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El futuro de nuestro rostro según Modigliani, Daft Punk y Kim Kardashian

Por Sandrine Ortega

Retrato de mujer joven, 1918

Vivimos en la era del ‘selfie’. Las caras dominan nuestra sociedad y nuestra cultura. Todavía seguimos ocupados intentando descifrar si la Mona Lisa nos mira, si nos sonríe. ‘Scrolleamos’ infinitamente para ver rostros conocidos y ajenos. Pero si miramos la historia del arte, no siempre hemos estado tan obsesionados con nosotros mismos

Vivimos en la era del selfie. Las caras dominan nuestra sociedad y nuestra cultura. Dominan nuestras jerarquías sociales y nuestras expresiones artísticas. Pero si miramos la historia del arte, los seres humanos no siempre hemos estado tan obsesionados con nuestro rostro . De hecho, las primeras manifestaciones artísticas no los contenían. En la Cueva de Altamira no vemos las caras de los pintores ni de los habitantes de las comunidades nómadas del paleolítico, sino que encontramos animales: bisontes, caballos, ciervos y jabalíes. El figurativismo y el grado de atención al detalle del arte rupestre nos muestra que tenían destreza suficiente para retratarse, pero las hipótesis de por qué no lo hicieron son varias: una, que pintaban para recordar; otra, que retrataban a los animales para propiciar su caza a través de la magia simpatética; y otra más, que a través del bisonte y el caballo representaban la dualidad hombre-mujer.

Una más de estas hipótesis aparece en las pinturas rupestres de la Cueva de las Manos de la Patagonia argentina. En ellas, un integrante de los tehuelches se pintó el borde de la mano izquierda dejando plasmada su huella. La identidad para los antepasados no estaba, como a día de hoy, en nuestro rostro, sino en la mano creadora. Esa era la firma .

Cueva de las Manos

Los primeros retratos de las civilizaciones del Antiguo Egipto fueron de dioses y gobernantes. Solo con la llegada de nuestra era, a partir del siglo II d.C., surgieron las primeras representaciones de rostros de gente particular en los retratos de El Fayum. Estos se pintaban en tablas de madera y se colocaban encima de las momias para recordar al muerto. Con ellos comenzó la “democratización del retrato”, un proceso que ha llegado hasta nuestros días y que ha cambiado la manera en la que nos vemos y nos ven.

Nuestro rostro según Munch, Modigliani o Bacon

Paralelamente a la historia de la evolución de la representación del rostro, se ha desplegado otra historia menos visible: la de su ocultación. La primera máscara de la historia data del Neolítico precerámico B, es decir, de hace 9.000 años. Este primer intento de ocultar nuestro rostro, lo que nos identifica, surgió de la necesidad de recordar a nuestros antepasados y tenía un uso ritual. De esta manera, se jugaba con la identidad y se provocaba un impacto visual en la comunidad entre la evocación del otro y el olvido de uno. Las máscaras rituales siguen siendo usadas a día de hoy en comunidades indígenas con un sentido religioso, mientras que en el mundo occidental solo las utilizamos en entornos festivos desacralizados. Su uso se ha retomado en el cine (por ejemplo con ‘Eyes Wide Shut’ de Kubrick), la música y el arte (con Daft Punk y Banksy, donde la máscara aparece para desvincularse de una identidad concreta y crearse una nueva), e internet (con Anonymous, para borrarla).

Mosa Lisa
‘Self-Portrait’, 1975. Francis Bacon

Más insólitos han sido los retratos pictóricos de rostros cubiertos, ya que una máxima de todo pintor ha sido la de luchar por representar el rostro más allá del rostro: la esencia, la emotividad, el alma del retratado. Todavía seguimos ocupados intentando descifrar si la Mona Lisa nos mira, si nos sonríe. Una ocupación que va a cambiar con artistas como Modigliani, cuyas inexpresivas caras parecen máscaras, y con la ruptura con el figurativismo, la cual calmó nuestra obsesión con el rostro y nos permitió ocultarlo y modificarlo a través de capas de expresividad y emoción. Una prueba de ello es ‘El grito’ de Munch, los retratos de Egon Schiele o Francis Bacon. En esa búsqueda de emoción, otra prueba de nuestra ocultación facial es el clásico cuadro de Friederich ‘El caminante sobre el mar de nubes’, pieza clave del Romanticismo, en el que el ser humano simplemente no es digno al lado de la naturaleza. Dejamos de ser importantes a su lado y pasamos a admirar nosotros a la naturaleza en todo su esplendor, dejando de ser el sujeto admirado. Esto rompe con la tradición antropocentrista surgida en el Renacimiento enfocada en representar al ser humano y su rostro.

El grito. Edvard Munch
Autorretrato de Egon Schiele

Desde los primeros retratos, la representación de la monarquía, las élites políticas y económicas era la temática elegida. Los bodegones eran considerados un arte menor, como los paisajes, un estigma contra el que tuvo que luchar el Romanticismo. Solo gracias a pintores como Chardin, el arte del retrato se amplió y se comenzó a representar a la burguesía en sus momentos ociosos: gente poco importante haciendo cosas sin importancia. Esto fue un escándalo en un primer momento, aunque a día de hoy es nuestra forma favorita de entretenimiento. ‘Scrolleamos’ infinitamente para ver rostros conocidos y ajenos , descargando dopamina y con un engagement mayor al verlos que cuando vemos un paisaje o un bodegón. Ahora tenemos enormes cantidades de datos que demuestran lo mucho que nos gusta ver caras. O, en el caso de que surja alguna duda, solo tienes que darte un paseo por Instagram y ver qué fotos tienen más likes, si son las de tu cara o las de tu desayuno.

Instagram y el futuro facial distópico que nos espera

Nuestra cultura actual está dominada por la fotografía. Su invención a principios del siglo XIX con la función casi ritual de inmortalizar a familias enteras, se ha desvanecido para dar paso a una era plagada de retratos y, lo que es más importante, de autorretratos . Vivimos en la era de la ‘selfie’ o de la hiperrepresentación facial, época que no tiene su origen en la fotografía sino en la propagación de los smartphones. No tenemos constancia de un aumento desmesurado de ‘selfies’ cuando tuvimos acceso a las cámaras de fotos digitales, ni cuando estas se hicieron compactas. Solo cuando pudimos vernos el rostro en la pantalla en tiempo real gracias a esa cámara frontal, nos enamoramos tanto de nosotros mismos que caímos en el lago de nuestra propia admiración (y autorrepresentación) constante. Como Narciso.

Y de ahí a los filtros de Instagram que han hecho que podamos usar las herramientas que antes solo teníamos acceso asistiendo a una consulta de un cirujano. Instagram ha hecho que se disparen las cirugías faciales no solo por la insatisfacción con nuestro rostro, generada después de habernos visto con una nariz fina y un mentón afilado, sino porque la continua observación del rostro ajeno es un pozo infinito de comparación. Casi mejor habernos quedado como Narciso, mirándonos a nosotros mismos. En esa observación continua de otros rostros en la redes gana una cara: la de Kim Kardashian, la mujer con el rostro más observado, admirado y esculpido de nuestro tiempo. Sobra decir que hablar de las Kardashian es como hablar de la idiosincrasia de la sociedad actual, o por lo menos, de la sociedad aspiracional actual. Su rostro es, según los cirujanos plásticos, el más solicitado en sus consultas.

Kim Kardashian

No sabemos cómo será el futuro del rostro en la historia, aunque el mundo del arte contemporáneo, el diseño especulativo y la investigación están intentando descifrarlo. María Buey, investigadora española tras el proyecto de Peak Face, sostiene que este es un momento clave para la historia del rostro y que de aquí a un futuro no muy lejano podremos enfrentarnos a dos mundos radicalmente opuestos : una multiplicidad de rostros o la total ausencia de ellos. María y Peak Face argumentan que ambas corrientes nos permitirán desvincular al rostro del rostro y que esto aumentará nuestra empatía al considerar que hay otras formas de vida inteligente sin un rostro asociado.

No podemos saber qué ocurrirá con la historia del rostro. Cómo seguirá su camino. No podemos predecir la historia aunque haya investigaciones de diseño especulativo como Peak Face que intenten adelantarnos nuestro futuro. Estamos a merced de la nueva tecnología de turno que surja, de la nueva moda relacional. Pero sí podemos anticipar que la hiperrepresentación del rostro seguirá, así como lo hará la historia de su ocultación. O quizás ambas historias se desarrollen de la mano ya sea porque todos tengamos la cara operada con rasgos diseñados a medida, o porque todos vayamos, en un mundo dominado por las cámaras, con el rostro completamente cubierto (no solo por una mascarilla). Un futuro facial distópico del que, si lo pensamos, no estamos tan lejos. ¿Quién no recuerda ver a gente en el metro pintándose los labios y poniéndose colorete para después volver a cubrirse la cara? ¿Quién no se ha hecho ‘selfies’ con la mascarilla puesta? Las dos historias se juntan. El futuro ya está aquí.