Protagonistas

Rafael Canogar: “Creemos que con la tecnología todo se puede imitar, pero el arte no es posible”

Por Pilar Gómez Rodríguez

Fotos Fernando Puente

Siete décadas de trabajo, seis mil obras creadas… Siempre se puede entrevistar a Rafael Canogar con motivo de su última exposición —que, en esta ocasión, reúne su pintura de vocación arquitectónica en el museo Carmen Thyssen de Málaga a partir del 19 de este mes—, pero nos perderíamos buena parte de este artista infatigable e incombustible. Esta charla es un completo “panorama Canogar” a través de sus etapas, sus búsquedas, sus anhelos, sus impresiones sobre el pasado y sus expresiones sobre el presente.

Hay un Rafael Canogar informalista, claro, el hombre que junto a sus compañeros de grupo, El Paso, le dijo al mundo que la falta de libertad en la España de los años 50 solo se curaba con la radical expresión artística de ese anhelo. Y también hay un Rafael Canogar que es un pintor figurativo, realista y atento a las desigualdades sociales y cuyo espíritu combativo llega intacto hasta hoy. Y un Rafael Canogar que vuelve a la abstracción con ojos renovados, nuevas técnicas y materiales, y consagrado a la búsqueda inclemente de la belleza.

Se les suma un Rafael Canogar escultor de piezas icónicas, reconocibles y un grabador exquisito llamado también así. Finalmente hay que dar cuenta de un Rafael Canogar con vocación de arquitecto, amante y observador atento de la arquitectura que tenía esta disciplina como “plan B” y que, de todos modos, acabó imbuyendo a sus obras artísticas, pictóricas, de un marcado carácter espacial. Todos estos canogares se alinean “como las cuentas de un collar” —esa imagen tan gráfica y tan precisa es suya— en la trayectoria de este artista nacido en Toledo en 1935 que, tras siete décadas de trabajo, no sigue en activo, sino en activísimo.

Siete décadas de trabajo, de pintura y seguramente de entrevistas… Quiero comenzar por ello, preguntándole si hay algo, algún lugar común relativo a usted o su figura, que quiera corregir o matizar o, todo lo contrario, si hay algo en lo que quiera insistir.

Me han preguntado mucho por la pintura y por el significado de la pintura. Mire, entender la pintura no es fácil. A veces se lo han preguntado los mismos artistas. Picasso se preguntó por el sentido de querer comprender “el misterio de las flores, de las cosas bellas…”. Estoy con él, que dijo que quizá no hace falta entenderlas y lo esencial es gozarlas. Sin embargo, a pesar de que me lo hayan preguntado muchas veces, me parece necesario insistir sobre ello porque cada vez el público es más escaso. Y es una forma de llegar a más personas. Recuerdo cuando me hacían entrevistas en los años sesenta y llegaba, a lo mejor, a cuatro millones de personas porque en la televisión había uno o dos canales. Luego te paraban por la calle porque te habían visto… Hoy el público es muy reducido y por eso está bien que se repitan estas cosas que nos acerquen a entender qué es la creación artística.

Pero, le respondo en concreto también porque, en las entrevistas, la introducción es casi siempre: “un pintor abstracto conocido por…”. Efectivamente he sido abstracto muy, muy de principio, pero mi primer reconocimiento fue en el realismo. Una vez, hablando con un crítico de arte me dijo que yo era más realista que Antonio López, porque el realismo se inventó para definir una pintura que no era recoger las apariencias de las cosas, sino profundizar en la realidad y en un mundo duro, de lucha.

¿Qué tal se lleva con el pasado? ¿Siente nostalgia de alguna de sus épocas?

No, no siento nostalgia. Lo que viví, lo he vivido intensamente y con ese deseo de estar en movimiento, de renovación, de tener esa experiencia de las vanguardias. Están vividas y ahora me enfrento a otra cosa. Para un artista no hay mejor situación que vivir en un periodo de normalidad y no tenemos un periodo de normalidad. Yo he vivido parte de mi vida en la dictadura y con el deseo de llegar a tener la libertad, democracia, participación, pluralidad… Por eso se hizo la Constitución del 78, donde hubo acuerdos y todo el mundo tuvo que aceptar cosas.

¿Qué tal se lleva con su tiempo? ¿Cómo se siente?

Mal, muy mal. No me gusta nada lo que está ocurriendo en el mundo. No me gusta nada lo que está ocurriendo en España. No se gobierna. Cada uno busca su silla, su acomodo. Nada más. En los 50, a pesar de la dictadura, había más inquietud. Yo he visto mejores obras de teatro que nunca, porque entonces se veía muy buen teatro y muy buen cine, y había buenos artículos… Eso es lo que dicen todas las personas mayores sobre su generación y, es cierto que puedo caer un poco en esto, pero es que justo en estos momentos, en estas semanas, me parece horroroso lo que está ocurriendo en este país, políticamente hablando. Insólito. Nunca pensé que iba a vivir una cosa así. Es cierto que tampoco pensé que me iba tocar revivir una pandemia, ni una guerra en Europa… En España hemos tenido gobernantes nefastos: monarquías absolutistas, dictaduras… Pero en democracia nunca pensé que íbamos a vivir momentos tan duros. La democracia es muy débil, hay que defenderla cada día, porque la libertad se pierde con mucha facilidad. De verdad estoy en un momento pesimista. Pero no tengo nostalgia, sí frustración.

Jorge Isla. Le reflet
José Moñú. Esperando la pizza

Artísticamente hablando, estos últimos años han estado marcados por el uso del metacrilato. ¿Qué le interesa de este material? ¿Cómo empezó a usarlo?

En el confinamiento empecé a trabajar con acetatos, cosas pequeñas. Más tarde me interesó, tanto del acetato como del metacrilato, el poder pintar por los dos lados. Tiene brillo, refleja, recoge nuestra imagen y me interesa incorporar esta como un elemento nuevo. Al final, este es siempre el trabajo de un artista, investigar, incorporar materiales…

En un texto suyo del año 2020 decía estar a la “búsqueda de esencialidades; de trabajar con mínimos elementos para potenciar su radicalidad; muy cerca de mis búsquedas de los años cincuenta”. ¿En qué se parece y en qué se diferencia de lo que hace ahora?

He incorporado el gesto, la intervención de la mano. Titulé Huellas una de mis últimas exposiciones (se pudo ver en el espacio Mira de Pozuelo, Madrid, entre marzo y julio de este año, y recogía una treintena de obras realizadas en metacrilato) porque siempre me ha interesado mucho reflejar el paso del hombre en este mundo. Ese paso es el del labrador en el paisaje castellano, labrando la tierra, y es la de los surcos sobre la materia que he escarbado con mis los dedos. Metáfora del trabajo sobre la tierra y sobre el lienzo. Y después de esa primera intervención, yo colocaba el cuadro en el suelo y echaba pintura que iba metiéndose por los surcos como si fuera la lluvia sobre la tierra. Así creaba el cuadro. Al hacerlo de esa forma buscaba obras que salieran de mis entrañas, que transmitieran mi deseo de cambios radicales, de protesta, de gritos y rebeldía contra una situación en la que no teníamos libertad ni democracia. Hoy puede ser discutido, pero, para mí, pintar así era mi forma de expresar esas interioridades. En aquellos años, esas obras nos hacían libres como lo habían sido otros informalistas en Europa y EEUU.

Ahora busco la belleza a través del gesto en la materia. Busco la serenidad y la dimensión espiritual, trascendente, que la condición del hombre necesita. Creer en cosas que nos hagan pensar que estamos aquí para dejar algo hecho. Es diferente.

Vivimos en un mundo tan tecnológico que creemos que todo se puede reproducir, que todo es imitable. Y no es verdad: la obra de arte demuestra que no es posible, justamente porque es la huella del hombre sobre la materia. Hoy lo que intento recuperar es precisamente ese gesto de la pintura que es el que a mí me enamoró en los años cincuenta y que creo que da continuidad a mi arte hoy.

Leo otra de sus afirmaciones: “La búsqueda de originalidad y las urgencias por la fama, y su cuota de mercado, han hecho que los jóvenes artistas de casi todo el mundo se parezcan”. ¿Define esta frase su opinión sobre el mundo, o el mundillo, del arte contemporáneo?

Hay una gran confusión. Hace poco más de cien años, Duchamp hizo una obra muy importante, el famoso urinario al que tituló Fuente. Tuvo un tremendo impacto. Abrió las puertas a muchos otros a hacer cosas parecidas: Manzoni y su Mierda de artista, Klein y sus mujer pintadas de azul sobre la tela… Eso no se puede repetir. Todo no se puede repetir porque todo tiene un principio y un fin. Cuando se repiten una y otra vez las cosas se vuelven académicas.

Hace años Duchamp presentó su famoso urinario abriendo la puerta a un nuevo tipo de arte. Pero no todo se puede repetir

Si lanzamos una visión atrás a los últimos cincuenta años, es fantástico todo lo que se ha creado, inabarcable también, pero mucho de lo que se ha hecho —contaminado por Duchamp o Manzoni— ha sido buscando esa primera obra nunca antes realizada. Eso no siempre es posible. Lo importante es hacer buenas obras, pintar bien. Hoy en día, en las escuelas no te enseñan ni a pintar. Te enseñan a usar herramientas para hacer cosas que se mueven, que se encienden, y a veces no se enseña el concepto de pintura, de la buena pintura, la que trata de crear un lenguaje. He repetido en algunas ocasiones esta frase o idea de Van Gogh que me parece muy significativa. Decía que hay que hacer de la pintura algo parecido a la escritura, un lenguaje en el que seas capaz de expresarte radicalmente y hacer una pintura propia muy radical, capaz de mostrar tu esencia. Eso es lo que se busca a través de la creación de un lenguaje personal: crear tu propio mundo. Y eso es lo que ofreces a los demás. Hoy muchos artistas cogen cuatro andamios y montan un espacio y luego cogen unos litros de agua y… Puede ser interesante pero no han creado ese lenguaje, esa aportación tan subjetiva como puede hacerlo aquel que busca expresarse honestamente y hacer una buena pintura: esa es la que crea esas nuevas formas.

Usted, que ha pasado por diversas etapas, ¿cómo llega a saber que ha agotado una manera de pintar y que su camino sigue por otro lado?

He intentado siempre no repetirme, no ser académico. Trabajo mucho, tengo 6.000 cuadros, de modo que diez años míos abarcan casi la obra de toda la vida de un artista. Necesariamente tengo que evolucionar, porque el arte es aventura, ir descubriendo cosas, ir contestándote preguntas. Yo creo que el mercado, la sociedad, crea muchas trampas al artista. Cuando alguien logra el éxito con un tipo de obra, independientemente de si le ha podido costar más o menos lograrlo, todo el mundo le pide eso, y nada más que eso. Es una tremenda trampa porque pierdes la condición de creador y te vuelves un productor de tu propia obra. Has perdido la intensidad que se pone en marcha cuando estás buscando y perfeccionando cosas. En la creación hay un motor natural que se pone en alerta cuando estás buscando. Tiene una enorme potencia, pero la pierde cuando has llegado a la perfección y te acomodas, y salen los cuadros fácilmente, demasiado fácilmente.

Jorge Isla. Le reflet
José Moñú. Esperando la pizza

Homero, Cervantes, Rosales, Séneca, Lorca dan nombre a algunas de sus esculturas. ¿Ha influido la literatura en su obra? ¿Qué es lo que más ha marcado su trayectoria?

Los artistas somos muy diferentes. A Picasso le influyó mucho su tiempo, su vida, su biografía, la política, la sociedad. Morandi es casi su antítesis: vivió su momento de vanguardia, pero luego se encerró y, aislado, hizo su propio mundo bellísimo. Lo admiro muchísimo, pero estoy más cercano a la forma de ser de Picasso. La dictadura y todo lo que me ha tocado vivir ha influido en mi pintura y, al contrario, a través de ella yo quería influir, dejar testimonio de denuncia, pero no solamente contra el franquismo, sino una denuncia más universal contra la falta de libertad, de democracia, de derechos humanos.

En el año 92 mi mujer y yo compramos una casa en Sevilla, en ruinas, en un sitio precioso. Sus paredes eran como son mis cuadros ahora: trozos de paredes donde había diversas capas, texturas, retículas… Eso influyó enormemente y también mi amor por la arqueología, por Pompeya. Muchos de mis cuadros tienen algo arqueológico, son como trozos de pared colgados en otra pared.

En mi discurso de entrada en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en 1998, utilicé como referencia un texto muy bello de Ortega sobre el marco, pero es que ese concepto del marco y la obra de arte se ha quedado muy antiguo y yo, precisamente, quise romper ese concepto. Por eso mis cuadros no tienen marco. Ellos ya tienen su propia forma y un marco les estorbaría. Para mí es importante que tengan su propia presencia y lo que el marco haría es encerrarlos. Yo lo que quiero es que ocupen el espacio, que sean un objeto más con nosotros, como un elemento integrador de la vida. Por eso también cambié de material: tuve que investigar, a ver cómo podía hacerlo. La tela no me servía porque no se puede romper como con esos trozos. Tuve que inventarme entonces el papel hecho a mano, pero con lino y celulosa para conseguir grandes planchas que pudiese trocear y con esos trozos construir de nuevo. Y lo he hecho también con cristales y con papel de aluminio, no de cocina, sino del que usan en el cine y que descubrí cuando vinieron a hacerme una entrevista. Me gustó tanto que lo busqué porque con él puedes modelar…

Cuando alguien logra el éxito con un tipo de obra, todo el mundo le pide eso, y nada más que eso. Es una tremenda trampa porque pierdes la condición de creador

Sobre la influencia de la literatura, pues seguramente, pero no directamente. He puesto de título de mis obras a algún autor, pero con tanta obra tengo que buscar en el diccionario nombres que vengan bien. Un número no: es demasiado abstracto y fácil de olvidar.

Y sus últimas búsquedas ¿por dónde lo llevan?

Quiero recuperar la tela. He hecho pruebas, utilizando nuevos materiales: primero imprimación, después aceite de linaza… Pero con el mismo concepto: la búsqueda de la belleza a través de la expresión gestual.

¿Sigue la actualidad del mundo del arte: las ferias, los nombres…?

Hay muchas ferias de arte ahora. La feria de arte nace con la crisis de las bienales de Venecia, cuando se eliminan los premios y, por tanto, las galerías no están interesadas en llevar a sus artistas porque, si no hay premio, no pueden subir el valor. Entonces las galerías tienen la idea de crear una feria de arte. Yo estaba muy en desacuerdo al principio y, de hecho, me manifesté en tertulias y periódicos, porque pienso que la obra de arte necesita un espacio de respeto y en una feria son miles de obras las que ves muy juntas y te emborrachas, pero es lo que hay y hay que aceptarlo. Ahora son infinidad las que hay en el mundo. Durante la pandemia me puse a ver las de Nueva York, Suiza… y los cuadros eran los mismos, daba igual la ciudad. Pero, a veces, veías un cuadro de los 50 o de los 40 o de los 70; destacaba enormemente. Claro, de esos cuadros ya quedan pocos en el mercado porque los artistas han muerto o están mayores y son muy caros… Es decir, se ven menos. Lo que más hay son jóvenes que lo que quieren es llamar la atención, destacar y que se les vea.

Pero sí hay cosas nuevas claro. Tengo necesariamente que mencionar a mi hijo (Daniel) que también es artista —otro [Diego] es escultor—. Está haciendo piezas enormes para espacios enormes. Son espacios nuevos para el arte tanto privados como públicos: aeropuertos o rascacielos en los que los cuadros se quedan pequeños y necesitan otro tipo de imagen.

Le iba a preguntar por su relación con su hijo, o con sus hijos, ahora que la paternidad es un temazo en la literatura, igual podría serlo en la pintura…

Es una relación muy buena, muy buena. Al principio (Daniel) empezó en la fotografía porque yo tenía laboratorio. Luego se fue a Nueva York y tuvo otras experiencias. De todas formas los comienzos fueron duros porque allá donde se presentaba lo veían como “el hijo de” y eso no gusta a nadie, pero ya se ha pasado. Tiene su propio lenguaje, un enorme reconocimiento, mucho trabajo y un equipo muy bueno, de veinte personas. Tenemos formas muy diferentes. Yo necesito intimidad. Para mí crear es estar a solas con mi material, mis herramientas y hacer un cuadro.

Siempre recordaré cuando sacaba al jardín los cuadros para hacerles fotografías al sol, hablo de un cuadro abstracto, y uno de mis hijos, el más pequeño, con cuatro o cinco años dijo: “Papá, me gusta mucho”. Lo recuerdo mucho porque me emocionó que un niño tuviera la sensibilidad como para darte a conocer lo que le gustaba.