Es noticia
La gran derrota del dólar: 40 años de los acuerdos del Plaza
  1. Economía
LA GRAN CRISIS CAMBIARÍA

La gran derrota del dólar: 40 años de los acuerdos del Plaza

Reagan, con su política de laissez-faire, presumía de que la fortaleza del dólar era coherente con el éxito de su economía. Nada más lejos de la realidad. El 22 de septiembre la Casa Blanca tuvo que aceptar que el dólar estaba sobrevalorado

Foto: Trabajadores revisan dólares estadounidenses en una sede de Exchange Bank. (EFE/Yonhap)
Trabajadores revisan dólares estadounidenses en una sede de Exchange Bank. (EFE/Yonhap)
EC EXCLUSIVO

No se eligió esa fecha por casualidad. Aquel día era domingo y a la mañana siguiente, lunes, iban a abrir los mercados. Los reunidos sabían mejor que nadie que la decisión que habría de tomarse en el hotel Plaza de Nueva York, a tiro de piedra de Central Park, iba a convulsionar el tipo de cambio del dólar y de las principales monedas del planeta. El anfitrión era el secretario del Tesoro de EEUU, James Baker, y los invitados los ministros de Finanzas de Francia, Alemania, Japón y Gran Bretaña. Es decir, el G-5, en su tiempo el grupo más influyente del planeta. Ni Canadá ni Italia ni, por supuesto, China entraban en la ecuación.

Lo que se decidió entonces, ni más ni menos, fue depreciar el tipo de cambio del dólar, que había acumulado una apreciación frente al resto de divisas del 50% desde la llegada de Ronald Reagan al poder. Las causas eran bien conocidas. El dólar se había disparado al calor de la imponente subida de los tipos de interés decidida por el poderoso Paul Volcker, presidente de la Reserva Federal, para doblegar la inflación.

El tipo de interés de referencia de la Fed alcanzó un impresionante 19,1% en junio de 1981, tasa que venía a ser equivalente a un cohete a propulsión para elevar la divisa estadounidense. Enfrente estaban el yen japonés, el marco alemán, el franco francés y la libra esterlina, justamente las monedas de las siguientes cuatro economías más grandes del mundo. La idea de la reunión del hotel Plaza, en esencia, pasaba porque los principales países con superávit por cuenta corriente (Japón y Alemania) se tuvieran que comprometer a impulsar sus respectivas demandas internas en aras de apreciar sus monedas y equilibrar las balanzas de pagos. No en vano, EEUU era el garante del sistema y si se hundía la confianza en el dólar el castillo de naipes se podría venir abajo.

El comunicado que salió de la reunión fue cauto, tal vez porque no hacía falta más. Y lo que decía en su punto 18 era que los tipos de cambio deberían “contribuir al ajuste de los desequilibrios externos". Para ello, sostenía la declaración, los tipos de cambio deberían “reflejar mejor las condiciones económicas fundamentales” de los países, por lo que “en vista de los cambios actuales (...) es deseable una mayor apreciación ordenada de las principales monedas distintas del dólar frente al dólar”.

Aunque la palabra ‘intervención’ no apareció en el comunicado final, era una intervención en toda regla. De hecho, se barajó una horquilla de depreciación del dólar entre el 10% y el 12% en un documento oficioso nunca publicado discutido una semana antes en Londres durante una reunión preparatoria.

Fundamentos económicos

Aquella declaración, 40 años después, puede parecer irrelevante, al fin y al cabo el presidente Trump influye habitualmente en los tipos de cambio con pronunciamientos públicos, unas veces a favor y otras en contra, pero entonces decirlo en público era lo mismo que ir contra los fundamentos del sistema económico o, incluso, un reconocimiento de culpa.

El propio Reagan, con su política de laissez-faire en los mercados cambiarios, presumía de que la fortaleza del dólar era coherente con el éxito de su estrategia económica. Nada más lejos de la realidad. Lo cierto es que aquel 22 de septiembre —un día como hoy— la Casa Blanca tuvo que aceptar que el dólar estaba sobrevalorado. O lo que es lo mismo, el tipo de cambio no reflejaba los fundamentos de la economía de EEUU, atravesada por dos enormes déficits, el de su balanza de pagos y el desequilibrio presupuestario, algo que llevó a Reagan a dar un giro de 180 grados a su reaganomics. Tampoco fue casualidad el nombramiento de James Baker como secretario del Tesoro, realizado unos meses antes de los acuerdos del Plaza. Había vuelto la cordura.

Los mercados comprendieron el mensaje. El lunes siguiente, cuando se hicieron públicas las conclusiones de la reunión, el dólar cayó un 4% en comparación con una cesta de las principales monedas, y así habría de ocurrir durante casi dos años después, cuando los mismo comensales que estuvieron en la mesa del hotel Plaza se tuvieron que reunir en París, en esta ocasión en el Louvre, para hacer justo lo contrario, frenar la acelerada depreciación del dólar.

¿Por qué Reagan tuvo que aceptar la derrota del dólar? Pues básicamente porque su estrategia a favor de una divisa fuerte, que tenía mucho de nacionalismo económico, había estrangulado la actividad económica. Es verdad que su Administración había tenido éxito a la hora de reducir la inflación, pero la cara amarga fue que los exportadores estaban hundidos. Los vendedores de granos, la gran industria de automóviles de EEUU y los grandes fabricantes como Caterpillar o empresas de alta tecnología como IBM y Motorola habían comprobado en carne propia los efectos de aquella política descabellada que pretendía liderar el mundo con el dólar como bandera.

Lo que había pasado también es que el Congreso de EEUU había decidido intervenir y en el debate público había comenzado a hablarse sin tapujos de impulsar políticas proteccionistas (la historia casi siempre se repite) en un país que había perdido competitividad a manos llenas y acumulado un impresionante déficit comercial de 122.000 millones de dólares. El problema era tan estructural, de hecho, que tendrían que pasar al menos dos años, hasta 1987, para que EEUU pudiera observar un descenso relevante de su imponente déficit comercial gracias a la depreciación del dólar. Hoy, por cierto, también disparado.

En definitiva, era el reconocimiento de un fracaso en un país que entonces, no ahora, se presentaba al mundo como el garante del libre comercio. Aquella preocupación no estaba desencaminada. La disminución de las exportaciones, el aumento de las compras del exterior y la entrada de dinero caliente en busca de mayor rentabilidad a través del dólar había hecho que EEUU, un país históricamente acreedor, se convirtiera en deudor por primera vez de la Gran Guerra.

El oro y el dólar

La historia, en realidad, venía incluso de antes. En concreto, desde que NIxon, en 1971, decidió para sorpresa de todos que el dólar debería abandonar su convertibilidad en oro. Es decir, se podrían emitir tantos dólares como se quisiera al margen de los fundamentos económicos con los que cubrir esas emisiones. Era lo mismo que hacer saltar por los aires el nuevo orden económico internacional nacido en 1944 en Bretton Woods, que convirtió al dólar en el ancla del sistema.

Nixon, presionado por la guerra de Vietnam y sus ingentes necesidades de gasto, necesitaba tener las manos libres e incluso convenció a varios países de la OPEP para que sus ventas de petróleo se hicieran en dólares a cambio de prestarles ayuda militar. El acuerdo dio alas al dólar y la inflación se benefició de un dólar fuerte. El empujón final fue el establecimiento en 1973 de un sistema de cambios flexible para el dólar que, entre otras razones, llevó a Latinoamérica a la bancarrota. La década perdida de la región había comenzado empujada por deudas en dólares impagables.

El tipo de cambio, sin embargo, es una moneda con dos caras. Por un lado, aumenta el poder adquisitivo de los consumidores y las empresas para comprar bienes en el extranjero, pero, por otro, castiga las exportaciones. En el caso de EEUU con un factor añadido. Al ser el billete verde la moneda de reserva mundial tiende a producir una tensión evidente entre los intereses nacionales y los globales, lo que necesariamente, como ya advirtió Keynes en Bretton Woods, iba a crear problemas a la estabilidad cambiaria. El mundo dependía de la cotización del dólar.

Martin Feldstein, por entonces presidente del Consejo de Asesores Económicos, popularizó la teoría de los ‘twins déficits' (déficits gemelos). Como resultado de la expansión fiscal de la Administración Reagan, (recortes de impuestos y aumento del gasto), el déficit presupuestario aumentó, el ahorro nacional disminuyó, y, en paralelo, el sector exterior acumuló enormes desequilibrios. Es en este contexto en el que se produce la reunión del Plaza, una especie de última llamada para la economía de EEUU y para el resto del mundo.

Foto: escriva-momento-euro-frente-dolar-por-incertidumbre-era-trump

El caso de Japón, el país más afectado, es muy significativo. Los acuerdos del hotel Plaza provocaron una apreciación intensa del yen, lo que era letal para una economía como la nipona en plena revolución de la electrónica. El famoso ‘made in Japan’, de hecho, se hizo realidad y las grandes multinacionales japonesas invirtieron sus excedentes en bienes de EEUU, incluidas algunas joyas inmobiliarias, además de estudios de cine o compañías de telecomunicaciones. La razón era obvia. El yen llegó a apreciarse un increíble 46% en términos nominales frente al dólar en poco más de un año. El célebre y españolísimo ‘give me two’, pero a la japonesa. Muchos han encontrado en aquellas convulsiones monetarias la gran crisis que sufriría Japón durante las tres décadas posteriores.

Fruto de esa pulsión compradora, los precios de los activos en Japón no dejaron de crecer de forma extraordinaria hasta provocar una burbuja que todavía se siente. A todo ello se unió que la desregulación financiera de los años 70 y 80 facilitó que las grandes empresas pudieran acceder a los mercados de capital en lugar de depender de la financiación bancaria, lo que llevó a los bancos, para mantener su negocio, a prestar de forma irresponsable a promotores inmobiliarios y hogares que buscaban hipotecas o crédito para sus inversiones. En definitiva, el manejo del tipo de cambio decidido en el hotel Plaza significó una auténtica revolución en los mercados de divisas.

Hoy el mundo ha cambiado y el dólar sigue siendo hegemónico, pero otras monedas le están pisando los talones. Aquel domingo de septiembre en el hotel Plaza es hoy irrepetible. ¿O no?

No se eligió esa fecha por casualidad. Aquel día era domingo y a la mañana siguiente, lunes, iban a abrir los mercados. Los reunidos sabían mejor que nadie que la decisión que habría de tomarse en el hotel Plaza de Nueva York, a tiro de piedra de Central Park, iba a convulsionar el tipo de cambio del dólar y de las principales monedas del planeta. El anfitrión era el secretario del Tesoro de EEUU, James Baker, y los invitados los ministros de Finanzas de Francia, Alemania, Japón y Gran Bretaña. Es decir, el G-5, en su tiempo el grupo más influyente del planeta. Ni Canadá ni Italia ni, por supuesto, China entraban en la ecuación.

Dólar Donald Trump Japón Déficit público Organización Mundial del Comercio (OMC)
El redactor recomienda