Arquitectura y diseño

Las tres vidas de Walter Gropius (los intramuros del fundador de la Bauhaus)

Por Marta Caballero

Erich Consemüller. Fogata en la orilla del Elba con Ilse y Walter Gropius, 1927

La biógrafa Fiona MacCarthy revela en un volumen de casi 600 páginas la compleja y apasionada peripecia de un arquitecto que supo erigirse como uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo, de un hombre que fue, al menos, igual de grande que la revolucionaria institución que creó. Un referente incontestable de la pasada centuria que condensa en sus 86 años de vida la formulación de lo que hoy llamamos modernidad.

Abre el volumen la foto de un veinteañero. La espalda recta, el bigote bien definido, las orejas ligeramente separadas del cráneo. El pelo muy corto; el traje, impecable. Es conscientemente atractivo. Llama poderosamente la atención su mirada hambrienta. Los ojos, que se fijan en algo a la izquierda del contraplano, ya cuentan una historia. Ese joven estudiante de Arquitectura en Múnich, ese rapaz que pasa sus horas libres entre museos y bibliotecas de la ciudad, está a punto de reformar el mundo. Observa y en esa contemplación encendida ya condensa la modernidad.

El chico se llama Walter Gropius, será el fundador de la Bauhaus y una de las figuras fundamentales del arte, el diseño y la arquitectura del siglo XX, un pope del mundo moderno cuya influencia llega hasta nuestros días. Este muchacho es, sin más, el devenir de todo un siglo en una sola vida, la promesa de un hombre profundamente revolucionario, de una peripecia consagrada a una pasional convicción a la que en gran medida le debemos el peso que la idea tiene hoy en todos los órdenes de la vida. Si pensamos en la formulación de nuestras ciudades, escuelas, estaciones de autobuses... Si compramos un mueble en Ikea, si ensalzamos de un objeto su diseño y funcionalidad… en todo esto, al fondo, está Walter Gropius.

Joven Walter Gropius. © Mahler Foundation

65 años después de aquella fotografía, Fiona MacCarthy, periodista del Guardian especializada en arquitectura, se topa con el porte erguido del chaval, en ese momento un octogenario que, sin embargo, aún conserva la formalidad germánica y “un toque de arrogancia”. Le quedan solo unos meses más en el mundo. Cuenta la corresponsal de la cabecera británica, que ya viene de escudriñar la vida de otros grandes personajes históricos (William Morris, Edward Burne-Jones, Lord Byron…), que son los temas los que la eligen a ella, y que la aventura de Gropius, del que acabará escribiendo la biografía que hoy nos ocupa, fue la que se cruzó en su camino como un destino inevitable. Primero, por una silla de Breuer -otro nombre clave de la Bauhaus- de la que se quedó prendada; luego, por ese encuentro en persona con Gropius cuando ya era un icono mundial incontestable.

La Bauhaus es “una forma de ser y estar, no un estilo

‘Walter Gropius. La vida del fundador de la Bauhaus’, publicada por Turner Noema, se perfila como una obra imprescindible para conocer a un intelectual cuya figura quedó eclipsada por la magnitud de la institución que fundó. Más que una escuela, un revulsivo sociocultural que establece las bases de lo que hoy conocemos como diseño, un movimiento que hoy identificamos como una forma de idear y proceder inconfundible, un racionalismo tan inspirador que rápidamente permeó en todas las artes.

La autora se propone a lo largo de sus casi 600 páginas desentrañar todo el mosaico de relaciones de un personaje que entra en contacto con los grandes acontecimientos y muchos de los nombres clave del siglo XX, que atraviesa como un rayo todo lo que luego vinimos a llamar modernidad. De Kandinsky a Mies van der Rohe, de Alma Mahler a Klee. MacCarthy quiere entenderle a partir de todo su entramado de conexiones para responder quién fue de verdad el hombre, para visualizarlo detrás de su mirada. ¿Era un arquitecto feroz, como le definió Capote? ¿Un soberbio, un vanidoso tan seguro de sí mismo que apabullaba ya desde sus primeros años? ¿Un ser atribulado y marcado por los horrores que vio en la I Guerra Mundial y los fracasos amorosos? ¿Un obseso de la forma, de la depuración infinita? ¿Acaso uno de los grandes filósofos de nuestro tiempo?

Erich Consemüller. Edificio Bauhaus Dessau, casa estudio, vista desde el sureste, 1925/1926
Miembros del Dessau Bauhaus (del álbum Bauhaus de Fritz Schreiber), 1931/1932

Era todo eso y más, era más complejo. Gropius funda la primera escuela de arquitectura moderna, ajena a academicismos recalcitrantes, abierta, multidisciplinar como él, proclive a la difuminación de las artes. Un lugar donde las mujeres, además, son por primera vez bienvenidas, del que salen las primeras arquitectas. En otras palabras, una institución sin precedentes, transformadora, única.

Sin embargo, a lo que se dedica esta biografía es a dejar claro que si bien la escuela fundada en 1919 en Weimar es mucho más que su fundador, la figura de Gropius es también mucho más que su escuela. La Bauhaus es “una forma de ser y estar, no un estilo”, resuelve la autora. Y todo ese ser y estar se resume en la mirada de quien la creó. Hablamos, además, de una modernidad integradora, de tintes sociales, que trata de democratizar el acceso a la vivienda de calidad, que piensa, y lo hace de verdad, en el mundo en el que vive.

La disección del genio

La empresa que asume MacCarthy es, claro está, amazónica, pues hablamos de un personaje de actividad frenética, de intereses inabarcables. "Si tengo algún talento es el de ver la relación entre las cosas" es una de sus citas más conocidas. También se lo aclara el propio Gropius a su futura biógrafa al comienzo del libro: “Cuando era pequeño, me preguntaron por mi color favorito. Durante años, mi familia se estuvo burlando de mí por contestar, después de pensármelo un momento: ‘Bunt ist meine Lieblingsfarbe’, que significa ‘mi color favorito es el multicolor’”.

Klaus Hertig. Edificio Bauhaus, Dessau, arquitecto Walter Gropius, vista suroeste, 1926/1927

En efecto, como el recorrido por una paleta polícroma, el libro repasa todos los Walter Gropius, sus filias, sus amores, sus desvelos, o el desconcierto de sus detractores. Es un conglomerado de datos y nombres del que, sin embargo, la autora sale airosa. Acierta al dividir la obra en tres partes a las que titula “vidas”. La primera se centra en los años de aprendizaje en Alemania, entre 1833 y 1932; la segunda, en su tiempo de emigrante que huye del nazismo en Inglaterra (1934-1937), país en el que tiene que hacer frente a una lengua que no conoce y al conservadurismo de una sociedad que no estaba preparada para asumir sus propuestas. “Es un país acultural”, le escribe a un amigo en una carta recogida en el libro. La última vida, que acontece entre 1937-1969, está dedicada a su residencia en Estados Unidos, periodo que recibe una atención especial en el volumen. Hablamos de un nuevo comienzo, un tiempo en el que, al frente del departamento de Arquitectura de Harvard, obtiene al fin un reconocimiento que había tardado en llegarle. Es en esta tercera vida en la que, además, implanta la mecánica de trabajo de los grandes estudios.

Si tengo algún talento es el de ver la relación entre las cosas

Merece la pena el empeño que la autora destina a analizar al personaje a través de su dimensión psicológica, de su condición de ser atormentado, a caballo entre el ego y las crisis existenciales. Del hedonismo nos hablan viajes tan inspiradores como aquella etílica y excesiva experiencia española en la que entra en contacto con el arte de nuestras iglesias, queda prendado de la belleza de las mujeres, tal cual le relata a su madre en una misiva, y se fascina con la creatividad de Gaudí, al que llegó a conocer. Del ser atemorizado por un siglo que es en sí una amenaza nos hablan sus cartas, y sus no pocas huídas y abandonos.

Alma Mahler, su primer gran amor y la figura que le abre las puertas de la cultura de su tiempo, cobra notable relevancia en las páginas del ensayo. Casada con el gran compositor austrobohemio, esta suerte de femme fatale abandona a a su marido después de que la apartase de la composición musical y tras pasar por la trágica pérdida de uno de sus hijos. El 4 de junio de 1910, en un balneario al que se retiró para recuperarse de la tragedia, conoció a Gropius, que también trataba de curarse allí del estrés que le había producido la puesta en marcha de su propio proyecto.

Alma Mahler, 1909
Walter e Ise Gropius, unos años después de su matrimonio en 1923
            © Bauhaus-Archiv Berlin

Según relata la biógrafa, a los pocos minutos ya estaban enamorados. La autora no escatima en detalles de su pasión, nos muestra el contenido sexualmente explícito de sus cartas (“quiero chuparte por todas partes como un pólipo. Arrójame tu dulce chorro”) y confirma que bajo aquella pasión desbocada, también existía el odio de una mujer que aquí queda definida, a diferencia de otras biografías, como un ser caprichoso que no dudó en alternar a Gropius con otros amantes de renombre, como Kokoschka y Franz Werfel. Con Alma acabó teniendo una hija, que fallecería prematuramente a los 19 años.

Con todo, quizás la gran decepción que le produce el paso de Alma por su vida también es una pieza clave en el nacimiento de la Bauhaus en 1919, cuando regresa de la guerra, y se instala en Weimar, cuando conoce a Mies van der Rohe, cuando se topa con Ilse, su segundo gran amor, cuando conecta con los artistas del grupo intelectual Der blau Reiter, donde brillan Kandinsky y Klee. En el caldero común en el que confluyen todas esas grandes mentes se cuece la Bauhaus y, con ella, la modernidad.

Gropius, dice la autora, que ha urdido una obra escrupulosa, ambiciosa y atenta a todo cuanto sucedió en los alrededores del maestro, “comprendió que el hombre no es una isla”. En una era fragmentada como la nuestra, de atomización del conocimiento y especialización enfermiza, aconseja MacCarthy, es un referente en el que no deberíamos dejar de mirarnos, al que siempre deberíamos acudir.