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España se entrega a China y multiplica por cinco su déficit comercial en dos décadas
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GUERRA ARANCELARIA

España se entrega a China y multiplica por cinco su déficit comercial en dos décadas

China es algo más que un socio comercial. El déficit de España se ha multiplicado por cinco en apenas dos décadas. Es en este contexto en el que se produce el tercer viaje de Sánchez a China. Busca inversiones, más que comercio

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, llega a Vietnam. (EFE/Nguyen Van Hung)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, llega a Vietnam. (EFE/Nguyen Van Hung)
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En 2001, el año en el que China ingresó en la Organización Mundial de Comercio (OMC) y reventó el orden económico establecido desde la creación de las instituciones de Bretton Woods, el déficit comercial de España con la fábrica del mundo se situaba en 4.445 millones de euros (7.720 millones en euros actuales). Casi un cuarto de siglo después, en 2024, y ya con China plenamente integrada en el sistema económico internacional, la diferencia entre exportaciones e importaciones —el déficit— ha escalado hasta los 37.707 millones de euros. Es decir, se ha multiplicado por cinco en euros constantes. China, en concreto, representa hoy el 94% del déficit comercial de España.

Este abultado desequilibrio explica, de hecho, que España, pese a la evidente mejora de su sector exterior respecto de su peso en el PIB, sea el segundo país de la Unión Europea con mayor déficit comercial. Sólo se sitúa por detrás de Países Bajos, pero en este caso hay que tener en cuenta que se trata de un territorio de tránsito en la distribución de mercancías.

Es en este contexto en el que se produce el nuevo viaje del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a Pekín, el tercero en sólo tres años, lo que da idea de la relevancia que tiene China para España, tanto en términos económicos como geopolíticos. Sobre todo teniendo en cuenta que, como suele decir Bruselas, el gigante asiático es un socio comercial, pero también un “rival sistémico”. La Unión Europea y China, por encima de EEUU, son los dos colosos del comercio mundial.

China es el segundo socio comercial de la UE, por detrás de EEUU, mientras que la UE es el mayor socio comercial de China. Como sucede en el caso de España, aunque con menor intensidad, el déficit comercial de la Unión Europea con China se situó en 304.500 millones de euros, lo que refleja que no se trata de un déficit coyuntural, sino estructural. Entre otras razones, porque la fábrica del mundo ya no sólo produce bienes de bajo valor añadido, sino que su especialización productiva le permite ahora competir con las manufacturas europeas más sofisticadas. Ahí es donde nace el concepto de rival sistémico.

La crisis de Tiananmén

Las causas de los enormes déficits comerciales de China con la UE (y con España) son múltiples. Junto a las razones tradicionales, menores costes salariales y no salariales o mayor permisividad en normas medioambientales, además de la inexistencia de derechos laborales compatibles con la legislación europea, subsisten algunas de largo recorrido. Por ejemplo, las trabas que ha puesto Pekín al acceso a la contratación pública por parte de las empresas europeas, la vulneración de los derechos de propiedad intelectual o la política de subvenciones y ayudas públicas que favorecen a las corporaciones chinas en sus compras en el exterior. Es decir, China es un mercado cautivo para las empresas nacionales, que actúan en la mayoría de las ocasiones bajo el paraguas estatal gracias a la actividad combinada del banco central y de los gobiernos en sus diferentes niveles. China, por así decirlo, reclama libertad comercial, pero su mercado interno está restringido por normas no arancelarias, que muchas veces son más dañinas para el comercio que las convencionales (subida de aranceles).

Así es como China ha construido un inmenso superávit comercial que Sánchez, como los anteriores presidentes, pretende reducir. Hay que decir, sin embargo, que ningún Gobierno desde la democracia, incluso antes, lo ha conseguido mínimamente. Desde que España estableció relaciones diplomáticas con Pekín en las postrimerías del franquismo, en 1973, el desequilibrio comercial ha sido absoluto.

Foto: Pedro Sánchez, saludando al primer ministro de Vietnam, Pham Minh Chinh. (EFE/Fernando Calvo)

Compañías como Alsa o Técnicas Reunidas abrieron el camino en los años 80, mientras que en los 90 los gobiernos de Felipe González se volcaron con China como nuevo mercado para las empresas españolas. El propio González visitó Pekín en algunas ocasiones (además del rey Juan Carlos) y el vicepresidente Narcís Serra inauguró en 1994 una gran exposición industrial española, la Expotecnia, cuyos resultados fueron manifiestamente mejorables. Entre otras razones, porque por medio se cruzó la represión de Tiananmén, que supuso un replanteamiento, aunque momentáneo, de las relaciones occidentales con Pekín. Aquello se olvidó y hoy, y aquí está la clave del viaje de Sánchez, la Unión Europea y China, por la misma razón, se necesitan. No sólo por razones comerciales, sino también geopolíticas a causa de que EEUU está impulsando un nuevo orden internacional.

Las manos atadas

En el plano personal y político, la casualidad ha querido que el viaje del presidente del Gobierno coincida con la crisis de los aranceles, lo que le da al encuentro con Xi Jinping un plus de relevancia que no habría tenido en otras circunstancias. Aunque el peso político de España es limitado en Europa respecto de Alemania o Francia, Sánchez tiene una ventaja. Tanto Merz, el futuro canciller alemán, como Macron, el presidente francés, están obligados a guardar las formas por sus notables superávits comerciales con EEUU. No es el caso de España, uno de los pocos países europeos con déficit comercial con EEUU (10.000 millones de euros), lo que le permite a Sánchez negociar en nombre de Europa sin tener las manos atadas por miedo a represalias. Aunque Sánchez abra más la mano a los productos chinos, a EEUU no le inquieta nada.

Distinto es para el resto de países europeos, como Francia, Alemania o Italia, que temen que si China pierde el mercado estadounidense, aunque sea muy parcialmente debido a su inmenso tamaño, inunde sus países de productos a precios muy competitivos. No es difícil teniendo en cuenta las políticas expansivas del banco central y del Gobierno de Pekín, que se ha volcado para evitar un enfriamiento económico después de los graves problemas de solvencia de su parque inmobiliario.

La ayuda del Estado

No es una cantidad cualquiera. Datos recientes del banco central de China muestran que se han otorgado alrededor de 1,9 billones de dólares en préstamos industriales adicionales que estarían alimentando un flujo continuo de exportaciones. Y el destino serían, precisamente, los países que luchan por sobrevivir a los aranceles de Trump. China, cabe recordar, ya controla un tercio de la manufactura mundial (frente al 6% en 2000), ya sean automóviles, robots o teléfonos. Y ya no es el ‘todo a cien' de otra época. El problema para China sería un descenso brusco de la demanda exterior, ya que dejaría al descubierto un problema de infrautilización de la capacidad productiva. Es decir, fábricas abiertas, pero sin carga de trabajo.

Algunos analistas han hablado de ingenuidad política si el Gobierno sigue confiando ciegamente en China para compensar el caos arancelario provocado por la Administración Trump, y en esta línea se ha cuestionado la posición de España favorable a que la UE no ponga aranceles a los automóviles eléctricos chinos. Esta posición le acerca a Pekín, por ahora sin nada significativo a cambio, pero le crea conflictos con algunos gobiernos europeos.

Es por eso que detrás de la estrategia de Moncloa puede estar más un interés no oculto por la capacidad inversora de China en el exterior que un reequilibrio de la balanza comercial, que ya se da por perdida. Es decir, nuevas inversiones a cambio de comprar todo lo que venga de Pekín o Shanghai. Ni que decir tiene que la parte negativa es un aumento creciente del ya considerable déficit comercial.

Foto: Ilustración: EC Diseño.

Para Sánchez, es evidente, su visita le sirve para cultivar un liderazgo a escala europea que le puede ser útil en un hipotético futuro, pero a la vez no parece que sea la mejor carta de presentación de España en un contexto en el que EEUU reclama que nuestro país aumente de forma radical el gasto militar. La ventaja de España respecto de otros países europeos, sin embargo, es que al estar geográficamente muy alejada de Ucrania, y China es el gran aliado de Rusia en la guerra, eso le permite utilizar la vía diplomática que Alemania o Polonia, justamente por lo contrario, no pueden ni siquiera intentar.

En 2001, el año en el que China ingresó en la Organización Mundial de Comercio (OMC) y reventó el orden económico establecido desde la creación de las instituciones de Bretton Woods, el déficit comercial de España con la fábrica del mundo se situaba en 4.445 millones de euros (7.720 millones en euros actuales). Casi un cuarto de siglo después, en 2024, y ya con China plenamente integrada en el sistema económico internacional, la diferencia entre exportaciones e importaciones —el déficit— ha escalado hasta los 37.707 millones de euros. Es decir, se ha multiplicado por cinco en euros constantes. China, en concreto, representa hoy el 94% del déficit comercial de España.

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