Arquitectura y diseño

Las 20 mejores obras arquitectónicas españolas, según la Bienal de Sevilla

Por Vidal Romero

XVI BEAU Sevilla

Tras sobrevivir a varias crisis, la arquitectura española atraviesa un momento dulce. Hay viejos maestros que construyen grandes obras de madurez y estudios jóvenes con mucha capacidad de sorpresa, hay arquitectos que experimentan con la tradición y otros que se anclan al territorio en busca de nuevos horizontes. Y todos ellos caben en una Bienal celebrada en Sevilla, que ha reconocido los proyectos más relevantes de los últimos dos años.

L a Real Fábrica de Artillería de Sevilla es un edificio de hechuras monumentales, una factoría que suministró los mejores cañones a la armada española desde su fundación, en 1565, pero que también fundió las campanas y el famoso Giraldillo para la catedral de la ciudad. En una de sus naves, de grandes dimensiones y con las huellas de su historia al descubierto (se pueden ver las diferentes fábricas de piedra y ladrillo que componen sus gruesos muros, los colosales puentes grúa que se utilizaban para fabricar armas gravitan sobre los visitantes), se distribuyen 20 objetos de apariencia extraña, cajas de madera deconstruidas en escorzos imposibles. A estos objetos, que muestran en su interior las obras que han sido premiadas en la XVI Bienal Española de Arquitectura y Urbanismo, los comisarios de la muestra las llaman “maletas duchampianas”, porque están pensadas para cerrarse como cajones y que la exposición viaje con facilidad a otros destinos, pero también porque al abrirse muestran los proyectos desde ángulos poco habituales.

La Real Fábrica de Artillería de Sevilla

“No queríamos que la exposición fuera un objeto frío, en el que sólo estuviera la obra acabada”, explica María González García. “Por eso, las cajas tienen una parte donde está la foto fija de la obra, más subjetiva, con los planos, las fotos y una pequeña memoria, y otra en la que se pidió a los autores que mandasen objetos: libros, materiales, maquetas, fotos de la obra, cualquier cosa que explicara cómo se había diseñado o construido esa obra. También les pedimos que grabaran vídeos caseros, donde cuentan cómo ha sido todo el proceso del proyecto, y algunos son reveladores: un equipo ha montado los whatsapps que han intercambiado con el propietario durante el diseño y la obra; otro equipo ha grabado a la gente que vive ahora en el edificio, que cuenta cómo ha cambiado su vida. Son cuestiones cotidianas, que hacen más fácil conectar al público con las obras expuestas”.

González comparte con Juan José López de la Cruz uno de los estudios de arquitectura con más proyección de Andalucía, Sol89. Ambos trabajan también como profesores en la Escuela de Arquitectura de Sevilla, donde forman equipo docente con Ángel Martínez García-Posada, y donde los tres plantaron la semilla de esta Bienal, cuyo lema es “Medio Plazo”.

Hemos atravesado una época donde había que solucionar necesidades imperiosas debido a las crisis financiera y sanitaria, pero ya es el momento de considerar otros horizontes

Cuenta también González que ese medio plazo del que hablan es “un espacio temporal que no es ni muy largo ni muy corto, que no se refiere ni a un futuro inalcanzable ni a un presente continuo. Un espacio que permite trabajar en los problemas actuales, pero también atisbar mejorías a largo plazo”. El objetivo, en fin, es recuperar la ambición después de un tiempo de repliegue. “Hemos atravesado una época donde los proyectos de arquitectura tenían que solucionar necesidades imperiosas debido a la coyuntura: la crisis financiera, la crisis económica, la crisis sanitaria”, continúa Martínez, “pero ya es el momento de considerar otros horizontes, de incorporar otra realidad que no sea la inmediata o la cortoplacista”. Y eso implica buscar proyectos que, “como un caballo de Troya, contribuyen a que se produzcan ciertos cambios o ciertas dinámicas sociales”.

Lo que se esconde en las “maletas duchampianas”

Para seleccionar las 20 obras premiadas, entre las más de 500 que se presentaron a la Bienal, los comisarios definieron cinco horizontes, que comprenden esas cuestiones que la arquitectura debe resolver en un futuro próximo: Acciones comunes, Nuevos programas, Raíces locales, Lógicas constructivas y Escalas precisas. El primero de estos horizontes, Acciones comunes, engloba esos proyectos que aportan nuevas lecturas a lugares colectivos, y uno de sus mejores representantes es el nuevo Museo Munch, levantado por Juan Herreros y Jens Richter en Oslo. “Los proyectos de este horizonte tienen una cosa en común”, explica López de la Cruz, “y es que su influencia va mucho más allá del resultado final. En ese sentido, el Museo Munch es paradigmático, porque el propio proceso de creación del museo, que se extendió durante muchos años y conllevó muchas discusiones y votaciones en el municipio, es un ejemplo clarísimo de cómo implicar a la ciudadanía en el diseño de grandes equipamientos públicos. El resultado es un proyecto con un programa híbrido, que se refleja en su forma y su funcionamiento”, pero también, como apunta Martínez, “un edificio con muchos valores: revisita la tipología y el concepto de museo, divide el programa por plantas de una forma muy singular, genera en su cubierta una conexión con el territorio, y regala la configuración de un espacio público en contacto con el agua”.

Nuevo Museo Munch

Porque otra cosa que tienen en común los proyectos premiados por la Bienal es que no buscan los grandes gestos, sino que prefieren las escalas más pequeñas y humanas. Una idea, la de la escala humana, que también incluye a los proyectos de mayor tamaño, y que se puede entender como una respuesta a la arquitectura espectacular que dominó el panorama de la disciplina durante décadas pasadas. “Pasar por esa fase en la que había que resolver lo inmediato ha tenido una consecuencia fundamental, y es que todos los arquitectos se han metido en el barro”, explica González. “No había grandes proyectos, las administraciones estaban desaparecidas y no se hacían concursos, así que todo el mundo ha tenido que trabajar en una escala menuda. Incluso el arquitecto estrella, que antes se dedicaba a los grandes edificios públicos, se ha parado a escuchar al vecino que tenía un problema doméstico. El resultado es un cambio de conciencia derivado de esa época que hemos vivido, una potencia que hay que aprovechar para proyectar con más ambición”. Eso sí, López de la Cruz advierte que “ha existido una retórica de lo precario que es necesario superar, porque también hay que hacer ciudades y hay que estudiar el impacto sobre el espacio público. Hemos sumado temas durante esa época de crisis; temas que antes la arquitectura no apreciaba, o que incluso despreciaba, porque se consideraban menores o marginales. Pero no podemos pensar que lo pequeño va a resolverlo todo”.

Un ejemplo de cómo hacer ciudad desde la arquitectura, y conseguir que el espacio público se convierta en un elemento de cohesión social, es la Remodelación de la Plaza de España y su entorno en Madrid, de Lorenzo Fernández-Ordóñes, Aránzazu La Casta y Fernando Porras-Isla. Es una obra que, según González, “resultaba difícil de valorar para los miembros que no la habíamos visitado, porque los planos y las fotografías no son suficientes para comprender una intervención con una escala tan grande. Pero todos los que la conocían nos hablaban de la transformación tan grande que había supuesto, de cómo se acortaban distancias, se introducían itinerarios peatonales larguísimos y se añadía vegetación a una zona en la que había carencia de ella. Es un proyecto que transforma la ciudad, que la hace ver de una manera mucho mejor”. Y eso a pesar de las críticas que recibió tras su inauguración, cuando muchos madrileños protestaron porque el tamaño de los árboles era mucho menor que el prometido en las imágenes con las que los arquitectos ganaron el concurso. “Entonces es una buena ejemplificación de lo que significa el medio plazo”, añade Martínez, “porque la naturaleza se irá apropiando de aquel lugar”.

Remodelación de la Plaza de España y su entorno
Remodelación de la Plaza de España y su entorno

Como decíamos antes, trabajar la escala menuda también ha servido para que los arquitectos recuperen el control sobre aspectos que se habían dejado en manos de otros profesionales, como el diseño de interiores o la fabricación artesanal de algunas partes de los edificios. Y muchos de los proyectos seleccionados por la Bienal reflejan ese interés por hacer una arquitectura que no sea sólo cáscara y contenedor, sino también un espacio interior en el que suceden cosas. Martínez explica que “dos de los horizontes que propusimos, Escalas Precisas y Raíces Locales, tratan esas cuestiones: la necesidad de comprender que todo nos compete como arquitectos, desde lo que está en contacto con nuestro cuerpo a la gran escala territorial; y la necesidad de reactivar vínculos con lo local, ya sea a través la artesanía, de la identidad geográfica o de cualquier otra clave que huya de la uniformidad que conlleva la globalización.

De este modo, se han premiado proyectos que en otras Bienales, dedicadas al proyecto grandilocuente, habrían pasado desapercibidos, como el proyecto de restauración de ermitas en el Camino de Santiago Francés, o la recuperación de los Astilleros en Galicia”. Estos proyectos tienen otro valor añadido, que señala González, y es que “entienden un territorio a través de una serie de pequeñas construcciones que lo iban pautando de manera histórica, que iban hilvanando el camino. Así que, aunque el proyecto intervenga en uno de esos edificios, la investigación es mucho más amplia: en el caso de los astilleros, hay un estudio completo de todos los caminos marítimos que cosían esa zona, y que se convierte en la primera piedra del proyecto”.

Si alguien se acerca a visitar este edificio, lo primero que ve es un cortijo; hace falta una mirada atenta para darse cuenta de todo lo que han liado estos tíos ahí dentro

Un proyecto que apuesta con decisión por ese retorno a lo local, y que además lo hace desde varios puntos de vista (formal, material y tipológico) es la Casa Cortijo Jamonero, de Jorge Vidal y Marcos Catalán, en la localidad cacereña de Garciaz. “Aquí la piedra se utiliza para todo”, señala Martínez, “pero siempre con un punto novedoso y con una finura extrema en los detalles. Cada hueco de ventana, cada carpintería, los dinteles, el diseño de la chimenea interior son lugares para la sorpresa. Y la fusión entre interior y exterior está también muy lograda”. Para González, por su parte, lo mejor es que “si alguien se acerca a visitar este edificio, lo primero que ve es un cortijo; hace falta una mirada atenta para darse cuenta de todo lo que han liado estos tíos ahí dentro. Pero sin que haya nada disonante. Y eso es importante, porque al hablar de raíces locales no nos referimos a coger los materiales de siempre y colocarlos de la misma manera. Es coger lo de siempre y retorcerlo, para generar un desplazamiento intelectual, constructivo o espacial”.

Proyecto Casa Cortijo Jamonero
Proyecto Casa Cortijo Jamonero

Esta lógica también se puede extrapolar a la elección de las sedes de la Bienal. González explica que les interesaba la Real Fábrica de Artillería porque “se trata de un lugar en proceso. Tan en proceso, que el día antes de la inauguración todavía estaban terminando de colocar la solería en el patio de acceso. Es un espacio que produce mucha curiosidad, porque está llamado a ser uno de los grandes equipamientos de la ciudad, así que es posible que muchos sevillanos vayan a la exposición solo por ver lo que está pasando en el edificio”. Lo mismo sucede con el Convento Virgen de los Reyes, otro edificio de la ciudad que sigue en obras y que, entre los días 3 y 5 de octubre, servirá de sede para un congreso en el que los 20 equipos ganadores presentarán sus proyectos y participarán en mesas redondas. Y también con los espacios en los que están trabajando para llevar la exposición después de Sevilla. “En A Coruña montaremos la exposición en el mercado municipal, un lugar cotidiano, en el que la gente se encontrará de repente con las cajas, y en Tarragona queremos llevarlo a la Antigua Tabacalera, que es otro sitio en transformación”.

La Real Fábrica de Artillería de Sevilla
La Real Fábrica de Artillería de Sevilla

De todos los horizontes de la Bienal, uno de los más interesantes es el de Lógicas Constructivas, donde se premian aquellos proyectos en los que los sistemas utilizados para su construcción funcionan como argumento principal. En ese sentido, resultan modélicas las Viviendas Sociales 1737 que Harquitectes han construido en Gavá, en la provincia de Barcelona. Y no solo por el uso de los materiales, sino también por la investigación tipológica a la que somete un modelo como el de las viviendas sociales, habitualmente tan encorsetado. “Es ejemplar a la hora de plantear cómo se puede expandir una vivienda a través de terrazas, corredores y espacios de circulación”, reconoce González. “Harquitectes se ha presentado con un arsenal de cinco obras muy potentes, que habrían merecido un premio. Al final nos quedamos con esta, que lo aúna todo: estructura, construcción, esquema tipológico y también encuadre territorial, porque el proyecto plantea la posición de los edificios para buscar las mejores vistas al paisaje. Un proyecto brillante, de unos arquitectos que han alcanzado un punto de madurez envidiable”, y que también revela la sensibilidad especial que existe hacia la vivienda colectiva en comunidades como Cataluña o Baleares.

Además de la selección de obras construidas, la Bienal concede premios a las mejores obras de Investigación y Difusión que se han producido en 2021 y 2022, y a los mejores Proyectos de Fin de Carrera. Se trata de las dos patas más ocultas del certamen, porque si ya es difícil que alguien conozca las obras premiadas, salvo que viva cerca de ellas o pase por delante, esta producción es directamente hermética.