Exposiciones

El discípulo díscolo de Sorolla que triunfó entre la burguesía antes de caer en el olvido

Por María de la Peña Fernández-Nespral

Velas al sol, 1909

El Grito continúa su recorrido por museos alejados de los grandes circuitos con la Fundación Manuel Benedito, una casa museo que rescata la figura de un artista que se desvinculó de la sombra de su maestro convirtiéndose en uno de los pintores favoritos de las clases adineradas de la sociedad española de principios del siglo XX.

Entrar en la Fundación Museo Benedito en la madrileña calle de Juan Bravo es visitar un sitio diferente. Así lo transmitían las crónicas de la prensa y los testimonios particulares. El estudio del pintor Manuel Benedito (Valencia, 1875- Madrid, 1963), su espacio ‘sagrado’ de creación era también su casa y, desde 2002, la sede de la Fundación que lleva su nombre. Fue el único discípulo reconocido de Joaquín Sorolla. Tan cercana era su relación con el maestro de la luz que lo nombró albacea testamentario y compartieron el mismo marchante.

Este museo monográfico del pintor Benedito existe gracias a Vicenta, la sobrina que el artista adoptó y a la que nombró heredera pues él no tuvo descendencia. Gracias a ella, la fundación se creó para preservar su memoria y, además de su abundante obra pictórica, Vicenta conservó en este elegante piso del barrio de Salamanca, desde sus paletas, pinceles y enseres de pintor, hasta la escalera original de los años 50 de la casa, la puerta de bronce de la entrada que hoy da acceso a la sala principal del museo, las columnas que estaban en su jardín original o la alfombra de la Real Fábrica de Tapices que adornaba su casa. “Es un museo de evocación”, resalta María Jesús Rodríguez, directora de la Fundación.

Cleo de Merode, 1910. Col Banco Santander
Retrato de la Duquesa de Durcal, 1911. Museo del Prado

Después de formarse en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos en Valencia y con Sorolla, en su estudio madrileño, Benedito estuvo 4 años pensionado en la Academia Española de Roma y viajó por toda Europa: Italia, Francia, Bélgica y Holanda. Su fuerte personalidad le hizo desprenderse pronto del sorollismo y también del marchante que compartían, el conde de Artal. Benedito empezó a gestionar él mismo una brillante carrera como uno de los pintores favoritos de las clases adineradas de la sociedad española. Le solicitan cuadros duquesas, marquesas, actrices, pintores, escritores… Incluso los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia le encargan el retrato de grupo de los infantes. “Tiene un importante éxito económico desde bastante joven. Estaba fuera de las galerías y del comercio del arte porque dirigía su propia producción. Cobraba precios desorbitantes por los retratos. En 1953, 150.000 pesetas a un conocido cliente banquero por un retrato. Mucho dinero de la época”, afirma Pascual Masiá, vicepresidente de la Fundación Benedito.

El maestro del retrato

De origen humilde, el padre de Manuel Benedito y dos de sus hermanos eran taxidermistas. Los mejores de España. La saga Benedito es hoy probablemente igual de conocida por los animales disecados por ellos que están en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid o en el Museo de Historia Natural de Londres que por el artista de la familia.

Manuel, al igual que sus hermanos era gran aficionado a la caza y realizó varios cuadros de la temática venatoria. ‘Vuelta de la montería’, de 1913, perteneciente a la Colección del Banco Santander, es la obra más sobresaliente de este género que fue pensada para ser trasladada a tapiz. Fue consejero artístico de la Real Fábrica de Tapices y gran admirador de Goya y sus cartones para tapices. Esta obra la pintó en la finca de un amigo en Sierra Morena y fue elogiada por el poeta y crítico de arte Guillaume Apollinaire al exhibirla en el ‘Salon des Artistes Français’. “Contemplándolo es imposible no evocar la ‘Cacería de ciervos’, de Gustave Courbet", escribe Pascual Masiá en el catálogo de la exposición del artista en Valencia, en 2005.

La vuelta de la montería, 1913. Col Banco Santander

Ya separado completamente de la influencia de su maestro Sorolla, Benedito realiza una de sus obras cumbre durante su estancia en la costa bretona. Ya había viajado a Francia, Bélgica y Holanda y se había empapado de la pintura europea. Se trata de ‘Pescadoras bretonas’, un cuadro de tres metros de ancho que adquirió el Estado en 1906, un año después de su ejecución, por 5.000 pesetas y que hoy es propiedad del Museo del Prado que lo restauró recientemente. Casi al mismo tiempo, pinta ‘Madre bretona’, que se puede admirar en el museo-fundación de Madrid y que obtuvo la medalla de oro en la Exposición Nacional de 1906. “Es paradójico, pero desde el punto de vista de la historia del arte, la obra más interesante de Benedito es la de esa época, de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. A esta generación ya no les vale el luminismo de Sorolla e intentan superarlo haciendo otras cosas. Es sin duda la aportación más interesante”, explica Javier Barón, Jefe de Conservación de Pintura del siglo XIX del Museo del Prado. ‘La vuelta al trabajo en Brujas’, de 1902-1904, de la Colección Masaveu y depositado en el Bellas Artes de Asturias es otra obra representativa de su etapa más interesante que realizó en uno de los viajes a Bélgica mientras era pensionado en Roma. “Un cuadro soberbio”, añade Barón.

“Era indiscutible cuando pintaba tipos populares, campesinos, ya sean segovianos, salmantinos, bretones, holandeses, gitanos o bailaoras”, resalta Pascual Masiá. Este historiador, responsable del catálogo razonado de Benedito que se publicará próximamente también está de acuerdo en que lo mejor de su producción es su etapa temprana, cuando tenía 20-30 años. ‘Burrito’ de 1893 está expuesta en el piso de arriba del museo madrileño y es una pequeña y encantadora tabla que recuerda la luminosidad de Mariano Fortuny o de Martín Rico. Representa la pasión por la pintura al aire libre y la atmósfera de luminosos blancos de su tierra natal. Sin embargo, en el conjunto de su obra fue fiel a un estilo realista sobrio, de gamas más bien oscuras, bastante alejado del luminismo valenciano. Incluso en algunas obras tempranas, se aproxima a la España negra de Ignacio Zuloaga y José Gutiérrez Solana.

Pescadoras bretonas, 1905. Museo del Prado
Burrito, 1893. Fundación Manuel Benedito

En esa etapa inicial ya había empezado a pintar retratos, muchos de ellos por encargo y también de familiares como su padre al que pinta en su taller de taxidermista, de espaldas, y que está incluido en el recorrido del museo. En total, pintó más de 600. A Gregorio Marañón, Eduardo Dato, Livinio Stuyck, Alfonso XIII, Pastora Imperio, los hermanos Álvarez Quintero… En el museo, destaca el que le hizo a Sorolla en 1923, meses antes de su muerte, cuando ya estaba enfermo. Un crítico de la época hablaba sobre el lienzo como una obra de admiración al que fue su maestro, “que rebosa respeto, amor al que le abrió los ojos al camino del arte …”.

Son los retratos de mujeres nobles, de la burguesía a las que “intentaba acertar a ver su lado más favorecedor”, los que también le dieron más fama. Especialmente el de Cleo de Merode, de 1910, perteneciente a la Colección del Grupo Santander. De Merode era la bailarina estrella de la Ópera de París y del Folies Bergère; la llamaban ‘la Gioconda del siglo XX’. La retrató durante su estancia en París donde estableció su taller entre 1910-12. Otro de sus grandes retratos es el de la Duquesa de Dúrcal, de la Fundación ‘en el que se ve la influencia de la pintura del norte’ y a la que también retrató 10 años después Anglada Camarasa. “Triunfa en el retrato femenino porque las modelos se ven favorecidas y son retratos elegantes. Recoge las sugestiones de las grandes escuelas del pasado, de grandes retratistas como Velázquez y Van Dyck”, apunta Javier Barón.

Un cambio de tornas

Los críticos se referían a la habilidad técnica de Benedito, “un magnífico dibujante”, “artista de factura impecable”, “con reminiscencias de la elegancia de Van Dyck” y “pintor con un gran oficio”. Sin embargo, los historiadores del arte de los años 60-70, “tendieron a despreciarlo, a considerarlo menos de lo que había sido”, opina Javier Barón. “Todavía están por recuperar en alguna medida Benedito y los de su generación como Fernando Álvarez de Sotomayor y Eduardo Chicharro”, añade Barón.

Retrato de Joaquin Sorolla, 1923. Museo de la Ciudad, Ayuntamiento de Valencia
Manuel Benedito, retratado por Joaquín Sorolla

Manuel Benedito murió rico a los 88 años después de una brillante carrera. Su obra está hoy presente en grandes museos como la colección Carmen Thyssen de Málaga o la Hispanic Society de Nueva York y en manos de grandes coleccionistas privados. Que hoy podamos visitar su casa, con su obra y muchos de los muebles y objetos personales del artista es “una gran suerte, una ocasión magnífica porque dice mucho del artista”, en palabras de Javier Barón.

Mantener abierta su casa-museo, dar continuidad a la obra de un gran pintor es la gran misión de estos pequeños museos, islas en medio de las ciudades que trabajan para mantener viva parte de la historia del arte de nuestro país.