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¿No hay margen (para bajar impuestos) o lo que no hay es voluntad?
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¿No hay margen (para bajar impuestos) o lo que no hay es voluntad?

Seguramente conocen ustedes el personaje de cómic —lo que en otra época llamábamos tebeo— creado por Francisco Ibáñez llamado Sacarino,

Seguramente conocen ustedes el personaje de cómic —lo que en otra época llamábamos tebeo— creado por Francisco Ibáñez llamado Sacarino, que era botones de una empresa editorial y que se caracterizaba por sus ocurrencias, siempre bienintencionadas, pero siempre abocadas a algún tipo de desastre.

Como en aquella historieta en la que, en pleno verano y con todo el mundo en la oficina asfixiado por las altas temperaturas, a nuestro protagonista no se le ocurre otra cosa que encender la calefacción al máximo, razonando que así notarían con alivio un agradable frescor tras apagarla de golpe. ¿No les recuerda esta imagen a la política tributaria de este Gobierno, que sube los impuestos cuando más asfixiados estamos y pretende no bajarlos hasta que nuestra maltrecha economía se recupere?

Así, hemos podido escuchar a Luis von Guindos declarar que bajarán los impuestos cuando la economía dé señales claras de recuperación. Es decir, que la medicina mejor suministrarla cuando el paciente se haya curado. Y también varias veces insistió Cristóbal Taxman Montoro la semana pasada en que no hay margen para bajar los impuestos.

Pero no es cierto que no haya margen para reducir la carga tributaria de los españoles. Cuando continuamos con un Estado de un tamaño aún superior al que tenía en los años de vino y rosas de la burbuja, es evidente que existe recorrido todavía para reducir el inmenso gasto político. Lo que no hay es voluntad. Demostrando su lealtad al sillón que ocupan ellos y sus allegados, se niegan a retornar, como mínimo, a la situación previa a las treinta subidas de impuestos perpetradas por este Gobierno, depredador del esfuerzo y del ahorro de los españoles.

No sólo no es verdad que no sea posible bajar los impuestos sin incurrir en más déficit, es que, además, dejando de un lado la curva de Laffer, es muy preocupante que realmente piensen que ya han acabado con el despilfarro del dinero público. Ese dinero que tanto esfuerzo y tantas horas nos ha costado ganar a quienes aún tenemos la suerte de trabajar.

Porque ¿puede decirse que no hay margen cuando los políticos van a extraer cerca de 1.900 millones de euros del fruto de nuestro trabajo para meterlos en las televisiones públicas este año 2013? ¿Puede algún político decirme qué servicio público esencial presta una cadena autonómica más allá de ofrecerle al político regional de turno la oportunidad de salir en la tele entre concurso y concurso de cantos y bailes regionales? Si quieren tener sus 15 minutos de gloria televisivos, que acudan a Cifras y Letras, pero que dejen de pagarse su promoción personal con nuestros impuestos, ¿no creen? ¿Ha hecho algo este Gobierno al respecto? No, luego sigue existiendo margen.

¿Puede decirse que no hay margen cuando desde enero de este año y hasta la fecha el Boletín Oficial del Estado ha recogido ya casi 5.000 millones de euros en subvenciones, según el minucioso peinado del BOE realizado y relatado por la cuenta de Twitter @BOESubvenciona? ¿Puede algún miembro del Gobierno justificar que es absolutamente imprescindible dedicar 200.000 euros a “fomentar la cultura de defensa” (sic)? ¿O algo más de 4 millones de euros a diversos proyectos del programa La Juventud en Acción entre los que encontramos actividades tan esenciales para todos como el street dance (16.900 euros a una asociación determinada) o “la gestión de inéditos viables”, sea esto lo que sea (16.000 euros a una asociación en concreto).

Alguno de ustedes podrá pensar que son cantidades pequeñas y anecdóticas. Y están en lo cierto. Pero les propongo que hagan el siguiente experimento mental. Imaginen que en un ejercicio inédito —no sé si viable o no— de transparencia, el Ministerio de Hacienda en su información fiscal comenzara a añadir un extracto identificando las partidas concretas a las que ha aplicado el dinero de sus impuestos. ¿Qué pensaría usted si le hubieran tocado los 16.000 euros de los street dancers o los 10.000 de alguna de las muchas asociaciones de Boy Scouts subvencionadas?

¿Puede decirse que no hay margen cuando seguimos teniendo la Administración trufada de hermanos, primos, cuñados y amigos en puestos eventuales, comúnmente conocidos como 'de confianza'? Ya les hablé de ello hace algo menos de un año y les di algunos ejemplos ("Por qué no baja la prima de riesgo: medidas coyunturales para problemas estructurales", 24/07/2012). ¿A ustedes les consta que el Gobierno haya hecho algo al respecto para reducir drásticamente el número de eventuales en todos los niveles y caiga quien caiga? A mí, no. ¿Puede Montoro, actual ministro de Administraciones Públicas además de Hacienda, presumir de que no hay margen para bajar más?

¿Puede decirse que no hay margen cuando seguimos teniendo el mismo nivel de duplicidades entre los diferentes niveles de la Administración que había en los años de esplendor inmobiliario? Hasta donde yo sé, seguimos esperando la anunciada reforma. Por tanto, ¿no hay margen o lo que no hay es voluntad de eliminar, por ejemplo, las Diputaciones por el impacto que tendría en el reparto de cargos públicos en Andalucía, donde el Partido Popular disfruta de una posición que no tiene en la Junta?

¿Y las 'embajadas autonómicas'? ¿Y la publicidad institucional? ¿Y las empresas públicas? ¿Y …?

Es decir, la política fiscal impuesta por Mariano Yalopensarémañana Rajoy a los españoles —impuesta, sí, porque la mayoría de sus electores votaron precisamente lo contrario— no es la única alternativa posible y no es cierto que no tengan margen. Este Gobierno está actuando como un mal doctor que pone a dieta a una persona enferma de anorexia, y le promete aliviarle el severo régimen cuando compruebe que está empezando a engordar. Y todo no por un diagnóstico erróneo, sino para seguir comiéndose él la comida que le corresponde a su paciente.

Seguramente conocen ustedes el personaje de cómic —lo que en otra época llamábamos tebeo— creado por Francisco Ibáñez llamado Sacarino, que era botones de una empresa editorial y que se caracterizaba por sus ocurrencias, siempre bienintencionadas, pero siempre abocadas a algún tipo de desastre.