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De Yves Klein a Darzacq: artistas que juegan con la gravedad

Por Mario Canal

‘Salto al vacío’, Yves Klein

El ascendente existencial y las posibilidades formales de la más tirana de las leyes físicas invitan a jugar con ella. Esta selección reúne a algunos artistas que han intentado subvertir o sublimar el peso del mundo.

Un bloque rectangular acuoso, denso y translúcido que flota en el cielo, resistiéndose a su propio peso –Prerequisites, 2017–; el instante sostenido de un patinador antes de caer sobre la rampa fluorescente de un skatepark; el monigote pixelado –del vídeo Grava, 2023–, que se mueve en el aire de forma errática e ilógica frente a otro monitor que captura un espacio vacío de tonos crepusculares, como un retal desprendido del universo.

La poética de lo posible y el cuestionamiento de lo material están muy presentes en la forma sutil con la que la coreana Koo Jeong A (1967) construye sus piezas, que se inspiran en la astrología, las energías y radiaciones, el movimiento y también una preciosista alternativa de la lógica ordinaria, como puede verse estos días en la galería Albarrán-Bourdais de Madrid. A medio camino entre la incongruencia cuántica y el juego de un niña que imagina un universo paralelo en su cuaderno de dibujo, ese anhelo infantil es capaz de propulsar sus prototipos hasta la realidad, como los skateparks que ha diseminado por varios lugares del planeta –Tierra–. O el que le gustaría crear bajo tierra con forma de nudo de Moebius. Aristas de ese sueño en forma de escultura también forman parte de la exposición que le dedica su galería madrileña.

No es ni será la única artista que juegue con la fuerza gravitatoria o la idea de la misma para realizar sus obras de arte y así especular sobre la atracción cósmica de los elementos. Sobre la manera en que el universo se sostiene a sí mismo y todo lo que contiene. Es un ejercicio filosófico que inevitablemente nos lleva a reflexionar sobre lo existencial, sobre aquello que nos supera y que, al tiempo que nos limita, nos hace posibles.

La obra de de realidad aumentada 'Prerequisites 7', Koo Jeong A
El skatepark flourescente de Koo Jeong A en la Trienal de Milán.

Bas Jan Ader (1942-1975), el artista holandés conocido por desaparecer en medio del Atlántico en uno de los ejercicios más radicales de escapismo de la historia del arte, pensaba así: “La gravedad es la fuerza fundamental que gobierna cada aspecto de nuestras vidas. Es el desafío que encontramos cuando damos nuestros primeros pasos. Y nos tira hacia abajo cuando nuestro recorrido de vida llega a su final. En la gravedad, el artista siente la mano de Dios, o el principio organizador del universo, mientras que para otros representa el peso de la vida, o el absurdo de nuestra existencia”.

Tiene Ader varias piezas –fotos y vídeos, resultado de sus acciones– en los que cae sin más. Lo hace tirándose a un canal mientras circula en bicicleta por Amsterdam –Fall II, 1970–, o rodando por el techo a dos aguas de su casa californiana para acabar aterrizando –Fall I, 1970– sobre un seto. “No hago escultura corporal, arte corporal o trabajos corporales. Cuando me dejé caer del techo de mi casa o en un canal fue porque la gravedad se apoderó de mí”, dejó dicho. También jugaba a desafiar la lógica gravitatoria colgándose de la rama de un árbol, como midiendo sus fuerzas con la naturaleza y sabiendo, al igual que el espectador, que esa era una batalla perdida –Broken Fall [organic], 1970–.

‘Fall 2’, 1970, Bas Jan Ader
‘Fall 2’, 1970, Bas Jan Ader

Inevitablemente, estas obras performáticas nos recuerdan a la mítica –icónica, también– imagen del francés Yves Klein (1928-1962) saltando al vacío con un fotomontaje que simbolizaba el anhelo poseer, superar, conquistar el vacío. Su experiencia como maestro judoka le permitió hacer de la gravedad su aliado. Al fin y al cabo, el arte marcial japonés –país en el que estudió dicha técnica– es un tratado sobre el peso y el movimiento para combatir a un enemigo más fuerte. Sensei de lo inasible y del color azul, con el que materializaba el espacio invisible e intangible que siempre anheló capturar, Klein fue un grandísimo artista que anunció la estética minimal, el arte de acción y el arte conceptual, como quien no quiere la cosa. Saltando al vacío lo penetraba, haciéndolo suyo. También lo hacía evidente, convirtiéndose por un instante eterno –el que dura esa imagen fija– en un ser inmune a la gravedad.

De sus cuadros monocromos no le interesaba tanto impactar con el efectismo de su IKB –el color International Klein Blue–, que también, como crear las condiciones necesarias para que el pigmento casi eléctrico generara una superficie energética y sensible sobre el lienzo. “La gravedad es el yugo de nuestra existencia”, dijo tras soltar mil globos azules al inaugurar una exposición en el barrio de Saint-Germain-de-Prés, en París. Quizás por ello realizó sus conocidas antropometrías, los cuerpos femeninos embadurnados de pintura que al ser impresionados sobre el lienzo crean formas etéreas que flotan.

Su obsesión por el espacio liberado de cualquier “yugo” le llevó al final de su corta vida a imaginar formas arquitecturales y urbanísticas que acercarían el ser humano al cielo. Decidió que la materia de los edificios podría ser aire comprimido formada por corrientes que sustituirían la gravedad por la levitación. Y sus planes para el Centro Mundial de la Sensibilidad –que presentó en la Universidad de la Sorbona, con dibujos y maquetas en 1959– convertirían en obsoleta la era de la materia física.

Jackson Pollock practicando el 'dripping'.
El artista, inmortalizado por Hans Namuth.

Sustraerse a la gravedad, como Klein, y también ceder a ella. Los drippings de Jackson Pollock (1912-1956); la caída sin fin de Yoann Bourgeois (1981). El primero se desvaneció en el espejo distorsionado del dolor que pintaba. El desplome líquido de sus cuadros no podía anunciar más que un suicidio. El óleo que va cayendo sobre el cuadro en hilos y golpes que lo manchan. La gravedad como un aliado monstruoso cuya fuerza es el azar, el accidente. El imposible control de todo aquello que pesa y duele, como entenderá también Chris Burden –al final de este texto–.

Bourgeois, por su parte, es sin duda el coreógrafo más dotado de cuantos hacen del cuerpo, de su peso y su movimiento, una pulso poético con la gravedad. Una contrariedad de la misma, jugándosela con la fuerza centrífuga, a veces, o directamente con la imaginación más naif y profunda. Su escenografía es una escalera hacia el vacío a la que se encaraman y de la que caen los cuerpos, repelidos por una cama elástica hacia la escalera en un bucle magnético, emotivo. Fue en el Panteón de París (2017) donde pudo verse la complejidad de su trabajo en diversas coreografías. Entre ellas, las de los balancines humanos que años antes había realizado también, escultoricamente, el español Juan Muñoz (1953-2001).

‘Conversation Piece’, Dublin, 1994

Durante su estancia becada de un año en Nueva York, como puede verse estos días en la excepcional muestra que le dedica el CA2M y que traza sus primeros compases como artista, el creador español sólo hizo una obra: saltar repetidamente y documentar esta acción de espaldas a la cámara. Cuestionar una y otra vez su identidad y su propio peso. Nada más. Luego, vendría el trabajo escultórico más reconocible, ya en los 90, el de los grupos de enigmáticos personajes de rasgos asiáticos. Algunos tienen forma de balancín y en lugar de en piernas sus cuerpos terminan en una extremidad esférica que siempre les mantiene erguidos, pero que también resulta ser un lastre existencial –Conversation piece, 2001–. A otros individuos que igualmente conversan entre sí los encontramos de una altura extrañamente baja, hasta que vemos que el suelo ha absorbido sus pies. La gravedad ha comenzado a hacerse dueña de sus cuerpos de una forma radical y determinante. Sus rostros, por alguna razón, reflejan una extraña felicidad, como si nada sucediera. Como si se hubieran acostumbrado al peso de su existencia o no fueran conscientes de cómo les va consumiendo.

Por el contrario, la suspensión de la gravedad y sus los elementos físicos se hace evidente en el trabajo de Takis (1925-2019), el artista griego cuyas esculturas metálicas sostenidas artificialmente por la fuerza invisible de los imanes cristalizan la agotadora tensión con la que se sostiene el mundo. También Damián Ortega (1967) teatraliza el cosmos, pero en su caso no desde la abstracción formalista, sino de los objetos cotidianos. Cosa Cósmica (2002) –el coche Volkswagen escarabajo cuyas partes han sido separadas y cuelgan de cordeles en la sala expositiva– es un ejemplo de ello, pero en la trayectoria de Ortega encontramos multitud de obras que son frenazos de un movimiento mucho más amplio, de una acción dinámica que consigue fijar frente al espectador. Un juego de equilibrios imposible que tiene, después, connotaciones alternativas que analizan aspectos sociales o económicos pero, sobre todo, poseen un impacto alucinante en la psique del espectador.

‘Tele-Sculpture’, Paris, 1960, Takis
‘Cosa cósmica’, Damián Ortega
‘La Chute N 09’, Denis Darzacq
‘Hombre caminando por el costado de un edificio’, Trisha Brown. Nueva York, 1970. Foto: Peter Moore

Si antes hemos hablado de coreografía contemporánea –terreno abonado a la manipulación del peso y de la gravedad–, no podemos obviar a Trisha Brown (1936-2017). La histórica bailarina y coreógrafa posmoderna creó algunas de las obras más innovadoras y radicales de esta disciplina. No conforme con cuestionar los movimientos clásicos de la danza –mediante la improvisación, la abstracción matemática, los gestos cotidianos y las repeticiones– , puso en duda al espacio mismo en el que debían moverse los cuerpos. Sus piezas Man Walking Down the Side of a Building (1970) y sobre todo Walking on the wall (1971), niegan el dispositivo tradicional del suelo como espacio coreográfico. Y convierten a los bailarines en autómatas autónomos que deambulan una y otra vez por lugares que no le son naturales. Que no deberían transitar porque se lo impedirían las leyes físicas.

La obra del fotógrafo francés Denis Darzacq (1961) juega también con los cuerpos, captando el instante en el que flotan en espacios urbanos. La chute (2006), es una serie que se hizo viral en su momento y mostraba a jóvenes –procedentes de barrios marginales franceses– flotando en el aire, aislados de la sociedad. La fuerza de su simplicidad hace de esas fotos iconos atemporales con una estética fresca y liberada de todo artificio. Son energía potencial y son movimiento detenido. Las implicaciones sociales que puede tener el retrato de una juventud congelada en el tiempo, sin futuro, quedan bellamente encapsuladas en la fría estética del entorno y el naturalista escorzo que adquieren.

‘‘Shoot’, 1971, Chris Burden

Al igual que Darzacq, el artista Xu Zhen® (1977) hizo de performers jóvenes vestidos a la moda el material escultórico para la acción In just a blink of an eye (2019), llevada a cabo en el MOCA de Los Ángeles. Si en las imágenes del francés el gesto surgía de un movimiento capturado, en las del chino son realmente el movimiento físico congelado. A la manera de los actores urbanos que se encaraman a estructuras metálicas invisibles para convertirse en un personaje de ficción dinámicos, los performers de Xu estaban sostenidos por andamiajes que les permitían, y les obligaban, a mantener una postura inmóvil en la sala expositiva. Un truco efectista que se emparenta con el trabajo manierista y espectacular –muy comercial, también– de Xu.

Para terminar, para tocar fondo, vamos con una historia en la que se mezclan el arte de acción, un avión de pasajeros y el FBI. Chris Burden (1946-2015) ya tenía experiencia incorporando un arma de fuego en su práctica artística. Con 22 años le pidió a un amigo que le disparara con una escopeta del calibre 22 en el brazo, lo que dio lugar a su obra Shoot (1971). En 1973, mientras un Boeing 747 despegaba del aeropuerto de Los Ángeles, Chris Burden tomó una pistola y disparó varias veces contra el avión. Puede ser considerada la pieza más vengativa contra la ingravedad, contra el anhelo humano de liberarse de las ataduras físicas. Una de las más impactantes y bellas, además. Sobre esta acción, y cuestionado por el FBI cuando se publicó la imagen en una revista de arte, Burden explicó que buscaba mostrar cómo nadie está a salvo de la muerte, por mucho que se quieran establecer límites de protección y ampliar fórmulas de seguridad. Él sólo, a las afueras del aeropuerto, hubiera podido generar una catástrofe con su arma. “No puedes regular el mundo”, dijo el artista. Igual que Pollock no podía controlar sus cuadros ni su dolor, tampoco se puede luchar contra la gravedad. Al fin y al cabo, todo lo que sube baja.

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