ARQUITECTURA & DISEÑO

Un colegio ‘sin acabar’ y con paredes de corcho: ¿y si la arquitectura influyera en la educación de tus hijos?

Por Gorka Alonso Gil

Fotografía: José HeviaU

Su apariencia de estar a medio hacer enmascara un edificio en constante evolución. El arquitecto Andrés Jarque firma el proyecto del Colegio Reggio, cuyos muros -mezcla de corcho y hormigón- han sido concebidos para albergar vida, “como la corteza de un árbol”.

U na mole amarilla de aire industrial rompe con la fisionomía de un barrio en el que se alternan los chalets con setos bien perfilados con altos edificios residenciales. Ya desde lejos, a decenas de metros, llama la atención su estructura irregular, similar a la de una antigua fábrica partida por la mitad, con chimeneas y claraboyas, donde la vegetación empieza a apoderarse de los muros. Lo sorprendente es que se trata de un colegio recién estrenado en el que nada ha sido colocado al azar.

Fachada del colegio
Fachada del colegio

Cada una de sus cuatro fachadas es diferente y sus formas y volúmenes se aprecian de distinta manera dependiendo del ángulo desde el que se observen. Es un edificio proyectado para despertar en los que lo habitan la curiosidad. Al verlo, la conclusión es casi unánime, sobre todo entre el alumnado: está sin acabar. Pero nada más lejos de la realidad. O quizás sí que sea cierto, porque su aspecto industrial, con tintes brutalistas, donde predomina el hormigón y no hay revestimientos, puede dar la sensación de que sigue en construcción, algo, por otro lado, totalmente intencionado.

Colegio Reggio

El equipo de Andrés Jarque proyectó la sede del Colegio Reggio, en Madrid, para que sirviera como argumento pedagógico. Los conductos de ventilación, tuberías y sistemas de prevención de incendio están a la vista para que “los niños vean cómo funcionan las cosas, porque al ser visible, les incentiva a aprender”, reconoce Roberto González, director en Madrid de la Oficina para la Innovación Política (OFFPOLIN) de Andrés Jarque. Un edificio como este, asegura, puede “fomentar la curiosidad y el aprendizaje a través de las cosas que ven, de las estructuras. Si está todo oculto, es difícil llegar a ver cómo son las cosas”.

Colegio Reggio

“Tenerlo en bruto te da la sensación de que siempre está en construcción, que siempre tiene que estar vivo”, explica Eva Martín, directora del centro, “en el espacio se ven los materiales, las formas, los colores… No te cansas de mirar, de preguntarte cosas, de tener la necesidad de seguir completando. Cuando los alumnos preguntan, les decimos que el edificio no está sin terminar, sino que se va terminando poco a poco, con el paso del tiempo. Ellos mismos son quienes lo terminan en su cabeza”.

La fachada del edificio alterna el hormigón con el corcho proyectado, con un grosor de 12 centímetros, el suficiente “para acoger vida, como la corteza de un árbol”, explica el arquitecto. Un material orgánico que, con el paso del tiempo, servirá de sustento para musgos y plantas, y estas, a su vez, se convertirán en el hogar de insectos, pájaros e incluso, en las zonas más oscuras, murciélagos. Todo con el objetivo de “reforzar la biodiversidad de la zona en la que se inserta”, apunta.

Colegio Reggio
Colegio Reggio

La explosión vegetal continúa dentro de sus muros. Al llegar a la cuarta planta, uno descubre que el vestíbulo es, en realidad, un invernadero desde el que se accede a las clases. Un espacio vivo, cambiante, que evoluciona con el paso de los meses y años, y que cambia de color con cada estación. El objetivo es que “el hormigón lo vaya conquistando la vegetación”, explica la directora.

Su mantenimiento, además, es sostenible: se riega con el agua de la lluvia que se recoge en la cubierta del edificio. Un compromiso con la sostenibilidad que viene dado desde la misma construcción, ya que al no utilizar tanto material, ni falsos techos y revestimientos, se produce una menor huella de carbono. “Dejar todo al desnudo es un ahorro en costes y también más sostenible”, apunta Roberto González.

Colegio Reggio

Los estudiantes, que hasta este curso daban clase en un local alquilado en Las Tablas, “trasladaron sus ideas” al estudio de arquitectura de aquello que no podía faltar en su futuro colegio, explica la directora. “Del diseño nos encargamos nosotros, pero nos ayudaron para saber qué era importante para ellos”, recuerda González. “Una decisión del proyecto fue no distinguir las aulas de infantil del comedor. Están integradas, en la misma planta, para incentivar el respeto: mientras unos comen, los niños pequeños duermen”, recalca el González. Un diseño que no fue sencillo, pero sí útil. “Son mecanismos arquitectónicos que pueden no hacer las cosas fáciles a la hora de construir pero que sí ayudan luego a educar”, concluye.

Colegio Reggio
Colegio Reggio

El resultado es un espacio en continua transformación, que invita a la convivencia y al intercambio. “Nos gusta decir que es un espacio vivido”, concluye Eva Martín.