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Powell, el último gran héroe americano
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PRESIONES DE TRUMP CONTRA LA FED

Powell, el último gran héroe americano

Las cartas están echadas. Será el Tribunal Supremo de EEUU quien decida, tras una demanda de Trump, si da vía libre para que la Casa Blanca invada las competencias de las agencias federales independientes

Foto: El presidente de la Fed, Jerome Powell. (EFE/EPA/Shawn Thew)
El presidente de la Fed, Jerome Powell. (EFE/EPA/Shawn Thew)
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Trump no es el primero, pero sí es el único que, con su estilo grosero, ni siquiera guarda las formas. Hasta los mercados le afearon la conducta el lunes cuando en una nueva andanada contra Powell le respondieron con una sonora caída de los índices. Tanto el presidente Lyndon B. Johnson, (contra William McChesney), como Nixon, que se enfrentó a Arthur Burns, presionaron a los gobernadores de la Reserva Federal en busca de soluciones monetarias para resolver sus problemas presupuestarios y políticos. Es decir, pidieron, como ahora hace Trump, que la Reserva Federal bajara los tipos de interés cuando se encontraban con el agua al cuello. Reagan con todo su carisma, también lo intentó, pero enfrente se encontró con el gigante Paul Volcker, en todos los sentidos, que hizo justo lo contrario de lo que pretendía el antiguo actor.

Tanto William McChesney como Burns y Volcker aguantaron el tipo, nunca mejor dicho, y salvaron la dignidad de la Reserva Federal. Probablemente, porque en el manual de instrucciones de los banqueros centrales está una idea muy elemental. "Nuestro trabajo", dijo en una ocasión el propio McChesney, "es retirar el ponche [era un puritano] cuando la fiesta comienza a animarse".

La economía de EEUU, en la segunda era Trump, no está ahora precisamente de fiesta, y, por eso, la Casa Blanca busca sacar más ponche para que beban sus invitados (los votantes), aunque la resaca sea tan pesada como un nuevo proceso inflacionista. Ha chocado, sin embargo, con Powell, a quien en 2019 una representante le preguntó qué haría en caso de que Trump le pidiera su dimisión. Powell—cuyo mandato expira en mayo de 2026— respondió diplomáticamente: "Mi respuesta sería 'no'". En privado, sin embargo, fue más contundente. "Nunca, jamás, jamás dejaré este puesto voluntariamente hasta que termine mi mandato bajo ninguna circunstancia", afirmó.

Criterios ideológicos

La conversación la transcribió el New York Times, y lo que refleja es un viejo debate que tiene más de un siglo: hasta qué punto deben ser independientes los banqueros centrales del poder político. En España, sin ir más lejos, lo ha habido con la elección de José Luis Escrivá como gobernador del banco central. Lo que está en juego, ni más ni menos, es si se puede poner en mano de los gobiernos la política monetaria, que tiene un componente técnico inapelable, pero que también se mueve por criterios ideológicos. Al final y al cabo, la ciencia puede aportar el soporte teórico, pero quienes deciden a partir de esa información son las personas. No en vano, los tipos de interés afectan al empleo, al nivel de crédito, a la estabilidad financiera o, incluso, a la desigualdad, lo que explica que no se trata sólo de una cuestión de expertos ideológicamente asexuados.

Lo que ha hecho Trump, por el momento, además de enviar misiles contra Powell desde su red social, es pedir al Tribunal Supremo, a través de una petición de emergencia, que respalde su decisión de despedir a los miembros de las juntas directivas de dos agencias independientes: la Junta Nacional de Relaciones Laborales y la Junta de Protección del Sistema de Mérito, cuya función principal es proteger a los funcionarios federales de las prácticas partidistas. Es decir, defender la independencia de la función pública, en última instancia, los intereses generales, frente a los particulares, evitando la intromisión política por razones partidistas y no de eficiencia o buen gobierno.

Lo que reclama Trump, que cita una sentencia de 1926 del propio Tribunal Supremo (el caso Myer vs. EEUU) que limita los poderes del presidente para destituir a los directivos de los órganos independientes, es disponer de manos libres para cambiar a su antojo a los ejecutivos con el argumento de que él es el presidente, y, por lo tanto, el control de los altos cargos también forma parte de sus responsabilidades políticas. Trump, en concreto, sostiene que el despido de altos funcionarios de las agencias situadas fuera del perímetro de control de la Casa Blanca forma parte de los "poderes constitucionales fundamentales" del presidente.

Esas dos agencias, en todo caso, son sólo la avanzadilla de un plan más ambicioso diseñado desde la Casa Blanca para irrumpir en la independencia de las agencias federales. Trump también ha entregado cartas de despido a directivos de otras agencias, incluidas la Comisión Federal de Comercio (FTC) y la Comisión Federal Electoral. La oposición de los mercados, fundamentalmente, ha servido por el momento para aplacar al imprevisible Trump, que este miércoles (hora española), en abierta contradicción con su pasado reciente, ha aclarado que no piensa "despedir" a Powell.

Principio de independencia

No tardará en conocerse la sentencia del Tribunal Supremo. Es probable, incluso, que en las próximas semanas, pero lo que está claro es que con la actual mayoría en el Tribunal Supremo (seis conservadores contra tres progresistas) hay muchas razones para pensar que corren malos tiempos para la independencia de las agencias federales. "No hay ninguna diferencia legal entre Jerome Powell y yo", declaró a Bloomberg un miembro de la junta directiva de la FTC despedido por Trump. "Si el presidente me puede destituir legalmente, también lo podrá hacer con Jerome Powell".

La Ley de la Reserva Federal establece que sus miembros solo pueden ser despedidos con causa justificada. Es decir, en caso de negligencia o incompatibilidad manifiesta. El principio de independencia es doctrina en el Tribunal Supremo desde al menos 1935, cuando prohibió a Franklin D. Roosevelt despedir a miembros de la Comisión Federal de Comercio por motivos puramente políticos, ya que, a diferencia de los empleados regulares del poder ejecutivo, desempeñan una función cuasi judicial.

Pero en febrero, la Administración Trump declaró que el tribunal debía anular ese precedente, conocido como el 'Ejecutor de Humphrey' aquí el texto en inglés— por interferir en el control del presidente sobre el poder ejecutivo. Lo que dijo en aquella ocasión el Supremo en contra de Roosevelt es que el Congreso podía crear agencias independientes del control presidencial directo. Este precedente ha sido, precisamente, el que ha protegido implícitamente a la Reserva Federal durante casi un siglo, permitiéndole tomar decisiones basadas en datos económicos, en lugar de en la conveniencia política.

No sólo está en riesgo la independencia de la Reserva Federal, que es la primera pieza a cazar, sino, además, el resto de órganos independientes

¿Qué quiere decir esto? Pues ni más ni menos que no sólo está en riesgo la independencia de la Reserva Federal, que es la primera pieza a cazar, sino, además, el resto de órganos independientes. No es un asunto menor para la camarilla del poder tecnológico que rodea a Trump, cuyas empresas están siendo vigiladas de cerca, aunque todavía con magros resultados, por agencias federales que combaten las situaciones de monopolio. Google, por ejemplo, ha recibido hace unos días la última sentencia en contra por monopolio en la contratación de publicidad digital.

También los bancos privados tienen razones para entrar a saco en la independencia de las agencias federales. Se da por hecho que el sistema financiero no adaptará su contabilidad a las normas de Basilea III, mucho más exigentes que las actuales. Y un aliado de Trump en la Fed siempre facilita las cosas.

Es decir, pase lo que pase con Powell, que no es un simple chivo expiatorio de los que tanto gustan a Trump, la operación de acoso y derribo va mucho más allá que un mero cambio de presidente de la Fed. Entre otras razones, porque su mandato caduca dentro de un año y Trump hubiera podido anular a Powell ante la opinión pública y los mercados nombrando a un sustituto in pectore, lo que en la práctica hubiera restringido la autoridad del actual presidente de la Reserva Federal. Pero la manca finezza no rima bien con el inquilino de la Casa Blanca. De lo que se trata, por el contrario, es de dejar bien claro quién manda en EEUU (también fuera).

Trump no es el primero, pero sí es el único que, con su estilo grosero, ni siquiera guarda las formas. Hasta los mercados le afearon la conducta el lunes cuando en una nueva andanada contra Powell le respondieron con una sonora caída de los índices. Tanto el presidente Lyndon B. Johnson, (contra William McChesney), como Nixon, que se enfrentó a Arthur Burns, presionaron a los gobernadores de la Reserva Federal en busca de soluciones monetarias para resolver sus problemas presupuestarios y políticos. Es decir, pidieron, como ahora hace Trump, que la Reserva Federal bajara los tipos de interés cuando se encontraban con el agua al cuello. Reagan con todo su carisma, también lo intentó, pero enfrente se encontró con el gigante Paul Volcker, en todos los sentidos, que hizo justo lo contrario de lo que pretendía el antiguo actor.

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