Exposiciones

El pueblo de 83 habitantes que apuesta por el arte de vanguardia

Por Gorka Alonso Gil

Vista general FCAYC
          © Fundación Cerezales Antonino y Cinia

Bajo el nombre de ‘Qué hace un museo como tú en un sitio como éste’, El Grito arranca una serie que se detiene en espacios expositivos singulares (por motivos diversos), alejados de los habituales polos de atracción cultural, pero cuya propuesta artística bien podría encontrarse en cualquier capital europea. Primera parada: la Fundación Cerezales Antonino y Cinia (FCAYC).

En Cerezales del Condado, un pequeño pueblo de la montaña leonesa, apenas hay varias decenas de casas, seis o siete calles y algo menos de 100 vecinos censados. Pero desde hace 15 años se ha convertido en un referente del arte contemporáneo, no solo en la comarca, sino también en la provincia de León. Hasta la localidad viajan, desde toda España, amantes de la cultura y del arte, y en sus parques y plazas exponen artistas nacionales e internacionales. Y eso ocurre de la mano de la Fundación Cerezales Antonino y Cinia (FCAYC), una fundación privada pero con vocación pública que busca difundir y promocionar el arte y la cultura en el entorno rural.

En este tiempo, han acercado hasta este valle leonés las obras de Eduardo Chillida o parte del trabajo del fotógrafo catalán Xavier Miserachs. Los vecinos de Cerezales han disfrutado de la obra de artistas internacionales como Richard Serra y Fernanda Fragateiro, y nacionales de la talla de Chema Madoz. Exposiciones de fotografía, escultura o instalaciones artísticas que están en el día a día del circuito cultural de ciudades como Madrid y Barcelona pero que no se esperan encontrar en el mundo rural. Un entorno en el que parecen estar fuera de lugar y en el que aparentemente no tendrían cabida, pero que la fundación impulsa porque “la gente de aquí, del entorno rural, también tiene derecho a esa cultura”, explica Ana Andrés, responsable de comunicación y miembro del departamento de Educación y Pedagogía de la Fundación.

Vista FCAYC © Fundación Cerezales Antonino y Cinia

Esa idea de acercar la cultura a los vecinos de la zona fue la que motivó a Antonino Fernández a crear la fundación que lleva su nombre. En los años 40 dejó la escuela de Cerezales del Condado y embarcó rumbo a México en busca de trabajo. Poco a poco prosperó en el sector cervecero y se asentó en el país, pero nunca olvidó sus raíces. Él, que tuvo que emigrar, quería que otros no tuvieran que hacerlo. Por eso, durante décadas financió mejoras en el pueblo: el depósito de agua, las redes de alcantarillado, la iluminación pública, el arreglo de la plaza… Pero quería hacer algo más, quería apostar por la educación a través de la escultura y las prácticas artísticas. A comienzos de los 2000 compró las escuelas municipales -esas que abandonó con 14 años-, las reformó y creó los cimientos de la Fundación Cerezales Antonino y Cinia.

Tres líneas de trabajo para impulsar la cultura

Ahora, sus descendientes continúan con su legado y a través de tres líneas de trabajo -‘Arte contemporáneo’, ‘Sonido y escucha’ y ‘Etnoeducación’- han conseguido dinamizar el entorno y permitir el acceso a la cultura a todo el mundo. Cuenta con una programación estable, con colaboradores que desarrollan sinergias con todo lo que rodea a la localidad. Del cruce de las tres áreas de investigación nacen todos los programas de la Fundación. Las instalaciones, exposiciones y proyectos, dentro de la línea ‘Arte contemporáneo’, beben de todo lo que les rodea, de la sabiduría popular y de la tradición, donde “el territorio, tanto el factor humano como no humano, hace que el arte evolucione a partir de su conocimiento”, detalla Alfredo Puente, director artístico de la Fundación y curador de buena parte de las propuestas expositivas.

Exposición “Qué se ve desde aquí” © Fundación Cerezales Antonino y Cinia
Exposición 'Olvidados del tiempo' de Juan Baraja © Fundación Cerezales Antonino y Cinia

Algo que se refleja en la exposición de Irene Kopelman que puede visitarse ahora en la Fundación. Bajo el sugerente nombre de ‘Río Sil, líneas y geometrías’, analiza cuáles han sido los cambios del río Sil y cómo los embalses han configurado el día a día de los pueblos de la zona. Kopelman combina las disciplinas analíticas y empíricas con las interpretativas, y entiende el espacio geológico del río Sil como un continuo fragmentado de líneas, formas, colores y estados líquidos, sólidos o gaseosos. Un proyecto en el que la artista lleva dos años trabajando y que ahora ha llegado a la localidad leonesa de la mano de la Fundación María José Jover, de A Coruña, y de la curadora Susana González.

Y en agosto, hasta Cerezales llegará una colaboración con la Real Academia Española de Roma, con motivo de su 150 aniversario. Comisariada por Suset Sánchez, quiere analizar cuál ha sido la relación de los artistas que han pasado por la Academia desde 1992 hasta hoy a través de la idea del paisaje.

La cultura consigue revivir el rural

El proyecto de la Fundación, que empezó en las antiguas escuelas del pueblo, en 2017 dio un salto de la mano del estudio de arquitectura AZPML, dirigido por Alejandro Zaera Polo y Maider Llaguno. El espacio original, de apenas 250 metros cuadrados, se quedó pequeño y se apostó por crear un complejo que pudiera albergar más actividades pero respetando el entorno. “Intentamos ser sensibles con la población. En ese momento vivían unas 25 personas y estaba claro que se iba a convertir en el edificio más grande del pueblo. No queríamos que fuese algo impositivo, que invadiera y quedara fuera de lugar”, detalla Puente.

Antiguas escuelas

El resultado es un edificio reconocido con numerosos premios de arquitectura sostenible y que, en sí mismo, se ha convertido en un atractivo más del entorno. Su sistema constructivo, fruto de la investigación de Zaera en la Universidad de Princeton, apuesta por integrar arquetipos de construcciones rurales de los cinco continentes y tiene un fuerte compromiso con la ecología y el medio ambiente. Dividido en cinco naves, es uno de los mayores edificios de la Península con estructura y cerramiento de madera con un planteamiento energético sostenible. Cuenta con una central de biomasa que aprovecha el excedente del monte y tiene una de las mayores instalaciones de geotermia de España a través de un proyecto de investigación de la Universidad de Lleida.

‘Etnoeducación’ © Fundación Cerezales Antonino y Cinia

Este edificio se ha convertido en “una nueva plaza, un nuevo ágora que junta a gente que ha decidido que los espacios rurales no están muertos, sino vivos”, puntualiza Andrés. Se convierte así en un punto de encuentro en el que se “reúne gente con conocimientos comunes”, donde aprenden, enseñan y comparten, algo que enlaza con la línea de la ‘Etnoeducación’. Abordan diversas temáticas, “desde el análisis de los líquenes, hasta gente que tiene ganas de mejorar el huerto y trabajar mecánicas no invasivas”, profundiza.

La infraestructura diseñada por Zaera es el corazón de la Fundación, desde el que se bombean las actividades, que se reparten por el resto del pueblo y del valle. El objetivo es que todas se realicen “tanto en las instalaciones, como en la plaza del pueblo, en la iglesia, en fábricas o minas a cielo abierto”, explica Puente. “Entendemos el territorio como algo fluido”, incide.

Secuencia V: Trío Zukan, Hara Alonso y la Sala de Máquinas de Sahelices de Sabero
            © Fundación Cerezales Antonino y Cinia
Vista general FCAYC con actividad “Territorios Micro”
            © Fundación Cerezales Antonino y Cinia

La rama ‘Sonido y escucha’ ha organizado ciclos de experiencias sonoras, “encargos a compositores o artistas sonoros que trabajan con otras personas del territorio y un espacio deshabitado”, detalla Ana Andrés. Han dado vida a monasterios, molinos de agua o a la antigua sala de máquinas de una mina en desuso. “El trabajo del artista es sonar con la arquitectura, comprender qué sentido tenía ese espacio deshabitado y generar sonidos que lo revivan”, puntualiza, como ocurrió en mayo de 2022 con Trío Zukan y Hara Alonso. Llenaron de vida la sala de máquinas de Sahelices de Sabero al hablar del proceso geológico de la formación del carbón y de los humanos que lo extraían. Lo hicieron proyectando sonidos que buscaban la resonancia en los agujeros y rincones de la sala.

Y no solo ha revivido espacios abandonados, sino que ha revitalizado la economía de la zona. La Fundación ha querido alejarse del prototipo clásico de los grandes centros de arte y, por ejemplo, no cuenta con cafetería, “para favorecer la economía del pueblo”, señala Andrés. Con la llegada de turistas, se ha reabierto la cantina del pueblo, que llevaba años cerrada, y la casa rural “tiene constantemente lleno el calendario”. “La idea era generar una economía que apoyase a las personas que quieren seguir en sus pueblos”, recalca. Algo que han logrado, incluso han atraído nuevos habitantes que trabajan o colaboran en la Fundación.

Durante todo el año, además, organiza conciertos en distintos espacios y talleres y actividades en escuelas e institutos de la zona para acercar el arte a los más jóvenes. Unos talleres que siguen durante el verano pero orientados a la ciencia, el conocimiento del entorno y la etnografía.