Protagonistas

Gulbenkian, el oligarca que dejó su legado artístico en Portugal gracias a las exenciones fiscales de Salazar

Por Ángel L. Martínez

Calouste Sarkis Gulbenkian

La historia de Gulbenkian, enriquecida en los albores de la globalización, es la del oligarca moderno: conexiones elitistas transnacionales, ambiciones transfronterizas e intereses empresariales ‘offshore’. La de su Fundación cultural y científica también es reflejo de los nuevos tiempos.

Esculturas de artistas nacionales e internacionales dan la bienvenida a quienes pasean, leen y se guarecen del implacable sol estival en un jardín de 7'5 hectáreas refrescado por estanques de carpas japonesas. Un oasis en el centro de Lisboa alrededor de un anfiteatro al aire libre que acoge espectáculos de teatro, cine y música, como el Jazz em Agosto, decano festival internacional. Pero sus joyas artísticas se encuentran en los edificios que flanquean este complejo situado no muy lejos de la Embajada de España.

A un lado, el centro con la mayor concentración de arte contemporáneo de Portugal. Al otro, el museo que exhibe una de las colecciones privadas de arte clásico más grandes del mundo. Unas 6.000 piezas, entre ellas, esculturas del Antiguo Egipto, tapices persas, terciopelos otomanos, monedas greco-romanas de oro y plata, jarrones de la dinastía Qing y pinturas del viejo Japón, así como obras decorativas de Lalique y cuadros de Rembrandt, Rubens, Monet, Renoir, Manet, Degas y Turner.

La Fundación Gulbenkian, como se llama la institución que conserva estos tesoros, también alberga un departamento de creación y educación artística, un centro de imágenes y técnicas narrativas, un espacio artístico infantil y una soberbia biblioteca exclusivamente dedicada al arte. Además, alejado de su sede principal, a las afueras de la ciudad, su instituto de ciencias sirve como núcleo de la investigación y erudición lisboeta, con doctorados punteros en biomedicina o programas de desarrollo sostenible y medioambiental; así como motor de la producción y difusión cultural nacional, incluyendo la edición de libros y la gestión de bibliotecas fijas e itinerantes. Es, en suma, la institución referencia en artes y ciencias de Portugal y uno de los grandes imperios culturales mundiales, cuyos tentáculos incluso coordinan centros de exhibición en París y Londres.

Entrada principal del museo. © Ricardo Oliveira Alves
© Ricardo Oliveira Alves

Esta maquinaria filantrópica, y su sistema de mecenazgo, se nutre, como casi todas las fundaciones de esta índole, de ayudas europeas –más de 18 millones de euros en 2022. Pero las subvenciones y el módico precio de entrada a sus museos no bastan para sostener tal entramado. Casi todo su patrimonio –3.800 millones de euros en 2021– procede de un emporio petrolífero cuyas perforaciones, de Kazajstán a Brasil, pasando por Argelia y Angola, hasta hace menos de una década, parecían conculcar los principios fundacionales de una institución que apoya estudios sobre la huella de carbono. Tal contradicción es parte del legado del personaje cuya multimillonaria herencia concibió la fundación. Un magnate del petróleo y bucanero del arte que logró ser el hombre más rico del mundo en el contexto de mayor turbulencia de la historia reciente.

"El Sr. Cinco Por Ciento"

En 1914, Calouste Gulbenkian era el único nombre propio en la firma del acuerdo con el que las autoridades de Constantinopla (hoy Estambul) permitían la prospección petrolífera en Oriente Medio, bajo dominio del Imperio Turco-Otomano, a un grupo formado por una empresa británica, una alemana y otra holandesa; apoyadas por sus respectivos gobiernos. En esos años, el petróleo era un combustible marginal para lámparas y estufas de queroseno. El carbón seguía siendo fuente única de la Revolución Industrial que alumbró los mayores cambios de la humanidad desde el Neolítico. Muy pocos previeron el potencial del oro negro.

Pero el mismo día de la firma de ese acuerdo, el 28 de junio de 1914, un suceso alteró el curso de la historia. El asesinato del archiduque de Austria en Sarajevo detonó la Gran Guerra en Europa. La que pasó a llamarse Primera Guerra Mundial inició un periodo bélico que convirtió el nuevo combustible fósil en una prioridad militar estratégica esencial global. Desde entonces, los aliados, según Lord Curzon, secretario de Relaciones Exteriores del Imperio Británico, "flotaron hacia la victoria en una ola de petróleo". A lomos de ese tsunami de cambios, Calouste cambió el negocio familiar mercantil para bañar el apellido Gulbenkian en oro.

"Gulbenkian percibió que con las mejoras en comunicaciones, el negocio tradicional de importación y exportación ya no era tan atractivo", cuenta el historiador Jonathan Conlin. "Intuyó que las fortunas se harían con negocios más ambiciosos en los que participaran varias compañías en empresas mineras", dice el autor de Mr Five Per Cent: The Many Lives of Calouste Gulbenkian, the World’s Richest Man, la biografía del magnate que revisa fuentes originales en complejos caracteres armenios y en turco-otomano, lengua muerta.

A pesar de que debió toda su fortuna al petróleo, Calouste Sarkis Gulbenkian (1869-1955) solo vio la fuente de su riqueza una vez. Tenía 19 años y acababa de graduarse en el King College de Londres cuando visitó un yacimiento petrolífero en el que su familia tenía intereses. Descendiente de una de las principales estirpes de comerciantes armenios-turcos, sumó la pericia empresarial adquirida en la City a sus contactos por parentesco con el clan mercantil 'amira' así como al acceso a la élite internacional de mercaderes que le brindó su posterior matrimonio, para tejer redes de influencia con las personalidades del momento. Así le fue asignado el primer estudio del Imperio Otomano sobre la presencia de petróleo en Mesopotamia, génesis de la creación de la multinacional Turkish Petroleum que iniciaría la prospección de crudo bajo el suelo de las actuales Irak y Siria, justo cuando este se convertía en el combustible de la Segunda Revolución Industrial.

Interior del museo
Renoir. Retrato de Camille Monet, 1872-1874

Pero Gulbenkian no fue un simple oportunista. Con habilidad, mantuvo esa alianza multinacional durante las dos guerras mundiales, después de la desintegración del Imperio Otomano y tras la desaparición de la Rusia del Zar. Cuando los alemanes abandonaron el acuerdo, trajo a franceses y luego a estadounidenses. Después, y durante dieciséis años, libró una encarnizada batalla contra las grandes petroleras Standard Oil (hoy ExxonMobil), Royal Dutch Shell, Compagnie Francaise des Petroles (hoy Total) y Anglo-Persian Oil Company (hoy BP), que querían su parte. Finalmente, en 1928 ayudó a rubricar el histórico “Acuerdo de la Línea Roja”, que creó el primer monopolio petrolífero, o cartel, de la historia. Con este pacto, además, Gulbenkian mantenía su participación del 5% en la Iraq Petroleum Company (antes Turkish Petroleum) para beneficiarse de todos los yacimientos que se explotaron en adelante. De ahí su apodo: “Mr Five Per Cent

Joost Jonker, doctor en historia del comercio de la Universidad de Amsterdam, calificó para BBC que la gran virtud del magnate fue "su tenacidad al llevar a cabo complejas negociaciones con las más poderosas corporaciones del mundo en esa época [...] gracias a su perseverancia sobre detalles de los contratos que los otros participantes no dominaban". Cuando Gulbenkian firmó el pacto inicial de prospección petrolífera, en vísperas de la Primera Guerra Mundial, su participación era insignificante. Cuatro décadas más tarde, a mitad del pasado siglo, el “Sr. Cinco Por Ciento” tenía un chelín por cada libra ganada en algunos de los mayores yacimientos de la Tierra. Con casi 6.000 millones de los actuales euros, era el hombre más rico del mundo.

Obsesión por el arte y aprensión a los impuestos

Acabado el periodo de guerras, Gulbenkian pasó sus últimos años en hoteles de lujo de las capitales europeas en las que compró mansiones para alojar su abundante colección de obras de arte, muchas de ellas adquiridas aprovechando la turbulencia del momento histórico. Él fue de los primeros en “ir de compras al Hermitage” de Leningrado (hoy San Petesburgo) tras la caída del Zar. Con la victoria de la Revolución Bolchevique, la Unión Soviética financió su acuciante desarrollo industrial con la venta de arte. Gulbenkian compró a la URSS por valor de casi 18 millones de los actuales euros muchos objetos armenios y obras maestras como Palas Atenea y Tito, de Rembrandt; o Helena Fourment, de Rubens. Además, su pasión por el arte fue ratificada cuando él mismo escribió al representante comercial de Stalin en París para recomendarle detener la sangría en sus museos y así preservar la cultura rusa, aún en contra de sus intereses como coleccionista.

Pero Gulbenkian no sentía el mismo aprecio por el estado del bienestar. De hecho, el gobierno inglés le tildó de "benefactor escurridizo" por su aversión a los impuestos; lo que a la postre impidió que su legado artístico acabase en Reino Unido. Antes de hacer negocios, en 1920, Gulbenkian aprovechó sus estudios en Londres para nacionalizarse británico y evitar, como otros armenios turcos, los pogromos del Imperio Otomano que culminaron en el genocidio de principios de siglo. Durante su carrera, hizo fortuna lucrándose al albur de una globalización sin reglas. Así pues, aunque controló su imperio desde la City, tuvo su cartera de acciones y bonos en Liechtenstein, pagando solo 100 francos suizos de impuestos en 1931, sobre activos valorados en 336 millones de los actuales euros. Tras la Segunda Guerra Mundial, las naciones europeas buscaban reconstruir sus economías y reanimar el estado del bienestar imponiendo más control de capital y menos tolerancia hacia la evasión de impuestos. Entonces Gulbenkian buscó arrimar su fortuna a otras ascuas.

Rubens. Retrato de Helena Fourment, 1630
Rembrandt. Athena Pallas, 1657

Oliver Bullough, autor del bestseller 'Moneyland: ¿por qué los ladrones y los bandidos ahora gobiernan el mundo y cómo recuperarlo?', subraya el paralelismo con los ricos actuales: “Su vida tiene relevancia hoy porque es una reliquia de una era anterior de globalización, los días libres de antes de 1939 en los que el dinero fluía por el mundo tan libre de regulaciones como ahora, y los poderosos podían buscar beneficios donde quisieran y esquivar las leyes como les pareciera oportuno”. Aunque la hija del propio Calouste, Rita Sivarte Gulbenkian, lo resume más sucintamente: "las leyes están hechas para todos menos para nosotros".

Portugal, el paraíso fiscal en la época de Salazar

El magnate encontró el refugio que buscaba en Portugal, donde la dictadura de Salazar le dejó establecerse sin obligación tributaria hasta el final de sus días –se rumorea que antes lo intentó en la España franquista. A su muerte, los herederos destinaron su patrimonio a crear el museo que el prócer siempre soñó en Lisboa; desechando enclaves como Washington, Nueva York y Londres, donde su colección habría tenido que compartir espacio con otras obras maestras. El apellido Gulbenkian, sin embargo, extendía su legado y su controversia más allá de los intereses artísticos y culturales.

Desde su creación, en 1969, la Fundación Gulbenkian obtuvo gran parte de sus fondos de su participación del 100% en Partex Oil & Gas. Para entonces, la fortuna de la que se nutría la Fundación Gulbenkian era una sombra de lo que fue, pero los activos de Partex aún valían más de 660 millones de euros. Es más, se trataba de una institución cultural que no se limitaba a poseer acciones de Shell, BP o ExxonMobil, sino que era propietaria única de una petrolera con registro fiscal en las Islas Caimán y que, además, tenía participación en empresas de dudoso prestigio, como Abu Dhabi National Oil Company.

Una de las salas del museo

En 2016, mientras crecía la oposición local a la exploración petrolífera al sur de Portugal, pero coincidiendo también con una decisión similar al otro lado del Atlántico, la Fundación Gulbenkian anunció la venta de Partex. Meses antes, la familia Rockefeller, herederos de la riqueza del padre del petrolero estadounidense y creador de lo que hoy son ExxonMobil y Chevron Corp, habían hecho lo mismo. Los fideicomisarios de ambas fortunas, alzadas sobre los combustibles fósiles, entendían que su misión actual debía estar del lado de las energías limpias y renovables, y así lo manifestaron en los comunicados que anunciaron su decisión.

Hoy el legado Gulbenkian sigue produciendo unos 6,4 millones de barriles equivalentes de petróleo al año, la mayor parte en Omán, ahora propiedad del conglomerado privado CEFC China Energy. El carbono de esos yacimientos de petróleo y gas continúa emitiéndose a la atmósfera con los mismos efectos negativos para el presente y el futuro del planeta. Sin embargo, la Fundación Gulbenkian prometió reinvertir los 500 millones de euros obtenidos con la venta de su petrolera en proyectos renovables y similares. Señal de que la forma de hacer negocios que lucró a los astutos magnates del pasado se agota como la fuente de sus riquezas.