Actualidad

No la llames Conchita, llámala Maya (o la niña musa de Picasso que se vendió por 18 millones de libras)

Por Pilar Gómez Rodríguez

Pablo Picasso. Chica con un barco, Maya, 1938

Esta semana se ha subastado en Sotheby’s por 18 millones de libras un retrato pintado en 1938 por Picasso de Maya, la hija que tuvo con Marie-Thérèse Walter. Recuperamos la historia de aquella niña de dos años y medio que jugaba con un barco.

A Coruña, 10 de enero de 1895. Es un día trágico para los Picasso: ha muerto de difteria y con tan solo siete años María de la Concepción, hija de José y María, y hermana menor de Pablo, un niño que toma clases de pintura con su padre y sigue cursos de dibujo y copia al natural. Años más tarde, aquel niño ya transformado en Pablo Picasso, acaba de ver nacer en Boulogne-Billancourt (a las afueras de París) a su segunda hija, fruto de su relación con la joven Marie-Thérèse Walter. ¿Qué nombre le darán a la criatura? María de la Concepción, Conchita, en recuerdo a su hermana muerta. Pero hay un ligero problema, no hay francés que lo pronuncie, de modo que enseguida el recio nombre deja paso a otro mucho más sencillo: Maya.

Aquella niña nacida en la clandestinidad tuvo un nick media vida o más: “Cuando nací, lo último que esperaban mis padres era una niña. El primer nombre que se les pasó por la cabeza fue el de la hermana de mi padre, Conchita, diminutivo de Concepción, que murió de difteria a los siete años. Mi padre, que había jurado a Dios dejar de pintar y dibujar si su hermana se salvaba, interpretó este acontecimiento como una señal divina que le impulsaba a hacer arte y a dejar de creer en Dios. Como yo no podía pronunciar mi nombre de pila, optaron por ‘Maya’, que significa tantas cosas (…), tardé casi 60 años en obtener el derecho a llamarme Maya según la legislación francesa. Así es como nací dos veces, si no tres”. Maya Ruiz-Picasso recordaba las particularidades de su nacimiento y su nombre en una entrevista con su propia hija Diana Widmaier-Picasso. La conversación se incluyó en el libro-catálogo de la exposición que acogió el Museo Picasso de París hasta finales del año pasado: ‘Maya Ruiz-Picasso, hija de Pablo’.

Unos días antes de su clausura, el 20 de diciembre, falleció Maya Ruiz-Picasso, aquella cuyo nacimiento, como ella misma recordaba, insufló a su padre renovadas energías creativas y un interés especial por el mundo de la infancia y la niñez. Picasso nunca dejó de representarla, desde sus primeros años hasta su adolescencia, buscando penetrar en los misterios de su infancia y retratar su alegría y su espíritu despreocupado, deseoso también de que algo de ese espíritu se le contagiara en medio de un deprimente contexto internacional –que auguraba guerra– y un no menos tormentoso panorama personal: en aquella época Picasso trataba de divorciarse de su esposa, la bailarina Olga Khokhlova; acababa de ser padre junto a Marie-Thérèse Walter y en 1936 conocería a Dora Maar, con quien también estaba punto de iniciar una nueva relación. El artista se refirió a esa época como “el peor periodo de su vida”.

Pablo Picasso, Maya con delantal, 1938
Pablo Picasso, Mujer (Marie-Thérèse Walter) con boina roja con pompón, 1937

En el lienzo antes y después de nacer

En la década de los treinta el Minotauro se convierte en un tema recurrente en la iconografía picassiana. Es una época ligada en lo personal y lo sensual a la figura de Marie-Thérèse Walter. En la obra ‘Minotauro ciego guiado por una niña, II / Suite Vollard’ de 1934, la figura mitológica que obsesionó a Pablo Picasso hasta convertirlo en un alter ego avanza a ciegas guiado por una niña que sostiene una paloma. Esa mujer-niña tiene los rasgos de Marie–Thérèse, que reaparece en el grabado ‘Minotauromaquia’, fechado un año después, como una figura tendida sobre el lomo de un caballo. “El perfil clásico y la melena rubia remiten a Marie-Thérèse […] Nos interesa señalar un detalle revelador –escribe Rafael Jackson en ‘Picasso y las poéticas surrealistas’ (Alianza)– en el personaje de la ‘Minotauromaquia’: la chaquetilla medio abierta deja al descubierto su abdomen abultado, un indicio de que Picasso sabía que Marie-Thérèse estaba embarazada”. Ese bulto sería Maya Ruiz-Picasso.

Mademoiselle, tiene usted una cara interesante. Me gustaría hacerle un retrato: soy Picasso

Su existencia había comenzado a gestarse cuando en enero de 1927 el pintor conoció a su madre en las cercanías del metro de las parisinas Galerías Lafayette. Así relató Marie-Thérèse el encuentro: “Yo tenía 17 años cumplidos, iba de compras a los bulevares (…). Él me miró. (…) Me dirigió una bonita sonrisa. Después me abordó y me dijo: ‘Mademoiselle, tiene usted una cara interesante. Me gustaría hacerle un retrato: soy Picasso’”. Picasso tenía 45 años y estaba casado con Khokhlova. Dos días más tarde, confesaba a la joven: “Tengo la sensación de que vamos a hacer grandes cosas juntos”. Entre ellas, aquella bebé a la que, vestida con gorra y traje marineros, el 4 de febrero de 1938 Picasso retrató con un barco entre sus manos.

Cuando este murió el 8 de abril de 1973 en su casa de Mougins (Francia), el hombre que había dominado el panorama artístico de todo el siglo XX conservaba innumerables obras y objetos apilados en su mansión. Entre ellos, ‘Niña con barco’ (Fillette au bateau), el retrato de Maya que el malagueño conservó durante treinta y seis años (hasta su muerte) y que esta semana se ha subastado en Sotheby’s por 18 millones de libras. Se trata del primer retrato de Maya que aparece en subasta desde 1999, cuando la obra dejó de formar parte de la colección de arte del modisto Gianni Versace.

Pablo Picasso. Minotauro ciego guiado por una niña, II, 1934
Pablo Picasso, Minotauromaquia, 1935

Historia de un cuadro

Picasso pintó este colorista retrato de cuerpo entero poco después de terminar el monumental ‘Guernica’, tras un parón pictórico de casi un año. Si el famoso cuadro le reintegra con renovados bríos en el mundo del arte, la hija hace lo mismo en un plano más vital. Como Maya recordará después: “Yo era una niña. Desde un punto de vista, era maravilloso: una niña que había tenido con Marie-Thérèse, una hija, la peor mujer en la vida de un hombre aparte de su madre, ¡la amante imposible! Tenía que encontrar la manera de seducir a esta pequeña diosa”.

Picasso se aplica: se agacha, la estudia, se interesa por sus juegos y participa de ellos con recortables, construyendo muñecas, objetos que pueden distraerla y divertirla… Y la pinta. Entre enero de 1938 y noviembre de 1939 realizó obsesivamente unos catorce retratos de la niña. “Estas representaciones constituyen la serie más impresionante que Picasso haya dedicado jamás a una sola niña”, afirma el historiador y crítico de arte Werner Spies. Y prosigue: “Si los niños de los periodos Azul y Rosa eran a menudo meros adjuntos del mundo adulto [...] Maya inspiró a Picasso a prestar toda su atención al lenguaje corporal y al mundo mental de los niños”. Los retratos de Maya de los años 1938-39 revelan que el artista buscaba la alegría y la libertad de la infancia, lo que se traduce en una composición de zonas claramente delimitadas de colores y motivos contrastados y “voluntariamente ingenua en el dibujo y la manipulación”, en palabras del crítico.

Pablo Picasso, Maya con muñeca, 1938
Pablo Picasso, Maya en traje de marinero, 1938
Pablo Picasso, Maya con barco, 1938

Este retrato se inserta en una serie de obras muy parecidas –’Maya con muñeca’, ‘Maya en traje de marinero’–, cuyo centro es la niña representada en la intimidad de su propio mundo. Equipada a menudo con juguetes, la niña aparece sentada en el suelo de una habitación anodina. En palabras de la catedrática Elizabeth Cowling, una de las autoridades en la obra de Picasso: “Al igual que en los cuadros de adultos contemporáneos de Picasso, en su rostro se condensan varios ángulos, con su perfil (desde el punto de vista del espectador) a la derecha. El movimiento giratorio implícito de su cabeza se refleja en el giro brusco de sus piernas rechonchas: ella se ha descrito a sí misma como una inquieta de toda la vida, y Picasso captó su inquietud”.

Obra de verdadera importancia, ‘Fillette au bateau’, sirvió de verdadero estímulo y acicate a la fascinación del artista por la infancia, contribuyendo a reforzar su libertad frente a las convenciones de la representación.

En la madrugada del 4 al 5 de septiembre de 1953 Picasso completó un último retrato de su hija mayor, justo cuando Maya cumplió los dieciocho años. Posteriormente, en el verano de 1955, la joven asistió a su padre durante el rodaje de ‘El misterio Picasso’, un documental de Henri-Georges Clouzot en el que el espectador descubre al pintor mientras trabaja. “Con los ojos miraba; con las manos dibujaba o modelaba; con la piel, las fosas nasales, el corazón, la mente, con las entrañas, intuía quiénes éramos, lo que se escondía en nosotros, nuestro ser. Por eso, creo, era capaz de comprender al ser humano –por muy joven que fuera– con tanta verdad”, reflexionaba Maya sobre su padre años después. Tras su muerte, la hija consagró gran parte de su vida a promover el legado de su padre: su voto, por ejemplo, fue crucial para la llegada del ‘Guernica’ a España en 1981. Lo hizo hasta el final de su vida promoviendo exposiciones, junto con su hija, Diana Widmaier-Picasso, como la mencionada el Museo Picasso de París. En 2021, hizo una última donación al Estado francés de nueve obras maestras de su colección, por considerar que debían pasar a formar parte de las colecciones nacionales del museo dedicado a su padre.