Arquitectura & Diseño

“¿Qué le pasa a Souto de Moura?” El arquitecto que no amaba los colores

Por Vidal Romero

Casa en Moledo do Minho. Fotos: Hisao Suzuki - Luis Ferreira Alves - Lukas Kissling

El portugués ha levantado por toda Europa medio centenar de edificios que se debaten entre la abstracción formal y el rigor constructivo; una obra densa y variada, en la que prima una arquitectura natural, que huye de los colores llamativos salvo en contadas (y recientes) ocasiones. Aprovechamos que acaba de ser condecorado con la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid para repasar algunos de sus hitos.

El pasado viernes 20 de octubre, Eduardo Souto de Moura (1952) recibió la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid, un galardón que se concede “a creadores e intelectuales cuya obra haya contribuido decisivamente a la renovación de las artes y la cultura contemporáneas”, y que apenas ha distinguido a media docena de arquitectos: una lista excepcional, que incluye nombres como los de Rafael Moneo, Toyo Ito o el también portugués Álvaro Siza.

Que Souto de Moura se sume a este distinguido club tiene mucho que ver con su currículum, en el que figuran varios de los premios más importantes de la arquitectura a nivel mundial, como el Pritzker, el Wolf Prize o el León de Oro de la Bienal de Venecia. Pero también con su capacidad para construir un lenguaje propio, en el que se mezclan las enseñanzas del racionalismo (es un apasionado seguidor de Mies van der Rohe) y las tradiciones constructivas de su país. Con esos mimbres, ha levantado por toda Europa medio centenar de edificios que se debaten entre la abstracción formal y el rigor constructivo; una obra densa y variada, en la que es posible reconocer algunas claves se mantienen tras más de 40 años de carrera.

1. La sombra de Mies Van Der Rohe

El autor de edificios como el Pabellón de Barcelona o la Neue Nationalgalerie es uno de los faros de Souto de Moura, una influencia que suele sacar a colación en sus entrevistas y que sobrevuela muchas de sus obras: se puede reconocer en la manera en que deja a la vista las estructuras metálicas, en el aparente minimalismo de sus obras (muchas de ellas parecen cajas dejadas caer en el terreno) o en el uso de largos muros de naturaleza abstracta, que se expanden lejos de los edificios.

Sin embargo, y como explicaba el crítico Daniel Wang en la primera monografía que se publicó sobre Souto De Moura, en 1990, “aunque sea posible percibir en su obra el empleo repetido de elementos extraídos del vocabulario formal y espacial de Mies Van Der Rohe, esos elementos expresan experiencias y valores concretos y característicos del programa y el emplazamiento”. Es decir, mientras que el ejercicio de Mies era de una abstracción radical, ajena al entorno en el que se levantaban sus edificios, Souto de Moura “no quiere aislar su arquitectura. Los muros de gran longitud no son metáforas del infinito; el mercado de Braga señala los márgenes y los umbrales de la circulación. Mediante un material constructivo muy codiciado, el bloque de granito, integra los edificios en el contexto cultural”.

Centro Cultural para la S.E.C. © Luis Ferreira Alves
Centro Cultural para la S.E.C. © Luis Ferreira Alves
Centro Cultural para la S.E.C. © Luis Ferreira Alves

El mercado al que hace referencia Wang, terminado en 1984, fue la obra con la que Souto de Moura se dio a conocer fuera de Portugal, y era un prodigio de sencillez a nivel formal: apenas una sucesión de pilares, una cubierta plana y dos muros de piedra que se hundían en el terreno. A pesar de su escasez de elementos el edificio solucionaba, de una manera poética, un problema de comunicación entre dos barrios hasta entonces desconectados. Era “como una gran calle cubierta, un fragmento de ciudad”.

Todavía más interesante es el Centro Cultural para la S.E.C. (1991), en el que tenía que resolver un programa que incluía un auditorio, un cine y una sala de exposiciones en los jardines de una casa histórica de Oporto. Con el fin de pasar lo más desapercibido posible, decidió adosar el edificio a uno de los lindes de la parcela y levantar un muro que, contemplado desde el jardín, parecía ser el de cerramiento. Lo que hizo, en fin, fue engordar ese muro hasta conseguir que todo el edificio cupiera en su interior. Un interior en el que, a diferencia de la visión espartana de Mies, la riqueza de los materiales estallaba en todo su esplendor. Una “singularidad y complejidad”, en palabras de Álvaro Siza, que incluía “granito del norte, ladrillo de fabricación artesanal del sur, perfiles de acero inoxidable importados, hormigón visto de colores inesperados, madera africana intensamente roja y los enyesados de primorosa ejecución de los hombres de Alto Minho. No sé de nadie que quiera y pueda utilizar, en un área tan limitada, una gama tan vasta de materiales, colores y texturas”.

2. Un modelo repetido de casa

Souto de Moura debe gran parte de su popularidad a la serie de casas que construyó entre los 80 y los 90. Cajas de hormigón, organizadas alrededor de una geometría estricta, y en las que siempre había al menos una cara de vidrio. “Hay escritores que se pasan la vida escribiendo el mismo libro, y hay arquitectos que se pasan la vida proyectando siempre la misma casa”, reconocía el propio arquitecto cuando se le preguntaba por el aparente parecido que mostraban esas casas.

La realidad, sin embargo, es que cada una de aquellas construcciones suponía una lucha contra dos adversidades. La primera, un afilado sentido de la perfección, que le obligaba a pulir cada vez más los detalles de la obra y la manera de tratar los materiales: desde el modo en que se posaban las carpinterías en el suelo, hasta la manera de esconder las cortinas y estores, pasando por el diseño de elementos como los picaportes de las puertas o el rollo donde colgar el papel higiénico. La segunda, su incapacidad para dibujar ventanas. “La primera vez que abrí puertas y ventanas en una construcción fue en una casa que hice en Tavira, en 1994. Fue penoso. Puede parecer banal, pero abrir un agujero, una puerta o una ventana en una pared es peor que escribir un texto”.

Casa en Moledo do Minho. Fotos: Hisao Suzuki - Luis Ferreira Alves - Lukas Kissling
Casa en Moledo do Minho. Fotos: Hisao Suzuki - Luis Ferreira Alves - Lukas Kissling
Casa en Moledo do Minho. Fotos: Hisao Suzuki - Luis Ferreira Alves - Lukas Kissling

Fruto de esa lucha quedan casas como la que construyó en Moledo do Minho. Situada en la falda de una colina, sobre un terreno aterrazado mediante muros de piedra, convenció al cliente para que costeara el movimiento de dos de esas terrazas, de manera que el edificio quedara encajado en un muro de piedra. A partir de ahí, la casa consiste en pocos elementos: una cubierta que parece haberse dejado caer sobre el terreno, una ventana continua de madera, recortada en el muro de piedra, y una segunda ventana metálica en la parte trasera, que se asoma a las formaciones rocosas que puntúan la colina. A un lado, el paisaje del valle del Minho; al otro, el paisaje mineral de la montaña.

3. El valor de las ruinas

© Hisao Suzuki

El primer encargo que recibió Souto de Moura como arquitecto independiente consistió en la recuperación de las ruinas de un granero para transformarlo en un refugio de fin de semana. Para completarla, recogió piedras que había en la parcela, restos olvidados de muros y otras construcciones que cobraban una nueva vida. Años más tarde, en una entrevista, explicó que la decisión tenía tanto de cultural como de económico. “Mi percepción de la modernización (las construcciones en piedra están siendo derribadas, las calles se están pavimentando con hormigón y hay inmensos cementerios de piedra de casas derruidas) repercute en mis casas, ya que están construidas con piedras antiguas procedentes de otras casas. Para utilizarlas, solo es necesario pagar el transporte”.

© Hisao Suzuki
© Luis Ferreira Alves
© Duccio Malagamba

Esta filosofía se entiende a la perfección en una de sus obras más celebradas: la conversión del Monasterio de Santa Maria do Bouro en una Pousada, el equivalente a nuestros Paradores Nacionales. Como explicó en una entrevista, el encargo no era sencillo, “las habitaciones de los monjes no eran como las de los hoteles, no tenían espacio para los baños o para otros servicios. Las celdas eran pequeñas y los pasillos muy grandes, y no tenía sitio para que pasaran los tubos y las instalaciones”. La solución consistió en coger todas las piedras que había en el lugar (las que estaban esparcidas por el terreno y las que formaban parte de las ruinas) y utilizarlas para dar forma a un edificio que era en parte nuevo y en parte viejo. Aquello “no era una restauración, sino un ejercicio de construcción con las piedras existentes”, por eso el resultado indignó a algunos defensores del patrimonio, y entusiasmó a los que ven la arquitectura como el resultado de sumar capas de historia. “Me dieron las viejas piedras, muy bonitas, y yo les devolví un edificio nuevo, tratando de que la intervención fuera lo más natural posible”.

4. La ciudad de Oporto

Souto de Moura estudió la carrera de arquitectura en Oporto durante la década de los 70. Era la época de la Revolución de los Claveles y, según contó en una entrevista, la efervescencia social llegaba hasta el interior de las aulas. “En la Escuela de Arquitectura no se hacían proyectos ni se dibujaba; la arquitectura era una ciencia social. Por suerte, tenía de profesor a Fernando Távora, que estaba de acuerdo con la importancia de los valores sociales, pero sostenía que no eran suficientes, que también había que dibujar”. Távora fue el responsable de que la ciudad de Oporto se convirtiera en uno de los focos más activos de la arquitectura contemporánea; una figura totémica, que pensaba que “la arquitectura se resumía en unos cuantos principios: el papel de dibujo, la comprensión del lugar y la importancia de la historia”.

Metro de Oporto © Luis Ferreira Alves
Metro de Oporto © Luis Ferreira Alves
Metro de Oporto © Luis Ferreira Alves

Consciente del talento de aquel joven, Távora lo envió a trabajar al estudio de su amigo Álvaro Siza, el auténtico culpable de que en la arquitectura portuguesa convivan la tradición y la modernidad en una rara armonía. Cuenta Siza que lo recibió en su estudio y que pronto comprendió, “con pérfido disgusto y mayor alegría, que no tenía colaborador por mucho tiempo”. Lo que sí se cimentó, a pesar de la diferencia de edad entre los tres arquitectos, fue una amistad que les llevó incluso a construir un edificio, diseñado por Siza, para albergar sus estudios. En una entrevista reciente, Souto de Moura contaba que “al finalizar la jornada, Távora bajaba al estudio de Siza para fumar, y los dos bajaban luego aquí. Era un movimiento regido por la ley de la gravedad. Comentábamos la jornada y los proyectos, y también íbamos a comer al otro lado del río”.

La ciudad es también el lugar donde Souto de Moura ha levantado la obra de la que, junto al Estadio de Braga, dice sentirse más orgulloso: el metro de Oporto. “Suponía trabajar en otra escala, ampliar el campo de trabajo de la arquitectura. Trabajé en un espacio de setenta kilómetros, y preparé un catálogo de normas para todos los arquitectos que iban a colaborar. Hicimos una síntesis brutal de detalles, desde los pavimentos de granito a las barandillas de acero inoxidable, para conseguir que los precios bajaran, y luego la obra salió como el agua”.

5. Un arquitecto artista

Souto de Moura ha contado en muchas ocasiones que pensó en dejar la carrera de arquitecto y cambiar a Bellas Artes; una idea que sólo abandonó tras descubrir a Donald Judd en Zurich. En 1998, en una entrevista con Xavier Güell, explicó que “en los 70 y los 80 mucha gente abandonaba la carrera por desencanto por la disciplina. Sin embargo, ahí tenías a un tipo con una gran autodisciplina, que se había desencantado con el arte y quería ser arquitecto. Lo interesante es que hablaba de las cosas simples de la arquitectura con un discurso transparente, con una frescura que habían perdido los arquitectos, que estaban entretenidos en discursos epistemológicos y semiológicos”.

Esta afición por el arte se ha filtrado en su obra en muchas ocasiones. Por supuesto, en las distintas ocasiones en las que ha participado en la Bienal de Venecia, o en su impactante instalación para la Royal Academy Of Arts de Londres, The Doors. Pero también en un edificio como el Museo Nacional de los Transportes (1994), donde se inspiró en las esculturas de Judd para construir las cajas que albergan las instalaciones de climatización, y donde realizó ready-mades para los elementos móviles de señalización, homenajes a Francis Picabia y Marcel Duchamp que eran mitad puerta y mitad bicicleta.

© Christian Richters
© Christian Richters

Pero quizás el edificio donde mejor se aprecia esta íntima relación con los mecanismos del arte es la Torre Burgo, terminada en Oporto a finales de 2007, tras un proceso de diseño y construcción que duró casi dos décadas, por culpa de la crisis económica. Un tiempo que Souto de Moura dedicó a pulir un sistema constructivo para la fachada, realizado con granito y acero, que consigue que la torre parezca más alta y esbelta. Un sistema que ensayó en maquetas cada vez más grandes (una de ellas terminó convertida en un mueble bar para su propia casa) y que recuerda poderosamente a los Specific Objects de, cómo no, Donald Judd.

6. El peso de la naturaleza

Muchos de los proyectos de Souto de Moura tienen una relación íntima con la naturaleza que los rodea, que a veces es de admiración y otras veces es de respeto. Sus casas, por ejemplo, se colocan casi siempre en el terreno en busca de las mejores vistas, pero hay ocasiones en las que los edificios deben integrarse dentro del paisaje, y necesita utilizar otras estrategias: ya hemos hablado de la casa en Moledo do Minho, prácticamente una ventana abierta en un paisaje de muros de contención de piedra; de la casa en Tavira, donde los volúmenes se disgregan como si se tratara de una formación mineral; o del Estadio de Fútbol de Braga, que parece cincelado a partir de los restos de una cantera abandonada.

Estadio de Fútbol de Braga © Christian Richters
Estadio de Fútbol de Braga © Christian Richters
Estadio de Fútbol de Braga © Christian Richters
Casa das Historias © Vítor Gabriel

Seguramente, el proyecto que mejor muestra esta particular comunión con la naturaleza es la Casa das Historias, el museo que construyó en Cascais para su amiga, la pintora Paula Rego. “Tuve la suerte de poder escoger el emplazamiento”, explicó en una entrevista, “un bosque cercado con un vacío en medio. A partir de la elevación de los árboles y, sobre todo, de sus copas, propuse un conjunto de volúmenes con alturas distintas para responder al programa heterogéneo. La disposición de esos volúmenes funciona como el positivo mineral que sobra del perímetro de las copas. Un juego de Ying y Yang, entre artefacto y naturaleza, que ayudó a definir el material exterior: un hormigón rojo que es opuesto al verde del bosque”. En otra entrevista reciente comentó, divertido, que cuando terminó el edificio “hubo mucha gente que parecía preocupada, ¿qué le pasa a Souto, que de repente utiliza colores?”. No había por qué inquietarse: lo que aquel edificio marcaba era la entrada de Souto de Moura en una etapa de madurez, en la que sus claves y sus obsesiones siguen tan presentes como siempre, pero se adivina una mayor libertad formal. Como si, de repente, hubiera perdido el miedo a construir volúmenes de geometría extraña y abrir ventanas en ellos.