El despilfarro de la reindustrialización: las fábricas se fueron de EEUU por una razón
Trump propone una solución nunca vista en la historia: ir en contra de las ganancias de eficiencia y competitividad. Estados Unidos será competitivo mientras siga en la frontera de la productividad
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Donald Trump rememora constantemente el antiguo poderío de Detroit y todo el Cinturón del Óxido que un día fue la gran fábrica de Estados Unidos. El presidente recuerda el esplendor que tuvo la región durante buena parte del siglo XX con altos salarios y pleno empleo. El Detroit de los cincuenta fue la envidia de EEUU. En la actualidad, está tratando de sacar la cabeza de la histórica bancarrota de 2013. El presidente está convencido de que reindustrializar el país traerá progreso y está apostando todo su capital político a que vuelvan las fábricas que un día se fueron.
La situación de EEUU no es excepcional: el desarrollo ha generado desindustrialización en todos los países del mundo. En algunos este proceso es más intenso que en otros, pero es una constante. Incluso en China: desde principios de siglo hasta 2012, la industria generaba el 32% de su PIB, actualmente es el 26%. El hueco que deja la industria es ocupado por los servicios: a medida que los países avanzan en su desarrollo, los hogares van destinando mayor proporción de sus ingresos a servicios. Tendemos a pensar en que se consume más ocio y turismo, lo que es cierto, pero también empleos que generan alto valor añadido.
Si la desindustrialización es consustancial al desarrollo, cabría plantearse si no es un proceso razonable. Perder los empleos industriales nunca es una buena noticia, porque son de calidad. El motivo es que los contratos y convenios de la industria son herederos de los años gloriosos de la industria occidental, cuando sus innovaciones generaban casi un monopolio productivo. Los automóviles americanos de los años sesenta no tuvieron competidor hasta casi los setenta.
Sin embargo, en la industria de hoy, muchos de esos contratos ya no son competitivos. A medida que otros países pueden fabricar lo mismo a menor coste, bajan los precios y el valor añadido de la producción. Según los datos de la Organización Internacional del Trabajo, el ingreso medio mensual de los trabajadores de EEUU es de 5.300 dólares al mes, mientras que en China es de 812 dólares y en Vietnam, de apenas 331 dólares. Si se compara en Paridad de Poder Adquisitivo (PPA), el salario medio de China asciende a 1.306 dólares y en Vietnam, a 1.107 dólares. Esto es, los costes salariales siguen siendo cinco veces superiores en EEUU.
Cuando Trump piensa en el gran empleo que creaban las automovilísticas de Detroit pasa por alto que esa producción ya no es viable en EEUU. Las fábricas que sobreviven son las que se centran en modelos de gama alta (que es la gran mayoría de lo que se produce hoy en Detroit) o en unos pocos modelos de gama baja ensamblados con piezas chinas y surcoreanas.
Si la industria estadounidense se deslocalizó es porque no podía competir con los costes de producción de EEUU y los precios de venta globales. Para que volviese hoy esa producción, en condiciones de libertad de mercado, pagaría sueldos tan bajos que ningún estadounidense querría trabajar en ellas. Es un problema de valor añadido: la industria que se fue, en su mayoría, no genera valor añadido suficiente para pagar buenos salarios. Es una encrucijada en la que hay que elegir entre trabajar en EEUU con las condiciones laborales de China o producir a costes estadounidenses y obligar a los consumidores a que paguen el sobreprecio.
El intervencionismo
La opción para Trump es crear un mercado cautivo para que esa industria pueda desarrollarse. Y su forma de hacerlo son los aranceles. Hay otras fórmulas: ayudas públicas, inversión estatal, control de las importaciones, etc. Todas ellas son muy caras, porque obligan a generar valor añadido por la vía de la subida de los precios finales. Solo así los ingresos de las ventas pueden superar a los costes de producción y generar un retorno suficiente para pagar buenos salarios.
Recuperar una industria no competitiva es un despilfarro de recursos que tiene que pagar el resto de la población en términos de mayores precios o mayores impuestos. O ambos. Esos recursos se pueden concentrar en impulsar industrias que todavía sean competitivas, las que se sitúen en la frontera del conocimiento. Esto es, producir bienes que, por su alto contenido tecnológico, o de capital, no puedan fabricar otros países. El sector de los chips es uno de los mejores ejemplos, pero hay muchos. En el sector de los móviles, por ejemplo, EEUU obtiene su mayor beneficio de fabricar los procesadores, pero no ganará nada fabricando carcasas.
Trump está convencido de que los aranceles devolverán el esplendor a la industria nacional, o eso es lo que defiende. Pero un objetivo tan ambicioso requiere de un plan integral para crear las condiciones óptimas para la inversión. Por ejemplo, EEUU tiene un problema con la oferta de trabajo disponible. La tasa de paro es del 4,2% y más de 7,5 millones de puestos de trabajo vacantes. No hay un problema de desempleo, sino de falta de mano de obra, lo que será un obstáculo para la inversión. Un artículo reciente de la Cámara de Comercio de EEUU reconocía que "a diario, nuestras empresas —de todos los tamaños y sectores y en casi todos los Estados— nos cuentan que enfrentan desafíos sin precedentes al intentar encontrar trabajadores".
El número total de desempleados en EEUU es de algo menos de 7 millones, frente a los casi 8 millones de vacantes. Los números no cuadran, máxime si el país sigue deportando extranjeros en edad de trabajar y frena la llegada de nuevos inmigrantes. Encontrar ingenieros industriales no será tarea sencilla, lo que amenaza con amargar los planes de Trump.
Un plan de reindustrialización en una economía en pleno empleo, como la estadounidense, tiene todas las papeletas para generar inflación salarial. Una buena noticia para los trabajadores hasta que las empresas empiecen a trasladar esos costes laborales a los precios finales, generando tensiones de precios.
Pero hay muchos otros problemas. Las empresas que producen en EEUU tienen insumos importados, por lo que los aranceles elevarán sus costes de producción. Esto es, también la industria doméstica perderá competitividad por los aranceles, poniendo en riesgo las exportaciones que hacen hoy muchas fábricas americanas. Ford y General Motors han trasladado a sus trabajadores que están estudiando el impacto que tendrán los aranceles. "Muchos costes y mucho caos", lo definió Jim Farley, CEO de Ford. Ambos fabricantes han pedido a sus empleados que estén concentrados en sus tareas y sean conscientes del incremento de los gastos corporativos.
Si se tiene en cuenta que los costes de producción en el sudeste asiático son mucho más bajos y que los aranceles también afectarán a la fabricación dentro de EEUU, hay un alto riesgo de que esta medida no consiga sustituir a las importaciones. Sin un plan integral, será puro azar que los aranceles funcionen.
En la frontera de la productividad
El eslogan MAGA (Make America Great Again) es una trampa. La brecha de riqueza de EEUU con el resto del mundo se ha reducido, pero eso no significa que su calidad de vida se haya reducido. Esto es, ya no es comparativamente tan rica, pero en términos absolutos, ha seguido mejorando durante las últimas décadas. Confundir riqueza absoluta con riqueza relativa es lo que explica que Trump quiera empobrecer al resto del mundo para dar una sensación de que EEUU vuelve a ser grande.
Si el objetivo es conseguir mejores salarios, el camino más eficaz es la productividad. Esto es, trabajadores que generen mayor valor añadido. Eso es lo que garantiza buenos empleos. Y la realidad es que Estados Unidos ha conseguido consolidarse en la vanguardia de la productividad durante las tres últimas décadas.
Un informe de Global McKinsey Institute muestra cómo Estados Unidos ha conseguido mantenerse en la frontera de la productividad desde finales del siglo XX, incluso ampliando su diferencial con otros países desarrollados. Como se observa en el gráfico, a mayor nivel de productividad (más a la derecha), menor es el crecimiento anual de la misma (más abajo).
Estados Unidos se encuentra cerca de la frontera de crecimiento de la productividad, en una posición mucho mejor que Europa o que países asiáticos avanzados como Corea o Japón. Este crecimiento ha sido compatible con el proceso de desindustrialización. De hecho, la industria ha perdido productividad, mientras que los servicios la han ganado.
El crecimiento de la productividad se apoya, principalmente, en la incorporación de capital a los servicios de alto valor añadido. Estas actividades, que van desde la ingeniería hasta la consultoría o la programación, están consiguiendo importantes progresos a medida que se incorporan nuevas tecnologías productivas, como la Inteligencia Artificial.
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La desindustrialización ha ido de la mano con récords de ocupación, altos salarios y pleno empleo en el país. Sin embargo, la reestructuración es un proceso agresivo que ha dejado a muchos territorios atrás. Los servicios de alto valor añadido buscan economías de aglomeración, donde se concentra el capital humano. Para la industria, las ciudades muy grandes pueden ser perjudiciales (congestiones para el transporte de mercancías, alto precio del suelo….) pero no para los servicios.
La desindustrialización ha empobrecido a muchas ciudades medias y pequeñas, mientras ha aupado a las grandes urbes. Este desequilibrio territorial es un problema real que el partido Demócrata ha menospreciado. Esto no solo ocurre en EEUU: en España, la despoblación del interior y el norte de España está relacionada con el cierre de fábricas. Buscar soluciones para esas regiones es imprescindible para revertir el malestar. Estas soluciones también pueden incluir la reindustrialización, pero no con las fábricas que se fueron, sino centrándose en bienes de mayor complejidad económica. De lo contrario, las recetas populistas seguirán siendo la esperanza a la que se aferre buena parte de la población.
Donald Trump rememora constantemente el antiguo poderío de Detroit y todo el Cinturón del Óxido que un día fue la gran fábrica de Estados Unidos. El presidente recuerda el esplendor que tuvo la región durante buena parte del siglo XX con altos salarios y pleno empleo. El Detroit de los cincuenta fue la envidia de EEUU. En la actualidad, está tratando de sacar la cabeza de la histórica bancarrota de 2013. El presidente está convencido de que reindustrializar el país traerá progreso y está apostando todo su capital político a que vuelvan las fábricas que un día se fueron.