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A Trump le quedan varias cartas por jugar. En especial, una
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A Trump le quedan varias cartas por jugar. En especial, una

La interpretación más habitual es que el nuevo gobierno estadounidense está tomando medidas dogmáticas, por lo que se ve obligado a recular. Pero la partida se está jugando en términos muy distintos

Foto: Donald Trump. (EFE/Shawn Thew)
Donald Trump. (EFE/Shawn Thew)
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Aunque se pueda formular de dos maneras, solo hay una prioridad en la guerra arancelaria. Bloomberg ofrece la respuesta corta: China. La larga es la pérdida de poder que EEUU está sufriendo, provocada por el régimen global que puso en marcha, y su intención de recuperarlo. La primera es la causa de la segunda.

Esta nueva guerra fría está en sus inicios y, de momento, parece presa de los pronósticos y de los juicios de intenciones. Es demasiado pronto para lo primero, porque los cambios históricos llevan tiempo hasta que manifiestan claramente sus efectos, y lo segundo es fruto de las posiciones ideológicas de quienes argumentan mucho más que de realidades objetivas.

Los liberales insisten en la ausencia de un plan por parte de la administración Trump, a la que describen en términos poco favorecedores: dicta medidas al azar que generan consecuencias catastróficas y se ve obligada continuamente a dar marcha atrás. Así interpretan la interrupción de los aranceles durante 90 días (salvo el 10% general y los impuestos a bienes específicos).

El mensaje que Trump ha trasladado al resto del mundo es que tienen que elegir de qué lado están: o con EEUU o con China

Otra lectura subraya la impericia de la administración Trump, cuyos objetivos se intentan lograr a través de métodos poco eficaces que causan enormes perjuicios. A pesar de tener una visión clara sobre lo que desea hacer, su escaso conocimiento la lleva a tomar decisiones erróneas. En la medida en que se trata de un gobierno dogmático y no toma en cuenta las enseñanzas que aporta la técnica económica, incurre en errores significativos. La tercera versión es la aportada por la administración Trump, que sostiene que todo transcurre conforme al plan previsto.

La apuesta de China

Quizá convenga evitar esta clase de interpretaciones y atender a los hechos. Trump ha dictado muchas medidas desde que tomó posesión, y en lo que se refiere al comercio, hay un propósito expreso: los aranceles del 145% subrayan que China está en el centro de su estrategia y que los instrumentos que utiliza tienen como objetivo frenar el ascenso de Pekín. Básicamente, el mensaje trasladado es que hay que escoger uno de los dos lados: o con EEUU o con China.

Pekín ha asegurado que no cederá ante EEUU. Ha dictado aranceles del 125% a productos estadounidenses y no los aumentará, aunque lo haga Washington, porque resultaría absurdo: ya se ha llegado a un punto que hace imposible el comercio entre ambos países. Del mismo modo que China recogió aquello que los occidentales dejaron caer cuando llegó la globalización (el poder estatal, la planificación y el desarrollo del territorio), ahora está recogiendo lo que EEUU quiere desechar: el orden internacional basado en reglas. El Confidencial relata cómo China aboga decididamente por la continuidad de la globalización, de los intercambios entre países y de las instituciones comunes, aunque reclame que estas introduzcan modificaciones que le otorguen un lugar más relevante.

"La idea de que los países recurran a Pekín si no quieren depender de EEUU es una apuesta perdida. China está rodeada"

China se postula ante el resto del mundo para continuar con lo que Washington desea abandonar. Scott Bessent, secretario del Tesoro de la administración Trump, ha calificado la idea de que los países recurran a Pekín si no quieren depender de EEUU como “una apuesta perdida. China está rodeada”. Sobre la Unión Europea, advirtió que “acercarse a China y alejarse de EEUU equivaldría a cortarse el cuello”, ya que Pekín intentará compensar las pérdidas que le cause la falta de acceso al mercado estadounidense inundando de productos muy baratos los mercados globales.

El dólar y la tecnología

En esta pugna entre los dos países más influyentes del mundo se inscriben los aranceles, que no dejan de ser un instrumento para reorganizar la economía mundial y, con ella, los equilibrios de poder.

La cuestión, en clave de competición con China, tiene múltiples aristas, más allá de la relocalización de fábricas y de la subida de precios. Preservar el papel del dólar como moneda mundial de reserva es una de las más importantes. Mantener la primacía tecnológica de EEUU es otro factor decisivo. En una época en la que los avances en inteligencia artificial, robotización, automatización de procesos, ciberseguridad y computación en la nube van a ser tan relevantes, EEUU quiere mantener una esfera lo más amplia posible libre de la influencia china.

El país que lidere los avances tecnológicos tendrá mucho ganado para establecer su supremacía

Washington no es aislacionista. Pretende que los capitales globales sigan fluyendo hacia el Tesoro y hacia Wall Street, y además cuenta con una vertiente expansiva, habitual en los imperios en tiempos de crisis. La administración Trump presiona con los aranceles para que los mercados se abran a los productos estadounidenses (en energía, armamento o en sectores como el automovilístico) y que su tecnología sea la dominante. Quien lidere los avances en un sector como ese tendrá mucho ganado para imponer su supremacía.

Divide et impera

Para cumplir su objetivo, Washington necesita alejar de Pekín a un buen número de países, especialmente a socios como Japón y la Unión Europea. Si estos se aliaran con China, sería mucho más complicado que el poder estadounidense se mantuviera firme. Los elevados aranceles son una herramienta para tal fin.

No obstante, la eficacia de las medidas dictadas por Trump depende de la reacción de los aliados. Sin duda, y es el caso de la UE, algunos podrían optar por no vincularse definitivamente ni con EEUU ni con China y crear un contrapeso al enfrentamiento entre ambos. Pero eso requiere voluntad y consensos. Desde Europa se insiste en la necesidad de que la UE sea una potencia que siga sus propios intereses y se constituya como un área geográfica influyente, pero no se da ninguno de los pasos que harían realidad tales declaraciones. Sería preciso forjar una unión fiscal, un mercado único de capitales, reforzar el mercado interior, construir una defensa común y establecer mecanismos políticos más sólidos. Nada hace pensar que una Europa tan dividida avance en esa dirección a corto o medio plazo, y menos con unos EEUU claramente hostiles a esa idea.

Esta es una de las constantes del poder, que es la principal baza que EEUU tiene en sus manos: la capacidad no solo de convencer u obligar a otros actores a acomodarse a sus designios, sino de cortocircuitar la unión entre quienes podrían tener intereses comunes que resulten opuestos a EEUU. Divide et impera. Por eso los aranceles se dictan para forzar a cada país a negociar aisladamente con Washington en lugar de recurrir a tratados amplios y demás instituciones comunes.

En última instancia, a EEUU (quizá no a los MAGA) le da igual quién fabrique las zapatillas o las camisetas, pero le importa quién controle las finanzas, la tecnología, el armamento, la energía y los recursos naturales. En estos ámbitos está impulsando un viraje del orden internacional con vistas a levantar una economía de gran espacio que refuerce su poder y frene a China. De ahí que exija a los países definirse en 90 días, como repite Trump, sobre de qué lado están. El futuro se construye, no está escrito, pero es fácil adivinar qué país parte con ventaja.

Aunque se pueda formular de dos maneras, solo hay una prioridad en la guerra arancelaria. Bloomberg ofrece la respuesta corta: China. La larga es la pérdida de poder que EEUU está sufriendo, provocada por el régimen global que puso en marcha, y su intención de recuperarlo. La primera es la causa de la segunda.

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