La era de los magnates: Xi muestra su propio ejército de milmillonarios
Primero fue Trump en su toma de posesión; ahora, sin embargo, ha sido el presidente chino quien se ha rodeado de los milmillonarios chinos. El mensaje es el mismo. Los gobiernos de EEUU y China están dispuestos a defender sus intereses
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La reunión no fue tan icónica como la que todo el mundo pudo observar el pasado 20 de enero en el Capitolio, cuando Donald Trump tomó posesión rodeado de un puñado de multimillonarios satisfechos de ser invitados al gotha del poder político. Xi Jinping, muy al contrario, reunió a la élite empresarial china este lunes en un funcional salón de actos que a tenor de la fotografía distribuida por la agencia oficial china sugería que el encuentro forma parte del anodino sistema burocrático de Pekín. Es decir, una reunión marcada de oficio en el calendario. Ni una mujer en la imagen que distribuyó la agencia (aparecen 22 personas).
Lo que expresa la fotografía, sin embargo, es muy distinto. Va mucho más allá. La instantánea muestra a Xi en el centro de una larga mesa situada sobre un estrado rodeado de funcionarios. Debajo del presidente chino, en el patio de butacas, la flor y nata del capitalismo tecnológico de su país. En concreto, los fundadores de Alibaba, Huawei, DeepSeek, así como los directores ejecutivos de Tencent, Xiaomi , CATL o BYD, la compañía emergente de vehículos eléctricos. Es decir, la cara oriental de los Musk, Bezos, Zuckerberg, Cook o, incluso el francés Bernard Arnault, el factotum de LVMH, por más señas, el tercer hombre más rico del planeta, y que el 20-E no quiso perderse el acto del Capitolio.
Algunos de los invitados del presidente chino tomaron la palabra, pero fue Xi quien dejó claro el objetivo del encuentro. “Los principios de la economía privada han sido incorporados al sistema socialista y serán defendidos e implementados" por el Estado, dijo el presidente chino. En definitiva, vino a decir Xi, los jerarcas tecnológicos son ‘uno de los nuestros’. Incluso, Jack Ma, el fundador de Alibaba, caído en desgracia durante algún tiempo, fue fotografiado aplaudiendo en primera fila en un video mostrado por la televisión estatal CCTV.
Cierre de filas
Lo que han interpretado algunos analistas es que Pekín se está volviendo más pro empresarial a medida que se avecina la segunda guerra comercial. Es decir, cierre de filas ante un futuro amenazante: los aranceles, la fragmentación del comercio mundial y, en última instancia, la geopolítica. Las empresas chinas, como se sabe, viven en buena medida de la demanda exterior y necesitan que su Gobierno defienda sus intereses, tanto en Europa como en EEUU. Exactamente igual que hacía Biden con las estadounidenses para evitar que fueran perjudicadas por medidas antimonopolio, y que Trump llevará al límite. El propio Xi no le irá a la zaga y sugirió en el acto que China tomará medidas “enérgicas” contra las investigaciones ilegales que lleven a cabo otros estados para así proteger a sus empresas privadas.
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La intención de la nomenclatura china con la reunión es obvia. Se quiere trasladar a la opinión pública, tanto interna como externa, que los multimillonarios chinos están alineados con el régimen, y lo que no es menos importante, el régimen con ellos. Ambos se necesitan. Algo parecido a lo que sucede en Rusia, donde Putin ha puesto bajo su batuta a los oligarcas que un día mandaron sobre Boris Yeltsin.
Muchos de aquellos oligarcas fueron defenestrados, en el sentido literal del término, por el propio Putin por negarse a cumplir sus órdenes, pero quienes las han acatado mantienen sus fortunas, aunque es muy distinta su capacidad de influir hoy en el Kremlin. Fortunas, hay que decir, construidas, en la mayoría de los casos, a partir del negocio de las materias primas y de las contrataciones con el estado ruso. El mensaje que traslada Putin no deja lugar a dudas. Se puede ser multimillonario, pero siempre que no se metan en política. En esto, hay que decir. El eje Moscú-Pekín funciona a la perfección.
El país que ponga límites a la expansión de las grandes tecnológicas sufrirá la ira de la Casa Blanca en forma de aranceles
EEUU, China y Rusia, es verdad, son tres territorios muy distintos, pero en estos tiempos les une la creciente comunión entre las élites financieras y el poder político. Hay muchas razones, pero la principal es que las grandes fortunas —sobre todo en el caso de los dos primeros— se han levantado en torno al nuevo ecosistema digital. Es decir, empresas altamente globalizadas que en un contexto creciente de restricciones a la libertad de comercio necesitan el apoyo de los gobiernos.
Y eso es, precisamente, lo que tanto Trump como su vicepresidente, JD Vance, han querido dejar claro a Europa: el país que ponga límites a la expansión de las grandes plataformas tecnológicas con regulaciones que impidan su crecimiento sufrirá la ira de la Casa Blanca en forma de aranceles o, incluso, algo más. Y eso incluye las trabas a la libre expresión sin límites (con todo lo que eso conlleva) en las redes sociales, que son las que distribuyen el mensaje que quiere hacer llegar a la Casa Blanca a sus seguidores. El propio Vance dedicó en su intervención en Munich más tiempo a la libertad de información, tal y como él la entiende, que al conflicto de Ucrania.
Y es que las regulaciones o, en su caso, las desregulaciones son hoy las líneas rojas para China y EEUU, lo que explica que los multimillonarios nacidos en un entorno digital con escasas reglas de juego (Internet nació sin obstáculos legales) busquen ahora el paraguas de los gobiernos. El caso de TikTok es el más evidente. Ni China quería que se cerrara la red en EEUU, ni los jerarcas tecnológicos cercanos a Trump lo pretendían, aunque eso pudiera significar eliminar un competidor. Una de las primeras cosas que hizo Trump, de hecho, fue aprobar su indulto legal por un tiempo.
La guerra tecnológica
Esto es así porque hay coincidencia en que la próxima guerra, por cualquier de sus procedimientos, será una guerra tecnológica, lo que explica que los gobiernos busquen proteger a sus empresas de vanguardia. Incluso Europa, de largo el continente más volcado a la regulación, ya ha adelantado que recortará las restricciones en aras de estimular las inversiones en inteligencia artificial. Aunque Bruselas dice que la decisión nada tiene que ver con la presión de las grandes empresas tecnológicas estadounidenses y la administración Trump hay razones para creer lo contrario.
Entre otras razones porque ya no se trata de un contencioso legal entre una empresa privada y los servicios técnicos de la Comisión. Quien está detrás de las grandes corporaciones son los gobiernos, lo que achica el espacio de las instituciones europeas para actuar contra los monopolios o las posiciones de dominio de mercado.
Lo dijo con claridad el vicepresidente de EEUU, JD Vance, la pasada semana en París durante un seminario sobre inteligencia artificial. La Administración Trump “se asegurará de que la tecnología de IA estadounidense siga siendo el patrón oro a nivel mundial”. Es más, “una regulación excesiva del sector de la IA podría matar una industria transformadora justo cuando está despegando, y haremos todo lo posible para fomentar políticas de IA que impulsen el crecimiento”. Más claro, el agua. Xi, en su encuentro con los magnates chinos no fue tan allá (tampoco lo necesitaba porque China no tiene una Europa que le rebata sus posiciones), pero vino a decir lo mismo: “China tomará medidas enérgicas contra las investigaciones ilegales para proteger a las empresas privadas”. El mundo cambia y las grandes corporaciones han encontrado un potente aliado en los gobiernos. Y viceversa.
La reunión no fue tan icónica como la que todo el mundo pudo observar el pasado 20 de enero en el Capitolio, cuando Donald Trump tomó posesión rodeado de un puñado de multimillonarios satisfechos de ser invitados al gotha del poder político. Xi Jinping, muy al contrario, reunió a la élite empresarial china este lunes en un funcional salón de actos que a tenor de la fotografía distribuida por la agencia oficial china sugería que el encuentro forma parte del anodino sistema burocrático de Pekín. Es decir, una reunión marcada de oficio en el calendario. Ni una mujer en la imagen que distribuyó la agencia (aparecen 22 personas).