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De un piso para toda la vida a vivir en 10 antes de los 30: no solo el precio dispara la movilidad
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De un piso para toda la vida a vivir en 10 antes de los 30: no solo el precio dispara la movilidad

La movilidad residencial aumenta especialmente entre los jóvenes, debido a un cambio en el modelo de vivienda y la disminución de la propiedad, generando trayectorias menos lineales y más precarias

Foto: Dos vecinos recién mudados a El Cañaveral. (Pablo López Learte)
Dos vecinos recién mudados a El Cañaveral. (Pablo López Learte)
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La semana pasada, Elisa B. se volvió a mudar una vez más. Es la número 13 a sus 35 años, aunque sabe que dentro de lo malo, tiene suerte. Su empleo más o menos estable le permite estar entre el 21% de los mejores sueldos de España, según ha calculado. Hace recuento: de todas esas mudanzas, solo una se produjo durante su infancia, cuando sus padres cambiaron de un piso a otro más grande de su barrio cuando nació su hermano, porque necesitaban otra habitación.

El resto corresponden a la llegada a Madrid, donde pasó por una residencia y tres pisos mientras estudiaba, otra en el año de Erasmus, y después, otros cinco más desde que volvió a la capital para trabajar. Siempre compartió piso hasta hace un par de años, cuando por fin pudo irse a vivir sola. No siempre se ha sentido expulsada, pero sabe que su vida ha sido muy distinta de la de su madre, que pasó de vivir con sus abuelos a hacerlo con su marido a principios de los años noventa, cuando compraron su casa en la periferia de Sevilla.

Este relato sintetiza una experiencia que se podía considerar generacional si no fuese porque ya ha afectado a varias cohortes, solo que cada vez con mayor intensidad a medida que pasa el tiempo. Una tendencia ligada al cambio de modelo de vivienda. Fue aproximadamente al inicio de la Gran Recesión cuando comenzó a aumentar el número de españoles que viven en alquiler. Era un 13% en 2005 y es un 20,4% en 2023. Sobre todo entre los menores de 30, que han pasado de un 28,2% a un 58,5%.

"Hay un motivo obvio que es el descenso de los niveles de propiedad", explica Juan Antonio Módenes, profesor titular del Departamento de Geografía de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) e investigador asociado en el Centro de Estudios Demográficos. "En el modelo residencial español, cuyo culmen llegó entre los ochenta y primeros noventa, la emancipación familiar de los jóvenes, el inicio de la vida en pareja, el acceso a la primera vivienda y el acceso a la propiedad coincidía en muchos casos en un único evento".

La gran dinámica que subyace debajo de este cambio de paradigma es la ruptura de ese triunvirato emancipación, matrimonio y compra de vivienda. "Las trayectorias son menos lineales y estandarizadas, y prolifera una forma intermedia de independencia", añade el sociólogo Manuel Mejías, investigador en la Universidad de Valladolid y coautor de Un problema como una casa, informe del Consejo de la Juventud de España. "Han proliferado formas de independencia intermedia como compartir piso más allá de los 30 años. Muchas están sujetas a una alta precariedad, porque dependen de los ingresos de la familia de origen y tienen muchas idas y venidas".

"Ocho en once años"; "13 en 35 años"; "tengo 36 y he vivido en siete"; "13 pisos en casi 40 años"; "con casi 43 años he perdido la cuenta, unas 20 mudanzas"; "tengo 32 y he vivido en once casas diferentes"; "yo en nueve y tengo 31"; "ouch, 43 años, y más de 18". Estas son algunas de las respuestas que recibimos al preguntar por el tema. En ellas confluyen distintas casuísticas, desde las mudanzas en la infancia hasta la movilidad por cuestión de estudios y trabajo o dentro de la misma ciudad, ante la subida de precios del alquiler. Una trayectoria irregular hasta que se accede a la propiedad.

"Antes la clase trabajadora se emancipaba antes, ahora es al revés"

"Como la propiedad genera estabilidad, ese primer movimiento constituía para muchos el único por mucho tiempo", añade Módenes. En su tesis doctoral mostró que el número de mudanzas medio por barcelonés era de 2,7 a lo largo de su vida en 1991. Hoy, un 51% de los jóvenes de entre 27 y 30 han vivido en entre dos y cuatro casas. Un 8% han vivido en cinco o más viviendas. La mayor parte de los menores de 30 (un 87%) lo hace en vivienda compartida. Según los cálculos de compañías como pisos.com, los españoles realizan unas cuatro mudanzas a lo largo de su vida.

Esto provoca, además, que haya una gran polarización en esta movilidad. Es decir, quien se muda, se muda con frecuencia y quien accede a cierta estabilidad a una edad temprana tal vez no vuelva a hacerlo salvo para mudarse a una casa más grande. Mejías está preparando un trabajo en el que muestra cómo esta polarización depende de la clase social. Antes, la clase trabajadora solía emanciparse antes. Ahora se han invertido los términos: "Les está costando más salir de casa y los que pertenecen a clases sociales más altas se emancipan antes, por la crisis habitacional y la transmisión del patrimonio".

"En un modelo de alquiler el número de movimientos residenciales siempre es mayor que en un modelo de propiedad", añade Módenes. "Prácticamente es una ley científica (duración de contratos, flexibilidad vital, posibilidad de movilidad laboral de larga distancia con menos ataduras, etc.)". La diferencia de los últimos años es que este modelo ha estado asociado a condiciones de precariedad, inestabilidad de contratos y, por lo tanto, "de inseguridad residencial", por lo que "el número de movimientos ha aumentado muchísimo, la mayoría no voluntarios".

Queremos vivir en más sitios distintos que antes

Porque gran parte de la elevada movilidad de hoy es voluntaria. Es habitual encontrar biografías en las que se superan los diez o veinte domicilios diferentes tanto entre los niveles socioeconómicos más bajos como en los más elevados. "La alta movilidad no tiene por qué ser negativa", recuerda Mejías. "Pongamos a alguien que ha cursado dos másteres, que se haya ido de Erasmus, que esté acumulando recursos para comprar vivienda… se trata de una estrategia de emancipación exitosa".

Los trabajadores más formados en la era de la globalización tienden a cambiar con frecuencia de ciudad y país para mejorar su posición laboral. Eso provoca que no sea tan raro que un joven haya estudiado en una universidad española, curse un posgrado en EEUU y termine trabajando en una capital europea. "Los itinerarios educativos más largos pueden estar jugando un papel esencial, ya que pueden hacer que vivas ya de entrada en tres sitios diferentes: tu lugar de origen, tu lugar de estudio de grado y un potencial doctorado", añade el investigador.

Un modelo de hipermovilidad voluntaria que está ligada a un nivel socioeconómico superior y profesiones mejor pagadas. "En el lugar donde investigo, las entradas y salidas de becarios, personas en estancias cortas, contratados en proyectos, tanto nacionales como, crecientemente, internacionales, nos puede hacer pensar que la alta movilidad está ligada a estos perfiles de carreras profesionales y de investigación académica", explica Módenes, que recuerda no obstante que no es el más habitual.

"Ahora tengo trabajo y sueldo, pero me gustaría poder vivir sola en algún momento"

Es un modelo muy distinto al de la inestabilidad residencial ocasionada por trayectorias biográficas marcadas por otros factores personales. Es el caso que cuenta Gemma, una vecina de Madrid criada en el norte de España que ha vivido en diez domicilios distintos a sus 31 años. La mitad de ellos por motivos laborales y profesionales, y la otra mitad, como resultado de su estructura familiar. Sus padres la tuvieron con 23 años, muy jóvenes, y durante su infancia vivió en casa de su tío junto a sus padres. Más tarde, tras la separación de su familia, entre casa de su madre y la de sus abuelos, y finalmente con su padre.

Una trayectoria que, en su caso, está relacionada con la clase (obrera), ya que sus progenitores, que no tenían formación cualificada, tardaron en poder acceder a una vivienda propia. Hoy, su hija vive en Madrid compartiendo piso a la misma edad a la que sus padres adquirieron su residencia, pero sin pareja ni descendencia. "Ahora pago un alquiler bastante más alto del que he pagado nunca y tengo estabilidad más porque tengo trabajo y un sueldo, pero no son las condiciones ideales de vida porque me gustaría cambiar de piso en algún momento y ojalá algún día vivir sola". Dos generaciones con distintos problemas pero una misma realidad: vivir donde uno quiere siempre ha sido complicado.

La construcción del barrio

En una sociedad agrícola donde los niveles de educación eran más bajos y solo un pequeño porcentaje de la población iba a la universidad era poco habitual que alguien cambiase de domicilio por motivos formativos. La movilidad laboral era de otra índole, como ocurrió con la gran migración del campo a la ciudad que se produjo entre los años cuarenta y los setenta y que provocaba que, en muchos casos, los españoles tuviesen dos hogares a lo largo de su vida: el del pueblo y la ciudad a la que emigraron.

placeholder Reyes Gallegos con una de las protagonistas de 'Ellas en la ciudad'. (Movistar+)
Reyes Gallegos con una de las protagonistas de 'Ellas en la ciudad'. (Movistar+)

El documental Ellas en la ciudad de la directora y arquitecta Reyes Gallegos, que acaba de estrenarse en Movistar+, retrata la realidad de las mujeres que llegaron a los barrios de la periferia durante los años setenta. Concretamente, los sevillanos. La mayoría de estas mujeres procedían de pueblos de Andalucía o Extremadura e inauguraron los nuevos pisos de tres habitaciones en barrios como Parque Alcosa, La Oliva y San Diego, donde han vivido hasta nuestros días.

Eran trayectorias de clase obrera que, al contrario de lo que ocurre hoy y gracias al acceso relativamente sencillo a la propiedad, estaban marcadas por la continuidad residencial. Sin embargo, como explica Gallegos, "tanto hace cincuenta años cuando se crearon esos barrios como ahora, las personas no deciden dónde van porque el urbanismo está al servicio de las dinámicas especulativas, sobre todo a partir del desarrollismo".

En aquel momento, la estabilidad residencial que generó la aparición de aquellos barrios en las periferias de las grandes ciudades que acumulaban a los emigrados del campo en construcciones verticales tenía como objetivo servir a "unas dinámicas capitalistas en las que interesaba que los trabajadores de las fábricas llegasen pronto al trabajo". De ahí la creación de colonias como ciudad Pegaso en Madrid, que tenía como objetivo dar alojamiento a los trabajadores de ENASA a cambio de un alquiler simbólico y, más tarde, vivienda en propiedad.

"La clase obrera no elegía vivir ahí como el nomadismo ahora tampoco es elegido"

"No creo que aquella clase obrera lo eligiese, de igual manera que ahora tampoco es elegido el nomadismo de los jóvenes", valora. Juani, una de las mujeres entrevistadas en el documental, cuenta que vivió en una casa donde cincuenta vecinos tenían que repartirse dos baños antes de llegar al barrio. "Para alguien como ellas, acceder a una casa con baño propio y tres habitaciones era impensable y no estaban dispuestas a renunciar a algo así", recuerda la arquitecta.

Esa estabilidad residencial fue la que terminó provocando que la sensación de aislamiento que tenían las migrantes en un primer momento terminase convirtiéndose en un arraigo que construyó la identidad de los barrios y que daría luz a los movimientos vecinales que durante los años de la Transición fueron uno de los principales motores políticos de España. "Era una ensoñación de futuro que hoy falta: venían de trabajar desde pequeñas, no tenían un duro o se lo daban a la familia, y eso las hacía más libres e independientes", etc.

Ellas en la ciudad retrata amistades que duran décadas y que permitieron, mediante el asociacionismo, construir carreteras, colegios, centros de salud o líneas de transporte, como muestra la película El 47. "Para ellas, el barrio no era el soporte físico, sino el desarrollo y la transformación o las amigas que conocieron, tanto en Carabanchel como en Alcosa", explica la directora. Reyes Gallegos, que ha trabajado en las mesas de urbanismo de Sevilla, ha visto de primera mano cómo el miedo a los movimientos vecinales sigue deteniendo determinadas decisiones políticas.

El desarraigo de las generaciones más jóvenes ha revertido esa dinámica. Estefanía G., por ejemplo, ha vivido ya en 11 casas a sus 32 años, en dos ciudades distintas. Ahora reside en un barrio bastante céntrico de Madrid. "Con mis vecinos siempre ha sido hola y adiós, nadie se preocupa nada por el resto", explica. Una de sus preocupaciones es la alta rotación de sus vecinos de al lado. "Nunca sé si va a llegar un alquiler vacacional, una pareja, una persona sola, estudiantes, no hay una base de vecinos que me genere tranquilidad. Y sí, me gustaría asentarme en un sitio más pequeño, conocer a mis vecinos y poder hablar con ellos".

"La dinámica contemporánea de la ciudad nos lleva al individualismo máximo y a no conocernos unos a otros", concluye Gallegos. "Hasta que llega el covid o el apagón y te das cuenta de que el vecino te puede dar una lata de comida, como hacían esas mujeres, que construyeron un espacio de proximidad donde si una falta se dan cuenta rápido". La arquitecta tiene claro que no solo la alta movilidad es consecuencia de un proceso especulativo, sino también, que le viene muy bien "al poder para evitar el asociacionismo y fomentar el desarraigo".

La semana pasada, Elisa B. se volvió a mudar una vez más. Es la número 13 a sus 35 años, aunque sabe que dentro de lo malo, tiene suerte. Su empleo más o menos estable le permite estar entre el 21% de los mejores sueldos de España, según ha calculado. Hace recuento: de todas esas mudanzas, solo una se produjo durante su infancia, cuando sus padres cambiaron de un piso a otro más grande de su barrio cuando nació su hermano, porque necesitaban otra habitación.

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