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EL TEJIDO DE LOS SUEÑOS: VIAJE A LAS PROFUNDIDADES DE REMEDIOS VARO

Por Pilar Gómez Rodríguez

Simpatía (La Rabia del Gato), 1955

“A veces escribo como si trazase un boceto”. En paralelo a su producción pictórica, Remedios Varo dejó un conjunto de relatos, fragmentos, cartas que iluminan no solo sus cuadros, sino también su biografía. La editorial Renacimiento ha reunido su obra escrita en el libro El tejido de los sueños.

Sentada, una figura de mujer con un evidente parecido a Remedios Varo contempla a un personaje inesperado. Tiene miedo y para huir extiende la mano hacia atrás confiada en otra mano que la saque de allí. Lo que la inmensa mayoría de los mortales experimenta como miedo —ser arrastrado por garras invisibles escondidas bajo la cama o tras la pared— para ella es seguridad, salvación, escapatoria. Todo eso pasa en el cuadro que la artista nacida en 1908 en Anglés, Girona, pintó en 1958. Lo tituló Visita inesperada y lo describió con estas palabras: “Esta mujer esperaba un invitado, pero no es ese y está asustadísima. Al echar la mano atrás, como pidiendo auxilio, su deseo se materializa y sale una mano de la pared que ella estrecha”.

Es uno de los textos que se incluyen en la recopilación de su obra escrita que acaba de publicar la editorial Renacimiento. Se titula El tejido de los sueños y está compuesto por cartas (a personas reales y a destinatarios imaginarios o elegidos al azar), recetas y consejos, sueños, relatos, escritos automáticos, fragmentos, fragmentos, fragmentos… Salvo el escrito titulado De Homo Rodans, que acompañó con una escultura hecha de huesos de pollo y de pavo, ninguno estaba destinado a la publicación. Y, sin embargo, forman parte de su obra de manera ineludible. Lo señala la profesora Isabel Castells en su introducción: “Estos textos, que apuntalan y reflejan todos los motivos que caracterizan a su singular labor artística, nos ofrecen la imagen completa de una creadora total capaz de expresarse del mismo modo tanto a través de la palabra como de la imagen. De hecho, la distinción entre lo pintado y lo escrito resulta improcedente en su caso”. Y, sobre todo, lo señala la propia Remedios Varo en las notas que escribió para atender una entrevista, también incluidas en el libro de Renacimiento: “A veces escribo como si trazase un boceto”.

Visita inesperada, 1958

Así, en coherencia con este planteamiento, la biografía de esta artista de raíces surrealistas que acabó por distanciarse del movimiento y hacer una carrera personalísima alejada de cualquier corriente y que reúne notas esotéricas, místicas, mistéricas y humorísticas, puede ser explicada a partir de una de las cartas que desde el exilio en México envía a dos hermanas, amigas suyas de la infancia. “Vivía en Barcelona y mi escasa afición, por no decir horror, hacia todo lo que sean disturbios y violencia me hizo poner pies en polvorosa. Me fui a París donde estuve relativamente tranquila hasta que estalló la guerra y no tuve más idea que poner de nuevo tierra y hasta grandísimas cantidades de agua entre tales catástrofes y mi persona”.

Las miserias de la vida, con Remedios Varo, son menos miserias. De “descacharrante” califica un viaje con 35 personas en un vagón de tren para transportar caballos donde tuvo que pasar seis días para volver a París. Tras relatar el viaje hacia América en la bodega de un barco “que llevaba unas cuatro veces más viajeros de los que cabían”, escribe a las hermanas: “Espero contaros algún día mis aventuras, que son truculentas y, a veces, muy cómicas”. Así es como la niña que había viajado de pequeña siguiendo los destinos de su padre, que había sido una de las primeras mujeres en ingresar en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, que había conocido la efervescencia artística del París de entreguerras, que se había interesado e integrado en las prácticas del surrealismo, se encontró huyendo de una guerra civil y de otra mundial para encontrar una nueva vida en el nuevo continente.

Roulotte, 1955

EL DÍA QUE VARO SE DETUVO A PINTAR

En México encontró un nutrido y bien engrasado círculo de amigos -entre quienes se encontraba la decisiva Leonora Carrington- en el que halló tanto la calma como los estímulos necesarios para su labor creadora. Esta, sin embargo, se dispersaba en numerosos trabajos y actividades -artesanía, costura, ilustración publicitaria- con los que se ganaba la vida. No fue hasta la década siguiente cuando, tras el encuentro con el político refugiado austriaco Walter Gruen, su último compañero de vida, decidió dedicarse a la pintura y nada más. En su descripción del cuadro Roulotte, de 1955, algunos críticos han visto una alegoría de este hecho. La autora lo describe así: “Este carricoche representa un hogar verdadero y armonioso, dentro de él hay todas las perspectivas y felizmente se transporta de acá para allá, el hombre dirigiéndolo, la mujer produciendo música tranquilamente”.

Una vez resuelta a producir cuadros tranquilamente, abandonado ya el trajín de idas y venidas, este parece trasladarse a la pintura: sus obras están plagadas de seres rodantes, extraños medios de locomoción, artefactos que vuelan o que valen para navegar… En la obra Tailleur por dames (1957), el personaje central luce un estupendo vestido-barca: “Muy práctico […], al llegar ante una extensión de agua se deja caer de espaldas, detrás de la cabeza hasta el timón que se maneja tirando de las cintas que van hasta el pecho y de las que cuelga una brújula, todo ello sirve también de adorno. En tierra firme rueda y las solapas sirven de pequeñas velas”. El Vagabundo (1957), del cuadro así titulado, lleva asimismo un traje también “muy práctico y cómodo, como locomoción tiene tracción delantera”, mientras las figuras de Au bonheur des dames han iniciado ya el proceso de transformación en rueda, víctimas “caídas en la peor mecanización”.

Tailleur por dames, 1957
El Vagabundo, 1957

Los hombres de Locomoción capilar avanzan, por su parte, sobre sus barbas multiusos: mientras que algunos las usan para desplazarse, otro atrapa con ella a una mujer y la rapta. Y es que siempre pasan muchas cosas en los cuadros de Remedios Varo. Hay en ellos mucho movimiento, mucho dinamismo y nada es gratuito. El viaje tiene un por qué y ese por qué es una búsqueda, un anhelo que la autora comparte con todas sus inquietas creaciones: “Esos viajeros después de mucho ir y venir -comenta Varo al hilo de Hallazgo (1956)- encuentran por fin esa especie de perla gruesa en el bosquecillo al fondo; esa esferita luminosa representa la unidad interior; los viajeros representan gentes que buscan llegar a un nivel más alto espiritual”.

Junto a la figura de la rueda, los hilos, las referencias al arte de la urdimbre y la trama serán otra de las constantes de su pintura. En Tres destinos, los tres personajes, absortos y aislados en sus torres, en realidad están conectados por unos hilos que los manejan. Es el destino representado en un astro el que hará que “algún día sus vidas se cruzarán y mezclarán”. En Armonía, un personaje solitario trata “de encontrar el hilo invisible que une todas las cosas. Por eso, en un pentagrama de hilos de metal, ensarta toda clase de objetos”.

Telas, ropajes y elementos textiles tienen mucha presencia en la obra de Varo. Como en el caso del Ermitaño, la misma prenda les facilita la huida, les equipara al resto o les separa de la masa. La tela vive en los cuadros de Varo, que era modista y sabía coser: tejer es crear y crear es dar vida, alumbrar, lanzar al mundo… Claramente se percibe en el cuadro titulado La tejedora de Verona (1956). Merece mucho la pena su explicación: “Lo que aquí sucede es evidente: esa señora que está tejiendo punto inglés personajes animados que salen por la venta”. Así de fácil es la interpretación, siempre que, evidentemente, seas la propia autora o te dejes guiar por las líneas maestras que ella misma escribió.

Au bonheur des dames, 1956
Locomoción capilar, 1959
Hallazgo, 1956
Tres destinos, 1956
Armonía, 1956
Ermitaño, 1955
La tejedora de Verona, 1956

INCREÍBLES CASUALIDADES CONVERTIDAS EN OBRAS

Una mujer pasea vestida con lo que parece la corteza de un árbol, lleva “un talismán en la mano, el sombrero es una nubecilla que va dejando trozos tras de sí, en el primer piso de la casa de atrás, a la derecha vive un caballo”. Este es el texto que le dedica Remedios Varo a su obra Sea usted breve (1958), pero falta la primera frase y es: “Aquí no sucede nada de particular”. Risas… quizá, en primera instancia, pero luego ya no. El método de Remedios Varo ha sido desvelado con la ayuda de pistas como las anteriores. El misterio, mejor que el método, como le gustaba decir a Max Aub: “Explica claramente lo inexplicable, lo resuelve; de ahí el misterio”, escribió en el bello artículo que le dedicó a su muerte.

En las explicaciones que escribe para su familia, la pintora actúa como si repasara un álbum familiar, como un notario que lee y certifica lo que tenemos delante de los ojos, pero claro, lo que ve el artista no es lo que vemos el resto. Esas explicaciones con ambición de objetividad, precisión y de mera descripción chocan con las potentes imágenes del personalísimo universo de Remedios Varo: esa sorpresa, esa pequeña conmoción, ese qué-pasa-aquí forma parte de la obra e incluso es probable que sean la propia obra.

Muchas veces el mundo, la realidad nos regala historias, increíbles casualidades en las que queremos adivinar una razón o un por qué y nos lanzamos en su búsqueda: esa es la textura que ella representa en sus cuadros. Ese, el misterio. No es la fantasía del mundo, como algo separado o independiente, lo que Remedios Varo lleva a sus cuadros; es que el mundo, en determinadas ocasiones, es pura fantasía y ella sí sabe cómo pintarlo.

Tailleur por dames, 1957
El Vagabundo, 1957

Pero además de las explicaciones de sus cuadros, Remedios Varo escribió otros textos como cartas, sueños, recetas y relatos en los que se siguen intercambiando el tono humorístico y otro más grave, serio, de confesión o confidencias. El primero es perceptible desde el mismo título, por ejemplo de las Recetas y consejos para provocar sueños eróticos o soñar que eres rey de Inglaterra. El segundo aparece disperso aquí y allá estableciendo resonancias con sus obras. En una de las cartas a un psicólogo desconocido dice encontrarse sola “por la incomprensión total de las peligrosas personas que me rodean, peligrosamente contagiosas, pues a cada momento puedo caer en la estúpida satisfacción de que están llenos y la plácida y cruel indiferencia que tienen hacia las cosas verdaderas, pero cuando los veo tan sanos y rollizos tengo a veces la envidia y la tentación de aceptar el reloj como árbitro de mis gestos, la tintorería y la peluquería como templos del bienestar humano y un convertible 1952 como meta, fin y conquista definitiva”. Parece estar hablando la Mujer saliendo del psicoanalista que arroja a un pozo la cabeza de su padre “(como es correcto al salir del psicoanalista)”, escribe Varo.

Por lo demás, las líneas de estos fragmentos están llenas de las ideas e imágenes que pueblan o podrían poblar sus cuadros: agua vertida de una copa que se convierte en riachuelo, una criatura que teje con sus propios cabellos, una gata que en realidad es su amiga Leonora Carrington (con quien intentó escribir una obra de teatro) o la jaula en forma de huevo que pide tejer al verdugo poco antes de morir y con la que termina el libro. “(…) entonces le dije al verdugo que ya podía matarme porque el hombre que yo quería estaba tejido conmigo para toda la eternidad”. Remedios Varo murió en Ciudad de México el 8 de octubre de 1963 de un infarto. En su estudio quedó la última obra que pintó. Su expresivo título es en sí un microrrelato: Naturaleza muerta resucitando.

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