El museo más desconocido de Picasso que esconde la historia de una amistad
Por María de la Peña Fernández-Nespral
Las ramificaciones de Picasso se extienden más allá de los grandes museos que albergan su obra. En los bajos del Ayuntamiento de Buitrago de Lozoya, un pequeño pueblo a 70 kilómetros de Madrid, bajando unas austeras escaleras, existe un museo con una colección de 80 de sus obras, algunas auténticas joyas. El artífice de este milagroso tesoro fue Eugenio Arias, un modesto peluquero que se exilió en Francia al final de la Guerra Civil, después de haber estado en primera línea de combate y haberse hecho maqui.
Picasso era tan supersticioso que solamente dejaba que le cortaran el pelo sus mujeres y, más tarde, su peluquero español, Eugenio Arias, al que conoció en Toulouse, en 1945, gracias la Pasionaria, Dolores Ibarruri. Pero fue en Vallauris, una localidad de la costa azul francesa donde nace una verdadera amistad entre el artista y el barbero como gustaba que le llamaran. Arias regentaba un salón de peluquería en la calle principal, y Picasso, que se instala en ese pueblo de tradición ceramista con Françoise Gilot, su sexta mujer y madre de Claude y Paloma, empieza a visitar al peluquero para cortarse los pocos pelos que conserva. “Es mucho más difícil cortarle el pelo a una persona casi calva”, respondía Arias cuando le decían que no había arte en cortar el pelo a Picasso.
Su amistad fue una simpatía a primera vista y duró un cuarto de siglo hasta la muerte de Picasso, en 1973. El artista llegó a ser padrino de la boda de su peluquero y este veló en solitario el cadáver de Picasso en Mougins, al lado de Vallauris. De esa desinteresada relación, en la que no existían ni diferencias de edad ni condición, nació en 1985 este museo tan personal. Nunca hubo intercambio ni de francos ni pesetas entre ellos, pero a lo largo de los años, Picasso regalaba a Arias dibujos, libros, piezas de cerámica, carteles de exposiciones o litografías. Todos estos presentes que incluyen dedicatorias de Picasso a su amigo, son absolutamente únicos y conforman este singular museo que apenas ocupa una sala y que se abrió en 1985 gracias a la generosa donación de Eugenio Arias a la Comunidad de Madrid. “En esta sierra nací, a ella quiero hacer honor con las obras de este ilustre español Pablo Picasso”, escribió.
Nada más entrar, la vista se dirige directamente a un plato de cerámica con la cabeza de toro pintada y parcialmente esmaltada, al parecer un ejemplar extraordinario pues “es el único coloreado de la colección del artista”. Picasso y su barbero compartían la pasión por los toros y la nostalgia de la cultura española. Iban juntos a las corridas del sur de Francia y Arias contaba que, a menudo, los toreros dedicaban el toro a Picasso y que este dibujaba algo en la montera. Después de las corridas, se iban de fiesta y bebían vino del porrón.
Ese latido por la España añorada de ambos, recorre gran parte de la colección de Arias. Una de las ‘joyas’ es una caja de madera que le regaló Picasso a su peluquero ‘en homenaje a la mejor herramienta, la mano’, que servía para meter sus utensilios de trabajo y está grabada a fuego o pirograbada por el artista con escenas taurinas. “No hay otra en todo el mundo con esta poco habitual técnica del pirograbado. Picasso pudo haberla vendido porque un jeque árabe le ofreció un cheque en blanco, pero no quiso”, relata la conservadora del museo, Susana Durán, sobre la importancia de la pieza. Otras de las obras de la colección que hacen alusión a la profesión de Eugenio Arias son las bacías de barbero, unas palanganas de cerámica, pintadas por Picasso, una vez más, con imágenes de tauromaquia y también con escenas del Quijote, ambas dedicadas a su amigo en el reverso. Cuando Picasso se las regaló le dijo: “Una, (…) en honor a nuestra fiesta nacional, la otra, en honor a Cervantes”, haciendo explícitas su afición compartida por los toros y su devoción por la literatura española.
En este museo convergen el Picasso más íntimo y el más humano. Su faceta más familiar y más cercana la demuestra en cada uno de los presentes que le hizo a su incondicional amigo. Un hermoso retrato de la madre del barbero sobresale entre el resto de la colección. Picasso la admiraba por ser una madre muy inteligente y esta estampa probablemente inspirada en el retrato con pañuelo negro que le hizo Picasso a su última mujer, Jacqueline, en París, fue también realizada con motivo de la petición de amnistía para los españoles encarcelados. Una obra más entre otras de carteles de la colección que incluye dibujos del tema de la paloma de la paz –”la Paz, obsesión de Picasso”, afirmaba Arias-, ponen de manifiesto el compromiso político del artista y su oposición al franquismo; un idealismo del comunismo que artista y peluquero compartían.
Un monumento a la amistad
La sorpresa de este museo también pasa por descubrir al Picasso más experimentador, que se atreve a utilizar materiales nuevos siguiendo su libertad creativa. En los años 60 le regaló a Eugenio Arias un cagafierro, ‘El pájaro del progreso’ para que lo pusiera en su segundo nuevo salón de peluquería en Vallauris y le diera buena suerte. Picasso utilizó una técnica única, a partir de desperdicios de material de hierro triturados otorgando a esta pieza un valor extraordinario.
La amistad entre los dos evolucionó en una relación de padre-hijo y Arias acudía con frecuencia a casa de Picasso y no solo a cortarle el pelo. “Muchos días le visitaba simplemente para charlar. Y un día me dijo: “Arias, ven siempre que quieras. Cuando tú vienes me parece estar en España”, redactó el peluquero. Entre los exiliados españoles se decía que quién quisiese ver a Picasso, tenía que visitar primero a Arias. Arias era una especie de filtro ante tanto visitante, al igual que su mujer Jacqueline –”los últimos veinte años de su vida con Jacqueline fueron de felicidad. No me sorprende que ella se suicidara después de su muerte. No podía vivir sin él”-, dejó escrito el barbero. Entre ella y Arias existía una gran complicidad y en agradecimiento a la simpatía mutua que se tenían, Picasso le regaló un retrato dedicado de Jacqueline a lápiz y pastel. Un espectacular dibujo de 1963 insertado en un libro con esta nota: “Te debo esto, gracias Arias”. Solo por ver en directo este dibujo, bien merece el viaje a Buitrago de Lozoya.
Eugenio Arias pudo morir tranquilo por el deber moral cumplido de entregar a su pueblo de la sierra pobre las obras que le había regalado su amigo. “El Museo de Buitrago es mi legado a mi pueblo y a Pablo Picasso (…)”. Un museo que se ha convertido en un monumento a la amistad de 26 años entre dos compatriotas alejados de su país. “Me ayudaba, le ayudaba, nos protegíamos moralmente y sentíamos ese valor que tienen los sentimientos que no se pueden comprar”, escribió Eugenio Arias desde Buitrago en 1985, coincidiendo con la inauguración de su querido museo. Tanto sintió su muerte que el barbero siguió cuidándolo hasta en el lecho de muerte. Picasso murió un 8 de abril de 1973 a los 92 años en Mougins, a 7 kms de Vallauris, donde seguía viviendo el fiel peluquero. Jacqueline telefoneó a Arias para comunicárselo y su amigo recibió la noticia como un gran choque. Picasso le había encargado a Arias una capa española que acabaron trayendo jugadores del Real Madrid en un viaje a Niza y que Eugenio recogió en su hotel. Los dos cubrieron a Picasso con la capa de la famosa Casa Seseña de Madrid, un símbolo de España. “Era su mayor deseo sobrevivir a Franco y regresar a la patria”, relató el peluquero. Eugenio Arias fue el único que entraba y salía de la habitación donde velaban el cadáver de Picasso. En el entierro, dos días después, fue también uno de los pocos amigos realmente íntimos de Picasso entre los asistentes.