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Las artistas ‘invisibles’

Por Ignacio Mateos

Cuadro El Hambre

La invisibilidad de las mujeres en la historia, no solo del arte, está directamente relacionada con un discurso patriarcal del poder. Demasiados eran los obstáculos que encontraban las artistas en la estructura social para poder mostrar y desarrollar su talento. Estas son algunas de las que lucharon para romper este techo de cristal

El pasado mes de junio se celebró con motivo de la cumbre de la OTAN una cena de trabajo en el Museo del Prado. Resulta sorprendente que a los asesores de los mandatarios se les escapara, pero sí, hubo separación. Por un lado, los líderes atlánticos, los genios, se reunieron en el claustro de la pinacoteca. Por otro, y posiblemente en homenaje a su labor inspiradora, sus acompañantes lo hicieron más distendidamente, en la llamada “Sala de las Musas”.

Es en este salón donde, desde su altos promontorios y con gentileza, ocho musas de mármol dan la bienvenida al visitante, recordándole que el museo alberga también una excelente colección de escultura clásica. Las tenemos a casi todas: la musa de la heroica, de la historia, de la música, de la poesía sacra, también de la amatoria, de la comedia, de la danza, incluso de la astronomía… Paradójicamente, nos faltaría una novena, la que ahora nos ocupa: Melpómene, musa de la tragedia.

Hijas de Zeus y la diosa de la Memoria, las musas inspiraban con la belleza que producían no solo a los dioses del Olimpo sino también a los artistas que las invocaban. Mientras que las del Prado, fechadas a finales del reinado del emperador Adriano, exhiben ceñidas vestimentas, no es infrecuente encontrar a lo largo de la historia del arte otras algo más ligeras de ropa. Desde la arredondada Venus de Willendorf a la de Milo, pasando por vírgenes, las Majas y toda clase de afables plebeyas. La mujer anterior a la edad moderna fue reducida a un simple objeto de placer, fertilidad y belleza. ¿La razón? Fue pintada exclusivamente por hombres.

Venus de Willendorf

La invisibilidad de las mujeres en la historia, no solo del arte, está directamente relacionada con un discurso patriarcal del poder. Demasiados eran los obstáculos que encontraban las artistas en la estructura social para poder mostrar y desarrollar su talento. La discriminación sexista impedía a las mujeres el acceso a lecciones de anatomía o de dibujo al natural, pues sus modelos eran masculinos, animándoseles a practicar otros géneros menores, como el bodegón o el paisaje.

Eso le ocurrió a la renacentista Sofonisba Anguissola, a quien en los últimos años se ha atribuido la autoría de un retrato de Felipe II que tradicionalmente había sido asignado a Alonso Sánchez Coello. Tampoco pudo completar su formación Elisabetta Sirani, más conocida por ser la ayudante de Guido Reni. Y es que aquellas pocas pintoras que lograron un moderado reconocimiento, perduraron en la historia mayormente gracias a sus estrechas relaciones con personalidades masculinas. El caso de Juana Pacheco, casada con Velázquez, bien pudiera ser otro de estos casos.

Bonheur, la pintora ridiculizada por su presunta masculinidad

Un evidente cambio de mentalidad fue el que lideró la animalière Rosa Bonheur, capaz de captar el alma de perros y leones en sus representaciones de estilo realista. Aquí ya hablamos de alguien reconocida en vida por sus capacidades técnicas e intelectuales, aunque fuera injustamente juzgada por su presunta masculinidad. Y es que Bonheur, considerada actualmente como una de las más grandes mujeres artistas, fue sin embargo ridiculizada por su imagen -llevaba el pelo corto y vestía pantalones ignorando la etiqueta femenina- y vida amorosa en contra del conservadurismo de la época, como sucede con miles de mujeres artistas.

En cualquier caso, la pintora nacida en Burdeos se puede considerar una excepción a la regla: su padre Oscar Raymond fue director de la única escuela de dibujo gratuita para niñas en París. Por lo que no tuvo las dificultades de sus predecesoras.

Cuadro Rosa Bonheur
Foto de Rosa Bonheur

Con el impresionismo sin embargo llegó la revolución. Aquel nuevo estilo, alternativo a la academia y a tantos otros valores ya caducos, sirvió de punto de inflexión no solo a nivel estético sino también a la hora de visibilizar nuevos roles de la mujer. A pesar de que formaron parte del círculo impresionista, un malintencionado runrún siempre acompañó a las figuras de Berthe Morisot, casada con el hermano de Manet, y de Mary Cassatt, íntimamente relacionada con Edgar Degas.

Cuadro Pastora desnuda tumbada
Aquellas pocas pintoras que lograron un moderado reconocimiento, perduraron en la historia gracias a sus estrechas relaciones con personalidades masculinas

Al llegar la vanguardia histórica nos encontramos con una mujer cuyo talento es ya juzgado con mayor ecuanimidad. Incluso en la convulsa España del siglo XX encontramos grandes artistas, como la cubista María Blanchard o la surrealista Remedios Varo, una de las primeras mujeres que, ahora sí, logran estudiar en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid.

Capítulo aparte merecen los discursos alternativos propuestos por artistas como la icónica Frida Kahlo, actualmente en exposición en la Casa de México, que reivindicaron de manera excepcional la expresión de la mujer como creadora y también como ser sufriente.

La boloñesa de María Blanchard
Alegoría del invierno de Remedios Varo

El auge de las mujeres artistas

Aunque muchas artistas ya habían destacado en el contexto de los más importantes movimientos artísticos, como Agnes Martin en el minimalismo, o Helen Frankenthaler en el expresionismo abstracto, el mayor impacto lo propinaron los manifiestos feministas de los años setenta. A partir de entonces, el mercado del arte se reforzó con una lista casi infinita de creadoras: Louise Bourgeois, Yayoy Kusama, Cristina Iglesias… Por supuesto, las obras de todas estas genias compiten hoy de tú a tú con las de sus compañeros varones en las más prestigiosas subastas internacionales.

Pero no solo el mercado, también la crítica y los museos, como si fueran arqueólogos, siguen esforzándose en redescubrir figuras clave que son aún prácticamente desconocidas para el gran público. Algunos casos de éxito incluyen la retrospectiva de la mística Hilma af Klint en el Guggenheim, sin olvidar, por supuesto, a la madre del modernismo estadounidense, Georgia O'Keeffe, cuyas obras tuvimos la fortuna de poder disfrutar recientemente en el Thyssen. Es de agradecer también que desde hace años el Reina Sofía esté potenciando la investigación historiográfica de las artistas españolas. El área discursiva del feminismo es una de sus líneas troncales.

Obra de Cristina Iglesias

Cristina Iglesias

Untitled (Athens I) (Sin título [Atenas I])

© Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía

Obra Montañas y mar

Helen Frankenthaler

Montañas y mar (Mountains and Sea), 1952

© Museo Guggenheim Bilbao

Obra Mamá de Louise Bourgeois

Louise Bourgeois

Mamá (Maman), 1999

© Museo Guggenheim Bilbao

Obra Bosques

Georgia O'Keeffe

Desde las llanuras II, 1954

Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid

Sin embargo, a pesar de todos estos esfuerzos por destacar la importancia de la mujer en la historia del arte e incrementar su presencia en colecciones públicas y privadas, parece que aún queda un largo camino por recorrer. Aún hoy, vemos que todavía existen héroes y musas; gobernantes y sus acompañantes. Y no hay nada malo en ello. En nuestra sociedad debería de haber espacio para todo: para aquellas musas que deseen seguir soplando y también para aquellas otras que prefieran potenciar su liderazgo para crear un futuro mucho más rico y próspero.