Protagonistas

Miguel Milá: “La moda no tiene consistencia, dura un tiempo y se muere”

Por PALOMA PRIMO DE RIVERA GARCÍA-LOMAS. BARCELONA.

Miguel Milá
Foto: Paola Grenet

El icónico diseñador catalán nos recibe en su casa para conversar sobre su trayectoria y compartir con los lectores de El Grito sus nuevas creaciones. El próximo 8 de febrero de 2024, se inaugurará en Madrid la exposición retrospectiva Miguel Milá. Diseñador (pre)industrial en el Centro Cultural de la Villa Fernán Gómez. A sus 93 años, el padre y maestro del diseño español recibirá también el premio Madrid Design Festival Award, en homenaje a su excepcional carrera.

Miguel Milá se ha convertido en sinónimo de ingenio y atemporalidad en el diseño. Su obra destaca por la elegancia, simplicidad y relevancia que transmite, pero también porque resalta la belleza inherente en lo sencillo. Sus creaciones las encontramos en plena calle, como los bancos Harpo que hay en los muelles de Nueva York; en un restaurante en San Petersburgo, donde se puede comer a la luz de sus lámparas Cesta y TMM, o en un hotel londinense, cuya iluminación corre a cargo de la lámpara Estadio (concebida para el Estadio Olímpico de Barcelona en 1992). También son muy conocidos algunos de sus muebles o chimeneas.

Tras más de seis décadas dedicadas al diseño, Milá no es solo un icono del diseño español, sino también uno de los principales exponentes de la modernidad fuera de nuestras fronteras. De hecho, es el diseñador más laureado de nuestra historia. Entre otros galardones ha recibido la Creu de Sant Jordi (1993), el Premio Nacional de Diseño (2008) o la Medalla Mérito en Bellas Artes (2016). Internacionalmente, su trayectoria fue reconocida con el prestigioso Compasso D’Oro (2008).

Miguel Milá Sagnier (Barcelona, 1931) octavo de nueve hermanos, nace en el seno de una familia aristocrática catalana muy vinculada al mundo artístico y la cultura. Su tío Pedro Milá Camps es quien encarga al arquitecto Gaudí la célebre Casa Milá de Barcelona, también conocida como La Pedrera. Su hermano Alfonso es el arquitecto del Anillo Olímpico de Montjuïc, o su hermano Leopoldo artífice de las famosas motos Impala y Cota 274 para Montesa. Su hermana María Asunción, Totón, quien le “enseñó a pensar en el todo y en el detalle”, con sus más de cien años, ha recibido recientemente la encomienda civil Alfonso X El Sabio por su colaboración con Amnistía Internacional. Su benjamín, Lucas Milá, es pintor y muralista. Su hijo, el diseñador Gonzalo Milá, continúa la tradición familiar y es con quien colabora en las recientes creaciones.

A finales de los años cincuenta, tras abandonar la carrera de Arquitectura, Milá comenzó a trabajar como interiorista en el estudio que tenían su hermano Alfonso y Federico Correa. En aquella época apenas se sabía qué era el diseño industrial y la escasez de medios, objetos y materias primas era grande. Sin embargo, Milá aunó su interés por la artesanía y el bricolaje, y se aventuró a diseñar sus propios objetos. Al poco tiempo, ya estaba produciendo sus icónicas lámparas TMM y TMC a través de la empresa TRAMO (junto a los amigos arquitectos Ribas Barangé y Pérez Ullibarri). Sin ser consciente de ello, había comenzado su carrera como diseñador industrial.

Retrato de Miguel Milá sobre su mesa de vidrio, 1961

En los ochenta fundó su propio estudio de interiorismo y diseñó varias exposiciones para Tàpies, Dalí o Ràfols-Casamada. También dejó su sello en las oficinas y viviendas para la familia Puig o en el pabellón de Cataluña en la Expo de Sevilla. Además, participó en Europalia 85 en la exposición Diseño España, una de las primeras muestras en presentar el diseño español en Europa.

Como señala en su libro Lo esencial. El diseño y otras cosas de la vida (2019), le gusta definirse como “evolucionario” más que como revolucionario, pues se considera un creador de matices. Le inspiran más las ferreterías que las ferias de diseño, los libros o las revistas. Como sus icónicas lámparas, Milá es un creador que alumbra, pero no deslumbra. Es un diseñador que entiende el confort como una cuestión de equilibrio, el aporte de serenidad para lograr el disfrute de lo cotidiano. Su lema profesional es que los diseños “acompañen y no molesten”.

La serenidad moderna que transmiten sus objetos está hecha de austeridad, belleza y rigurosa funcionalidad, valores que lo entroncan con la Bauhaus. Creaciones sin teoría subyacente, pura creación, pensando en hábitos y costumbres, evolucionando como un hombre de ciencia, logra la solución más sencilla y bella, a partir de prueba y error. Diseños que parecen estar vacunados contra el paso de los años, pero adelantándose a su tiempo, apostando por lo artesanal y los materiales sostenibles.

A principios de diciembre de 2023, recibe a El Grito en su vivienda familiar en Esplugas de Llobregat, donde tiene su taller. En la entrada lateral de la casa, está aparcada su moto scooter, que reconocemos por el documental Miguel Milá. Diseñador industrial e interiorista, inventor y bricoleur (Poldo Pomés Leiz y Santa&Cole), en la que ha recorrido las calles de Barcelona con más de ochenta años hasta la llegada de la pandemia. En el jardín, algunos de sus bancos más emblemáticos invitan a sentarse.

Después, repartidos por la vivienda, hay diferentes diseños suyos de lámparas y muebles. Es un destornillador junto a los mandos de la televisión lo que nos llama la atención. De las paredes cuelgan obras de muchos artistas amigos, como Guinovart, Ràfols-Casamada, Joan Brossa o Hernández Pijuan. “Casi todos son trueques con amigos: ninguno teníamos un duro para pagarnos las obras, así que cambiábamos lienzos por lámparas, muebles o chimeneas”, comenta cuando nos sentamos a conversar.

Bodegón con obras de Miguel Milá
Foto: Poldo Pomes

Usted proviene de una familia muy vinculada al mundo artístico y creativo. ¿En qué medida esto le ha influido en sus creaciones?

Aprendí de mi padre a ser conservador progresista, porque siempre le interesaba mejorar las cosas, en lugar de destruirlas. “Sé útil y te utilizarán” me decía. Yo procuro ser útil.

Comenzó estudiando Arquitectura, carrera que abandonó para dedicarse al diseño y aproximarse a la artesanía. ¿Ha dejado huella en su obra?

El momento más feliz de mi vida fue el día en que dejé la carrera de Arquitectura. Mi hermano Alfonso me aconsejó que la hiciera porque me gustaba mucho el dibujo y las matemáticas no me molestaban demasiado. Fui siempre un mal estudiante porque me aburría mucho, pero aprendí bastante de los arquitectos con los que estudié la carrera. Federico Correa fue el que me dijo: “¿Por qué no lo dejas?”. Salí de la universidad y fue como si me hubieran empujado a la felicidad.

¿El genio nace o se hace?

Yo creo que nace. Yo me puse a trabajar como una locomotora, me entusiasmaba todo lo que yo podía hacer “libre”, como estaba. Nunca pensé en el diseño, pero me sentía en la gloria. Y así empecé.

Cuéntenos algún recuerdo cotidiano de aquel interés inicial suyo por el diseño.

Una Navidad, los Reyes Magos nos trajeron una caja de herramientas a los tres hermanos pequeños. Hicimos una rifa para ver quién se la quedaba, ¡y me tocó a mí! Las herramientas son imprescindibles en la creación: son como extensiones del brazo. Todavía conservo esa caja.

La idea de poner en marcha la creatividad le surgió muy temprano y de manera muy ingeniosa, ¿no?

Cuando era pequeño se me ocurrió sacarme unos dinerillos y monté mi primer proyecto, al que llamé TRAMO, por Trabajos Molestos (ese nombre lo utilizaría más tarde en mi primera empresa de diseño). Hacía recados y fabricaba cosas para mis hermanos mayores y otros miembros de la familia a cambio de dinero, pero aquello me duró muy poco porque decían que les cobraba caro. ¡Un duro de pesetas!

Como diseñador de interiores durante varias décadas, realizó pocos proyectos, pero muy selectos. ¿Cómo era el interiorismo de entonces?

Era poco y muy ñoño. No me gustaba lo que había. Tenía necesidad y ganas de crear cosas nuevas, y la escasez fomentó el ingenio.

Por ejemplo, para la inauguración del Museo Reina Sofía en Madrid, en los años ochenta, diseñó un sofá para la sala de autoridades. ¿Abandonó esos proyectos para poder concentrarte más en su trabajo como artista y diseñador?

Realmente lo hice para poder pensar. Necesito tiempo para pensar. Cuando íbamos los fines de semana a Puigcerdà, viajábamos en silencio y, en esos momentos, se me ocurrían muchas soluciones a los problemas que me surgían en los diseños. Por ejemplo, mi hermano me pidió una mesa de centro y diseñé para él la mesa María, con un cristal que dejaba apreciar la alfombra tan bonita que tenía en el salón. Otro ejemplo es mi primer banco, que lo diseñé porque los bancos públicos en Barcelona eran demasiado bajos y a la gente le costaba mucho levantarse, así que pensé cómo hacer uno del que fuera fácil levantarse. O mi grifo, que fue el primero en mezclar agua caliente y fría al mismo tiempo girando gradualmente solo hacia un lado, para así no desperdiciar agua caliente.

Fotos: Anna Senan

He leído que la posmodernidad le descolocó. ¿Qué ocurrió?

Siempre me he considerado un diseñador preindustrial. Como un mal estudiante que soy, las cosas que hago no me parecen definitivas, sino que voy haciéndolas a cada paso; voy aprendiendo en el proceso. Es lo que me gusta y la razón de que sea feliz en esta labor. Me gusta ser inventor, bricoleur.

¿Qué artistas han influido en sus diseños o a quiénes ha admirado especialmente?

Siempre admiré a los nórdicos, era lo que me motivaba. En España aprendí mucho de mis hermanos Alfonso y Leopoldo, y de Federico Correa. Pero del que más, fue del arquitecto José Antonio Coderch, que me enseñó, sobre todo, a entender que la función es imprescindible para el buen diseño.

En su libro Miguel Milá. Lo esencial. El diseño y otras cosas de la vida, introduce un Decálogo (doble) que comienza con una reflexión contundente: “Clásico es lo que no se puede hacer mejor”.

Esa no es una frase mía. La dijo un torero famoso, El Guerra, cuando le preguntaron: “Maestro ¿qué es lo clásico? Y dijo, “lo clásico es aquello que no se puede hacer mejor”. Cuando lo escuché, pensé: ¡Qué suerte, ya tengo la definición de clásico!”

¿Es consciente de que algunas de sus creaciones como la lámpara Cesta o el banco NeoRomántico ya se han convertido en un clásico?

Diseñar es ordenar los elementos que componen un todo manteniendo la emoción estética. Se trata de hacer las cosas lo mejor posible y, si logras eso durante mucho tiempo, puedes transformarte en un clásico. Lo cotidiano, bien hecho, trasciende.

Lo cotidiano, bien hecho, trasciende

Lo clásico suele ser lo contrario a lo que está de moda. ¿Cuál es su opinión respecto a la moda?

Moda es una palabra que nunca me ha gustado. La moda no tiene consistencia: dura un tiempo y se muere. Yo creo que te quita personalidad. A mi me interesa poner en uso, no poner de moda.

Muchas de sus creaciones se han convertido en hitos del diseño. ¿Cómo definiría su estilo de creación? ¿Existe un estilo Milá?

No me gusta la palabra estilo.

Pero ha sido el precursor del diseño industrial, y mundialmente conocido. Se declara artesano y bricoleur, un diseñador preindustrial. ¿Por qué?

Soy un recolector de cosas, un bricoleur, no tiro nada, por si puedo volver a utilizarlo, o me pudiera hacer falta. Cuando empecé a diseñar en los cincuenta, apenas había industria. Tampoco existía Ikea. Y había pocos recursos. Sin embargo, la crisis es siempre creativa; tiene esta vertiente positiva que nos esmeramos en resolver problemas con el mínimo gasto posible, como a mí me gusta. El proceso artesanal tiene la ventaja de que el resultado lo ves inmediatamente, y de que te entusiasmas rápido. Casi todos los diseños que he hecho han sido autoencargos.

Fotos: Anna Senan

Actualmente, hay asuntos, como el de la sostenibilidad, que despiertan gran interés en la sociedad. Usted ha sido un visionario en defensa del medioambiente. ¿Se considera un presostenible?

Siempre he sido partidario de las energías alternativas. Desde hace más de 40 años tenemos placas solares en esta casa. Soy un reciclador natural: todo lo que sea reaprovechar, reutilizar y reciclar me atrae. El interés por materiales naturales y sostenibles siempre ha estado presente en mis creaciones. Por ejemplo, con el ratán –llamado antes caña de Manila–, que es un material ligero y muy flexible. Aunque tiene sus inconvenientes, pues hay que reforzarlo y hay que atarlo, es un encanto de material. Me entusiasma y sigo trabajando con él. De hecho, ahora va a salir un nuevo diseño, la silla Gadea, diseñada con mi hijo Gonzalo Milá, que es con ratán y cuero.

Bueno, también está el famoso matamoscas que diseñó con caña de bambú y cuero, cuando todos los del mercado eran de plástico...

Ese lo diseñé para contentar a Cuqui, mi mujer. Yo tenía uno de plástico en el jardín de casa, y a ella le parecía horroroso. Entonces diseñé uno que fuera elegante y bonito para que no me regañara más. Al principio solo era para nosotros y para regalárselo a los amigos; sin embargo, ahora se comercializa en Isist Atelier, pero como espantamoscas, pues el propio diseño con el cuero como pala le hace funcionar también para eso.

¿Qué tenía la Barcelona de mediados del siglo XX, donde surgieron diseñadores y arquitectos tan relevantes, frente a otras ciudades de la época?

Cuando empecé a pensar en diseño, realmente no sabía lo que estaba haciendo. Me lo dijo otro diseñador, Manel Casa, llegando al despacho de André Ricard, comentando: “Miguel, lo que tú estás haciendo es diseño industrial”, pero nunca dejé de ser este diseñador preindustrial.

Hablando de su ciudad, usted que ha contribuido al embellecimiento urbano con piezas tan destacadas como el banco Tram (1991) que diseñó para el Anillo Olímpico de los JJOO del 92 o el NeoRomántico Liviano (2000) que jalonan todo el paseo de Gracia. ¿Cómo ve Barcelona hoy en día?

Veo el banco como un lugar de comunicación. Me complace mucho ver mis diseños en la calle, pero también me produce mucha satisfacción que otros sigan mis ideas sobre mobiliario urbano: veo bancos que no son míos, pero que se les parecen cada vez más.

El arquitecto Alvar Altoo decía que “cuando una cosa no es útil, el tiempo la vuelve fea”. ¿Cómo se pueden crear objetos tan bellos sin perder la funcionalidad?

En el diseño que yo hago, como principio, me pongo dos objetivos obligatorios: uno que funcione el objeto y otro, que sea lo más bonito posible. Cuando consigo estas dos cosas, me quedo satisfecho. Es mi punto de partida siempre. Además, pienso en que disfrutes del objeto cuando no lo usas, o incluso en que lo disfrute quien no lo usa. En una silla, por ejemplo, no nos sentamos todo el tiempo, pero esa silla está presente y se ve... Todo esto me preocupa, y me ocupa.

¿Cómo se alimenta la intuición y la cultura?

Con la curiosidad y la afición. La cultura es un factor básico.

Foto: Anna Senan

¿Qué país o ciudad lidera el diseño?

Barcelona, en España. En Europa, diría Finlandia; aunque los nórdicos se han detenido: siguen haciendo lo mismo.

Usted es un creador singular, pues superó su tartamudez juvenil cantando en un grupo de música que llegó a publicar un par de discos.

Éramos un grupo de tres, que llamamos Trío Son y cantábamos canciones mexicanas. Sacamos un par de discos. Ya no canto más: a los noventa años la voz se desvanece. Pero la tartamudez no la he superado del todo.

Otra singularidad suya: hasta antes de la pandemia, con casi noventa años, recorría las calles de Barcelona en su scooter.

No me gusta perder el tiempo y yendo en moto se llega a mucho más. Hasta la pandemia, mi mujer y yo íbamos por Barcelona en moto.

En las últimas décadas han proliferado bienales, festivales y museos dedicados al diseño en todo el mundo, ¿Cree que el diseño ha ganado la batalla como disciplina artística?

Se ha dado un gran paso, porque antes no se tenía en cuenta. A partir de los años noventa todo cambió.

¿Cómo ve el panorama actual? ¿Qué diseñadores destacaría?

Mi hijo Gonzalo Milá, por ejemplo, es un gran diseñador. Tiene diseños muy interesantes, como las farolas del paseo de Gracia. Hemos realizado conjuntamente proyectos y diseños importantes, sobre todo de mobiliario urbano. El banco Harpo, por ejemplo, está en los muelles de Nueva York.

El próximo 8 de febrero, se inaugura en Madrid una exposición retrospectiva que rinde homenaje a su contribución a la historia del diseño. Será en el Centro Cultural de la Villa Fernán Gómez de Madrid. ¿Podría avanzar a los lectores de El Grito qué veremos?

En realidad, va a ser la primera retrospectiva como tal, entrelazando trayectoria personal y creaciones. Se van a exponer muchas piezas del proceso creativo que hasta ahora no se habían visto públicamente: prototipos, planos o dibujos originales.

De todos los galardones y premios recibidos, ¿cuál es el que más ilusión le ha hecho?

Todos los premios me han hecho mucha ilusión, pero si tengo que escoger uno, sería el Compasso D’Oro. Y como comprenderás, me emociona recibir en febrero, el premio del Madrid Design Festival Awards.

Y para finalizar, de todas sus creaciones, ¿hay un objeto favorito o que mejor refleje su sello?

En el fondo, todos son mis favoritos, pues he puesto mucho esfuerzo en conseguirlos.