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Los containers de los puertos marítimos donde las fortunas y fondos almacenan sus valiosas obras de arte

Por Ángel L. Martínez

Foto: EFE/Ricardo Maldonado Rozo

Algunos almacenes de los puertos francos están acumulando las mayores colecciones de arte nunca antes vistas. Un insólito legado cultural en manos de grandes fortunas o fondos, oculto para el público y libre de impuestos que, en muchas ocasiones, proviene de robos o excavaciones ilícitas.

C ustodian pinturas de maestros como Da Vinci, Van Gogh, Renoir, Klimt, El Greco, Picasso, Warhol o Miró. Bajo escrupulosas medidas de conservación, también atesoran joyas de civilizaciones antiguas. Pero estos espacios controlados por higrometría a los que solo se puede acceder mediante lectores biométricos, no anuncian ninguna exhibición de un autor. De hecho, el aspecto de las naves donde se amontonan dista mucho de la fachada de un museo. Son simples containers o muros de hormigón sin ventanas, algunos diseñados para resistir terremotos e incendios, cercados por altas alambradas metálicas.

Algunos almacenes de los puertos están acumulando las mayores colecciones de arte nunca antes vistas. Un insólito legado cultural y un patrimonio incalculable que, en muchos casos, son objeto de litigios en operaciones fraudulentas. Solo el puerto de Ginebra (Suiza), acumula más de 1,2 millones de obras de arte valoradas en 100.000 millones de dólares, según la revista especializada Connaissances des Arts. En comparación, las colecciones de los grandes museos se quedan pequeñas. El Louvre, por ejemplo, almacena unas 300.000 obras; y el MoMA, alrededor de 200.000.

En las instalaciones del puerto de Ginebra las investigaciones estiman que hay cerca de mil piezas de Picasso, como su Garçon à La Pipe; pero también Serpientes de agua II, de Klimt; Cristo como Salvator Mundi, de da Vinci; Los recolectores de aceitunas, de Van Gogh; así como piezas arqueológicas. No es el único. Además de los cuatro grandes puertos francos suizos, otros tantos se han creado recientemente en Singapur (2010), Mónaco (2012), Luxemburgo (2014), y Delaware (2015) para dar cobijo a obras de arte y otros artículos de lujo.

‘Garçon à La Pipe’, Pablo Picasso. 1905
‘Serpientes de agua II’, Gustav Klimt. 1907
‘Salvator Mundi’, Leonardo da Vinci. 1490-1500
‘Los recolectores de aceitunas’, Vincent Van Gogh. 1889

El almacenamiento de obras de arte durante décadas en puertos francos, bajo el conocimiento de unos pocos y ocultos al público, implica un dilema cultural derivado del limbo en el que queda el arte. Al respecto, el malogrado expresidente del Louvre, Jean-Luc Martinez, que define tales espacios como los mejores museos de los que nadie disfruta, cree que el arte se crea para ser visto. Por otra parte, la inaccesibilidad de estos puertos y el secretismo sobre lo que allí se oculta y negocia supone otro escollo de índole legal, por el enorme potencial de ahorro fiscal al que se acogen y las actividades financieras que este sistema atrae.

Obras de arte ocultas y libres de impuestos

Un puerto franco es un área de comercio con pocos o ningún impuesto; como una Zona Económica Libre. Su existencia se remonta a la Antigüedad, cuando las mercancías consideradas “en tránsito” disfrutaban de aranceles más bajos que las importaciones. En el siglo I antes de Cristo, la isla griega de Delos fue centro comercial del Mediterráneo cuando el imperio Romano lo hizo puerto franco. La industrialización del siglo XIX extendió los puertos francos a enclaves estratégicos para el comercio, como Singapur, Hong Kong, Panamá o Ginebra. Desde hace unos años, estos enclaves han pasado a funcionar cada vez más como depósitos para los activos financieros de los superricos que entienden el coleccionismo del arte como un botín.

Por ejemplo, la compra de un cuadro por 50 millones de dólares en una subasta en EEUU acarrea 4,4 millones de dólares en impuestos, pero esta factura desaparece en un puerto franco. De hecho, ese mismo cuadro se puede comprar y vender varias veces sin salir del puerto, en transacciones que burlan el control de la administración de aduanas. Esto convierte a estos refugios fiscales en paraísos irresistibles para individuos o corporaciones ficticias que blanquean capitales. De hecho, un informe de la UNESCO de 2016 advirtió que las instalaciones de los puertos francos de Ginebra, Luxemburgo y Singapur podrían estar siendo usadas para almacenar obras procedentes de robos, saqueos o excavaciones ilícitas para su reventa en el mercado negro.

Ginebra ni siquiera es una ciudad portuaria. Solo tiene un pequeño puerto junto a un lago. Pero su ubicación en la encrucijada de rutas europeas la hizo sede de numerosas ferias comerciales internacionales y desarrolló su famoso sector bancario. Considerada zona franca desde comienzos del siglo XIX, la ciudad creó su almacén privado para productos de primera necesidad con la participación del estado como accionista mayoritario, hasta que el progreso de la red ferroviaria simplificó el flujo de otras mercancías, como coches. Durante la Segunda Guerra Mundial, sus almacenes fueron claves para la Cruz Roja y, tras el conflicto, llegaron los primeros lingotes de oro, seguidos de diamantes, antigüedades o perlas. Desde entonces, todo tipo de artículos de coleccionismo y mercancías valiosas se han sumado a un inventario lo suficientemente grande como para acoger 3 millones de botellas de vino y que se considera la bodega más grande del mundo.

Instalaciones del puerto franco de Ginebra
            Imagen: bloomberg.com
Containers del puerto franco de Ginebra
            © Keystone SDA

Hoy el Cantón de Ginebra tiene varios espacios que pertenecen a su puerto franco, cuyos almacenes se extienden por una superficie de 150.000 metros cuadrados (equivalente a más de 20 de campos de fútbol), la mitad de los cuales son zonas francas. El crecimiento de sus instalaciones y de las obras de arte que esconde ha hecho que aumenten las medidas de seguridad de lo que se considera la mayor galería de arte del mundo. Como todo puerto franco considerado zona de tránsito, los propietarios de mercancías no pagan impuestos siempre que estas permanezcan allí y las leyes preservan la estricta confidencialidad de lo que ocurre dentro.

El rey de los puertos francos

En la práctica, nadie sabe quién vende qué, ni a quién o a qué precio. Es más, algunos almacenes disponen de salas de exposiciones donde los coleccionistas pueden revisar sus obras y mostrarlas a posibles compradores, mientras que las instalaciones incluyen otros servicios libres de impuestos, como los trabajos de restauración de obras de arte, que permite repararlas y venderlas sin salir de allí. Es el caso de los talleres de enmarcación y restauración de la naviera Natural Le Coultre, la empresa que fue propietaria del mayor número de almacenes en el puerto (20.000 metros cuadrados) a nombre de Yves Bouvier. Apodado "el rey de los puertos francos", este marchante de arte suizo ha protagonizado litigios que arrojan luz sobre el mercado del arte en los puertos francos y permitieron entrever algunas de las obras escondidas en Ginebra.

En 2015, Bouvier fue acusado por uno de sus clientes, el oligarca ruso Dmitry Rybolovlev, propietario del Mónaco Club de Fútbol, a raíz de una comisión oculta de 25 millones de dólares en la adquisición de una obra de Modigliani por 118 millones. El multimillonario demandó a su intermediario por haberle estafado más de mil millones a lo largo de su relación. Como resultado, Bouvier fue acusado de fraude y blanqueo de dinero, y Rybolovlev trasladó su colección de Ginebra a un almacén en Chipre. Los documentos judiciales presentados mostraron que la colección que el magnate del petrodólar tenía en Ginebra, valorada en 2.000 millones de dólares, incluía un Rothko, un Van Gogh, un Renoir; San Sebastián, de El Greco; Les Noces de Pierrette, de Picasso; las Serpientes de agua II, de Klimt; y el Cristo como Salvator Mundi. de Da Vinci.

‘Desnudo reclinado con cojín azul’, Amedeo Modigliani. 1916
‘San Sebastián’, El Greco. 1578
‘Les noces de Pierrette’, Pablo Picasso. 1905

Después del fiasco en Ginebra, el rey de los puertos francos se trasladó a Le Freeport, en Singapur. Apodado El Fort Knox de Asia, los almacenes del aeropuerto de la ciudad asiática emulan las técnicas fiscales y de seguridad suizas para atraer al boyante mercado chino de coleccionistas que buscan eludir la intervención del gobierno en sus finanzas. Pero una nueva causa judicial a raíz de la fallida venta del puerto por el mal estado de sus instalaciones hizo saltar la alarma en 2020, hasta que finalmente fueron vendidas al criptomillonario chino Jihan Wu el año pasado por menos de la mitad de su valor y un nuevo déficit multimillonario para Bouvier. Estas pérdidas se explican por la mayor represión de las inversiones tangibles de lujo por parte del gobierno chino desde 2014, surgida al rebufo de cambio de aires en la gestión del puerto franco de Ginebra.

En 2012, las autoridades suizas iniciaron una auditoría de su puerto franco. Los resultados revelaron un enorme aumento del valor de los bienes artísticos, que llegaron a representar el 40% de su volumen total, desde 2007, a raíz de la crisis económica que llevó a inversores a refugiarse en el oro y el arte. Este esfuerzo de transparencia se remonta a la década anterior, cuando una ley obligó a realizar inventarios exhaustivos y multiplicó los controles aduaneros a raíz de litigios, investigaciones y exposiciones periódicas.

El primer escándalo derivó del caso del marchante italiano Giacomo Medici, condenado a varios años de cárcel y una multa de 10 millones de euros cuando una investigación en 1995 probó que escondía miles de antigüedades romanas y etruscas dentro de su almacén en el puerto franco de Ginebra, muchas de las cuales fueron vendidas a museos de todo el mundo. Otra red de tráfico de antigüedades saqueadas salió a la luz en 2003, cuando la aparición de una cabeza de un faraón en la aduana del aeropuerto de Zúrich con origen en Qatar llevó al registro e incautación de un total de 290 antigüedades egipcias, incluidas momias, en el puerto.

Más recientemente, los litigios del corredor de diamantes han descubierto obras de Warhol, Koons, Miró y otros, valoradas en 28 millones de dólares desde 2009. Según las investigaciones, una empresa registrada por Mossack Fonseca, el bufete de abogados en el centro de la polémica de los Papeles de Panamá sobre cómo los ricos ocultan sus riquezas, almacenó las obras en nombre del corredor de diamantes para usarlas como aval de sus deudas bancarias. Otros documentos legales prueban que cerca de 80 obras de Pablo Picasso cogen polvo en sus almacenes, algunas de ellas podrían haber sido sustraídas a su hijastra, Catherine Hutin.

Pero no todas las obras escondidas en el puerto de Ginebra están relacionadas con la evasión fiscal, los litigios o el contrabando. También hay quien guarda allí sus tesoros por motivos más pedestres, como la falta de espacio. Es el caso de la familia de comerciantes Wildenstein, que conserva allí unas 19 obras de Pierre Bonnard, maestro del postimpresionismo.

‘Autorretrato’, Pierre Bonnard. 1940
          © Wildenstein & Co.

Una ventana de oportunidad

Desde 2018 Suiza adoptó una nueva normativa sobre el blanqueo de capitales obligando a sus bancos a transmitir información a las autoridades fiscales de otros países a través del Intercambio Automático de Información (AEOI). El país rompió también su neutralidad y adoptó sanciones contra personas y entidades rusas en consonancia con la Unión Europea, congelando activos rusos por valor de 6.300 millones de francos y confiscando propiedades. Pero las aduanas solo identifican las mercancías cuando entran y salen, por lo que no tienen potestad para rastrear quién compra y vende las mercancías que se almacenan in situ.

"La ley sólo exige que las listas de inventario de los puertos francos tengan un propietario legal. Este puede ser una empresa o entidad jurídica sin revelar la verdadera identidad del propietario de la mercancía", ha explicado Anne Laure Bandle, directora de la Art Law Foundation de Ginebra. "Incluso hoy, un oligarca ruso puede vender un cuadro que le pertenece por varios millones y recibir inmediatamente después dinero en efectivo del comprador sin que nadie se entere", ha reconocido el ex alcalde de Ginebra, Rémy Pagani. Según la ley, la mayoría de los artículos pueden almacenarse durante seis meses, pero estas normas se eluden fácilmente y no se aplican a los bienes almacenados antes de la entrada en vigor de la ley. Además, la norma no se aplica a los bienes guardados en estos almacenes durante décadas.

Entretanto, millones de obras de arte cogen polvo en los almacenes de los puertos francos. Hace pocos años, un abogado suizo pidió que estos abriesen sus puertas para que la gente pudiera ver las colecciones privadas, en lo que creía una compensación digna por los beneficios fiscales que reciben los coleccionistas y por los ingresos de alquiler de hasta 12 millones de francos anuales que recibe el Cantón de Ginebra, propietario mayoritario de las instalaciones. Nadie le escuchó, por lo que si alguien quiere echar un vistazo a algunos de los tesoros que se ocultan en el puerto franco de Ginebra tiene que esperar a la exposición anual de Art Basel, cuando parte de su inventario se exhibe al público. La próxima está prevista para junio de 2024.