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Europa está perdiendo los 'dividendos' que permitieron pagar el alto coste del bienestar
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Europa está perdiendo los 'dividendos' que permitieron pagar el alto coste del bienestar

Europa ha podido financiar su gasto social gracias a los ahorros conseguidos por los dividendos de la paz, demográfico, farmacéutico, tecnológico... Todos ellos están menguando

Foto: Una bandera de la Unión Europea. (EFE)
Una bandera de la Unión Europea. (EFE)
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Los estudios comparativos de la calidad de vida en el mundo concluyen, sistemáticamente, que no hay ningún lugar como Europa. Cuando se mide el grado de bienestar de la población, la satisfacción, la esperanza de vida… los países europeos siempre ocupan los primeros puestos. Y, sobre todo, cuanto menor es el nivel de ingresos, más positivo es vivir en Europa. Este bienestar es consecuencia de las preferencias de los europeos por las políticas sociales, que van desde la regulación laboral hasta las prestaciones sociales.

Pero las preferencias de la población no hubieran podido cumplirse sin los dividendos externos que ha recibido el continente durante las últimas décadas. Europa ha tenido una situación privilegiada que se está derrumbando rápidamente. El caso más evidente es el llamado "dividendo de la paz", que se ha perdido como consecuencia del cambio de las preferencias de liderazgo de los estadounidenses. Pero hay muchos más: el dividendo demográfico, el tecnológico, el energético… Europa tiene que recalcular sus recursos y recalibrar sus preferencias si quiere seguir siendo la región con mayor calidad de vida del mundo.

El coste de la paz

Europa se ha beneficiado, desde la Segunda Guerra Mundial, del dividendo de la paz. Aunque, este eslogan fue popularizado por los presidentes George H. W. Bush y Margareth Thatcher en referencia al final de la Guerra Fría, Europa se ha beneficiado de este dividendo desde la creación de la OTAN. Estados Unidos ha soportado el grueso del coste de la defensa del continente, lo que ha evitado miles de millones de euros de gasto europeo.

Las cifras son enormes. Los países de la Unión Europea tendrían que haber gastado 5,5 billones de euros más desde 1995 (a precios actuales) en Defensa para que su gasto hubiese sido del 2,4% del PIB. Sirva como comparativa que esta cifra es similar a todo el gasto por desempleo o al gasto en protección a las familias realizado desde el año 2001. El ahorro en Defensa ha permitido, indudablemente, financiar buena parte de las políticas sociales europeas.

El gasto en Defensa va a requerir cerca del 1% adicional del PIB, lo que supondría gastar 170.000 millones de euros más cada año en el conjunto de la UE. Para comprender la magnitud de esta cifra, basta contrastar con las necesidades de financiación del gran plan del Informe Draghi, que ascendían a 800.000 millones en total. El gasto en Defensa implicará pagar un plan Draghi cada cinco años.

Europa no puede financiar el coste de la Defensa como está haciendo Rusia, achicando el resto de gastos en el presupuesto federal. Y difícilmente pueda soportar una subida de los impuestos de esta cuantía. Sólo le queda el camino que ha emprendido Estados Unidos, el del déficit y la deuda. Los gobiernos europeos ya están planteando una reforma de las reglas fiscales para financiar el dividendo de la paz perdido. Pero esa deuda hay que pagarla y la acumulación de intereses será un lastre para la política fiscal a futuro. Un gasto que surge justo cuando el envejecimiento está llegando a su peor punto.

El dividendo demográfico

Europa ha perdido ya el dividendo demográfico y está entrando ya en la fase de la carga demográfica. El dividendo demográfico es el efecto económico positivo que consigue un territorio cuando tiene a la mayor parte de su población en edad de trabajar. Esto fue lo que ocurrió en Europa tras el final del baby boom (último tercio del siglo XX e inicios del XXI). Las tasas de natalidad se desplomaron, lo que redujo el número de niños cuando todavía había pocas personas jubiladas.

En España, desde 1995 hasta la actualidad, el porcentaje de personas menores de 20 años y mayores de 65 (los grupos que mayoritariamente están inactivos) ha sido inferior al 40%. El mínimo se alcanzó en 2007 con menos del 36,2% de la población en estas franjas de edad. Desde entonces está subiendo paulatinamente. Ya no hay niños, pero cada vez hay más jubilados. Según las últimas proyecciones de Eurostat, 2029 será el primer año en el que España tenga más del 40% de la población en esos grupos. A finales de la próxima década, superará el 44% y hacia mediados de siglo, supondrá la mitad de la población.

Si se tiene en cuenta que hay población en edad de trabajar que no está ocupada, por el paro, enfermedades, o porque sencillamente no quieran un empleo, significa que menos de la mitad de la población tendrá que mantener al resto. Si este escenario no cambia, ya sea con un aumento imprevisto de la mortalidad o de la migración, será necesario que los trabajadores paguen cada vez más impuestos para sostener a los inactivos.

Esto viene ya ocurriendo desde hace unas décadas. La presión fiscal aumenta de forma paulatina pero constantemente para hacer frente al pago de las pensiones. Las reformas fiscales posteriores a la Transición buscaban precisamente consolidar y ensanchar los ingresos públicos para hacer frente a estos gastos crecientes. El mejor ejemplo está en la financiación de la Sanidad, que durante décadas se hizo con las cotizaciones a la Seguridad Social, porque, como apenas había jubilados, existió un gran excedente anual hasta la crisis financiera.

Foto: El presidente chino, Xi Jinping, aplaude en el Congreso Nacional del Pueblo. (Reuters/Tingshu Wang)

Cuando las clases medias protestan porque los sueldos tienen menos capacidad de compra que en los noventa, están en lo cierto. La cuña fiscal, incluyendo cotizaciones sociales, hace que los trabajadores se queden cada vez un porcentaje más bajo de sus ingresos.

El envejecimiento también exigirá un mayor gasto en Sanidad. Las enfermedades crónicas se multiplican con la edad y, por tanto, también el gasto farmacéutico. Europa ha disfrutado durante décadas de precios bajos de los medicamentos gracias, en gran medida, a que las farmacéuticas vendían caro en Estados Unidos. Además, EEUU es donde se realiza la mayor parte de la inversión. En los 90, los países de Europa invertían en investigación de medicamentos un 20% más que Estados Unidos. En la actualidad la situación es muy diferente: EEUU invierte un 52% más que toda Europa junta, según los datos de la Federación Europea de la Industria Farmacéutica (Efpia).

Trump ya señaló este desequilibrio durante su primer mandato y Joe Biden incluso estableció los primeros límites de precios para los medicamentos recetados bajo Medicare. Trump está decidido a que el precio de los fármacos se reduzca en Estados Unidos, lo que tendrá dos posibles implicaciones para Europa: menor investigación o mayores precios. Es posible que ambos. Un coste que llegará justo en el momento de mayor consumo de medicinas, derivado del envejecimiento. Otro dividendo que ha sido muy rentable hasta ahora y que desaparecerá paulatinamente.

Dividendo innovador

La crisis financiera arrasó con la inversión en Europa. Países y empresas recortaron su inversión para reducir gastos. La inversión pública se reorientó hacia las prestaciones sociales (principalmente, pensiones) y la privada, a la reducción de deuda. Las empresas se han desapalancado mucho, pero lo han hecho sacrificando su futuro. En Europa, la industria no estaba tan endeudada, por lo que hubiese tenido margen para invertir en su competitividad. Sin embargo, las importaciones baratas de gas ruso no hicieron necesaria la inversión. Pero este dividendo también se ha acabado y Alemania no consigue salir de la crisis desde entonces.

Sin inversión, Europa se ha quedado al margen del auge del sector tecnológico. Las compañías estadounidenses y chinas la han dejado atrás y son las que han aportado las principales innovaciones que redundan en una mejor calidad de vida. Estas multinacionales están ahora entre las empresas más importantes del continente, pero también entre las que más utiliza la población. Para las empresas estadounidenses, el mercado europeo es uno de los más importantes, por lo que están en el punto de mira de la Comisión Europea para sus sanciones. El Instrumento Anticoerción que desarrolló Bruselas durante el primer mandato de Trump permitiría atacar directamente a estas empresas, limitando los beneficios obtenidos en el continente.

Pero no son sólo las empresas tecnológicas. Europa importa innovación procedente de Estados Unidos, que sigue liderando los avances de productividad. Europa se ha ahorrado ese proceso innovador, que requiere esfuerzo y sacrificio. A cambio, ha centrado sus esfuerzos en regular los avances procedentes de EEUU. La Inteligencia Artificial es el último ejemplo. Pero esa comodidad ha sido también una losa para el crecimiento económico.

Las autoridades europeas han tomado consciencia de la importancia de la inversión para tener autonomía estratégica. Los gobiernos no tienen espacio fiscal para invertir y, con la cantidad de gastos adicionales que tienen que asumir, previsiblemente todo irá a deuda. Y cuando se acumule mucha deuda, los mercados exigirán ajustes. En el sector privado, la inversión no reduce los beneficios, pero sí los jugosos dividendos que pagan las empresas.

Foto: El Palacio de la Bolsa de Madrid. (EP/Eduardo Parra)

Los dividendos han sido la firma de las empresas europeas, que han preferido repartir las ganancias a sus propietarios antes de arriesgar e invertir. Para los propietarios ha sido muy rentable y ha sido clave para el crecimiento de la renta disponible de las clases altas, pero a largo plazo ha sido una estrategia pésima, porque ha afectado a las valoraciones de las compañías.

Las clases altas tienen que hacer su parte y elegir que las empresas europeas empiecen a invertir frente a la estrategia de dividendos, recompra de acciones, repagos de deuda y fusiones y adquisiciones. Esto obligará a renunciar a renta disponible en un primer momento, con la esperanza de que la inversión resulte rentable a futuro. Confiar en el dividendo inversor estadounidense o chino colocará a Europa en posiciones más vulnerables. El final de estos dividendos afectará al ritmo de crecimiento de Europa y complicará el mantenimiento de los estándares de vida relativamente altos. También puede ser el acicate para que los países se pongan manos a la obra, aunque es posible que aún no hayan tomado consciencia de que llegan años de esfuerzos.

Los estudios comparativos de la calidad de vida en el mundo concluyen, sistemáticamente, que no hay ningún lugar como Europa. Cuando se mide el grado de bienestar de la población, la satisfacción, la esperanza de vida… los países europeos siempre ocupan los primeros puestos. Y, sobre todo, cuanto menor es el nivel de ingresos, más positivo es vivir en Europa. Este bienestar es consecuencia de las preferencias de los europeos por las políticas sociales, que van desde la regulación laboral hasta las prestaciones sociales.

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