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“Nunca me he sentido tan libre como ahora”. El día que Tàpies encontró la iluminación

Por Sol G. Moreno

Antoni Tàpies. En tu pie. 1989. © Fundació Antoni Tàpies, Barcelona / Vegap. De la fotografía: © FotoGasull, 2023.

La primera vez que el artista se topó con la cultura oriental fue en su juventud, cuando leyó El libro del té de Kakuzō Okakura. Más tarde, durante su viaje a Japón, descubrió las pinceladas de los monjes budistas y ya no pudo dejar de buscar la huella del zen. ¿Cómo afectó eso a su pintura? La Fundación Tàpies indaga sobre ello a partir de diciembre, mes en el que el autor habría cumplido cien años.

V amos encadenando efemérides. Si este 2023 hemos tenido a Sorolla y Picasso hasta en la sopa, el año próximo será Antoni Tàpies quien tome el testigo y acapare la escena contemporánea española. Con una diferencia: su obra no es tan popular como los autores anteriores. Por tanto, será el momento perfecto para acercarse al padre del Informalismo catalán, que fue mucho más que el pintor de las arenas y las cruces (por cierto, entendidas solo como “dos líneas que se cruzan”, ya que sus intereses espirituales estaban más cercanos al budismo oriental que al cristianismo europeo).

Por delante quedan 12 meses de exposiciones, conferencias, actividades culturales e incluso una película que prepara Albert Serra. ¡Hay prevista hasta una ceremonia del té en su honor! Todo para recuperar la figura de un artista humanista, autodidacta, espiritual y transgresor que siempre se mantuvo al tanto de las vanguardias de su tiempo.

Fue uno de los pioneros españoles en apostar por la abstracción, además supo adaptar su interés por la ciencia y la mística a su trabajo. También participó de la política; pintó la Senyera cuando todavía estaba prohibido, obra que por cierto trató de recomprar en varias ocasiones a María Josefa Huarte aunque sin mucho éxito, como demuestra su presencia en el Museo Universidad de Navarra.

Antoni Tàpies en su estudio. Barcelona, ​​2002. © Teresa Tàpies Domènech, 2023.

La huella del zen

Tàpies experimentó con todo tipo de materiales –cuerdas, resinas, paja, tierras coloreadas– y jugó con la idea del lienzo como tapia. Siempre quiso rebasar barreras, romper convencionalismos, pero no fue hasta su acercamiento a los monjes budistas de Japón, y especialmente a la obra de Sengai, cuando descubrió todo su potencial.

Este autor y otros miembros de la escuela Rinzai –Hakuin, Jiun y Rengetsu– no eran exactamente artistas sino maestros de la iluminación zen, pero influyeron en la obra del autor catalán, que hacia la década de 1980 recuperó la pincelada, tras haber desarrollado numerosas composiciones matéricas. A partir de entonces, su pintura se volvería más austera, más sencilla, más condensada.

Eso es lo que trata de mostrar precisamente La huella del zen en la Fundación Tàpies, una exposición que se inaugura el 13 de diciembre, fecha exacta del centenario del nacimiento del autor. Esta cita, que supondrá el pistoletazo de salida del Año Tàpies, trata de abordar una faceta destacada del artista: su gusto por la cultura oriental y por el japonismo.

Antoni Tàpies. Dos sillas. 2009. © Fundació Antoni Tàpies, Barcelona / Vegap. De la fotografía: © FotoGasull, 2023.
Imagen de Daruma del maestro Hakuin Ekaku. Periodo Edo (siglo XVIII). Templo Manju, prefectura de Ōita.
Antoni Tàpies. Trío. 1994. © Fundació Antoni Tàpies, Barcelona / Vegap. De la fotografía: © FotoGasull, 2023. 
Hakuin Ekaku. Mu, nothing. Mediados del siglo XVIII, Japón. Hisamatsu Shinichi Memorial Museum, prefectura de Gifu (Japón).     

La comisaria Núria Homs fija su mirada en las enseñanzas que el autor aprendió de maestros como Sengai Gibon, un monje cuya obra titulada Universo condensa parte de la esencia budista zen; o Hakuin Ekaku, famoso por sus koan –una especie de acertijos/poemas– y por sus numerosos retratos de Daruma (un monje del siglo V venerado en la isla). El recorrido se compone de una selección de dibujos, pinturas y cerámicas procedentes de fondos propios y de préstamos tanto nacionales como internacionales.

Ahora bien, ¿qué es exactamente lo que Tàpies encontró en estas creaciones, destinadas a la meditación más que a la contemplación puramente estética? Pues un universo entero. Gracias a ellas descubrió formas de enfrentarse al lienzo en blanco, técnicas con las que expresarse, un lenguaje sobre el que reflexionar y, sobre todo, una actitud totalmente despojada de prejuicios. “Nunca me he sentido tan libre como ahora. En mí solo manda la intuición”, escribió el propio artista. “Cuando me enfrento a un cuadro, me dejo guiar por el instinto y siempre se me ocurren cosas”.

Antoni Tàpies. Gran nudo. 1982. © Fundació Antoni Tàpies, Barcelona / Vegap. De la
fotografia: © Gasull Fotografia, 2023.

Sermones visuales

Aquellas representaciones japonesas de formas sencillas y espontáneas que aún hoy se mantienen como práctica educativa en los templos budistas, buscan liberarse de artificios y abrir la mente. Quizá porque su objetivo último es apelar al espíritu humano, pues el arte zen no se entiende como un fin en sí mismo, sino como un medio para alcanzar el satori.

Un simple haiku contiene más encadenamientos y asociaciones de ideas que El jardín de las delicias

De hecho, este tipo de caligrafías y pinturas son como sermones visuales, enseñanzas que los monjes comparten con sus discípulos para que avancen en su camino hacia la iluminación. Solo hay que estar dispuesto a mirar más allá. “Un simple haiku de Bashō en el que un hombre estornuda, contiene más encadenamientos y asociaciones de ideas que El jardín de las delicias”, defendía Tàpies, quien consideraba que la caligrafía japonesa era de una belleza y de una profundidad extraordinaria. “Contiene una sabiduría subyugante”.

Toda esa simbología y escritura a base de kanjis pervive en muchas de sus composiciones, cargadas de signos, símbolos y trazos que parecen fruto de un arrebato. Especialmente en su periodo de madurez, donde desarrolló composiciones minimalistas cargadas de fuerza. Ya lo explicaba Soledad Lorenzo hace unos años, cuando aludía a su forma de proceder en el estudio: “Antoni podía permanecer inmóvil durante horas frente al lienzo y luego, en un momento, hacía un gesto de un único trazo que condensaba toda la energía acumulada”. Esos brochazos libres y certeros, ¿eran el summum de su expresión artística o pretendían trascender, como las obras niponas que tanto le habían inspirado? La respuesta quizá la podamos encontrar en sus escritos, ya que también fue un gran teórico. “En el Zen existe una vertiente meditativa, pero también existe un choque que sirve para sacudir la mente. Hay momentos en los que me vuelvo realmente muy contemplativo y me disuelvo en el vacío, pero también hay otros en los que intento sugerir este vacío con una sacudida y despertar al espectador”.

Antoni Tàpies. Caligrafía roja. 1979. © Fundació Antoni Tàpies, Barcelona / Vegap. De la
fotografia: © Gasull Fotografia, 2023.
Antoni Tàpies. Transformación n. 6327. 1982. © Museo de Arte Moderno, Ceret.
Antoni Tàpies 

Alguien podría pensar que lo hacía entonces para provocar al público e invitarle a compartir sus descubrimientos iluminadores, pero lo cierto es que ni siquiera los críticos se ponen de acuerdo sobre ese trasfondo espiritual de sus pinturas. La exposición que inaugura la Fundación Tàpies en unas semanas podría ser la ocasión perfecta para reencontrarnos con su trabajo y comprobar si realmente se produce ese despertar.