La decadencia europea, explicada mediante un peculiar Nobel de Economía
Al mismo tiempo que se concedía el premio económico más prestigioso, pasaban cosas de gran calado. Todas ellas subrayan que Europa no es consciente de lo que le espera
A finales de la pasada semana, Trump aseguró que aumentaría un 100% los aranceles a China. La reacción de Washington respondía a los controles a la exportación que Pekín implantó respecto de las tierras raras y de los sistemas precisos para su extracción y refinamiento. EEUU ha apostado casi todas sus cartas al desarrollo tecnológico, y la pérdida de acceso a las tierras raras chinas le generaría grandes complicaciones. Ahora llega el momento de una negociación complicada.
Ayer, Jamie Dimon, CEO de JP Morgan Chase anunció que su firma invertirá 10.000 millones de dólares en empresas esenciales para la seguridad nacional. Es otra señal de cómo las políticas ‘Estados Unidos primero’ de Donald Trump están siendo adoptadas por las grandes empresas. Dimon aseguró que “ha quedado dolorosamente claro que EEUU se ha permitido depender demasiado de fuentes poco fiables de minerales, productos y manufacturas cruciales para la seguridad nacional”.
No es todo. Anteayer, el gobierno holandés tomó el control del fabricante de chips Nexperia, en manos chinas, ya que generaba riesgos para la seguridad económica de Europa. Países Bajos ha recurrido a una ley que le permite invertir dinero público en la compra de la empresa, un alineamiento con las pretensiones estadounidenses de ir alejando a Europa de Pekín en ámbitos estratégicos. La respuesta de Lin Jian, el portavoz chino, aludió a unas normas que se están desvaneciendo: “Países Bajos deberían adherirse verdaderamente a los principios del mercado y abstenerse de politizar las cuestiones económicas y comerciales”.
Son tres acontecimientos ocurridos en apenas 72 horas y en los que se acumulan una serie de acciones impensables hace unos cuantos años (y más aún para los economistas habituales): aranceles, control de exportaciones, expropiaciones vestidas de compra de acciones, grandes firmas inversoras que respaldan un programa antiglobalización, el de ‘Estados Unidos primero’, y la pelea por el control de la tecnología entre Washington y Pekín. Son unas cuantas pinceladas de un cuadro mucho más grande, el de un mundo que se ha transformado sustancialmente.
Lo brillante y lo sucio
En este nuevo contexto, la economía es una parte muy relevante, por la manera en la que se está rehaciendo, pero también por la necesidad de refuerzo de las capacidades de los países más importantes que señalaba Dimon. Sería de esperar que los expertos económicos teóricos afrontasen este nuevo mundo y ofrecieran nuevos caminos. La señal del lugar en que nos encontramos la ha mostrado la Academia Sueca, que ha otorgado el premio del Banco de Suecia a las ciencias económicas, el llamado Nobel de Economía, a Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt “por haber explicado el crecimiento económico impulsado por la innovación”.
Las teorías de los galardonados (Mokyr recibe el premio “por haber identificado los requisitos para un crecimiento sostenido a través del progreso tecnológico”, Aghion y Howitt “por su teoría del crecimiento sostenido a través de la destrucción creativa”) fueron escritas en una época muy diferente de la actual. Incluso para aquel momento, a juzgar por los resultados, no fueron visiones brillantes. Por supuesto, los economistas pueden argumentar, como de costumbre, que la teoría era buena, pero se cometieron errores en su aplicación. Las visiones de los galardonados subrayan cómo la mentalidad europea regresa al mundo del ayer, no tanto para buscar inspiración como para permanecer allí.
Teníamos muchos expertos inventando formas de ganar más (dinero) con menos (trabajadores)
Aghion y Howitt lanzaron su tesis de la destrucción creativa en 1992. Fue una década de grandes cambios: la URSS desapareció, llegó la globalización e internet se convirtió en parte de la vida cotidiana, de la comercial y de la financiera. En aquel instante, los dos economistas defendían algo que sonaba muy pertinente en aquella época: el crecimiento económico proviene de la innovación, la innovación de la competencia y esta de una educación que la anime y favorezca, así como de crear condiciones favorables para impulsarla.
Fueron ideas que tuvieron mucha aceptación. La división laboral entre quienes innovaban y aportaban valor añadido y los demás se concretó en el crecimiento de las profesiones simbólicas, el desprecio por las industriales, que fueron externalizadas, y el crecimiento de los servicios. Las personas cualificadas, las que tenían ideas, encontrarían su camino, y el resto iría a trabajos peor retribuidos.
En ese trayecto, Occidente se transformó por completo, porque EEUU se centró en la innovación y en los derechos de propiedad y dejó la producción en manos chinas. Teníamos muchos expertos con títulos haciendo cosas muy chulas, que en general consistían en inventar nuevas formas de ganar más (dinero) con menos (trabajadores). Pekín prefirió centrarse en el trabajo sucio, la producción, al menos hasta que ganó suficiente músculo como para expandir su radio de acción y llegar hasta la innovación. Ese es el momento en el que está y el que amenaza la hegemonía estadounidense. Era lógico: como hacían cosas, imaginaban también cómo mejorar los procesos y cómo transformarlas para mejor. De modo que mientras EEUU innovaba, Europa regulaba y fabricaba coches, China tuvo un enfoque mucho más amplio. En resumen, aquellas ideas que subrayaban que lo importante eran las ideas y la formación de talento no parecen haber tenido grandes resultados para Occidente. Tampoco salió bien lo de la competencia, e internet es un buen ejemplo de cómo un mercado amplísimo y con grandes posibilidades se ha concentrado en manos de muy pocas empresas, las big tech. La concentración es común en la economía occidental en muchos otros ámbitos.
Un programa económico para Europa
Sin embargo, no cabe menospreciar el Nobel de este año, ya que tiene mucho más de propuesta que de reconocimiento. Si se les ha otorgado el galardón es porque los premiados señalan los enfoques con que Europa pretende transitar por esta nueva época. La innovación hoy es sinónimo de inteligencia artificial, y así lo creen los premiados. Los tres, como tantos otros, son entusiastas tecnológicos y creen que la IA cuenta con un gran potencial económico y social.
Sería urgente modificar el gasto estatal para que fuera más eficiente, reducir funcionarios y reformar las pensiones y el seguro de desempleo
Aghion, que ha sido asesor de Macron, cree que el crecimiento anual de un país como Francia podría duplicarse, y que el PIB podría aumentar entre 250.000 y 420.000 millones de euros gracias a la automatización. Para lograr ese objetivo, el Estado tendría que invertir 5.000 millones de euros anuales durante cinco años y permitir un mayor acceso a los datos, por ejemplo en el terreno sanitario, un ámbito con grandes posibilidades. Sería urgente reformar el Estado para que su gasto fuera más eficiente, imponer una jornada laboral mínima de 35 horas, reducir personal estatal y reformar las pensiones y el seguro de desempleo.
Entre las personalidades que han felicitado a Aghion figuran Macron, Ursula von der Leyen, Christine Lagarde y Javier Milei, que termina su tuit con un “viva la libertad, carajo”.
Muchas de las propuestas de Aghion ya las está llevando a cabo Starmer en el Reino Unido, son las que desea el gobierno Macron para Francia, aun cuando todavía no pueda llevarlas a cabo, y Merz ha insistido en que Alemania se moverá en parámetros muy semejantes. España no se quedará atrás en este sentido. La concesión del Nobel es la anticipación del programa económico que viene en Europa.
De regular a innovar
Hay algo más que un programa económico. OpenAI ha firmado un acuerdo multimillonario con Broadcom, ya que la empresa que dirige Sam Altman planea invertir entre 350.000 y 500.000 millones de dólares en semiconductores y centros de datos. EEUU está fiando su futuro a la IA y ha fijado su hoja de ruta a partir de la creación masiva de centros de datos que le otorguen la potencia, la 'fuerza bruta', de la que esperan el salto real de la IA.
Lo peor es que, con esta mentalidad, se pasa por alto todo aquello que impide que las buenas ideas se lleven a la práctica
Es otra noticia que subraya que el capital y el poder importan mucho. China y EEUU están en una carrera contrarreloj por llegar lo más lejos posible con la IA, ya que están convencidos de que la hegemonía del futuro provendrá de ella. Eso implica participación nacional, movilización de grandes cantidades de recursos y nuevas reglas en toda clase de interacciones. En ese contexto, podría esperarse de los economistas de referencia que ofreciesen fórmulas que permitieran que Europa dispusiera, de manera segura, del capital propio, de los bienes y los suministros y de la energía y de los minerales que el continente necesita para ponerse a la altura, y no solo en el ámbito de la tecnología. En lugar de eso, el establishment económico prefiere insistir en que la innovación es positiva, en que el Estado debe permitir que el mercado se desarrolle imponiendo menos normas, en que nuestros jóvenes estudien matemáticas y en educarlos para forjar grandes talentos. Se parece mucho a lo que nos dijeron hace tres décadas: los tiempos exigían más formación y cualificación, los estudiantes debían prepararse y la mano de obra reinventarse.
Lo peor es que, con esta mentalidad, se pasa por alto todo aquello que impide que las buenas ideas se lleven a la práctica. La confrontación entre China y EEUU es el telón de fondo sobre el que se opera, y sin la construcción de un contexto fuerte, los centros de datos que implantemos serán granjas digitales para empresas chinas o estadounidenses, los innovadores irán allí donde haya capital para desarrollar sus ideas y Europa continuará en su camino hacia la conversión en territorio de servicios. La elección del Nobel es decisión de la Academia Sueca, pero refleja una mentalidad: antes debíamos dedicarnos a la regulación, ahora a las ideas. Pero ambas cosas solo son posibles cuando se tiene el poder necesario para regular y para llevar las ideas a efecto. Suena un poco irónico que se premie a quienes conceptuaron la destrucción creativa. Porque para destrucción creativa, la que está llevando a cabo Trump con la reorganización del orden internacional.
A finales de la pasada semana, Trump aseguró que aumentaría un 100% los aranceles a China. La reacción de Washington respondía a los controles a la exportación que Pekín implantó respecto de las tierras raras y de los sistemas precisos para su extracción y refinamiento. EEUU ha apostado casi todas sus cartas al desarrollo tecnológico, y la pérdida de acceso a las tierras raras chinas le generaría grandes complicaciones. Ahora llega el momento de una negociación complicada.