Protagonistas

Bianchini: "la fotografía te permite inventar la realidad, que un momento crudo parezca bonito"

Por Pilar Gómez Rodríguez

Gabriel Guerra Bianchini

Lo de una Cuba como-nunca-te-la-habían-mostrado es cierto si te encuentras con las imágenes de Gabriel Guerra Bianchini. “Raras veces —afirma— he querido fotografiar eso que todo el mundo fotografía”. Él prefiere meterle poética al desconchón y pintar la realidad en lugar de ser fiel a su retrato, contar lo que imagina más que lo que ve.

El malecón infinito, un instante suspendido en un paseo sorprendentemente solitario, pero transitable, un lugar donde sentarse, reposar (o posar) y dejarse llevar por los recuerdos y las impresiones que viajan directamente desde el corazón de La Habana hasta el de Madrid. ‘El malecón infinito’ es el nombre de una instalación que abre una línea inédita en el trabajo artístico de Gabriel Guerra Bianchini porque Bianchini es fotógrafo. Lo es por vía natural, como explica en esta entrevista, sin proponérselo, solo como resultado de seguirle el ritmo a la curiosidad que le suscita ese medio artístico. Lo transitado hasta el momento se puede ver estos días en el espacio PlusArtis, (San Lorenzo 3, en Madrid).

Allí, bajo el título de ‘Digamos que son muchos mundos’, se expone un completo panorama de sus series fotográficas y algo más: “El malecón infinito es una pieza de 2023 concebida específicamente para esta exposición. Surge de este fenómeno duro que es regresar para cuidar algo que quedó allí. Cuba cambia y te das cuenta en ese momento, cuando tu gente no está ahí ya. De ahí viene este malecón solitario que se pierde al infinito”.

La isla aislada de Gabriel Guerra Bianchini
The Mirror and the Sea de Gabriel Guerra Bianchini

Hay una nueva oleada de emigración cubana y son muchos los artistas que desde hace un par de años están abriendo estudios en Madrid o estableciendo relaciones o colaboraciones con distintos centros de creación en la capital. ¿La pandemia?, sí, claro y lo que vino después: “Hubo una ruptura el 11 de julio de 2021, cuando la gente se tiró a la calle a protestar porque la gran mayoría de personas pensaban —esta, de algún modo, es mi perspectiva, pero es la misma de quienes salieron de allí— que la situación es pésima y se han cansado. Se ha ido la confianza en lo que uno podía creer que el gobierno intentaba lograr allá. No existe ya la visión de 2014, cuando aquel acercamiento entre Obama y Raúl… Quedó en un espejismo, como ha pasado siempre en la historia por otra parte”.

Cansados o no, enfadados o no tanto, lo cierto es que la ciudad, la isla no le cae del pensamiento ni de la boca a los cubanos. Tampoco a Guerra Bianchini, para cuyo trabajo fotográfico La Habana, Cuba constituye una línea argumental vital. Pero, ¿qué tiene esa geografía, esas gentes qué lo hacen todo tan peculiar y tan único? “Últimamente me hago mucho ese tipo de preguntas, más ahora que vuelvo a vivir lejos de mi Habana. ¿Qué tiene esa ciudad que me hace necesitarla tanto en mi obra? ¿Podré encontrar esa eterna fuente de inspiración en algún otro sitio? Recuerdo que cuando vivía en Toulouse, decidí que quería volver a Cuba porque tenía una libreta con bocetos de fotografías soñadas, y todas tenían ingredientes de mi país: un malecón, una palma, un personaje imaginado… Si quería fotografiarlas tenía que ser allí, sabía que no podía desarrollarlas en otro lugar. No me equivocaba. Prácticamente, todas aquellas ideas se convirtieron más tarde en mis primeras series fotográficas gracias a que regresé. Cuba y ‘los humanos de la Habana’ (el título de una de sus series fotográficas) tienen un lenguaje tan humano, a veces tan salvaje, pero siempre cercano, me hacen sentir en casa, me hacen sentir parte de un mundo que entiendo. Y mira qué paradoja, hasta me hacen sentir libre, aunque hablamos de un país con una gran falta de libertad”.

Mi edén, 2020. Gabriel Guerra Bianchini
Mi quimera, 2020. Gabriel Guerra Bianchini

Fotografiar la música

La Habana, Cuba, 13 de septiembre de 1984. Gabriel Guerra Bianchini nace en una familia de madre suizo-italiana y de padre cubano, de Santa Clara. Ella, “una guerrera” en palabras de Guerra Bianchini, llegó a Cuba en 1969 porque su papá quería formar parte de todo lo que estaba pasando en la Cuba de la época “y se llevó a mi madre chiquitica”. De mayor, aquella chiquitica se enamoró de “un guitarrista espectacular, un virtuoso, uno de los grandes clásicos…”: Rey Guerra, alumno de Leo Brouwer, el gran introductor de la música contemporánea, “la persona que creó el grupo de experimentación sonora por el que nació la nueva trova de Silvio, Pablo, Chucho…”. En ese ambiente de excitación cultural y frenesí musical creció Gabriel, que recuerda: “Cuando estaba en la escuela normal nunca tuve un acercamiento por las artes, sin embargo me la pasaba en el teatro por mi papá, al que acompañaba desde niño: siempre me llevaba a estudios, conciertos…”, de modo no hacía falta ir a buscar las artes porque las artes formaban parte del día a día del niño y de una singular educación.

“Crecí con esa libertad de antaño, cuando los niños podían hacer casi de todo, solos en las calles. Tenía 17 años cuando comprendí que tener un pasaporte extranjero para un cubano es una bendición y lo aproveché para marcharme a España tres meses después de cumplir los 18. Le dije a mi madre que iba a visitar a un amigo en Madrid por Navidad y me quedaría con su familia. En realidad, no existía tal amigo y esas ‘Navidades’ se convirtieron en doce años”.

Olas para jugar, 2020. Gabriel Guerra Bianchini

En España pudo comprar su primera cámara, una Canon 4ooD que le cambió la vida: “Hasta entonces mi contacto con la fotografía había sido muy esporádico, gracias a cámaras prestadas por familiares o amigos, pero por alguna razón siempre me llenaban de curiosidad. Fue un cambio radical. Algo se desató”.

Y fue de la mano de la música y también de forma natural, cuando se inició en el mundo de la fotografía de la mano de un buen número de cubanos, de grandes músicos cubanos, que se dieron cita en Madrid y concretamente “alrededor de la asociación cultural Yemayá, de Pilar Zumel, una mamá para todos nosotros”. Posteriormente se trasladó a Francia y trabajó en muchos de los festivales de suroeste francés: Pause Guitar, Rio Loco, Jazz in Marsiac… “En aquel entonces, pasaba un mes al año en La Habana, cubriendo el Festival de Música de Cámara de Leo Brouwer, el cual me dio oportunidad de trabajar de cerca con músicos que admiro desde siempre como Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Yo-Yo Ma, Lang Lang, Chucho Valdés, y tantos otros. Fotografiar la música es uno de los regalos más grandes que tengo”.

'HABÁNAME'. Gabriel Guerra Bianchini

Fue entonces cuando sobrevino esa especie de epifanía y decidió volver a Cuba, tal y como mencionaba al principio, a plasmar aquellos “bocetos de fotos que tenía en la libreta y en la cabeza y que iban más allá de la música. Ideas conceptuales, surrealistas, como me gusta a mí ver las cosas. Mis primeras series fotográficas parten de esos bocetos y fueron naciendo cuando regresé”.

Una realidad inventada

Un momento: ¿ha dicho “como me gusta a mí ver las cosas”? Qué pregunta para un fotógrafo… ¿Cómo le gusta ver las cosas a Guerra Bianchini? Siempre he tenido esa manera poco romántica de ver la vida. La fotografía me brinda esa oportunidad. Por ejemplo, un momento, una historia, una fachada o una persona o algo que quieras contar se puede decir de tantísimas maneras con una cámara gracias a la perspectiva, a la iluminación, la lente… Me gusta ese poder que te regala la cámara. Puedes hacer que un momento crudo parezca bonito o que un momento bonito pueda parecer crudo. Y por eso la realidad para mí puede ser inventada, porque es que la cámara te permite hacer eso, te permite pintar un momento. Muy raras veces yo he querido fotografiar eso que todo el mundo fotografía de Cuba o, por lo menos, de la manera en que siempre se ha fotografiado Cuba. Cuba tiene una historia fotográfica en blanco y negro y de reportaje, que fue la que dejaron los fotógrafos de la revolución, la que más se ha exportado y la más conocida, pero hay muchas maneras más, hay mucha gente joven que está haciendo cosas muy distintas, que está viendo las cosas muy distintas. En mi caso trato siempre de disfrazar esas carencias; a esos muros rotos o edificios destrozados trato siempre de meterles una poética porque me gusta que sea así, me gusta que sea y salga positivo siempre lo que hago. Digamos que adoro contar lo que imagino, más que lo que veo”.

'My Elegant Havana'. Gabriel Guerra Bianchini

Imaginó, por ejemplo, cómo era la vida de puertas para adentro de las fachadas. Durante un año captó balcones y terrazas de La Habana para construir un edificio con historia, hasta dar con una fotografía de fotografías capaz de construir digitalmente un edificio fiel al paisaje arquitectónico de la ciudad: ‘Hotel Habana’, una de sus obras icónicas. Otra, ‘Cryptocuban Social Club’, una serie de 1.492 retratos, resultado de su incursión en el arte digital y los NFTs.

Fue en la época del confinamiento cuando Gabriel y su esposa Denise se empezaron a interesar por este tipo de arte. “En aquel entonces, el mercado prácticamente se congeló en la isla. Enviar una obra a otro país era una odisea. Comenzamos a pasar bastante tiempo en la app Clubhouse, para socializar con el mundo del arte de manera internacional. Pasamos largas horas en conferencias de todo tipo. Fue ahí que escuchamos y entendimos por primera vez los NFTs o arte digital, que tuvo su gran auge en 2021 tras la famosa venta de Beeple en Christies. Esa nueva tecnología que estaba naciendo fue una gran revelación para los artistas de mi país. Poder comercializar nuestras obras digitalmente supuso un antes y un después, sin mencionar que fue una fuente de inspiración. Nos puso a estudiar, a crear, a soñar. Fue entonces cuando Denise y yo decidimos crear una colección de NFTs con personas reales. Así nació ‘Cryptocuban Social Club’. Durante casi dos meses retratamos a 1.492 personas. Todo lo que vino después ha estado de algún modo condicionado por aquel tiempo encerrados”.

'Hotel Habana', 2020. Gabriel Guerra Bianchini

El encierro trajo un buen puñado de nuevas obras y cambios ciertos a la vida de esta pareja de fotógrafos. Por lo pronto se mudaron y ahora residen en Madrid, pero además para Gabriel: “La música comenzó a ser algo secundario para mí. He dejado de fotografiar como hacía antes, cuando la música me ocupaba el 80% de mi tiempo y mi trabajo. Ahora me llama lo social y lo documental y sí, siento que todo pasó después del encierro”.

En el plano estrictamente fotográfico, ¿qué imagen, qué maestro o qué registro es capaz de conmover a Gabriel Guerra Bianchini? En su web se puede leer la frase “milagro es que una imagen te toque o te llegue al alma”, pues bien, ¿qué imagen le llega de esta manera a este artista? “La frase me nació en mis primeros años haciendo fotografía. Recuerdo que en aquel entonces Flickr era el espacio online más importante para los fotógrafos. Había un grupo que se organizaba en esa red social para hacer quedadas en Madrid. Entre los integrantes estaba un ser que se hace llamar Tonymadrid, él fue mi primer referente. Adoraba su creatividad, su talento. Más tarde se convirtió en un gran amigo. Recuerdo hablar con él de la potencia del retrato y del retrato clandestino, robado en la calle y de cerca. Ese esperar a que alguien te mire, ese miedo también porque no sabes lo que va a ocurrir; puede que ponga cara de sorpresa o de encabronado por ese ‘te cogí’ y eso es justo lo que estás captando en ese momento. Pero más allá de la frase y de la situación, admiro muchísimo a Raúl Cañibano, Elliott Erwit, Weegee, Bresson o Sebastião Salgado… Maestros todos en eso de tocar con sus fotografías el alma de las personas, uno de los grandes secretos de este arte”.