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Por qué debería darte igual si hay muchas o pocas exposiciones de mujeres artistas (o si son buenas)

Por Sol G. Moreno

‘La joie de patinage’, Leonora Carrington. 1941
Colección Pérez Simón. Imagen cortesía de Christie’s Nueva York
© Estate of Leonora Carrington /VEGAP, Madrid 2023

Yayoi Kusama, Leonora Carrington, Juana Francés… En el último año ha habido varias muestras dedicadas a figuras femeninas en el arte. Algunos creen que han sido muchas, otros que insuficientes. ¿Han sido todas tan buenas como nos quieren vender? Desde luego que no, pero tampoco las de los hombres y nadie dice nada. Esperemos que en un futuro no muy lejano dejemos de hablar de ellas y ellos, para hacerlo simplemente de artistas.

La primera vez que se organizó una exposición dedicada en exclusiva a Mujeres artistas: 1550-1950 fue en 1976. Entonces la comisaria Linda Nochlin propuso a Georgia O’Keeffe que participase, pero la pintora norteamericana rechazó el ofrecimiento. “No quiero darme a conocer como una gran mujer artista, sino como una gran artista a secas”. Esta anécdota, que se puede leer en el prefacio de Great Women Artist –sí, con la palabra deliberadamente tachada–, pretende reivindicar una normalidad tan lógica como deseable, especialmente porque la palabra “artista” no admite género.

Pero históricamente ellas siempre lo han tenido más difícil para dedicarse a la profesión y han ido dos pasos por detrás de, por ejemplo, August Rodin, Jackson Pollock o Diego Rivera. Tres casos especialmente significativos, porque sus parejas también crearon, aunque sus nombres no siempre han sido tan célebres (Camille Claudel, Lee Krasner y Frida Kahlo).

Afortunadamente la última década ha traído consigo un avance enorme en el conocimiento de muchas creadoras. También decenas de exposiciones con las que hemos aprendido, por ejemplo, que Sofonisba Anguissola fue la pintora de cámara oficiosa de Felipe II, que el dripping lo inventó realmente Janet Sobel, o que Joana Vasconcelos ha sido el/la/lo artista más visitado de la historia en Versalles.

‘Niña tehuacana, Lucha María’, Frida Kahlo. 1942
Colección Pérez Simón. Fotografía: Rafael Doniz © VEGAP
‘Las dos hermanas’, María Blanchard. 1921
Colección de Arte ABANCA

Rompiendo el techo de cristal del Prado (a ratos)

Los ecos del tsunami feminista han obligado a los museos a redoblar esfuerzos en su apuesta por la mujer artista y desempolvar viejos tesoros. Así fue como el Prado apostó por Clara Peeters en 2016. Y cuando sus bodegones inundaron las salas del museo madrileño, ya no hubo vuelta atrás. Por primera vez en dos siglos una pintora protagonizaba una retrospectiva en nuestro primer centro nacional y fue todo un éxito. ¿Porque era mujer? No, porque era talentosa y juguetona; incluso se atrevió a autorretratarse en el reflejo de los objetos que pintaba, en pleno siglo XVII.

Ese camino abierto con Peeters tuvo su continuidad con Historia de dos pintoras (2019-2020), Lavinia Fontana y la mencionada Anguissola, dos autoras con calidades muy distintas; e Invitadas (2020). Este año 2023 ha seguido la misma línea, pues ha mantenido el itinerario ‘El Prado en femenino’ integrado por una treintena de obras que han destacado la labor de ciertas mujeres en la promoción, colección y desarrollo del arte. Una lástima no encontrar ningún nombre femenino entre quienes firman dichas creaciones.

Es cierto que encontrar ejemplos de maestras clásicas dignas del mejor museo español no es fácil, pero resulta llamativo que en los 12 últimos meses no haya habido ninguna reseñable. Sobre todo viendo el número de sus homólogos masculinos que sí se han prodigado por las salas temporales del Prado: Goya, Zóbel, Herrera el Mozo, Guido Reni, Picasso y Eduardo Rosales.

‘Bodegón con flores, copa de plata dorada, almendras, frutos secos, dulces, panecillos, vino y jarra de peltre’, Clara Peeters. 1611
Museo Nacional del Prado, Madrid

Está claro que ellas no pueden competir con siglos de tradición expositiva de hombres; lo bueno es que poco a poco van recuperando ese hueco que les fue negado en galerías, museos y fundaciones culturales. Un avance paulatino y lento, pero constante, que se ha vuelto a notar en 2023, año en el que se han organizado casi una veintena de exposiciones nacionales dedicadas a artistas femeninas. Gracias a eso, hemos descubierto autoras como Mey Rahola o Lynette Yiadom-Boakye que desconocíamos. Igualmente, hemos revisitado el trabajo de la surrealista Leonora Carrington y confirmado que Yayoi Kusama es todo un ídolo de masas.

Algunos podrían pensar que la moda actual obliga a buscar nombres de autoras para mostrar en los museos, porque eso es lo que se lleva ahora mismo: subirse al carro del feminismo. ¿No hay ya demasiadas exposiciones de mujeres? ¿No estamos hartos de tanta discriminación positiva, tanto discurso en femenino? ¡Seguro que al final nos cuelan morralla! Llama la atención que de repente haya tanta gente con interés en separar el trigo de la paja artística, cuando llevamos cientos de años de exposiciones masculinas, de buenas y malas propuestas con mejores o peores comisariados sin apenas queja.

Sorolla ha sumado cerca de 20 exposiciones este año. Una cifra muy cercana a la de todas las mujeres juntas.

Pongamos un ejemplo concreto: Sorolla, porque ya se sabe que Picasso genera más antipatías. El valenciano –igual que el malagueño– ha celebrado este año su aniversario y por ello ha copado fundaciones, centros culturales, instituciones públicas y privadas con propuestas de todo tipo, incluidas experiencias inmersivas que nos podríamos haber ahorrado. En total se han organizado cerca de 20 exposiciones nacionales en torno al pintor de la luz, una cifra muy cercana a la que suman, juntas, todas las muestras sobre mujeres. Por su parte, de la decena de exposiciones organizadas este año en el Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC), solo tres han sido acaparadas por mujeres; es decir, apenas un tercio. El mismo porcentaje se ha mantenido en el Guggenheim de Bilbao y el Reina Sofía.

Y evidentemente, no todas las muestras de 2023 centradas exclusivamente en creadoras han sido brillantes, básicamente porque no todas las exposiciones lo son, sean del género que sean. Ha habido algunas muestras estupendas, como ‘Revelación’ de Leonora Carrington, cuyas composiciones oníricas causaron sensación en la Fundación Mapfre; la retrospectiva de Yayoi Kusama o la intimista apuesta de ‘Gego’, ambas en el Guggenheim bilbaíno. También cabe mencionar la sugerente muestra de ‘Veneradas y temidas’, que todavía recorre en CaixaForum las múltiples facetas de la mujer –diosas o demonios, protectoras, brujas, musas– desde la antigüedad hasta hoy.

‘Jugadoras de pelota (Alegría)’, Mey Rahola. 1936
Depósito de la Generalitat de Catalunya. Colección Nacional de Fotografía, 2020. Museu Nacional d’Art de Catalunya. © Herederos de Mey Rahola
‘Retrato’, Yayoi Kusama. 2015
Colección de Amoli Foundation Ltd. © Yayoi Kusama
‘Judit y su criada’, Artemisia Gentileschi. 1618-1619
Gallerie degli Uffizi, Florencia
‘Somnyama IV’, Zanele Muholi. 2015, Oslo
Imagen cortesía de la artista y de Yancey Richadson, Nueva York
Berg & Høeg en su studio, 1894-1903
Collection of Preus Museum. © Berg & Høeg

Un planteamiento más interesante que el que ofrece Rocío de la Villa en la esperadísima ‘Maestras antiguas y modernas’ del Museo Thyssen-Bornemisza. La lista de autoras reunidas es, desde luego, apabullante: Artemisia Gentileschi, Rosa Bonheur, Mary Cassatt, Berthe Morisot, Sonia Delaunay, Maruja Mallo…, pero el criterio de juntarlas simplemente por su género no es suficiente para encontrar un hilo conductor. Otra muestra algo floja ha sido la protagonizada por Angela Melitopoulos en el Museo Reina Sofía titulada ‘Cine(so)matrix’, quizá por ser excesivamente experimental y arriesgada.

Pero, ¿hay que hacer un drama por ello? ¿Es esto último tan importante? Habría que valorarlo en su justa medida. A fin de cuentas, exposiciones buenas o malas las hay en todas partes, al margen de quién las protagonice. Esperemos que en un futuro no muy lejano dejemos de hablar de ellas y ellos, para hacerlo simplemente de artistas (ya saben, sin género).