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Los secretos de las obras de arte (I): lo que se esconde tras las pinturas de la monarquía española

Por Clara González Freyre de Andrade

La familia de Carlos IV. Francisco de Goya

Todo cuadro esconde un secreto y los retratos de la monarquía no son una excepción. A menudo ocultan símbolos de su estatus y poder. En otras ocasiones, sus ambiciones más oscuras. Desde El Grito arrancamos una serie de artículos dedicados a los secretos de las obras de arte, y lo hacemos con algunos célebres monarcas.

Como decía el cineasta Jean-Luc Godard, “el arte nos atrae solamente cuando desvela ante nosotros sus secretos”. Y es cierto: una pintura se vuelve indudablemente más atractiva una vez conocemos sus simbolismos, ocultos en objetos cotidianos, elementos que pasan inadvertidos o, incluso, en la elección de los colores.

Durante mucho tiempo, los retratos de la realeza tuvieron un papel fundamental para el pueblo. Más allá de su belleza estética, tras sus pinceladas ocultaban un complejo entramado simbólico en el que nada se dejaba al azar. La posición de las manos o el lugar dónde se ubicaba la escena eran, en realidad, un reflejo del poder y estatus de la persona inmortalizada. Hoy, estos retratos constituyen una ventana directa al pasado en la que, al asomarnos, somos capaces de comprender la majestuosidad y el esplendor de sus retratados.

Te ofrecemos una visita guiada por cuatro obras cumbre del retrato real español, cuyos mensajes ocultos te harán no volver a mirarlas con los mismos ojos.

Isabel de Valois sosteniendo el retrato de Felipe II (Sofonisba Anguissola)

Durante mucho tiempo, el retrato de Isabel de Valois sosteniendo una miniatura de su esposo Felipe II fue atribuido a Sánchez Coello. Fueron los estudios y análisis posteriores de la obra los que determinaron que, elementos como la preparación del blanco de plomo, podrían indicar que la verdadera autora era Sofonisba Anguissola, una talentosa artista que llegó a ser retratista real pese a tener todo en su contra.

En la pintura, la reina Isabel de Valois aparece luciendo un traje ostentoso, repleto de joyas, símbolo directo de su majestuosidad. Sin embargo, su gesto desenfadado le sirve a la pintora cremona para dotarla de humanidad. Junto a ella, una columna de jaspe, elemento bastante común en este tipo de retratos de Estado y que sirve como representación del linaje de su marido.

Isabel de Valois sosteniendo un retrato de Felipe II. Sofonisba Anguissola

Pero lo realmente interesante se encuentra en la mano derecha de la reina: sostiene de manera visible un retrato en miniatura de su esposo, Felipe II. Justo por aquel entonces se encargó a Sánchez Coello una serie de miniaturas ornamentadas del rey, por lo que se piensa que podría tratarse de una de ellas. Este elemento, a priori inocente, se ha querido relacionar con el papel de la reina en la Conferencia de Bayona de 1565, un encuentro que reunió a Francia y a España para poner en común sus posturas hacia la herejía protestante. Allí, en representación de Felipe II, se encontró con su madre, Catalina de Médici, reina consorte de Francia. Pero los lazos familiares no lograron que sus esfuerzos por llegar a un punto en común dieran resultados: Isabel defendía la firmeza de España ante la herejía, mientras que Catalina optaba por una postura mucho más tolerante.

Retrato de Felipe IV (Diego Velázquez)

La primera vez que Velázquez retrató a Felipe IV este tan solo tenía 20 años. El lienzo, actualmente conservado en el Museo Nacional del Prado, trasciende la mera representación de la fisonomía del joven monarca para crear toda una iconografía de su poder.

El monarca aparece mirando fijamente al espectador, de manera serena. Viste un traje especialmente sobrio, sin ningún tipo de joya o adorno, algo poco común en este tipo de retratos reales. En aquella época estaban de moda las indumentarias más ostentosas, pero Velázquez opta por esta por un motivo sencillo: es el símbolo perfecto de la voluntad austera y reformista que caracterizó los primero años de reinado de Felipe IV, que quería alejarse de la fama de derrochador de su predecesor. El único motivo dorado que observamos en su vestimenta es el Toisón de Oro que, colocado a la altura de la cintura, nos indica su casa dinástica: la de los Austrias.

Retrato de Felipe IV. Diego Velázquez

El monarca aparece próximo a un bufete sobre el que se encuentra un sombrero. Sostiene en una de sus manos un papel, mientras que la otra reposa en la empuñadura de su espada. Estos tres elementos, aparentemente cotidianos, le sirven a Velázquez para inmortalizar las funciones del soberano: la justicia, la administración y la defensa de los reinos; creando así una imagen cargada de simbolismos que se aleja de los retratos reales hasta la fecha y que constituye la cumbre del retrato cortesano en España.

Retrato de Carlos II a los diez años (Juan Carrero de Miranda)

Cuando Juan Carrero de Miranda retrató a Carlos II como infante, no sabía que estaba sentando las bases de todas las representaciones del rey “hechizado”. Estas características, aunque con pequeñas variaciones, las repetiría en las distintas copias de la obra, que salieron tanto de sus manos como de las de su taller.

En el retrato vemos a un Carlos II vestido a la moda española y que, a pesar de ser en ese momento todavía príncipe, aparece con la indumentaria y atributos típicos de un soberano. Colgando de uno de sus botones, podemos identificar el Toisón de Oro, símbolo que nos indica su pertenencia a la Casa de los Austrias. Sostiene en su mano derecha un decreto firmado, que viene a simbolizar su poder legislativo. Pero lo interesante de esta pintura no está relacionado directamente con la figura del rey, sino con el entorno en el que se encuentra, donde se despliega toda una iconografía de su poder.

Retrato de Carlos II. Juan Carrero de Miranda

Carlos II se halla en el Salón de los Espejos del extinto Alcázar de Madrid. Los espejos a su lado, símbolo de realeza, dejan entrever los muros del otro lado de la estancia, un recurso deudor de Velázquez que nos permite distinguir obras como el Retrato de Felipe IV por Rubens. Los lienzos reflejados a través de este moderno recurso sirven como símbolo de la continuidad de la monarquía española y su cercanía con el catolicismo. Los leones sobre los que descansa el bufete y las águilas que coronan los espejos, además de ser símbolos heráldicos, se han querido interpretar como la representación de la fuerza y la valentía, valores fundamentales para un monarca. Por su parte, el cortinaje que resbala en la parte superior izquierda de la composición crea una especie de baldaquino ficticio que contribuye a elevar la figura del niño a la de su majestad.

La Familia de Carlos IV (Francisco de Goya)

Cualquier persona que haya visitado el Museo del Prado probablemente se haya detenido unos instantes en la sala 32 para encogerse frente a una de las obras más emblemáticas de sus colecciones: ‘La Familia de Carlos IV’, un retrato de grupo a la moda francesa inmortalizado por un recién ascendido a pintor de cámara Francisco de Goya.

Goya retrata a la familia real con tanta verosimilitud como simbolismos. Para empezar, la composición, algo inusual, ya es toda una declaración de intenciones: en lugar de Carlos IV, el lógico protagonista, es María Luisa de Parma quien ocupa la posición central, en lo que se ha querido leer como un reflejo de su autoridad en la corte. A la izquierda, el joven vestido de azul, se identifica como el futuro Fernando VII, que por aquel entonces aún era príncipe de Asturias. El niño que lo abraza es su hermano Carlos María Isidro, que muestra con este recurso su segunda posición en la línea de sucesión.

Pero la figura más enigmática de la obra es, sin lugar a dudas, la joven que gira casualmente la cabeza, ocultándonos su rostro. Aunque existen multitud de teorías al respecto, la más extendida afirma que se trata de la representación de la futura esposa de Fernando, que por aquel entonces aún no había sido elegida pero a la que Goya no quiere dejar de dar su lugar en este retrato. Hoy sabemos que el lugar lo ocuparía María Antonia de Nápoles, al menos durante un tiempo, pues no fue la única esposa del futuro rey. Sea quien sea la retratada, lo realmente curioso es que nunca llegó a añadirse su rostro con posterioridad.