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Los secretos de las obras de arte (II): la muerte según El Greco, Picasso, Dalí y van der Weyden

Por Clara González Freyre de Andrade

‘El enigma de Hitler. Salvador Dalí

La muerte ha estado presente en el arte desde sus orígenes. Sin embargo, lo ha hecho adoptando infinidad de formas. Continuamos nuestra serie de artículos dedicados a los secretos de las obras de arte tratando de desentrañar los misterios alrededor de distintas representaciones de fallecimientos.

Más allá de nuestro género, edad, procedencia, creencias o gustos, los seres humanos tenemos algo en común: todos morimos. La muerte es un hecho; ha ocurrido desde el origen de nuestros tiempos y probablemente nos acompañe durante toda la existencia humana.

Por lo incomprensible e inevitable, la representación de la muerte siempre ha tenido su lugar en el arte. Algunas obras celebran la vida después de que llegue nuestra hora, con el ascenso al cielo o la condena al infierno. Otras, por su parte, nos hablan de lo efímera que es a través de la representación de flores y calaveras. Pero más allá de esto, el miedo, la pérdida y las guerras también han tenido un papel protagonista en nuestras manifestaciones artísticas. Hoy te invitamos a un recorrido por este museo imaginario, en el que trataremos de desentrañar los simbolismos ocultos en cuatro obras cuya temática es muy cercana a la muerte.

El descendimiento (Rogier van der Weyden)

Una de las obras maestras que alberga el Museo del Prado es ‘El descendimiento’, un tríptico pintado por el artista flamenco Rogier van der Weyden del que solo conservamos la escena central. Fue Felipe II quien, tras contemplar la pintura en el castillo de Binche (Bélgica), donde la había colgado su tía María de Hungría, hizo que la llevaran a España. Y tuvo buen ojo, pues más allá de la representación del famoso pasaje religioso, el cuadro está repleto de simbolismos que pasan desapercibidos a simple vista.

En realidad, la pintura fue un encargo de la Cofradía de los Ballesteros de Lovaina. Concebida para ser expuesta en su iglesia, el pintor flamenco da un tratamiento de las figuras tridimensional, casi como si fueran esculturas que introduce en una caja dorada, símbolo de divinidad. Como era costumbre y aunque a priori resulte inadvertido, van der Weyden introdujo en la pintura un guiño a sus comitentes: entre las tracerías que aparecen en ambas esquinas superiores, oculta dos diminutas ballestas. Pero lo que realmente hace relevante la obra es su captación del dolor y el sufrimiento, perceptible en cada uno de los retratados, todos ellos perfectamente identificables.

El descendimiento. Rogier van der Weyden

Uno de los elementos más curiosos y debatidos es el de la calavera, representada a los pies de los personajes. A priori puede leerse como una figuración de la muerte pero, probablemente, su relevancia vaya un paso más allá. Según algunas fuentes, Jesucristo fue crucificado en el Calvario, lugar que se encontraba cerca de las murallas de Jerusalén. Su nombre proviene de “calvarium”, en referencia a la acumulación de calaveras que allí se recogían, por lo que la introducción de una de ellas puede entenderse como una referencia a la ubicación donde ocurrieron los acontecimientos. Sin embargo, algunos autores han querido ver en ella la representación de la calavera de Adán, el primer hombre, en una alusión a la redención de los hombres del pecado original tras el sacrificio del Mesías.

El entierro del Conde de Orgaz (El Greco)

Entre los años 1586 y 1588, El Greco pintó la que se considera su obra más famosa: ‘El entierro del conde de Orgaz’. Ya estaba asentado en la ciudad de Toledo, donde recibió el encargo de la mano del sacerdote de la iglesia de Santo Tomé, el mismo lugar donde hoy se ubica. ¿Su objetivo? Honrar a uno de los mayores comitentes de la parroquia, Gonzalo Ruiz de Toledo, fallecido hacía ya dos siglos.

La pintura es la representación perfecta de una antigua leyenda: se decía que los mismísimos San Esteban y San Agustín habían bajado del cielo para dar sepultura al conde. De esta manera, El Greco separa la obra en dos planos, el terrenal y el divino. En el primero de ellos, rodeado de personajes notorios de la época, nos coloca el cadáver, sujeto por ambos santos. Entre la multitud de personajes que se agolpan alrededor del fallecido, destaca especialmente el del niño, que mira fijamente al espectador y señala la escena. Este se ha identificado como un retrato del hijo del artista, cuya inclusión le sirve en este caso a modo de firma. De hecho, el papel que sobresale de su bolsillo, nos indica la autoría de la obra.

El entierro del Conde de Orgaz. El Greco

Sin embargo, en esta pintura la muerte no simboliza el fin, sino el . Para saberlo solo hay que fijarse en el ángel que aparece representado en el centro, suponiendo el nexo entre ambos mundos. El niño que sostiene entre sus manos es en realidad la representación del alma del difunto, equiparando de esta manera la muerte con una suerte de renacer.

El Guernica (Pablo Ruiz Picasso)

No existen muchas obras capaces de transmitir los horrores de la guerra como lo hizo Picasso en su Guernica. El gobierno de la Segunda República le había encargado una pintura para formar parte de su pabellón en la Exposición Internacional de 1937, en París, y tras muchos quebraderos de cabeza, una fotografía en blanco y negro y el apoyo de Dora Maar le hicieron decantarse: tenía que pintar los horrores vividos aquel abril, cuando la localidad vasca de Guernica se había visto asolada por los bombardeos de la Legión Cóndor alemana y la Aviación Legionaria italiana. La complejidad de la pintura ha suscitado numerosas interpretaciones, muchas de ellas relacionadas con la muerte y el sufrimiento. Aquí recogemos algunas de las más extendidas.

Guernica constituye un potente alegato universal en contra de la guerra y sus horrores, sin importar bandos, tal y como representa el cadáver del soldado en la parte inferior de la pintura, del que se omite el uniforme. El sufrimiento invade toda la escena pero aparece especialmente retratado en la madre que sujeta a su hijo muerto y, cuya estructura, recuerda mucho a la clásica ‘Piedad’. El caballo, que ocupa el centro de la composición, es uno de los elementos más debatidos: mientras que unos ven en él la representación del sufrimiento español, otros, por el contrario, interpretan una alusión a la España fascista.

Uno de los elementos más icónicos de la pintura es el de la bombilla. Muchos han querido ver en ella una alusión al avance científico que se estaba viviendo en aquella época. También como una dualidad entre día y noche, no siendo capaces de discernir en qué momento exacto se desarrolla la escena.

El Guernica. Pablo Ruiz Picasso

El enigma de Hitler (Salvador Dalí)

El grupo surrealista estaba harto de las excentricidades de Salvador Dalí. No comprendían su necesidad de exhibir sus ideas radicales y obsesiones sexuales públicamente. Así que cuando el famoso artista pinta ‘El enigma de Hitler’, la paciencia del grupo de artistas ya había llegado a su límite. La representación de Hitler en un año como fue 1939, el mismo que vió nacer la Segunda Guerra Mundial, fue demasiado para André Breton, quien finalmente decidió echar al artista del movimiento.

Para el pintor catalán, Hitler se había convertido en prácticamente una fascinación. Encontraba en él la representación perfecta de Maldoror, una figura literaria extraída de la obra poética ‘Los Cantos de Maldoror’, escrita en 1869. Este era un arcángel del mal que luchaba contra Dios adoptando distintas formas. Incluyó su representación en algunas de sus pinturas, lo que no sabía es que en esta obra estaba representando una premonición de lo que estaba por venir.

Sobre una rama de olivo seca, tal vez un guiño al famoso símbolo de la paz, vemos un teléfono del que resbala una lágrima, una clara alusión a las comunicaciones frustradas que precedieron a la Segunda Guerra Mundial. El paraguas al borde de la misma no es más que una representación del político inglés Chamberlain, quien intentó sin mucho éxito negociar con Hitler, que aparece representado en el plato a través de una foto de carnet. El plato, prácticamente vacío, parece un preludio de la hambruna que viviría Europa durante la guerra. Finalmente, al fondo apreciamos la silueta de un perro negro, casi como una representación de Cerbero, el can de la mitología griega que guarda las puertas del inframundo y que puede leerse como una figuración de la muerte.