Exposiciones

Manet y Degas se enfrentan en el Metropolitan

Por María de la Peña Fernández-Nespral. Nueva York

Izquierda: Edouard Manet, Autorretrato. Derecha: Edgar Degas, Autorretrato.

Son dos las razones por las que merece la pena viajar a Nueva York este otoño. La primera de ellas, ver a Manet y Degas. La segunda, apreciar Olympia. La parte buena es que todo lo podemos encontrar en el mismo sitio: el Metropolitan Museum of Art (Met) hasta el 7 de enero de 2024.

E s la primera vez que una muestra de esta ambición confronta a dos genios de la pintura francesa, que además de amigos eran rivales. Y por si esto no fuera poco, también cuenta con la gran obra maestra de Manet, Olympia, que se ha atrevido a cruzar el atlántico para contribuir con su precoz modernidad al diálogo de la fascinante relación artística entre ambos.

Tal es el poderío del Metropolitan Museum que ha conseguido que el propietario de esta pintura, el Musée d’Orsay, preste el cuadro más importante de su colección. El desnudo más famoso de la historia del arte, el de una prostituta y su criada negra. Sería como dejar viajar el Guernica o Las Meninas. Un antes y un después, y todo por el estudio de la intrigante relación entre Manet y Degas. Una exposición imprescindible, absolutamente placentera a la vista, sino fuera por el sempiterno obstáculo de las masas que congregan este tipo de acontecimientos artísticos y los maestros impresionistas en concreto.

El Metropolitan de Nueva York está de celebración. La pinacoteca nunca antes había juntado a estos dos contemporáneos para ofrecer una nueva perspectiva de su trabajo y de su relación, que trascendía lo artístico. Reunir 160 obras entre pinturas y obra en papel ha sido posible gracias a la suma de las imponentes colecciones del Met y del Orsay. Casi la mitad de las obras pertenece a uno u otro museo. De hecho, la exposición, con variaciones, debutó en el Orsay hace unos meses.

‘Olympia’, Edouard Manet Francia © Museo d’Orsay, París (Francia)

Está demostrado que las salas de los impresionistas de las colecciones permanente de museos son de las más concurridas, por lo tanto, una exposición de estos dos gigantes del impresionismo es ya de por sí, un éxito asegurado. Además de este caballo ganador, son un acierto los textos tan informativos que contienen las grandes cartelas de las paredes, el montaje, sencillo pero elocuente a la hora de resaltar el diálogo de ambos y, lo más importante, resulta apasionante el relato de la relación entre ellos que, a pesar de la escasez de documentación, cuenta con mucho suspense. Ya solo el título de la primera sección es una invitación al resto: “Una relación enigmática”.

La historia de una rivalidad

Manet (1832-1883) nació dos años antes que Degas (1834-1917), los dos eran parisinos y de familias burguesas adineradas que además interactuaban socialmente. Se conocieron en las salas del Louvre donde Degas estaba haciendo un grabado a partir del retrato de Velázquez de la Infanta Margarita Teresa —hoy en el Grand Palais de París—. Y se sabe que simultáneamente en el tiempo, Manet hizo otro grabado de la misma obra velazqueña. El interés mutuo en Velázquez fue una de sus similitudes.

La presentación en sociedad de Manet fue mucho más sonada que la de Degas en el Salón des Refusés en París en 1863, la arena donde públicamente se hacía la crítica artística. Su obra, Desayuno en la hierba, un desnudo de una mujer con dos hombres vestidos haciendo un picnic dividió a la crítica por su audacia. Esta espectacular obra del Musée d’Orsay fue el detonante del siguiente aclamado desnudo de Manet, dos años después, Olympia.

‘Almuerzo en la hierba’, Edouard Manet

La escandalosa obra maestra que supuso el llamado “kilómetro cero” del arte moderno causó una controversia sin precedentes en el Salón de París en 1865. Otro desnudo, en este caso de una prostituta retratada como la Venus de Tiziano, está posando orgullosa y con mirada desafiante, tumbada al lado de su criada negra que le ofrece flores, probablemente, regalo de un cliente. Mientras tanto, una obra de una escena bélica de Degas, pasó desapercibida en ese Salón de 1865.

Así comienza este duelo de titanes, el de dos artistas distintos, con importantes puntos de encuentro, que abrieron el camino de la modernidad y que rivalizaron desde su primer encuentro, algo que inmediatamente se percibe en los dos autorretratos que introducen la exposición. El de Manet, elegante, mucho más asertivo en su mirada y en la forma de coger el pincel y la paleta. Degas, en cambio, se pinta apocado, vestido de oscuro y con ojos tristes e introvertidos. Es la primera sección de la muestra donde también descubrimos que no existen cartas de Degas a Manet, pero sí un buen número de retratos de él en óleo y papel que demuestran el interés que tenía por él. Sin embargo, no hay rastro de ningún retrato que le hiciera Manet a Degas, aunque sí sobreviven cuatro cartas dirigidas al pintor.

Otra diferencia: Degas fue coleccionando a lo largo de su vida obras de Manet —80 en total entre pinturas y un buen número de obra en papel—, mientras que Manet no conservaba ninguna de Degas a fecha de su prematura muerte.

Los retratos en Manet y Degas

Fue el retrato lo que ocupó gran parte de la obra de Manet y Degas. Retratos que no eran encargos y les abrían la posibilidad de concentrarse en familiares, amigos y figuras públicas como artistas, escritores —Baudelaire o Zola— o políticos. Ambos fueron más allá del convencionalismo del género. Por ejemplo, Degas marcó un nuevo rumbo al retratar un enorme jarrón de flores en el centro de la obra, Una mujer sentada al lado de un jarrón de flores, desplazando a su retratada a un lugar periférico. En otras ocasiones les hacía posar en posturas poco ortodoxas. Manet, por su parte, retrató a sus modelos con una cierta majestuosidad que acentuaba al pintarlos mirando directamente al espectador.

‘Una mujer sentada al lado de un jarrón de flores’, Edgar Degas

Los dos retrataron a las hermanas Morisot, dos pintoras con las que coincidían socialmente puesto que Berthe se casó con el hermano pequeño de Manet, Eugène. Gracias a las cartas entre la familia Morisot, se han descubierto nuevos datos sobre la relación de Manet y Degas, como el apoyo de Berthe a que Degas coleccionara obras de Manet.

El retrato Berthe Morisot con un ramo de violetas presente en la exposición es uno de los más bellos y originales retratos de Manet. En él se percibe ese contraste entre el blanco y la pureza del negro tan característico, su pincelada cargada de pigmento y la línea del contorno movida que recuerda a Velázquez. Recordemos que Manet visitó el Prado en 1865 en un decisivo viaje que le causaría un fuerte impacto. “He encontrado en él (Velázquez) la realización de mi ideal en pintura; la vista de esas obras maestras me ha dado gran esperanza y confianza plena”, escribió. Sin embargo, fue antes de ese viaje cuando el artista ya se había interesado por lo español. El torero muerto, El cantante español y Lola de Valencia, incluidas en la muestra, lo corroboran.

‘Berthe Morisot con un ramo de violetas’, Édouard Manet
‘El torero muerto’, Édouard Manet
‘El cantante español’, Édouard Manet
‘Memoria de Velázquez’, Edgar Degas

La huella de Velázquez en Degas se percibe en el óleo de 1858 Memoria de Velázquez, donde retrata al pintor español con su paleta, pintando un cuadro e imitando la composición de Las Meninas.

Otro de los temas que ambos trataron fueron las Carreras de caballos que habían llegado desde Inglaterra y eran un divertimento para los parisinos a finales del siglo XVIII. Degas captó rápidamente la modernidad y el glamour de la temática y realizó sus primeras composiciones a principios de los 60. Manet también abordó las carreras en su obra y se sabe, a través de un dibujo, que ambos las frecuentaban juntos. Pero, mientras Degas estaba más interesado por la tensión de la carrera segundos antes de que empezara, las escenas que pintó Manet eran puro galope, velocidad, una explosión visual de la potencia del jinete a caballo. Más allá de las diferencias en su aproximación al tema, lo elocuente es contemplar las obras de los dos artistas juntos y observar la técnica de cada uno, el dominio del colorido más vibrante de Manet frente a una mayor sobriedad en Degas.

La actualidad del momento no dejaba indiferente a Manet, mientras que Degas le daba la espalda y no influía en su trabajo. Entre 1861 y 1865 vivieron la guerra civil americana y a Manet le llamó la atención las noticias sobre la ejecución del Emperador Maximiliano en México en 1867. Dos años antes, Manet vio Los fusilamientos (1814) de Goya en el Prado y se basó en este cuadro para hacer su ambiciosa composición de la ejecución de Maximiliano. La exposición incluye el cuadro recompuesto en cuatro pedazos puesto que cuando murió Manet, sus herederos cortaron la obra y Degas compró los fragmentos que sobrevivieron para recomponerla.

‘El ejecución del emperador Maximiliano’, Édouard Manet

Similitudes y diferencias

Degas se liberó de hacer pintura de historia a favor de escenas desapacibles y duras del día a día. Sobresale sobre todas las demás La absenta, de 1875-76, el retrato de una desolada mujer en un café parisino donde Degas se encontraba a menudo con Manet y otros artistas. La perspectiva de la obra, con dos mesas donde reposan las copas como si flotaran y la composición de dos bebedores absortos, con la mirada perdida, es extraordinaria. Esta obra fue presentada por Degas en una exposición de impresionistas. En respuesta, Manet pintó La ciruela. Es la misma modelo, una actriz, bebiendo sola, absorta en sus pensamientos, pero más alegre y vital, con una vestimenta rosa palo tan delicada como el tocado de su cabeza.

‘La ciruela’, Édouard Manet
‘La absenta’, Edgar Degas

Aquí radica otra de las grandes diferencias entre Manet y Degas. Manet, más individualista, permaneció como un extranjero frente al grupo de los impresionistas, y se mantuvo fiel a exponer su obra solamente en los salones oficiales; al contrario que Degas, que participó en las muestras de los artistas del movimiento. Y Degas se lamentaba: “Manet todavía se niega a acompañarnos”.

Los caminos de Manet y Degas empezaron por senderos distintos; el de Manet siendo mucho más apoteósico, con su forma de reinventar el desnudo deshaciéndose de los ideales académicos. Pero al final de sus vidas, acabaron, sin duda, encontrándose. Su paleta era vibrante, al igual que su pincelada enérgica, aunque pintaban en el estudio y no al aire libre como sus colegas impresionistas. Degas pintó sus deliciosos y famosos cuadros de bailarinas al final de su vida, que, por cierto, desafortunadamente no se incluyen en la exposición, y también desnudos en pastel retratados con la misma franqueza y sensualidad sin precedentes que Manet. Fervientes promotores de la vida parisina, fueron rivales, pero pura inspiración mutua, y su importancia en la historia del arte es enorme en su contribución a la estética impresionista.

Degas no había cumplido los 49 años cuando Manet murió a los 51. La colección personal que había ido amasando de su amigo no deja sospecha alguna de la fidelidad y admiración que le confería. A pesar de que Manet suele ser el favorito entre los visitantes, y que sin quererlo o no, el montaje de la exposición le favorece, quizás esta sea una oportunidad para mirar a Degas con otros ojos.