Un tahúr en la Casa Blanca: cómo Trump asusta con los aranceles
Se desconoce si Trump juega a las cartas, aunque su técnica es la de un tahúr del Mississippi. Muchos creen que el presidente de EEUU va de farol y que en realidad lo que busca es negociar desde posiciones de fuerza
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Se cuenta que a George H. Devol, el tahúr más célebre del río Misisipi, le gustaba jugar a las cartas con los gobernantes de la época, a quienes solía vencer dada su proverbial pericia. Devol, sin embargo, siempre devolvía el dinero que ganaba a sus influyentes víctimas. Al mismo tiempo, les daba un consejo: ‘Váyase y no vuelva a pecar’, decía a bordo de esos lujosos barcos de vapor que navegaban por el río más caudaloso de EE.UU. Su táctica le servía para obtener protección de las autoridades, pero también era una forma de crearse una celebridad que nunca desdeñó y que le servía a sus intereses. Aunque murió arruinado y, al final de sus días, se dedicó a vender su libro de memorias, titulado 40 años jugando en el Misisipi, su tacticismo a la hora de jugar a las cartas se convirtió en una leyenda.
Se desconoce si Trump juega a las cartas, aunque es propietario de algunos casinos, donde los jugadores de naipes aprenden, sobre todo, a engañar al contrario. Va en el ADN de cualquier jugador de póker. Esto explica que muchos crean que el presidente de EEUU va de farol y que, en realidad, lo que busca con su política arancelaria —ahí está el ultimísimo acuerdo con México y Canadá para suspender un mes los aranceles— es negociar desde posiciones de fuerza. Ya lo hizo en su anterior mandato, cuando firmó un tratado de libre comercio con Canadá y México, del que ahora no quiere saber nada pese a haber dicho en su día que se trataba de “un acuerdo comercial verdaderamente justo y recíproco que mantendrá los empleos, la riqueza y el crecimiento en EEUU”.
Han pasado menos de siete años desde aquella firma y ahora, a la vista de cómo ha funcionado, Trump ha puesto sobre la mesa dos cuestiones que directamente ha vinculado al comercio entre socios, aunque formalmente no tienen nada que ver. Por un lado, el fentanilo, la droga que está acabando con muchos estadounidenses, y, por otro, la inmigración, convertida en el principal eje de su discurso político para ganar votos. Canadá y México, según Trump, serían los responsables de ambos fenómenos (también China, que suministra los activos necesarios para fabricar la droga).
Gasto militar
El tercer frente arancelario de la Casa Blanca tiene que ver con la industria militar. Washington no solo quiere que Europa invierta más en la financiación de la OTAN, sino que, al mismo tiempo, pretende que el nuevo armamento se fabrique en EEUU, lo que ha levantado los recelos de países como Francia, que también busca alimentar a su industria nacional. Los tres frentes, hay que decir, son hoy objetos imposibles, como los que diseñaba Carelman en el siglo pasado, lo que explica que, en opinión de muchos, lo que hay es una mera táctica negociadora más que un cambio profundo en las reglas del comercio. Esto le permite a Trump obtener para su país beneficios que, de otra manera, no lograría por un problema de fondo.
EEUU es muy poderoso en tecnología y gasto militar. Incluso, su hegemonía cultural es apabullante, pero desde hace décadas tiene un problema de competitividad en sus manufacturas (no así en los servicios), lo que le ha provocado ingentes déficits comerciales que ni siquiera manejando el tipo de cambio del dólar ha sido capaz de corregir. El desequilibrio de EEUU entre exportaciones e importaciones se sitúa en torno al billón de dólares, lo que da idea del problema que tiene la primera economía del mundo (dos tercios del PIB de España).
El primer objeto imposible de Trump es detener el tráfico de opiáceos a través de las fronteras con México y Canadá. Sucede, para empezar, que, como ha puesto de relieve un estudio del Instituto Petersen de Política Internacional, el volumen en toneladas métricas del consumo anual de fentanilo en EE.UU. es de un solo dígito y puede transportarse en un solo camión contenedor, como acreditó una investigación de The Washington Post. Si además se tiene en cuenta que cada año alrededor de siete millones de camiones llegan a EEUU vía México (3.152 kilómetros de frontera común), el control es algo más que difícil. Entre otras razones, porque unos 75 millones de automóviles también cruzan la frontera. “Por lo tanto”, sostiene Petersen, “encontrar cargamentos de fentanilo es como encontrar una aguja en un pajar”.
La Administración Trump lo sabe, pero políticamente es muy útil (da votos) esgrimir el tráfico de fentanilo para obtener ventajas comerciales. No es que no haya solución, pero, desde luego, solo puede llegar a medio y largo plazo en un clima de entendimiento y no de confrontación con los vecinos del sur y del norte. Sin olvidar que la Agencia de Aduanas y Protección Fronteriza carece de equipos de sensores sofisticados para detectar fentanilo. También porque la fabricación de drogas se hace a partir de los precursores químicos que llegan de China, y cuya elaboración se concentra en los estados controlados por los cárteles. De ahí que la colaboración con el Gobierno mexicano sea esencial.
En Canadá se produce mucho menos fentanilo, pero igualmente Trump lo ha metido en el mismo saco porque el acuerdo de libre comercio firmado por el propio Trump en su anterior mandato ha provocado un desvío de las exportaciones de China hacia EEUU a través, precisamente, de México y Canadá. Se ha producido, por decirlo de una forma geométrica, una triangulación en la que también Vietnam ha contribuido lo suyo.
Esto indica que el asunto de las drogas, sin duda extremadamente importante, no es más que una excusa para proteger la industria nacional. Al igual que ocurre con México, cada año cruzan la frontera común de EEUU y Canadá unos seis millones de camiones y 21 millones de automóviles. De nuevo, una aguja en un pajar que solo puede encontrarse con colaboración entre estados.
¿Qué hacer con el dólar?
No es casualidad, de hecho, que la tensión haya ido en aumento con sus dos socios ya desde que Trump era candidato. Entre otras cosas, porque toca revisar el Tratado de Libre Comercio en julio de 2026, y no hay que olvidar nunca que EEUU mantiene un déficit comercial con México equivalente a 150.000 millones de dólares al año y de 60.000 millones de dólares con Canadá, que es su principal proveedor de aluminio.
No es de extrañar que el gran debate que existe hoy en la nueva Administración sea qué hacer con el dólar. Mientras que los responsables de comercio prefieren una depreciación en aras de ganar competitividad, Scott Bessent, el nuevo secretario del Tesoro, un clásico de Wall Street, prefiere un dólar fuerte para atraer inversiones. Trump tendrá que elegir entre una cosa u otra. Políticamente, le interesa un dólar apreciado para dar sensación de fortaleza de la economía, pero comercialmente es más ventajoso una moneda débil. El problema, en este caso, sería la inflación.
En el caso de China, al margen del asunto del fentanilo, la estrategia de la Casa Blanca también es la de negociar desde posiciones de fuerza. No es poco lo que se juega, más allá de la balanza comercial. Pekín, como se sabe, ha impuesto restricciones muy severas a la exportación de materiales críticos, esenciales para las nuevas tecnologías, y eso ha irritado a EEUU, ya que los necesita para la fabricación de semiconductores y material de defensa. En diciembre pasado, en concreto, impuso restricciones a los envíos de galio, germanio, antimonio y materiales superduros, además de endurecer las normas para la exportación de grafito. China representa cerca del 77% de la producción de grafito natural, más del 95% de la producción de grafito sintético y casi el 100% del refino de grafito, mientras que EEUU posee apenas el 1% de las reservas mundiales. Aquella decisión no fue un arrebato de Pekín. El anuncio de China llegó poco después de que la administración Biden decidiera tomar medidas contra la industria de semiconductores china.
Los minerales críticos no son cualquier cosa. El mejor ejemplo es que Trump declaró este lunes que pretende que Ucrania suministre al país este tipo de minerales, elementos químicos utilizados en la fabricación de productos tecnológicos, armamento moderno, baterías eléctricas y en la carrera espacial, como condición para proseguir con la ayuda para derrotar a Rusia.
El cuarto jugador
El cuarto jugador en discordia en esta partida de póker que juega Trump a costa del comercio mundial es Europa, aliado en la OTAN, pero también, sobre todo después de la invasión de Ucrania por Rusia, un formidable cliente. En particular, en dos materias de enorme importancia: la energía y la defensa.
Trump ya ha pedido a Europa que compre más gas natural obtenido por fracking (era uno de los compromisos adquiridos con los estados petroleros). La Casa Blanca, en concreto, ha prometido fomentar la producción upstream (aguas arriba) y ha esgrimido el famoso drill, baby, drill. Es decir, perforar, perforar y perforar. Se espera, incluso, que se levante una moratoria de la era de Joe Biden sobre la concesión de licencias para nuevas instalaciones de exportación de gas natural licuado.
¿Y quién puede comprar esas ingentes cantidades de hidrocarburos? Pues obviamente Europa, necesitada de recursos energéticos tras el cierre de los gasoductos procedentes de Rusia. Ni que decir tiene que la mejor forma de obligar a comprar a Europa (ha hablado de duplicar las adquisiciones) es amenazar con aranceles. Entre otras razones, por su enorme dependencia de las exportaciones, en particular Alemania.
La mejor forma de obligar a comprar a Europa es amenazar con aranceles
Algo parecido sucede con el armamento. Trump no dio una puntada sin hilo cuando dijo que quería que los europeos llegaran al 5% de su PIB en gasto militar, un porcentaje a todas luces inviable en las actuales circunstancias económicas, salvo que Europa se convierta en un polvorín social por falta de recursos para atender bienes y servicios de primera necesidad. Lo que pretende, de nuevo, es negociar desde posiciones de fuerza y obligar a los europeos a gastar más, pero, sobre todo, lograr que ese dinero se invierta en armamento fabricado en EEUU.
Realmente, no es ninguna novedad. Entre mediados de 2022 y mediados de 2023, el 63% de todos los pedidos de defensa de la Unión Europea se realizaron a empresas estadounidenses, y otro 15% a otros proveedores no pertenecientes a la UE, según el informe Draghi. Como se ve, no se ha avanzado mucho en la autonomía estratégica en este punto.
Es Francia quien insiste más en que se obligue a los gobiernos a abastecerse de armas en Europa, pero no será fácil el consenso cuando Trump cuenta con aliados en Europa. El montante que hay sobre la mesa del casino no es precisamente pequeño. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha dicho que habría que estudiar gastar 500.000 millones de euros adicionales en defensa durante la próxima década. Un buen pellizco para hacer una jugada maestra, aunque sea de farol, y la banca se lo lleve todo.
Se cuenta que a George H. Devol, el tahúr más célebre del río Misisipi, le gustaba jugar a las cartas con los gobernantes de la época, a quienes solía vencer dada su proverbial pericia. Devol, sin embargo, siempre devolvía el dinero que ganaba a sus influyentes víctimas. Al mismo tiempo, les daba un consejo: ‘Váyase y no vuelva a pecar’, decía a bordo de esos lujosos barcos de vapor que navegaban por el río más caudaloso de EE.UU. Su táctica le servía para obtener protección de las autoridades, pero también era una forma de crearse una celebridad que nunca desdeñó y que le servía a sus intereses. Aunque murió arruinado y, al final de sus días, se dedicó a vender su libro de memorias, titulado 40 años jugando en el Misisipi, su tacticismo a la hora de jugar a las cartas se convirtió en una leyenda.