Protagonistas

Álvaro Urbano: “Me gusta jugar con las apariencias llevando la técnica al límite de la simulación”

Por Mario Canal

Álvaro Urbano

El joven artista madrileño expone en el TEA de Tenerife un proyecto inspirado en la arquitectura abandonada de un hotel modernista de La Palma. La construcción de espacios es su vocabulario artístico elemental, con el que desdibuja los tiempos y la percepción de la realidad.

La exposición que Álvaro Urbano (Madrid 1983) llevó a cabo en La Casa Encendida a mediados de 2020 –El despertar– produjo un pequeño shock en la escena cultural cuando se inauguró. Urbano era un artista bastante desconocido en España, ya que su trayectoria se había desarrollado casi exclusivamente en Berlín. Al mismo tiempo, se exhibía una colaboración entre Urbano y su pareja, Petrit Halilaj (Kosovo, 1986), en el Palacio de Cristal del Retiro de Madrid.

Tanto El Despertar como la exultante gestualidad de flores de amor gigantes que dialogaban con el parque del Retiro evidenciaban ya la amplitud de miras y concentración creativa de Urbano, la sofisticación de sus herramientas, como sucede también en la muestra que hasta el 18 de Febrero de 2024 le dedica el TEA de Tenerife, comisariada por su director Gilberto González. Acto I: La eterna adolescencia. Una instalación que investiga, explora e imagina la narración que surge de una arquitectura modernista abandonada en la isla de La Palma.

Todo apunta a una carrera imparable que Urbano se toma con calma y evita capitalizar en exceso. Su trabajo es compartido, en formato de estudio, con profesionales que participan en diferentes procesos de trabajo. “Somos como una compañía de teatro”, explica el propio Urbano, con el que tenemos la oportunidad de hacer una visita guiada por La eterna adolescencia.

Vista de la exposición Petrit Halilaj
Vista de la exposición Petrit Halilaj

La instalación que ha creado tiene dos entradas. La principal se hace desde el hall del TEA e invita a comprenderla como una ficción a la que accedemos por el backstage. El otro acceso sería por la excelente exposición colectiva también comisariada por Gilberto González, Insolación, que termina en la instalación de Urbano. Una gran sala ampliada por espejos que en ocasiones vibran y en la que encontramos el esqueleto de una estructura arquitectónica.

Algo –no sabemos qué– ha sucedido en este espacio abandonado que comienza a ser ocupado por la naturaleza: plantas salvajes, panales de abeja y otros insectos. La luz amarillenta busca recrear los tonos inquietantes del sol y un audio de 45 minutos refuerza esa atmósfera. Gilberto González lo describe así en el texto de la exposición: “Este que visitamos ahora es un Gazmira [el lugar que recrea la instalación de Urbano] especular. Transcurre en un tiempo impreciso. Como ocurre con la mayor parte del trabajo de Álvaro Urbano, es sólo un momento, uno breve, uno que, sin embargo, resulta demasiado largo. El extraño intervalo en el que al despertar de un sueño no acabamos de saber si es de día o de noche. No sabemos reconocer hacia dónde o de dónde viene la luz crepuscular. Tampoco el lugar, que, aún siendo conocido, se nos aparece como totalmente nuevo”.

Vista de instalación: ‘La Eterna Adolescencia’

¿Cuál es tu formación?

Respuesta. Estudié Arquitectura de Interiores en la ETSAM de Madrid y luego estudié Bellas Artes en la UDK, que es la universidad pública de arte en Berlín. A los 22 años me fui a Nueva York y viví ahí por 3 años, después me fui a Berlín para estudiar.

¿Siempre estuviste orientado hacia las artes plásticas?¿Cómo se produce esa definición?

Siempre tuve un interés por las artes. Inicialmente trabajé en un par de estudios de arquitectura, pero después de estar en Nueva York me di cuenta que lo que quería abordar era algo más relacionado con la ficción y entretejer experiencias. Mi primer enfoque fue crear estructuras que pudieran usarse en el cuerpo y después caminar con ellas por la calle. En un sentido de performance, había una barrera con el público que se rompía al hacer una intervención tan directa. Después de hacer esta serie de proyectos experimentales, decido estudiar bellas artes en Berlín y enfocarme en este campo.

Entonces, ¿tus primeros trabajos eran más, digamos, performáticos?

La verdad es que sí. Lo principal no era tanto la acción, sino la relación de estas estructuras con el cuerpo.

Tú creabas una estructura y luego...

Me la ponía y me la llevaba por la calle.

Tu trabajo es muy cinematográfico.

El lenguaje interno de las películas siempre ha sido un punto de partida y una fuente de inspiración para mis proyectos, principalmente en relación a los recursos cinematográficos para contar historias. Ya he hecho un cortometraje y eventualmente me encantaría hacer algo más extenso. Pero actualmente mi enfoque es contar historias a través de los espacios.

Hay mucho de suspensión narrativa en tus obras.

Sí. En mis instalaciones no sabes en qué momento de la Historia te encuentras. Se entremezclan el pasado y el futuro, el espectador entra a un presente al que siempre se llega tarde. Queda la sensación de que una acción determinada sucedió y solo han quedado los restos.

Vista de instalación: ‘La Eterna Adolescencia’

Hay un término, una palabra que me surge mucho es la de nostalgia.

¿Nostalgia? Puede ser. Este espacio de aquí es un espacio que no te has encontrado aún. Y es interesante ser consciente de eso. Es la nostalgia de un espacio nuevo. En esta exposición hemos hablado mucho Gilberto y yo del hecho de reinventar el pasado para imaginar un futuro nuevo. Yo creo que eso es evidente en la exposición a través del cuadro de Magritte que incluimos y que forma parte de la colección del TEA. Muestra un dinosaurio agónico en un paisaje vacío e indeterminado. Lo hemos puesto en la exposición porque me gusta mucho hacer uso del recurso de la aparición. La pintura funciona como un fantasma o un eco de algo en otro contexto temporal. A lo largo de la muestra, habrá diferentes piezas de la colección del museo que irán apareciendo cada dos semanas, agregando nuevas tramas y giros narrativos al proyecto.

¿Cuál es la inspiración de ese espacio?

La pieza está basada en el Hotel Gazmira, un hotel inacabado que fue en su tiempo un sueño colectivo. Es un hotel diseñado por Rubens Henríquez Hernández que se empezó a planear en los años 50 y en los 60 se comenzó a construir. Básicamente funcionó en forma de cooperativa. Lo que el espectador se encuentra en la exposición es una representación de la estructura que se construyó en La Palma y que ahora está abandonada. Me gusta mucho la idea de ver esto como un caso de estudio. Fui a visitarla en 2021 por primera vez y me fascinó no solo la arquitectura modernista, con el juego de hexágonos modulares, sino el lugar en el que está anclada. Se encuentra en el Montaña de Tenisca en Los Llanos, entregada totalmente a la naturaleza y al paso del tiempo. Me interesó traer esa estructura abandonada al museo, contar la historia del edificio y jugar con distintas referencias.

El nombre del hotel viene de Francisca de Gazmira: una palmera de los años 1500 que ayudó a liberar a 2.000 esclavos en Andalucía y que eventualmente dio paso a la entrada de los españoles en las Canarias. Es un personaje histórico que no se conoce mucho y que tiene un desenlace trágico pues ella y su familia murieron envenenados. Este elemento de la historia se ve reflejado en las plantas que están incluidas en la exposición, el ricino y la amapola, que son alucinógenas y tóxicas dependiendo de la medida en que son consumidas, causando la muerte en algunos casos. Las propiedades de estas plantas se traducen en la instalación en la manera en que alteran los sentidos y la percepción de la realidad. Los espejos, el paisaje sonoro y la repetición de los elementos arquitectónicos son formas de amplificar estos efectos y ponerlos en un contexto poético. También se pueden encontrar panales de abejas parasitando la estructura del hotel, las celdas de los panales se reflejan en los módulos geométricos de la construcción. Mi intención era hacer evidente cómo la arquitectura creada tanto por humanos como por insectos y otros animales tiene numerosos puntos de convergencia.

Vista de instalación: ‘El despertar’
Vista de instalación: ‘El despertar’

En tu obra hay varios elementos que nos retrotraen al arte clásico, por ejemplo el trampantojo. La confusión de realidad y ficción, de los elementos que parecen naturales.

Me gusta la idea de jugar con las apariencias llevando la técnica al límite de la simulación. El espectador se encuentra inmerso en un ambiente artificial, pero a la vez posee una sensación de naturalidad. Poner estos elementos disonantes en contacto crea fricciones entre lo real y lo ficticio, pero eventualmente se crea una historia propia y autónoma, que se mantiene en pie por sí misma.

Algo que suele generar mucha atracción, mucho interés, es el realismo y la belleza de las piezas escultóricas que realizas. ¿Eso es algo que estaba desde el principio o se ha ido conformando como un lenguaje tuyo?

Sí, se ha ido conformando como un estilo y un lenguaje propio, pero al final la técnica siempre está dominada o al servicio de la historia misma, de la narrativa del proyecto. Las luces que aparecen y desaparecen, junto con la instalación sonora, generan momentos de protagonismo en las diferentes esculturas. Es de cierta manera una cadena de gestos teatrales porque el artificio presente en los distintos objetos se manifiesta al espectador cuando pone atención en ellas.

Y luego, las colillas de cigarrillo quizás sea el elemento que más nos invita a pensar en que algo ha pasado, ¿no?

Totalmente. Es algo común en mi obra. Y siempre hago colillas distintas, como si hubiese habido gente distinta, teniendo conversaciones, etc.

¿Hay una aproximación a la idea de artesanía y de diseño en tu trabajo?

Siempre me ha parecido importante crear todo desde cero en el estudio, desde generar técnicas específicas, hacer investigación con nuevos materiales y controlar todo el proceso de creación. Pero el enfoque siempre ha sido desde el lenguaje de la pintura y la escultura, más que el diseño o otras disciplinas.

Vista de instalación: ‘La Eterna Adolescencia’
Vista de instalación: ‘La Eterna Adolescencia’
Vista de instalación: ‘La Eterna Adolescencia’

Porque vosotros sois un estudio con diferentes profesionales especializados en cada área: música, iluminación, arquitectura, producción...

Me gusta pensar que somos algo similar a una compañía de teatro donde no soy sólo yo el que toma decisiones, aunque todo pasa por mí. Somos seis personas en total en el estudio, que no es tan grande comparado con otros en Berlín. Muchos miembros del equipo tienen sus proyectos independientes y de cierta forma aportan su propia especialidad y conocimiento al trabajo en común que hacemos en el estudio. Es algo orgánico y con mucho carácter colaborativo.

¿Cómo es la dinámica de colaboración con tu pareja, Petrit?

La verdad es que no solo es mi pareja, tenemos estudios adyacentes y compartimos a muchos de nuestros colaboradores. Es algo muy fluido. Petrit y yo empezamos a colaborar desde hace 11 años con un proyecto editorial, que en su momento fue una de las primeras publicaciones queer en Los Balcanes. Y constaba de una serie de publicaciones pequeñas donde invitábamos a artistas y pensadores de aquella región y también a personas cercanas de nuestro círculo en Berlín. Esto nos llevó a hacer exposiciones juntos y ahora a lo mejor una vez al año hacemos un proyecto de carácter plenamente colaborativo. Empezamos a generar otra entidad artística que no es él, ni soy yo, sino una tercera persona.

Y, ¿si tuvieras que pensar en artistas que te influyen o a los que admiras?

Qué difícil, yo creo que va más allá de la idea de arte como algo dividido en disciplinas, es algo híbrido. No es solo la arquitectura, que me apasiona por supuesto. Lina Bo Bardi me viene a la cabeza o Eileen Gray y Luis Barragán, pero de repente coexisten figuras literarias como Lorca, todo está entremezclado.

¿El protagonista es el espectador que entra en la instalación?

Yo creo que no. Creo que el protagonista son las historias que están dentro y el espectador siempre llega tarde a ellas.