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La vida aburguesada de Monet (y los impresionistas) que ninguna exposición te cuenta

Por Pedro García Martín

Claude Monet en Giverny, 1899-1909. Fotografías de Lilla Cabot Perry. © Archives of American Art, Smithsonian Institution.

Luciendo greñas, fumando en pipa y discutiendo a gritos, en sus inicios los impresionistas fueron conocidos por sus penurias y por ser unos incomprendidos frente a las críticas del Salón de Arte Oficial. Cuando alcanzaron el éxito, sin embargo, se abrazaron a los lujos de la vida moderna.

L a sala CentroCentro de Cibeles acoge actualmente los cuadros más personales de Monet, procedentes del Museo Marmottan de París. Los umbrales de la muestra, una entrada y una salida inmersivas a través del jardín de Giverny, son la barrera que dan paso a unas pinturas idílicas. Entre tanto paisaje de luz hay tres cuadros sobre el litoral normando, fechados a finales del siglo XIX, donde el pintor plasma la fuerza de las olas batiendo los acantilados, mientras el mar y el cielo se funden en un abrazo evanescente. El arco de piedra de Étretat y sus playas aledañas fueron uno de los lugares favoritos del maestro, que los pintaba desde la atalaya del hotel Blanquet.

Monet acudía a aquellas costas de Normandía en un Panhard-Levassor a la última moda cuyo maletero rebosaba de cestas de comida y botellas, junto con su familia y chófer. Algo de lo que muy pocos pintores han podido vanagloriarse.

Pero lo cierto es que no siempre vivió tan bien. ¡Qué lejos quedaban los tiempos en que el hambre le acechaba pintando estos mismos parajes bajo la lluvia inclemente! Cuando para llegar a ellos tenía que coger un tren en tercera clase y luego pedir a un labriego que le llevase de vuelta en su carro. Y es que, cuando era un joven sin un franco en los bolsillos, Monet y sus amigos pasaron duras épocas de penurias.

Claude Monet subido en un Panhard-Levassor © Fondation Monet

Los artistas incomprendidos

Los jóvenes aprendices de pintores que a mediados del siglo XIX asistían al parisino taller Gleyre, se rebelaban contra el orden de las cosas. Luciendo greñas, fumando en pipa y discutiendo a gritos, criticaban el academicismo de los cuadros que se exponían en el Salón de Arte Oficial. Más tarde, prolongaban sus opiniones revolucionarias, ya en materia artística ya en política, durante las tertulias nocturnas. Para luego, volver a sus casas ubicadas en las villas de Arguenteuil, Bougival y Vernon, alejadas de la capital porque allí todo era más caro.

Durante un par de décadas lo pasaron mal y pagaban sus deudas con cuadros. Sisley lo hacía así con el carnicero y el tendero. Pissarro con su médico. Monet llegó a cambiar un lienzo por un par de botas. Las asignaciones de sus padres no les alcanzaban, los acreedores les perseguían y eran pedigüeños de sus amigos y familiares.

Esos artistas rebeldes acostumbrados a pasar hambre, se encontraron en su madurez con el suficiente dinero como para llevar una vida aburguesada

La exposición Impresionistas de París sin embargo, organizada por el marchante Durand-Ruel en Nueva York, supuso un antes y un después en la solvencia de estos pintores. Los coleccionistas norteamericanos empezaron a comprarles cuadros a precios desorbitados y algunos nobles de la Rusia zarista les imitaron. De repente, esos artistas rebeldes acostumbrados a pasar hambre, se encontraron en su madurez con el suficiente dinero como para llevar una vida aburguesada.

Camille Pissarro. Rue Saint-Honoré por la tarde. Efecto de lluvia, 1897
Alfred Sisley. Inundación en Port Marly, 1876

Una mansión en Giverny con servicio y jardineros

Entonces es cuando pudieron poner en práctica su vocación de bon vivants. Monet se reveló como un gourmet exquisito y un buen anfitrión en su mansión de Giverny que le cultivaba una cuadrilla de jardineros, además de su correspondiente servicio. Mary Cassat pintó a las mujeres y niños de su hogar disfrutando con la lectura y los juegos. Renoir contrató a las mejores cocineras cuando se retiró a La Riviera. En una época de cambios, las vidas de estos artistas coincidieron con los nuevos valores de los viajes y la movilidad social.

Adquirieron automóviles y teléfonos. Equiparon sus casas con agua corriente, calefacción central, bombillas eléctricas, lavadoras y neveras. Consumieron los nuevos productos aparecidos en el mercado durante la belle époque: las cámaras de bolsillo Kodak, las plumas estilográficas, las bicicletas y las máquinas de coser, entre otros. Monet pasó treinta años pintando nenúfares en su paraíso de Giverny. Emile Zola se burló de él diciendo que era un parisino hasta cuando pintaba a su mujer e hijos vestidos a la moda de la capital en medio de un campo de amapolas. Por entonces, como señala Pamela Todd en Los impresionistas en casa (2005): “La ropa era otro distintivo de clase. Uno era lo que llevaba puesto, y París era la capital mundial de la moda”.

El Jardín y la mansión de Claude Monet en Giverny © Fondation Monet
El Jardín y la mansión de Claude Monet en Giverny © Fondation Monet

Berthe Morisot también brilló gracias a su elegancia en los salones más refinados de París. Renoir gozó de éxito internacional y acabó sus días como un respetable padre de familia. Cézanne se retiró a su Provenza natal y fue reconocido por los jóvenes como el puente hacia el cubismo. Mary Cassatt gozó de todos los lujos compaginando su casa en la capital con su villa en la campiña francesa.

Mary Cassatt en una casa flotante, 1911. © Archives of American Art, Smithsonian Institution.
Pavillon Cézanne, Aix-en-Provence, 1928. © Archives of American Art, Smithsonian Institution.

Todos ellos cayeron rendidos ante las novedades del progreso como también lo hicieran después los personajes de la película La mamá y la puta, que guardaban poca relación con aquellos bohemios posrománticos amantes del jazz y de las novelas negras, plenamente comprometidos con la libertad. Los símbolos de los tiempos modernos que sedujeron a los impresionistas fueron el tren y su aureola de humo, la cultura del ocio recién nacida y, una vez consagrados como artistas, la fotografía y el cine. Como escribe la profesora Sue Roe en Vida privada de los impresionistas (2006): “Atisbos de la vida moderna en acción, escenas contemporáneas captadas con la inmediatez de la vida real”.

La alianza entre los pintores y el tren la había inaugurado William Turner con su lienzo Lluvia, vapor y velocidad (1844), admirado por Monet en Londres durante su exilio por la guerra franco-prusiana, que se convirtió en el icono de la llegada de la modernidad a las artes. De esta forma, Pissarro retrató La estación de Lordship Lane (1871), Manet El ferrocarril (1874) y Monet con Estación de Saint-Lazare (1877). Pero también las locomotoras con su estela de humo y carbón, las vías que se juntan en la lejanía permitiéndonos apreciar la perspectiva, los semáforos que parpadean en colores, las barreras de los pasos a nivel, y los efectos de la máquina negra en la blancura de la nieve y en el verdor de las huertas.

William Turner. Lluvia, vapor y velocidad, 1844
Camille Pissarro. La estación de Lordship Lane, 1871
Edouard Manet. El ferrocarril, 1874
Claude Monet. Estación de Saint-Lazare, 1877

También gozaron de la cultura del ocio. En tiempos del Segundo Imperio, La Grenouillère o “El estanque de las ranas”, se había puesto de moda entre los domingueros de París como zona de baños. Allá acudieron Renoir y Monet para plantar sus caballetes frente a “La Maceta” o “El Camembert”, como se llamaba a un pequeño islote con un sauce en el centro, y retratar los chapuzones de los bañistas y la textura de sus trajes soleados. Les imitó Gustave Caillebotte pintando en Yerres a los remeros de fin de semana y los paseos de los enamorados en bote. Edgar Degas prefirió temas urbanos como las carreras de caballos en el hipódromo, los teatros de la ópera y las bailarinas de ballet clásico.

En cuanto al cine, la exposición Impressionisme et naissance du Cinématograhe, celebrada en el Museo de Bellas Artes de Lyon, en 2005, mostró las coincidencias entre pinturas impresionistas y los fotogramas del cine. Tempestad en la costa (1886) de Monet es similar a la cinta de Louis Lumière Mar gruesa en el litoral (1896). Los jugadores de cartas (1890) de Cézanne es imitado por Partida de cartas (1896), también de Lumière. El desayuno (1886) de Jean Guillaumin se corresponde con la película Desayuno en familia (1896), en la que aparece el bebé de Auguste Lumière y su esposa. Y La Joven con el gato (1875) de Renoir lo hace con el filme La niña y su gato (1900).

Pierre-Auguste Renoir. La Grenouillère, 1869
Claude Monet. La Grenouillère, 1869
Gustave Caillebotte. Canoa sobre la rivera Yerres, 1878
Edgar Degas. La orquesta de la Ópera, 1868-1869
Claude Monet. Tempestad en la costa, 1886
Paul Cézanne. Los jugadores de cartas, 1890
Jean Guillaumin. El desayuno, 1886
Pierre-Auguste Renoir. La Joven con el gato, 1875

En este otoño soleado Monet le ha pedido al chófer de su Panhard-Levassor que le traiga hasta Madrid. ¡Quiere compartir con nosotros un pic-nic de colores alegres y luces efímeras que, no nos engañemos, saben mejor sin la fatiga del hambre!