado estaría dispuesto a enviarle. Eran cuatro y por mucho que quisiera vendérselas, acompañándolas de la exposición de todas sus bondades, a Dalí no le gustó ninguna y o no respondió o no hay noticia de su respuesta. El caso es que Franco murió un año después y así acabó el cuento de una hermosa princesa a lomos de un caballo transparente… Un cuento que, por cierto, tampoco acabó bien. La retratada se separó del hombre que quería un retrato suyo pintado por Dalí: él se quedó con las joyas que le había regalado y que habían pertenecido a la reina Victoria Eugenia y ella con su cuadro… divino.

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