La absenta y Picasso, o el día en que el cubismo nació de un mal viaje

50 aniversario Picasso

La absenta y Picasso, o el día en que el cubismo nació de un mal viaje

Por Pilar Gómez Rodríguez

Cuadro La bebedora de absenta

La bebida de ajenjo se popularizó en París por los soldados que regresaban de las campañas coloniales en Argelia. A finales del siglo XIX se había hecho fuerte en los cafés de la ya de por sí alucinada y alucinante belle époque francesa. Cada día, a las cinco de la tarde, la hora verde reunía a bebedores de absenta a la búsqueda de inspiración, salvación o consuelo. Entre los que se encontraba un tal Pablo Picasso.

París, último suspiro del siglo XIX y primeros años del siglo XX. Un hombre bajito con la cara verde recorre las calles en bicicleta. A veces grita, se estampa con frecuencia… Suele ir tibio de absenta, su querida diosa, el “hada verde” que ingiere en grandes cantidades y a pelo, sin el ceremonial de azúcar y agua con que otros la rebajan. Es un tipo peligroso: tiene un revólver con el que abre botellas y ha escrito una obra de teatro de una sola representación debido a la que se montó. Es Alfred Jarry y no le queda mucho de vida. Como corresponde a los mitos, morirá joven. A los 34 es ya un cadáver verdadero, no como el que había imitado días antes para hacerse fotografiar.

No hay constancia de que Picasso, en sus idas y venidas a París, lo conociera personalmente, tal y como explica el ensayista Inocente Soto en su artículo titulado 'Ubú Picasso'. Una pena porque el inicio del artículo salía rodado. Lo que sí es seguro es que Picasso asistió a algunas de las secuelas escenográficas a las que dio lugar 'Ubú rey' y, muerto Jarry, parece probado que conservó su revólver, manuscritos y otras pertenencias. Quizá una herencia no declarada de aquel extraño tipejo en la mente del joven pintor fuera, en pleno éxtasis alcohólico, cierto batiburrillo entre el color, el cuerpo, las superficies, los planos... Bebedor ocasional de absenta, Picasso verá a la gente azul y así la pintará. Y luego rosa y así la pintará. Y luego rara, como descompuesta en extraños planos o figuras geométricas y también así la pintará.

Cuadro Buveuse accoudée
Cuadro La buveuse assoupie

La mítica bebida —insinuaba hace algunos años la escritora y crítica de la cultura Jane Ciabbatari en un artículo para la BBC— “creaba visiones y estados oníricos que se filtraban en la obra artística. Dio forma al simbolismo, el surrealismo, el modernismo, el impresionismo, el postimpresionismo y el cubismo”. ¿Fue la absenta el gran motor creativo de todos aquellos “ismos”? Manet, Monet, Degas, Van Gogh o Toulouse-Lautrec, entre otros grandes –hoy– maestros de la época, realizaron pinturas con la absenta como protagonista o innumerables retratos de consumidores de la bebida. También Picasso.

Los efectos azules de la bebida maldita

La primera relación del malagueño con la absenta traducida al lienzo es un retrato de una mujer que bebe en solitario. Tiene la mirada perdida, los labios muy rojos y la copa muy verde. El cuadro no la identifica con el nombre, pero su rostro se repite en muchos otros de esa época y todo apunta a que se trata de Odette, su primera novia parisina. O de las primeras, dado que el trío de jóvenes que formaron en París Pablo Picasso, el malogrado Carlos Casagemas y Manuel Pallarés le dio un buen empujoncito a lo del poliamor, con la colaboración de Germaine, Antoinette y la mencionada Odette. Juntos y, a menudo, revueltos, lo pasaban tan pronto bien como mal, pero a veces mal significaba fatal. En febrero de 1901 Casagemas se suicidó en un bar después de intentar matar de un disparo a Germaine, un hecho que marcará profundamente a Picasso sin impedirle, por otra parte, mantener o proseguir la relación con la antigua novia de su amigo muerto. Eso sí, a partir de ese momento, algo se oscureció en la paleta de Picasso.

Cuadro Retrato de Sebastián
Cuadro El bebedor de absenta

Venía de pintar fogosamente, tal y como vivía en medio de la bohemia parisina, para intentar llevar cuantos más lienzos mejor, a la exposición que marcaría su destino: la exitosa muestra en la galería del importante marchante Ambroise Vollard. Se inauguró el 24 de junio de 1901 y durante el mes anterior Picasso estuvo pintando uno o dos cuadros por día, aunque pudieron ser diez: en la descripción que acompaña al cuadro de la ‘Bebedora de absenta’ de 1901 en Christie's se lee que “el crítico Gustave Coquiot, a quien Mañach encargó el prefacio del catálogo, afirmó que Picasso pintó hasta diez cuadros al día a finales de mayo y principios de junio”. Hasta ese momento, en sus obras predomina el color y temáticas sacadas de la vida cotidiana, de su vida cotidiana sobre todo y eso incluía mujeres, muchas mujeres siempre: mujeres sonriendo, mujeres ensimismadas, mujeres que piensan en no se sabe qué, que beben solas, que beben… Pero entre toda aquella algarabía se cuela ya la luz mortecina azulada que el affaire Casagemas trajo a la pintura de Picasso. El azul va ganando peso y ocupando diversas zonas de la otra bebedora de absenta de 1901: el vestido, la botella, la copa, reflejos en la piel, el fondo del espejo…

Las bebedoras solitarias de la época anterior estaban serias, pero tenían algo de color que las ataba al mundo. En 1902 el azul toma por completo la paleta de Picasso y el ánimo de sus personajes. Nada escapa a la melancolía en obras como ‘La bebedora adormecida’, que se ovilla frente a su copa, o en el retrato que un año después Picasso pintaría de su amigo Ángel Fernández Soto. Con él había compartido correrías y piso, pero en 1903, frente a una gran copa de absenta, lo retrata con un gesto ambiguo, un mohín de aburrimiento o desdén.

Cuadro Dos mujeres en la barra del bar

La sensación se agudiza cuando son dos las figuras que ocupan los cuadros; un hombre y una mujer que ni se miran ni se hablan, que no parecen compartir nada salvo una bebida que ha dejado de ofrecer la diversión que se le suponía. La pareja de pobres, la de saltimbanquis… Personajes y cuadros que van componiendo el friso de los desheredados en que se convierte la época azul de Picasso. Ni siquiera con sus amigos es indulgente. A Sebastiá Junyer lo retrata en 1903 junto a una prostituta con la que parece competir por el espacio o por el sofá. Cada uno mira al frente, cada uno está en sus pensamientos y en su melancolía. Recuerdan mucho a la pareja que pintó Degas casi tres décadas antes y cuyo título era ‘En el café’ o, simplemente, ‘La absenta’.

El retorno cubista de la absenta

1904 es un año importante, de tránsito. Picasso cambia de barrio y pronto lo hará de paleta cromática. Tras idas y venidas a España, se instala en París en un estudio en Montmartre. Eso le trae cierta estabilidad y también el hecho de conocer a Fernande Olivier, con quien entabla una relación amorosa que perdurará intermitentemente hasta 1912. La cosa marcha; los años azules de pobreza y tristeza dan paso al rosa, dejando atrás la absenta que, mientras tanto, hacía de las suyas en la sociedad francesa y alrededores.

Pero no le duró mucho la abstinencia. Así como tampoco el influjo en su obra. En el ‘Vaso de absenta’ de 1911 el recipiente se descompone de forma profusa y minuciosa: la geometría del objeto prima sobre este como corresponde a las obras del cubismo analítico. El sintético es más indulgente: las letras o los materiales que se adhieren a las obras dan pistas sobre lo representado, trasladando la realidad de la obra a la propia obra. En piezas como ‘Absenta y cartas’ o ’Mesa de café con botella de Pernod’, ambas de 1912, se reconocen con facilidad los elementos anunciados en los títulos.

Cuadro Le Verre

Le Verre
Pablo Picasso, 1881 - 1973

Obra Vaso de absenta

Vaso de absenta
Pablo Picasso, 1911

Obra Mesa de café con botella de Pernod

Mesa de café con botella de Pernod
Pablo Picasso, 1912

La copa de absenta representada en distintas épocas que vertebra este recorrido por la obra de Picasso tiene una de sus representaciones más espectaculares en una pieza de 1914. Supone la extensión del collage que el español trabajaba desde hacía un par de años a las tres dimensiones. Sí, se trata de una pequeña escultura, un bronce pintado al óleo rematado con una cucharilla metálica “de verdad”, que recuerda el ritual que conllevaba la bebida: la absenta se depositaba al fondo de una copa sobre la que descansaba una cucharilla ranurada. Sobre esta se colocaba un terrón de azúcar en el que se vertía el agua que convertía la absenta cruda en una bebida de color lechoso algo más dulce y algo menos fuerte. En esa época el malagueño andaba interesado por la interacción entre el arte y la vida o la realidad, y en esta obra logró la intersección de un objeto artístico y uno real: las cucharas perforadas que Picasso compró para agregar a cada una de sus seis esculturas.

En el contexto de la colección permanente ‘Diálogos con Picasso. Colección 2020-2023’, del museo Picasso de Málaga es posible ver la ‘Copa de Absenta’ que conservó el propio autor de entre los seis bronces fundidos hechos a partir de una maqueta de cera. Era la primera vez que creaba variaciones de una escultura, de modo que cada uno de los seis ejemplares es un trabajo único, con diferentes áreas resaltadas por color, patrón y textura. En esta destaca la parte inferior coloreada con pintura al óleo roja y blanca en la parte superior. También la singulariza el ángulo recto que traza el mango de la cuchara y que, curiosamente, estaba derecho en las fotos tomadas por Brassaï en 1943, en el apartamento de Picasso en la Rue des Grands Augustins. El fotógrafo húngaro, en una conversación con el artista años después, recuerda la impresión que le causó la pieza: “Descubro ahora el vaso de absenta, obra harto atrevida en su época. ¡Era la primera vez que un objeto tan simple se convertía en una escultura!” Gracias a la atención y a las diversas representaciones que de él hizo Picasso se puede convertir también en una singular y mínima guía por su obra. O en una incursión, más bien, ya que al pintor le quedaban por delante más de cinco décadas de arte. “¿Cuál es la diferencia entre un vaso de absenta y el ocaso?” Dicen que dijo Oscar Wilde. ¿La diferencia? El genio incombustible de Picasso.