La historia detrás de la fotografía que molestó a los cristianos y cambió nuestra idea del sida
Por Sofía Guardiola
Therese Frare –por entonces estudiante de periodismo– realizó en 1990 una instantánea con la que ganaría numerosos premios, entre ellos el Word Press Photo. Sin embargo, aquella fotografía protagonizó un papel mucho más importante al cambiar la percepción de todo un país sobre una enfermedad estigmatizada, en la que se condenaba a los enfermos al ostracismo y al sentimiento de culpa.
E n la Edad Media la mayoría de la población era analfabeta. Por ello, durante el Románico y, sobre todo, el Gótico, los muros tanto exteriores como interiores de las catedrales comenzaron a llenarse de pinturas y relieves escultóricos que narraban las historias sacras del Antiguo y Nuevo testamento. De este modo, el pueblo podía conocer su religión sin necesidad de leer ni escribir: las imágenes eran suficientes para que supieran qué debían hacer si ansiaban la salvación eterna y, sobre todo, qué les esperaba si su alma resultaba condenada.
Unos cuantos siglos después, el 5 de mayo de 1990, la fotógrafa estadounidense Therese Frare realizó una fotografía que tuvo un papel muy similar en la historia del siglo XX, pues abrió los ojos a una realidad a la que el mundo estaba, en el mejor de los casos, dando la espalda; y en el peor de ellos condenándola y considerándola un castigo divino: el sufrimiento de los enfermos de sida y el de sus familias.
Todo se desarrolló de manera casual. Frare trabajaba como voluntaria en el Pater Noster Centre, que albergaba a enfermos de sida en fase terminal. Estudiaba un posgrado de periodismo y de vez en cuando hacía fotografías. Aquel día se encontró con otro de los voluntarios, pero mientras charlaban este fue requerido en la habitación de uno de los pacientes a los que atendía, David Kirby, que estaba a punto de fallecer. Antes de enfermar, Kirby era un hombre joven, jovial y atractivo, de mejillas rubicundas y rostro saludable. Era un activista por los derechos de los homosexuales y vivía en California, lejos de una familia con la que mantenía una relación distante. Cuando enfermó, sin embargo, llamó a casa y anunció a sus parientes que quería morir allí, cerca de ellos. Sus padres y hermana estuvieron de acuerdo, y Kirby regresó a Ohio.
Frare acompañó a su compañero hasta la puerta de la habitación y permaneció en el exterior. Sin embargo, la madre del paciente le pidió no solo que entrara, sino que hiciera fotografías de lo que estaba ocurriendo. David Kirby iba a luchar por los derechos de los homosexuales hasta las últimas consecuencias, pues las fotografías de su fallecimiento ayudarían a poner cara y a humanizar el sufrimiento de millones de personas.
David Kirby iba a luchar por los derechos de los homosexuales hasta las últimas consecuencias
La autora le pidió permiso para inmortalizar aquella escena. Él se lo concedió siempre que Frare no se lucrara con aquella imagen –nunca lo ha hecho–, y entonces la joven comenzó a disparar. Resulta angustioso imaginar la escena: una desconocida contemplando el dolor de una familia que se despide para siempre de un hermano, un hijo o un tío enfermo, mientras el voluntario que le ha cuidado en los últimos meses le sostiene la mano. Resulta casi una ofensa pensar que en medio de aquella tragedia sonase el click de la cámara y el leve crujido posterior de la película desplazándose dentro de la máquina pero, al mismo tiempo, es precisamente esa la fuerza que tiene la fotografía, la que la diferencia de cualquier otra disciplina artística: para capturar algo memorable hay que estar frente a ello. Hay que formar parte de la escena, ser uno más de sus actores, y por eso la imagen está tan cargada de intimidad, de un dolor conocido por todos y tan antiguo como el mundo: el de la pérdida de un ser querido. Al mirar esta imagen no piensas en que Frare estuviese ahí, en aquella habitación, asistiendo a los últimos instantes de vida de un enfermo, sino que tienes la sensación de que eres tú el que lo está haciendo, el que se ha colado en la escena y la contempla desde dentro.
Aunque ella nunca pensó la fama que alcanzaría su instantánea, esta aparecería a doble página en la revista Life, mostrando así una imagen del sida que hasta el momento la población no concebía, y muy especialmente contradiciendo a varios grupos cristianos estadounidenses, que consideraban la enfermedad como un castigo divino por la homosexualidad.
Gracias a la foto de Frare el mundo entendió que los que padecían la enfermedad tenían familias como las suyas, seres queridos que sufrían, como todos. Al igual que las representaciones de muerte de Cristo que pueden encontrarse en numerosas iglesias, aquella imagen enseñó al gran público algo que hasta el momento no concebían. Tal y como la propia fotógrafa declararía posteriormente: “Si David me dio su consentimiento, sin duda, era porque como activista tuvo clara la importancia de mostrar lo devastador que era el sida para las comunidades y familias”.
Sin embargo, esta imagen aún tendría mucho recorrido que hacer.
La campaña de Benetton y el increíble símil con La Piedad
En 1991 Frare ganó el Word Press Photo con esta instantánea y un año después el fotógrafo y director creativo Oliviero Toscani, conocido por sus polémicas campañas para la marca United Colors of Benetton, quiso usarla para una de ellas, coloreándola y convirtiéndola en un reclamo para vender las prendas de la marca. Como era de esperar, enseguida se desató la polémica con quejas de asociaciones de pacientes de sida y con la negativa de publicaciones como Elle o Vogue a incluir el anuncio en sus revistas. No obstante, tiempo después, el padre de Kirby explicaría que Benetton no les había utilizado como reclamo publicitario, sino al revés: ellos eran los que habían obtenido gracias a la marca una nueva plataforma para mostrar la imagen que Kirby quería que el mundo conociera, para remover conciencias como él lo había deseado.
Según explicó Toscani, la imagen le cautivó inmediatamente, y una de las cosas que más le impactaron fue que el rostro de David le recordara al de Jesucristo. De hecho, entre los detractores de esta campaña se contaron asociaciones cristianas que consideraron la imagen una burla a las representaciones de La Piedad, pues ese fue el título que el director creativo italiano le dio a la imagen coloreada en su campaña, Pietá. Y es que, aunque por supuesto la imagen no sea una crítica ni una sátira a estas representaciones, es cierto que resulta imposible no acordarse, al ver al doliente padre sosteniendo el cuerpo esquelético de su hijo, de la Virgen sujetando a su vez la figura también delgada e inerte de su vástago. En el cuerpo de ambos, el sufrimiento que han padecido hasta sus últimos momentos es sumamente evidente. Casi parece que Gregorio Fernández hubiese esculpido el rostro del activista estadounidense, o que van der Weyden hubiese dispuesto a la hermana y sobrina del enfermo en el extremo derecho de la composición, cerrándola a modo de paréntesis –como ocurre en su Descendimiento del Museo del Prado–.
Además, como en esta obra, también en la fotografía de Frare cobran gran importancia las manos: manos que sostienen, que abrazan, que se aproximan al fallecido y al resto de figuras dolientes de la escena, dispuestas a consolar. En la imagen de la fotógrafa, vemos cómo no solo las manos del padre dirigen nuestra mirada hacia el enfermo, que tiene las suyas, ya rígidas, sobre las sábanas de la cama, sino que incluso el póster que hay detrás de Kirby muestra las manos de Cristo que, en gesto oferente, también le señalan. Por su parte, las manos de la hermana del enfermo sostienen a su hija, a la niña que presencia la tragedia, transmitiendo la intensidad emocional que se respira en toda la escena. También las miradas son, en este sentido, significativas, y nos dirigen a Kirby, su desgraciado protagonista.
Por otra parte, se encuentran más elementos en la fotografía que, a pesar de que conociendo el contexto cabe pensar que fueron fortuitos, ayudan a subrayar el carácter simbólico de esta, como son las flores blancas estampadas en la manta que cubre a Kirby, prácticamente idénticas a las que hay colgadas, seguramente en un perchero adosado a la puerta, al fondo de la composición. Tanto unas como otras son blancas, color que simboliza la pureza en la iconografía cristiana, contradiciendo así la idea de que el sida era un castigo divino ante una vida considerada disoluta o impura.
La propia Frare subrayó que, tras tomar la fotografía, se dio cuenta de que la composición estaba perfectamente nivelada mediante la existencia de dos triángulos: uno que contiene al enfermo y a su madre, y otro en el que puede verse a su hermana y a la niña. Esta forma geométrica ha sido considerada sagrada por numerosas culturas, símbolo de equilibrio –y quizá por ello la fotografía, a pesar de su dramatismo, nos parece en cierto modo armónica, casi tranquila y equilibrada dentro de su dureza–.
En un principio esta fue la única imagen que se hizo famosa de todas las que Frare tomó en el centro, la que contó toda la historia, pero en 2010 la revista Life recuperó otras tomas en las que se muestra a Kirby, a su familia y al voluntario compañero de la fotógrafa, que acabaría falleciendo también de sida en aquel mismo lugar.
Este, que se llamaba Peta, era mitad indio y mitad caucásico, y además, mitad hombre y mitad mujer, lo que se conoce como dos espíritus en la cultura de las tribus nativas americanas. Cuando comenzó a mostrar síntomas de la enfermedad, fueron los padres de Kirby quienes le acompañaron en el proceso, cuidándolo como él había hecho con su hijo. Therese Frare estuvo ahí también para fotografiarlo, cerrando así el círculo y culminando una historia de piedad y empatía que comenzó con una enfermedad devastadora y una única instantánea que dio la vuelta al mundo.
Aunque es imposible calcular el impacto real de la fotografía, se ha calculado que más de mil millones de personas la han visto alguna vez. Hoy en día la percepción del sida ha cambiado drásticamente. En parte se debe a que ahora se sabe más de la enfermedad, se conocen los métodos de transmisión y se ha avanzado mucho en su tratamiento, pero también a trabajos como el de Frare, que acercaron una realidad ajena, mostrándola en las páginas de Life y en los anuncios de Benetton como si de las paredes de una catedral medieval se tratase.